Transcurridos tres meses, la nueva señora Winston estaba embarazada.
Realmente no se habían tomado un tiempo para disfrutar como esposos, ellos solos, y pronto esperaban a su primer hijo.
El señor Winston se puso ansioso, él ya había tenido a un hijo antes, pero de eso hacía veintitrés años, por lo que claramente había perdido la práctica y ya no recordaba mucho lo que era.
Por otra parte, Alejandra Winston sería madre primeriza, así que estaba igual o peor que el hombre, pero ella —a ojos de Rosalí y el señor Thomas— no parecía demasiado nerviosa como se imaginaria que lo estaría una madre primeriza. Más bien parecía demasiado satisfecha y resuelta.
Desde el regreso de la luna de miel, obviamente la nueva señora Winston había estado viviendo en la mansión, la cual ahora era su hogar. Aún con eso, la mayoría de la servidumbre no había servido directamente a ella, pues luego de que todos fueran presentados ante su nueva ama, está solo había pedido sus órdenes personales a dos de las sirvientas —las mismas que siempre estaban cuchicheando sobre los sucesos en la mansión — y a nadie más por el momento.
No había problema con eso, todos estaban acostumbrados a un ritmo así que el no tener muchos cambios significativos de golpe fue un consuelo para la servidumbre. Aparte de las dos sirvientas, los cocineros fueron los únicos que en verdad notaron el cambio, pero siempre tan profesionales en mi que hacían que la verdad pareció que el cambio no les había costado mucho.
El padre de Rosalí era un hombre muy curioso, por lo que cada semana que ella tenía de descansó, el se encargaba de preguntar los pormenores sin vergüenza alguna, siendo alguien interesada en los chismes casi quedé nacimiento. A ella le gustaría decir que él se encontraba mejor, pero parecía que su malestar no quería dar tregua y, según los informes de Fernanda, había días en que se ponían más pesados para el pobre hombre enfermo, que evitaba decirle nada a su hija, no queriendo preocuparla de más.
Ella había considerado buscar otro empleo para intentar poder darle mejor vida a su padre y más atenciones médicas, pero nunca encontró alguno y la mansión Winston parecía ser la mejor opción.
Uno de los temas que más había estado dando de que hablar en la mansión a secreto de los amos, había comenzado desde que llegó la noticia del embarazo de la señora Winston, y era sobre la herencia del señor Winston. Dado de Christian, el primer hijo del hombre, no había dado ni sus luces desde que lo habían alejado de la mansión a los trece años, todos se deberían si el señor Winston llegaría a decidir despojarlo de la herencia y dejar todo a su nuevo heredero en camino.
Algunos creían que era lo justo, dado lo mal que el joven hombre se había estado comportando con sus padres desde entonces, pero había otros que creían que no era justo y que entonces eso pondría ante los medios a la nueva señora Winston como una mujer astuta y demás cosas por el estilo.
Rosalí no sabía que pensar al respecto, por un lado estaba el hecho de que en verdad se había sorprendido de la reacción de Christian hacía sus padres, dejándolos de lado y no teniendo ni un poco de gentileza con ellos; por el otro lado estaba la conversación con el mayordomo que aún seguía presente dada la extraña manera en que la señora Alejandra había aparecido y logrado de inmediato ocupar un lugar tan privilegiado como el que ahora tenía.
Era por esos motivos que ella procuraba no decir nada con sus compañeros, y se dedicaba a su trabajo sin pensar mucho en ese tema que nada de relevancia tenía para con ella; pero parecía que su destino era enterarse de todos los detalles de ese asunto sin desearlo, porque siempre terminaba escuchando las cosas aunque no fuera su intención hacerlo.
En esa ocasión, había sido llamada por el señor Winston ha su oficina; cuando llegó, el hombre se encontraba en una llamada telefónica, por lo que solo le dio un gesto rápido de que pasará y tomara asiento sin dejar de hablar con la otra persona al otro lado del teléfono.
Ella hizo lo que se le dijo y espero, sentada pacientemente frente a su jefe.
—Me has escuchado bien, Christian. Estoy cansado de ésto y está es la última vez que te lo pido, o vuelves ahora y permaneces a mi lado como mi hijo y heredero, o te olvidas de toda la herencia y jamás volverás a ser visto como un hijo mío —exclamo el señor Winston con bastante seriedad.
—Sabes que tú herencia no me importa —respondió con algo de burla entre mezclada con fastidio la voz al otro lado de la línea, una voz que a Rosalí le pareció algo familiar.
—¿Enserio prefieres entonces que todo quede a nombre de tu nuevo hermano en cuanto nazca? —inquirio el hombre mayor, con un tono de superioridad y triunfo en la voz, como si estuviera utilizando un truco bajo la manga.
— ... ¿Tan pronto vas a tener otro hijo? Me preguntó qué opinaría mamá de eso.
— No creo que te interesará lo que pudiera pensar de todas formas, ni siquiera te interesaron sus últimos deseos...
— No puedes decir que no somos familia entonces, ¿he?
—Basta, Christian, no tengo humor para tus juegos. Sé claro y dime de una vez, ¿volverás conmigo y actuaras como un heredero digno, con todo lo que eso implica, o renuncias por completo a ese título y al apellido Winston?
»Tengo todo listo para lo que decidas, quién se encargará de ir a llevar los trámites correspondientes ya está aquí, escuchando nuestra conversación y esperando mi orden para proceder de una vez con lo que sea que decidas, así que en cuanto digas lo que quieres, le daré a Rosalí dichos documentos y no habrá vuelta atrás.
La línea se mantuvo en silencio por largo rato, a lo que Rosalí se removió incómoda en su asiento, espectante a lo que se decidiría y bastante confuso luego de saberse envuelta en un embrollo tan importante como ese.
Cuando el joven volvió a hablar, ella se sobresalto de la sorpresa en su lugar, y se sintió algo asustada dada la seriedad en la voz al otro lado del teléfono.
— Está bien, volveré a la mansión contigo e interpretaré ese papel del heredero perfecto.
Respondió Christian, pero no quedó claro si estaba satisfecho o maldecía su suerte. Él señor Winston no pareció interesado en eso, y completamente complacido de lo que oía, no demoró nada en felicitarlo y dar las indicaciones necesarias tanto a su hijo como a Rosalí.
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