Señal

—Aléjate, quién eres tú. —El perro saltó hacia atrás, quedando frente a frente.

—Soy como tú. Un perro más… —replicó un perro blanco, ligeramente más pequeño y esponjoso que él. Sus orejas caían a los lados.

—¿Por qué hueles mi trasero eh?

—La costumbre…

—Aléjate, no vuelvas a hacer algo así. ¡Es grosero!

—No me digas que nunca has olido traseros. ¿¡No has olido traseros nunca!? Pero estoy frente a un fenómeno. ¡Cómo es posible!

—Me vale media croqueta ser un ratito o no. Para mí es inaceptable una conducta como la tuya.

—Wow, wow. Pero tú qué eres.

—Soy un perro racional. Perteneciente a la nueva generación de acompañantes, somos muy difíciles de adquirir… ese no es tema que te incumba.

—Bueno, bueno. Más allá de que no te gusta oler traseros, no entiendo nada más. Hablas medio raro.

—Y usted habla de forma demasiado vulgar.

—Ves a lo que me refiero —el perro peludo no sabía el significado de la palabra «Vulgar» pero le pareció una palabra muy bonita—. Hablo de formita vulgar, oh sí, soy muy vulgar. —decía mientras se alejaba del camino.

El perro moteado, que no quería volver a pasar un momento similar, y viéndose con muy pocas probabilidades de seguir explorando el barrio, regresó a casa del gato naranja.

—Todo es muy diferente. No quiero volver a salir de aquí. Qué… ¿qué haces? —preguntó el perro al gato, este último yacía acostado boca arriba, con la panza soleándose, y las patas, tanto delanteras como traseras erguidas hacia arriba.

—Duermo. Espero a Gadah. Mis tripas rugen. Y tomo el sol.

—Hablando de ella, ¿a qué hora llega?.

—Cuando nuestras sombras se alarguen hacia adelante más o menos.

—¿Y a qué se dedica?

—No sé, nunca se lo he preguntado. Pero igual, no me interesa. Tampoco puedo acompañarla.

—Yo sí. Solía hacer lo propio con mi amo. Me llevaba en su coche. Para ser más precisos, lo hacía en el maletero, allí tenía mi propia alfombra y unos cuantos cojines para que el viaje fuese cómodo. Y lo era.

—Esa vida tuya que mencionas, realmente se ve perfecta. Qué tonto eres al perderte.

—No siempre era perfecta…

—A propósito, ¿cómo fue que te perdiste?, recuerdo encontrarte mojado por la lluvia, bastante sucio y un poco magullado.

—Es una larga historia.

—¿Te da flojera contármela?

—Ah… eh… creo que sí.

—O talvez, simplemente, no quieras hacerlo. Calma, lo entiendo. Ahora solo quiero reposar, y dispersar todas las ganas que tengo de comerme algún pollito por allí.

La espera fue silenciosa, tanto el gato que seguía durmiendo, y el perro que se ponía a descansar, mantuvieron las mentes cerradas. El silencio, se vió roto por el sonido rechinante de la puerta metálica al abrirse. Gadah.

El perro se levantó y empezó a mover la cola, mientras que Vane se estiró hacia adelante para maullar.

—Gadah volviste se te extrañó un montón —intentaba decirle a Gadah, movía la cola y giraba en torno a ella, casi bloqueándo su paso.

—¡Gadah! Me muero de hambre, dame de comer. Ya, ya, ¡ya! —maullaba Vane.

Gadah miró de manera friolenta a ambos animales que le estorbaban el paso. Además de que el maullido del gato la ponían nerviosa. Cosa de todos los días. No es que Gadah amase con locura a los animales. Los quería, los trataba bien. Pero también tenía sus propias reglas, y su paciencia tenía límites establecidos. Aún así, era una muy buena persona.

Gadah traía consigo una bolsa plástica blanca con agarraderas a ambos lados. Sobras de comida que dejaban los clientes de la cafetería en la que trabajaba. Le dió trozos de sebo y pellejo a Vane, mezclando estos restos con croquetas de pescado; lo mismo hizo con el perrito, solo que está vez ya tenía comida para perro y además de cebo y pellejos, le aumentó huesos.

Si bien al principio el perro dudó un instante, de si eso era comida o no. El hambre actuó por cuenta propia, comiendo cada trozo con muchas ganas.

Gadah suspiró del cansancio, se arrodilló para contemplar a ambos animales merendar. Pero toda su atención se la llevó el collar que el perro llevaba puesto.

—Buba. Te llamas Buba. —concluyó luego de leer el la medalla de fino acero inoxidable—. Buba, Buba… —repitió.— Hay un número detrás… ¿debería llamar? Lo correcto sería que sí, pero en estos momentos no tengo recarga para hacer llamadas —se dijo bostezando—. Debo almorzar.

El perro apenas escuchó su nombre, el crujir de los huesos moliéndose con sus dientes hacían mucho ruido interno.

Al día siguiente, adjunto a las noticias, se mostró a un empresario buen mozo, ofreciendo una recompensa de 10000 dólares por alguna información de su perro «Buba». Gadah abrió grande los ojos. Y salió despavorida a la tienda más cercana a recargar el saldo de llamadas.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play