Luciana despertó de su siesta y seguía en el mismo sitio de antes. Esa fue la confirmación que necesitaba: esto no era un sueño. Volvió a golpear la cama con las manos, frustrada, y se sentó. Se dijo a sí misma:
—¿Qué se supone que haré ahora? Piensa, Lu, piensa. A ver qué recuerdo de esta patética historia...
**Tomó una hoja, una pluma y algo de tinta, dispuesta a escribir lo que recordaba.**
—A ver... soy la emperatriz Abigaíl. Según la historia, ella era querida por su pueblo, administraba bien las finanzas del imperio, y tenía el mismo derecho que el emperador de tener su propio harén. Pero esta tonta creía que si el emperador la veía con otros hombres, dejaría de visitarla. Como no quería perder las dos o tres miserables horas al mes que él le dedicaba, renunció a ese derecho.
**Frunció el ceño con fastidio.**
—Tonta... yo hubiera disfrutado a todos esos papuchos que aparecían en la trama. Luego, los nobles, deseosos de ver a sus hijas como emperatriz, comenzaron a envenenarla y a ordenar que la maltrataran. Bien... por lo visto, ya recibí el primer ataque. Y el supuesto esposo... ni luces ha dado. Perfecto. No lo necesito. Puedo conseguir a mis propios hombres y que sean solo míos.
**Se levantó y caminó hacia la puerta.**
—Bueno, primero voy a llamar a la señora de esta mañana. Dijo que estaría tras la puerta.
**Al abrirla, vio a dos soldados que se ruborizaron al verla y a la mujer que la había atendido.**
—Majestad, ¿qué hace? Soy su enfermera. Entre, por favor.
—Emm... solo quería pedir tu ayuda.
—Está bien, emperatriz. Pase.
**Luciana la miró extrañada por la urgencia con la que la hizo entrar, pero obedeció.**
—Listo, ya entré. ¿Contenta?
—Disculpe, Majestad, pero... está en paños menores y afuera hay dos caballeros.
**Luciana bajó la mirada. Llevaba un camisón fino y translúcido que dejaba ver más de lo debido.**
—Mmm... he estado con menos ropa que esta. No tengo pudor.
**La enfermera la miró incrédula.**
—Cof... cof... lo que diga, Majestad.
—¿Cómo te llamas?
—Norma, Majestad. Soy su doncella.
—Perfecto, Norma. Necesito arreglarme. Quiero hablar con el emperador.
—Majestad, no creo que él la atienda si no es su día de visita...
—Esto no será una visita. Necesito comunicarle que formaré mi propio harén.
**Norma abrió los ojos con asombro y, aunque algo ruborizada, asintió.**
—Claro, Majestad. Ya preparo todo para su baño y vestimenta.
**Una hora después, Luciana ya estaba lista.**
—Se ve hermosa, emperatriz —dijo Norma con admiración.
—Gracias. Guíame, por favor.
**Ambas salieron y caminaron por los pasillos del palacio. Todos se giraban a mirarla.**
—¿Por qué me miran así?
—Es por su atuendo, Majestad. Usted jamás se arregla.
—¿Por qué no lo hacía?
—No le gustaba llamar la atención.
—Por eso mi guardarropa está lleno de vestidos apagados y horribles. Eso cambiará.
—¿Quiere que llame a la modista?
—Sí, hazlo. Y una cosa más: ¿cómo me dirijo al emperador? ¿Majestad? ¿Esposo? ¿Steven?
—Siempre se ha dirigido a él formalmente, Majestad.
—Por supuesto...
**Al llegar a las puertas del despacho imperial, los guardias la detuvieron.**
—Disculpe, emperatriz. El emperador está reunido con los consejeros.
—Lo entiendo. Pero lo que tengo que decirle es importante. Por favor, entréguele esta nota.
*("Majestad, necesito su autorización para formar mi harén.")*
**El guardia obedeció. Steven, al leerla, alzó una ceja.**
—Déjenme a solas con la emperatriz —ordenó.
**Luciana entró con porte altivo y se inclinó.**
—Saludos, sol del imperio...
—Al grano, por favor.
**{Bastardo. Pero tranquila, Luciana, tranquila.}**
—Majestad, necesito su autorización para crear mi propio harén.
—¿Por qué ahora? ¿Acaso planeas que así me interese más en ti?
—No. Ya entendí que no tiene tiempo para mí. Por eso quiero mi propio harén.
—Me alegra que lo hayas entendido. Preséntalo en la siguiente reunión del consejo.
—Gracias, Majestad. Eso era todo. Me re...
**Steven la interrumpió, intrigado.**
—¿Cómo está de salud? Me dijeron que tenía fiebre...
—Me envenenaron. Pero estoy bien. Otra razón por la que quiero concubinos: ellos podrán protegerme.
—¿¡Envenenada!? ¿Por qué nadie me informó?
—Ya no importa. Como dije, estoy bien. Pronto no lo molestaré más. ¿Cuándo es la próxima reunión?
—Mañana... ¿Y qué quiso decir con eso de que ya no será una molestia?
—Nada. Yo me entiendo. Hasta mañana, Majestad.
**Steven la observó salir, confundido.**
{¿Qué le pasa a esta mujer? Actuaba como si no quisiera verme... Imposible. Está enamorada como todas. ¿Pero entonces por qué ahora quiere concubinos?}
—¡Sir Fausto!
—Majestad.
—Vigila a la emperatriz. Quiero que averigües quién la envenenó. Y protégela.
—Sí, Majestad.
**Por otro lado, Luciana decidió recorrer el palacio. Llegó a una oficina donde un hombre mayor, con lentes y expresión cansada, se levantó al verla.**
—Saludos, Majestad.
—Puede levantarse.
—Él es el mayordomo Milton. Se encarga de las finanzas —explicó Norma.
—Creí que yo me encargaba de eso...
—Así era, Majestad. Pero hace tres meses dejó de hacerlo para llamar la atención del emperador. Como él no reaccionó, delegó el trabajo al señor Milton.
{Dios... ¿se puede ser más tonta? Ay, Abigaíl, dejaste nuestra imagen por el suelo.}
—Bueno, vengo a relevarlo de su cargo. Yo me encargo.
—¿En serio, emperatriz?
—Sí. Solo muéstreme en qué quedó todo. Ah, y voy a solicitar autorización para tomar concubinos. ¿Sabe cómo se hace?
**Milton y Norma se miraron. Fue él quien respondió.**
—Debe llenar una planilla con su petición. Luego, en la reunión, justificará su solicitud. Los consejeros harán preguntas y luego el emperador decidirá.
—Perfecto. Tráigala. Mañana la presentaré.
**Milton trajo el formulario. Luciana se sentó a trabajar. Más tarde, le habló.**
—Terminé con esto —dijo señalando la pila de papeles—. ¿Eso era todo?
—¿Lo hizo... todo? Disculpe, Majestad. ¿Está segura de que está bien?
—No te preocupes, todos se sorprenden al verme trabajar. Soy buena con los números. Revisa si quieres: dejé anotaciones donde encontré faltantes.
—¿Faltantes?
—Sí, en el sector agrícola y los ingresos del condado. Hay muchas irregularidades sin justificar. Revisé registros anteriores: nos están robando desde hace tres meses. Al principio fue poco, pero ya es una suma considerable. Solo un idiota no lo notaría.
**Milton tragó saliva, avergonzado. Tenía razón.**
—Lo siento, Majestad.
—No hay de qué preocuparse. Sé que no todos pueden ver lo evidente.
—Esto lo tiene que saber el emperador.
—Vaya y hágalo usted. Yo no quiero verlo a menos que sea estrictamente necesario, ¿sí?
—Por supuesto, Majestad.
El mayordomo salió del despacho, dejando a la emperatriz sola con Norma.
—Bueno, veamos...
—Disculpe, Majestad, pero… ¿en serio tomará concubinos?
—Por supuesto que sí.
—Es que siempre tuvo ojos solo para el emperador, y...
—¿Y de qué sirvió? Él no tiene tiempo para mí, y yo estoy demasiado sabrosa como para dejar que este cuerpito se lo coman los gusanos. Prefiero que se lo coman los humanos, ¿no te parece mejor idea?
—Ja, ja, ja... ¡Qué cosas dice, Majestad!
—Ya, veamos qué requisitos piden aquí.
La emperatriz comenzó a llenar la solicitud y, cuando terminó, dijo:
—¡Uf, terminé! Bueno... ¿Sabes a qué hora es la reunión mañana?
—Sí, Majestad. Yo le avisaré para que se prepare.
—(ruido de estómago) Mmm... perdón, pero eso es un aviso de que no comí nada en todo el día. ¿Me podrías llevar algo a la habitación?
—Claro, Majestad.
Ambas mujeres se dirigieron a la habitación de la emperatriz, y Norma salió de nuevo para traerle la comida a su señora.
---
En otro despacho, Steven revisaba nuevamente la contabilidad del condado y del sector agrícola que quedaba en esos terrenos, acompañado por Milton.
—¿Y dices que esto lo descubrió la emperatriz?
—Sí, Majestad. Y en tiempo récord. Yo todavía estoy asombrado, no sé cómo lo hizo. Está tan bien hecho que no cualquiera se daría cuenta de este faltante.
—Tienes razón. Si no revisas los registros antiguos, no lo notarías... ¡GUARDIAS!
Entraron dos guardias al despacho y se inclinaron.
—Diga, Majestad.
—Arresten al conde Flores y a toda su familia.
—Sí, Majestad.
—Disculpe, Majestad. ¿Con “toda” se refiere también a su concubina?
—No. De ella me encargo yo.
—Está bien, Majestad. Con su permiso.
—Retírese usted también, mayordomo. Vuelva junto con su emperatriz. Por cierto, ¿por qué no vino ella a informar de lo sucedido, si fue quien encontró la falta?
—Este... mmm... Yo...
—Habla.
—La emperatriz dijo que no quería verle, a menos que fuera estrictamente necesario.
—¿Con que dijo eso? Hmm... Está bien, puedes retirarte.
Una vez solo en su despacho, habló en voz alta.
—¿Qué estás tramando, Abigaíl? Si esta es tu nueva manera de atraer mi atención... no te va a funcionar.
Dejó los papeles a un lado y fue en busca de su concubina, Silvia. Tenía que averiguar si ella también estaba enterada... o si todo era cosa de su familia.
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Updated 53 Episodes
Comments
Martha Padilla
Tenía que ver algo.??? 🤔🤔🤔
2025-03-06
0
Rosa María Mondragón Malvaez (Rous)
no se ve nada
2025-05-04
0
Elizabeth_lin
A mí me daría vergüenza actuar así, soy una persona bastante penosa
2025-04-19
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