Version invertida.

CEO W.

La casa de los Winston era sin duda una estructura bellamente planificada.

Todo era elegante e imponente, y la calidez predominaba en los lugares en que debería hacerlo.

Christian se encontraba encantado con la casa, pero era lo suficientemente profesional como para expresar nada más allá que seriedad. Él sabía desde muy temprana edad que de alguna manera u otra terminaría trabajando de sirviente en una mansión como esa en la que ahora estaba tras haber sido hijo de una mujer fungiendo con dicho empleo; aunque hubo varias fases en su adolescencia en las que se negaba fervientemente a eso y se auto convencía a poder ser más fuerte que su lóbrego destino y seguir hasta conseguir su sueño de ser el propio dueño de un lugar como ese, hiciera lo que hiciera falta para lograrlo.

Evidentemente no lo había conseguido y ahora estaba ahí, en un recorrido de lo que ahora sería su nuevo hogar y empleo al mismo tiempo; para nada la manera en que había esperado que un lugar como aquel fuera su hogar, pero al menos un poco cercano.

El mayordomo le estaba explicando que era cada habitación por la que pasaban al tiempo que le explicaba sus obligaciones en esa lugar y lo que debería saber para poder servir de manera satisfactoria a sus nuevos señores. Su atención estaba al máximo en cada palabra del hombre, pero pronto un repentino grito infantil lo desconcertó y fue difícil volver a lo que el hombre le decía.

El mayordomo pareció notar eso y calló también para escuchar el alboroto que comenzaba a formarse en la casa y que parecía irse aproximando cada vez más hasta donde ellos estaban parados.

Por la puerta del salón principal entro una niña de aproximadamente trece años de edad, la cual lucía demasiado molesta. Se detuvo al verlos ahí, de pie en medio salón, pero luego giro sobre sus talones y miro hacia la puerta, por dónde sus padres ingresaban al lugar y ella comenzó a gritar de nuevo.

—¡No es justo! ¡Yo no quiero ir ahí!

La madre se adelantó intentando tocarla, pero la joven se movió unos pasos más atrás, rehuyendo de su tacto.

—Rosalí, entiendelo cielo, esto lo estamos haciendo pensando en tu bien y nada más —hablo la mujer, intentando tranquilizarla con sus palabras.

—¡No es cierto, ustedes solo quieren enviarme ahí porque están aburridos de mí y quieren deshacerse de una vez por todas del problema que creen que soy!

El padre dejo que su mujer se ocupará de eso y suspirando notoriamente cansado se acercó hasta su mayordomo.

—Es difícil ser padre, ¿he?

—Bueno señor, hay cosas que nosotros como padres sabemos que son lo mejor, pero a ellos les cuesta entenderlo.

—Sí, es verdad. Nosotros planeamos enviar a Rosalí a un internado en el extranjero, donde podrá incluso convivir con sus primos y ver seguido a sus tíos y tías, pero ella parece pensar que ya no la queremos más. Está siendo difícil para nosotros procurar su educación correctamente y quitarle esos comportamientos rebeldes que ha estado manifestando, así que creemos que esto es lo mejor para ella, y ahora mismo me lo deja más que claro.

—¿Cuándo partirá la joven ama, señor? —pregunto el mayordomo.

—Mañana mismo, le guste la idea o no. ¿Estás mostrándole al nuevo muchacho sus labores?

—Señor —él se inclino respetuosamente ante el señor.

El señor Winston miro a Christian, a quien ya había conocido antes cuando le dieron el empleo, y pareció lucir más relajado que en un principio, pero era claro que solo actuaba para quitar el peso de los gritos y súplicas a sus espaldas.

—Así es señor, si no necesita nada en este momento, creo que lo mejor será que sigamos con lo nuestro y les demos espació —dijo, respondió a la pregunta anterior, el mayordomo.

—Adelante, no los distraigo más. Tengo asuntos familiares que atender.

El hombre se acercó a su esposa, que seguía intentando lidiar con su hija, y el mayordomo y Christian continuaron su camino a la salida de la habitación, pero antes de partir, él miro hacia atrás una vez más y pudo ver a la menor enfrentándose con una mirada dura a sus progenitores, pero a ella le pareció notar que en sus ojitos había más bien una profunda tristeza y un dolor en el alma que lo hizo sentir mal por la pequeña.

Cerro la puerta tras de sí, sin poder hacer nada por la joven, sintiéndose algo decaído también tras haberle visto de esa manera y no poder hacer nada por consolarla.

Por la tarde, Christian recibió la órden de ayudar a la joven ama a preparar sus maletas para poder partir temprano al día siguiente. Cuando llegó a la habitación, los sollozos provenientes de está le estrujaron el corazón, comprendiendo que la joven lloraba al creerse despreciada por sus padres.

Llamo con suavidad a la puerta, esperando unos minutos antes de que le diera permiso para ingresar; cuando lo hizo, la niña hacia un intento disimulado por limpiar las lágrimas en sus mejillas, por lo que él fingió no haberla visto para no avergonzarla.

—Con su permiso, joven ama—dijo respetuosamente, como era debido antes de ingresar al lugar.

La menor no dijo nada, pero no hacía falta dado que ya le había dado el permiso cuando él había llamado a la puerta.

Mientras ella permanecía sentada en la orilla de la cama, él se encamino al inmenso ropero y extrajo de uno de los apartados las maletas que necesitarían.

Él llevo las maletas a la cama y se dispuso a abrirlas, girando en dirección al armario otra vez, dispuesto a seguir con su labor. Pero una suave voz quebradiza lo detuvo, llamando su atención hasta la pequeña detrás de sí.

—Ellos están ansiosos por deshacerse de mí, ¿no es así? —pregunto la joven.

—No lo creo, joven ama.

—Eso es lo que parece.

Él regresó sobre sus pasos, moviendo un poco las maletas para hacerse un campo y sentarse a un lado de ella. Sabía que era inapropiado, pero no pudo contenerse al escucharla hablar de esa manera, tan triste.

—Si me permite decirlo, a veces los padres hacen cosas que creen son lo mejor para sus hijos, pero se convencen tanto de ello que no se detienen a pensar un segundo si en verdad es la mejor alternativa o como podría hacer sentir eso a sus descendientes. Estoy seguro de que sus padres la quieren, es solo que ser un buen padre es tan difícil como ser un buen hijo y no existe alguna guía que pueda enseñarnos a como serlo, así que, joven ama, quizá debería disculpar un poco a sus padres por eso.

—¿Y sí decido no ser una buen hija y no quiero perdonarlos?

—... Creo que usted puede ser una buena hija, y que en un futuro logrará ser una gran mujer.

La menor se le quedó mirando profundamente después de eso, como si analizará con demasiada seriedad sus palabras. Christian decidió seguir su trabajo una vez que entendió que ella no diría nada más, de modo que cuando hubo terminando su labor, salió despidiéndose de manera adecuada de la joven, quién se quedó sentada en la orilla de la cama, con la mirada fija en el suelo y sin proferir palabra alguna o mirar hacía arriba ni siquiera cuando él hubo cerrado la puerta tras de sí al salir.

Han transcurrido diez años desde que Chris había iniciado a trabajar como sirviente para los Winston.

No podía decir que le encantará su vida, pero tampoco podía quejarse de ella; tenía un techo donde protegerse, comida y aseo, y gracias al sueldo podía permitirse mantener a su padre con los cuidados necesarios y pagar a una enfermera para que lo atendiera mientras él trabajaba.

Era debido a su padre que había tenido que abandonar su sueño de seguir sus estudios hasta alcanzar su menta de volverse un hombre de negocios, dueño de su propia mansión y sin nadie a quien obedecer, pero dado que su madre había muerto y luego de ese hecho su padre enfermo gravemente, él tuvo que dejarlo todo para sacarlos adelante a ambos —tanto a su padre como a sí mismo—, por lo que el mejor empleo que había conseguido para mantener a su padre con las comodidades y cuidados necesarios dada su condición fue el de sirviente en la mansión Winston.

La paga era buena y la casa hermosa, así que realmente no podía sentirse mal con su situación, pero había días en los que era imposible no añorar salir corriendo de ahí y huir a dónde pudiera cumplir sus sueños, pero no eran nada más que divagaciones momentáneas en los ratos en los que podía permitirse para sí mismo, en los que no tenía que andar de habitación en habitación, de arriba a abajo limpiando, arreglando o sirviendo a sus amos.

Esas últimas semanas estaban resultando ser las más tediosas en las que principalmente se la pasaba en la cocina ayudando con la preparación de los alimentos de los señores y llendo a las farmacias y tiendas prácticamente a todas horas, mientras que algunas de sus compañeras se la pasaban en la recámara de los señores con una doctora y su enfermera acompañante que ahora parecían haberse convertido en parte indispensable de la rutina en la mansión Winston. Resultaba que la señora Winston había enfermado repentinamente el mes pasado; comenzó como algo leve y sin mucha importancia: leves dolores, tos y molestías, pero con forme pasaron los días pareció que empeoraba de golpe hasta el punto en que ni siquiera quería levantarse de la cama y apenas y aceptaba comer, teniendo que aceptar sus alimentos en la cama.

Ese era el motivo por el que él se la pasaba ahora en las cocinas, para ayudar a preparar los alimentos adecuados para la enferma, limpiando minuciosamente y sirviendo con aún más atenciones a la señora. Era penoso ver a una mujer tan vivas y gentil como ella en ese estado tan miserable.

Chris se sintió aún más triste cuando, una noche, bajo la luz tenue de una lámpara, escucho a la mujer comenzar a sollozar cuando él había pasado a dejar el medicamento a una de las sirvientas que estaba cuidando a la señora Winston, ella pedía en susurros que se le hablará a su hija, que alguien le convenciera de ir a verla pronto; todos intentaban calmarla, diciéndole que su hija iría pronto, que no se preocupará, pero Chris sabía que eso no era verdad, que era muy poco probable que ocurriera tal suceso; lo sabía dada una conversación telefónica que por accidente había escuchado del señor Winston con su unigenita.

En dicha conversación, escucho al señor Winston infórmale a su hija la situación de su madre y pidiéndole casi como una orden que dejara todo lo que sea que estuviera mantuviendola lejos y volviera, aunque sea solo para consolar a su madre un tiempo. Sus esfuerzos parecieron en vano, pues luego dejo de lado su autoritarismo y comenzó a pedírselo suplicantemente, pero por su expresión y la forma tan escueta de la despedida, o el desánimo en que cortó la llamada, fueron claros indicadores de la respuesta negativa de su heredera.

La joven Rosalí no pensaba volver ni aunque su madre estuviera gravemente enferma y lo deseará tanto con la desesperación que un moribundo pide su último deseo. Quizá era así, pues según el diagnóstico de la doctora, no quedaba mucho para que en verdad la pobre mujer los abandonará.

En ese momento, Christian pensó que Rosalí Winston era una hija malagradecida y recordando a la joven de trece años a la que había ayudado a hacer las maletas, pensó que pesé a solo haberla visto esa vez, no habría imaginado que se volvería una mujer rencorosa y cruel con sus propios padres, importandole poco si jamás volviera a ver a su madre.

Mientras bajaba con los platos sucios que había recibido de su compañera, pensó en lo difícil que debería ser todo para el señor Winston y lo triste que debería estarse sintiendo, especialmente ahora que parecía que la señora Winston cada vez se negaba más a seguir luchando.

Conforme siguieron pasando los días, la mujer de Winston comenzó a negarse a comer, diciendo que no podía hacerlo más, y tampoco quería recibir la ayuda de las nuevas tecnologías, decía que si de todas maneras iba a morir, no valía la pena alargar su sufrimiento por más tiempo. Además de eso, se negaba aún más a hablar con los demás, y solo hacía algo de esfuerzo cuando se trataba de su esposo, pero era claro que ella se había rendido y solo esperaba pacientemente su hora, tan solo añorando ver a su única hija antes de partir.

Fue en un sábado por la madrugada que la señora Winston dejo el mundo; la primera en saberlo fue una de las sirvientas más antiguas, que no tardó en avisar al señor para que se llamará a la doctora. Nada se pudo hacer por la mujer, que parecía llevar varias horas muerta.

Todo lo demás paso como en un sueño; el funeral, el entierro y el regreso a casa a continuar todo como antes, excepto que nada era como antes, o al menos así lo fue por un tiempo.

El señor Winston estaba tan triste que se encerró en su estudio y se la pasaba bebiendo; fue una tarea ardua para el mayordomo conseguir que comiera pero aún seguía sin lograr que fuera a su habitación a descansar.

La casa se sintió aún más grande de lo que ya era, y fue extraño para todos volver a sus labores de antes sin la presencia carismática de la señora Winston, así como a las sirvientas les costó un par de días para hacerse a la idea de perder las obligaciones que habían estado llevando tras tener que mantener en sumo cuidado por la señora.

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