No ha Sido una noche demasiado pesada para el huésped perruno, pero sí que ha sentido ventiscas, que una gota le caía en la cabeza, que tenía ganas de hacer pipí para lo cual ha tenido que levantarse varias veces, mientras que el gato estaba envuelto en su propio pelaje. Era una bola de pelos enroscada, con un sueño profundo.
Despertó, como siempre. El gato ya no estaba en el mismo sitio, y la puerta estaba cerrada.
Se puso a buscar al gato, pero al no encontrarlo, atinó a esperar en el mismo sitio en el que había pernoctado esa noche. Luego de unos minutos, la dueña de la casa salió con dos platos, cada cuál muy distinto: uno era metálico y pequeñito, el otro era más grande pero de plástico. Cada uno tenía una pila de croquetas para gato.
—Sí, es comida para gatos, pero a los perros también les gusta, así que no hay problema. —puso el plato de plástico al frente del dálmata, el gato salía detrás de la chica.— Este es para tí, Vane. —habló poniendo el plato de metal encima de la mesa de lozas. Vane saltó hábilmente encima de el, y empezó a comer.
Acto seguido Gadah volvió a entrar cerrando la puerta tras sí. Al Interior, con las sandalias puestas, se prepara un desayuno muy simple que consiste en las sobras del almuerzo del día anterior. Lo calienta, se sirve y come. Luego, se cambia y cepilla el pelo. No es alguien fanática de la ducha, pero vamos que le da pereza bañarse.
Trabaja en una cafetería que está a tres cuadras de su casa, trabaja todo el día.
Una vez lista, sale de la casa. Allí afuera permanecen los dos animales, la miran cariñosamente, al menos el gato lo hace así.
—Nos vemos, les dejé agua y comida. Volveré a la hora del almuerzo. —Se va.
El dálmata ve a la humana alejarse. Esa escena se le hace familiar, él también ha visto a su amo alejarse al trabajo. Coger las llaves de su coche, arrancar e irse, para volver cansado, estresado y aturdido por la jornada.
—Y ahora qué —consulta el perro al gato.
—Yo… me subo al techo a tomar el sol. —responde este.
—Y yo qué hago.
—Qué quieres que te diga. Has lo que quieras, héchate a dormir, persigue tu cola o conoce a los demás perros del vecindario.
—Hum, ya que no hay nada más. Haré lo último.
—Ñeh, como prefieras.
El perro fue a hechar un vistazo al vecindario, era demasiado simple. No era algo que acostumbrara ver ver desde siempre. Todo era diferente a sus ojos. A diferencia de su villa anterior, las casas de aquí era más descuidadas, se veían las estructuras sobresalir, las pinturas estaba desgastadas, otras ni siquiera tenían pintura; más bien quedaban exponiendo los ladrillos o bloques de adobe. Lo mismo en los tejados, otros eran de metal.
—¡Tú! —sijo con enfado un perro negro y magullado—. Otra vez tú.
—Ah… —el dálmata nervioso—. Buenos días.
—Sigues aquí, qué pasó. No me digas que tuviste suerte al encontrar refugio.
—Pues eso mismo, una señorita gordita, tierna y muy amable me ayudó.
—¿Gadah?
—Pues sí.
—Perro tonto y engreído. Cómo pudo ayudar a un fintoso como tú. Solo mírate. En cambio yo, yo tengo que rebuscar en la basura, robar unos cuantos pollos para poder comer. Además esa Gadah a miyme tiene mucha riña, solo porque piensa que maltrato a su gatito.
—¿Que haces qué?, más bien no me digas tú qué nadie se hace cargo de tí.
—Oe, tú estás más pringao que yo. No niñito mimado, en este mundo no todo tenemos la suerte de nacer en cuna de oro. O aquella que nos mandan personas de buen corazón, como te pasa a tí. En mi caso, he conocido el sufrimiento desde mi etapa de cachorro, he Sido escuálido, y hasta que no mataba críos de gallinas, o pollos, o rebuscaba basura, no he comido. No he dormido con satisfacción.
—¿Qué?, no sabía que…
—Eso pasa cuando estás mucho tiempo encerrado. Ahora sí me disculpas, debo buscar comida.
—S-sí, claro.
El dálmata vió al perro chusco alejarse de él. Mientras tanto seguía recorriendo el barrio, pensando en sus palabras. Salió de su ensimismamiento cuando sintió un soplo de aire en su cola. Alguien le estaba olfateando el trasero.
—Hey, ¡Hey!. ¡Basta, qué haces!.
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