Desde el primer momento en que Jin Alcott puso un pie en la Academia, escucho los rumores y susurros mal escondidos.
Hablaban sobre una Liza Perabeles a la que todos amaban u admiraban, nacida en el seno de uno de los Ocho Grandes Clanes, con una magia hermosa y poderosa y una sonrisa que calentaba el corazón de las personas. Se hablaba entre pasillos sobres sus buenos actos y su desinterés al hacerlos, como si fuera un ángel, una diosa.
Hablaban sobre un cierto Sallow, Sasha, el hombre dorado del mundo, a quien la magia le pulsaba en las venas con la fuerza de antaño, quien al sonreír colgaba las estrellas y los astros en el cielo e iluminaba la noche con su sola presencia, aquel que podía salvar el mundo, aquel que había elegido hacerlo, perfecto, perfecto y perfecto. Era, además, el prometido de aquella Liza Perabeles.
Y se hablaba, además, de aquel Perabeles, susurros ahogados de desprecio y miedo mal escondidos, rencor y odio, una espina clavada en el costado de todo aquel que se jactara de tener un mínimo de decencia humana…
Nadie y todos hablaban sobre Neus, pero como si temieran atraer la mala suerte sobre ellos, era raro encontrar que alguien hablara lo suficiente sobre sus actos y la piel de Jin se ponía de punta cada vez que una u otra persona soltaba algún detalle siniestro.
Juego sucio, amenazas y matanzas eran solo algunas partes del catálogo y hacía que Jin temblara.
No quería saber si era miedo o excitación, pero el calor en su estómago resultaba ser, oh, tan revelador.
A Jin, sin saber que apariencia tenía aquel “monstruo” de los rumores, le gustaba aquel Perabeles.
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Y, al final del día, era consciente de su posición dentro de la Academia.
Omega, plebeyo y de una familia pobre, sin importar lo fuerte que fuera su núcleo y su magia, seguía siendo uno de los estudiantes más vulnerables dentro de la Academia.
El eslabón más débil, cuando ni siquiera él podía hacerlo, ¿Quién podría atreverse a defenderlo?
En aquella jungla, no tenía manos amigas y sabía que, cuando las verdades eran reveladas, no podría hacerse amigo de aquel Perabeles, así que lo que evito a sabiendas, escondiéndose en aulas y pasillos transitados, donde sabía que aquel Perabeles nunca pondría un pie, porque no era bienvenido, porque aquel chico no era del gusto de esas personas y, a su vez, a aquel chico no le gustaban esas personas.
Era un baile que realizaba solo y en silencia, internamente deseando que aquel Perabeles de los rumores lo interrumpiera, aun si la idea lo hacía temblar dentro de su propia piel.
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Contra toda ilusión y pronostico, primero conoce a Agatha, una Riogrumi entre algunos cuantos cientos.
De ojos verdes, tan brillantes como tóxicos y largo cabello dorado, mientras iniciaba la pubertad era, de alguna forma, el estereotipo de un Omega noble, toda pequeña y elegantemente regordeta con un lindo rostro redondeado.
En los labios rosas, no tenía el arco de cupido que Jin si…
Ella también era una comidilla usual en la Academia, una amigo de aquel Perabeles, de sobre estaba decirlo, no eran buenos rumores.
Pero, honestamente hablando, no era como si Jin pudiera escapar de ella, no en ese momento, porque, bueno, ya saben, algunos nobles están intentado abusar de él ahora mismo.
Bastardos…
Agatha había aparecido al doblar una esquina y esa fue la primera impresión que Jin le dio, tirado en el suelo con la ropa rasgada y el cinturón desecho, el pantalón a medio camino de su cadera mientras un tipo seis años mayor se arrodillaba entre sus piernas.
Jin acababa de cumplir catorce años, recién ingresado a la Academia y puedo que haya sido esencialmente más fuerte que esos sujetos, pero sin el entrenamiento previo que recibían los nobles y sin la experiencia con la que ya contaban, Jin estaba impotente.
Impotente, además, porque él era un simple plebeyo sin apoyo, ingresado a la Academia solo por su núcleo y capacidad nata.
Nuevamente, malditos bastardos.
La boca de Agatha se abre, en su neblina de pánico primitivo, Jin no sabe si es sorpresa o desagrado en su rostro. – ¿Qué carajos creen ustedes que están haciendo? – dice, resonante en la quietud del pasillo.
El sujeto que mantenía a Jin abajo alza la mirada y la observa, con un giro desagradable de sus ojos le quita importancia a la aparición de la chica. – ¿Qué? ¿Quieres unirte, Riogrumi? Ya sabes, dos Omegas siempre son mejor que uno…
Y Jin no está seguro de querer saber que sucedió después, en un segundo ellos se burlaban de Agatha y al siguiente ya no estaban, solo viento helado y polvo brillante, el tenue olor salado del mar.
Parpadea y respira, suena como un sollozo, pero Jin no tenía ni el ánimo ni la energía para llorar, fascinado como estaba, deja que Agatha extienda sus manos y lo ayude a ponerse de pie, deja que ella juegue con su ropa antes de suspirar porque noto lo que Jin ya sabía: las prendas eran insalvables.
– Gracias. – dice él mientras ella desata el suéter que colgaba de su cintura, sin saber muy bien cómo comportarse en su presencia. – Ellos, ¿Están muertos?
Ella se detiene a medio camino de ofrecer el abrigo antes de ponerlos finalmente en sus manos, una mueca pensativa adorna su rostro mientras Jin se pasa la prenda por la cabeza. – No, deben de estar en algún pozo o a medio mar, pero muertos aun no.
Jin ríe, sin gracia y exhausto, el miedo y la desesperanza aun le late en las venas. – Deberían de estarlo.
Y Agatha alza una ceja y se encoje de hombros. – Tal vez lo estén, más tarde, tu raíz es demasiado hermosa como para desperdiciarla así.
Jin no dice nada, escuchando el sonido del tacón mientras Agatha se aleja, doblando por una esquina para desaparecer después y finalmente se derrumba.
Se siente como una marioneta sin cuerdas cuando cae al suelo, apenas apoyado contra la pared, su espalda tiembla y no está seguro de donde poner sus ojos. Esta asustado, claro que lo está, pero por encima de todo, una fea creatura alza su cabeza.
Era ira.
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Dos días después, una mañana, hubo un grito de terror resonando en la entrada principal de la Academia. Jin duda, pero la curiosidad lo guía, sediento de algo.
Las altas en interminables escaleras chorreaban de sangre aun fresca, había mariposas gigantes y moscas gordas revoloteando entre los charcos, alimentándose precariamente, todo el lugar apestaba como un matadero.
Y en la cima de las escaleras, colgando de algún lugar como piñatas siniestras, había seis cuerpos a medio deshacer, con los estómagos abiertos y los intestinos de fuera, las raíces brutalizadas, casi destruidas. Jin puede reconocer a sus atacantes con facilidad, junto a los otros que también solían molestar a los más jóvenes, aun si nadie en la Academia hablaba de eso.
Y una séptima persona se sentaba en la parte más alta de la barandilla de piedra, balanceándose de forma precaria en el borde mientras tarareaba al aire una canción desconocida y sin ritmo.
Jin puede ver un punto de cabello rojo y eso basta para robarle el aliento.
Nunca había visto un color similar.
– ¡Ese monstruo! – chilla una niña, noble y algunos años mayor, el cabello castaño recogido en lo alto de su cabeza en una cola alta, mirando con lágrimas en los ojos las figuras colgadas mientras el caos los rodea y crece.
Alguien vomita cerca, pero Jin no puede dejar de ver la figura que se alza y salta con una fuerza abrumadora, derribando parte de la piedra de la barandilla en el proceso, haciendo que el suelo y las escaleras temblaran, las mariposas y las moscan toman vuelo, alertadas.
Mientras Jin se maravillaba en tal demostración de poder, las personas se dispersaban y buscaban refugio en un momento de frenesí y pánico.
Y entonces, aquel Perabeles cae frente a él, el suelo se agrieta con su aterrizaje y escucha como algo, lejano y cercano se rompe.
Cabello cortado a la altura de la barbilla, tan rojo como la sangre y rizado como riachuelos, un rostro lindo en forma de corazón, sin marcas más que las ojeras casi negras que acunan sus ojos helados de color dudoso y una sonrisa que extiende labios de color sangrante de forma perezosa y sin gracia, sin cuidado por nada.
El uniforme parecía colgar de su cuerpo, casi tragándoselo, despeinado y desalineado de una forma salvaje e ingeniosa, casi cuidadosa en su desenfreno.
– Ey, – dice Neus en un suspiro, suena divertido, casi sin aliento. – espero que hayas cuidado de mi suéter, ¿Te parecen buenos regalos? – ya hace un gesto con la cabeza, señalando las escaleras y los cuerpos que cuelgan.
Jin espera no estar haciendo una mueca muy tonta cuando asiente, un calor peculiar arremolinándose en sus entrañas. – Soy Jin, Jin Alcott. – dice, cuando al fin es capaz de recuperar el habla y extiendo una mano, es una fortuna que no esté temblando.
Neus hace una pausa y se ahoga con sus palabras, luciendo fascinado cuando ve la mano que le tienden. – Lo sé. – farfulla, entrecerrando los ojos, mirando la mano extendida con cautela antes de tomarla, una sonrisa extendiéndose por su rostro. – Soy Neus, Neus algo Perabeles.
Y entonces Jin ríe, la mano de Neus estaba helada y firme en su agarre. – Lo sé.
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Comments
woo,este prota da un poco de miedo 🤐.
es un psicópata asesino serial.
aún así no me molesta.
siempre he sido fan de los pasivos villanos.
la pregunta aquí por qué se volvió tan malvado?
2023-09-30
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