Por otro lado: Una niña (II)

Las horas, los días, las semanas, pasaban veloz. Aunque se habría acostumbrado solo un poco, de igual manera, la «valentía» no duraría mucho.

Por encargo de sus padres, como siempre, debía ir al jardín de niños.

—¿Se atreverían a ir por esa zona, durante la noche? —preguntó a sus compañeritos.

—Talvez —dijo uno, sosteniéndose el mentón_ creo que no, tengo miedo a la oscuridad.

—Yo sí me atrevería.

En ese instante en que la cálida luz del sol los envolvía, y pintaba el día, sentía que podría hacer posible lo que quisiera, sentía que era valiente, que la oscuridad no sería nada en ese momento.

E insistiendo la misma idea una y otra vez durante el día, se convenció de salir a media noche hacia la zona indicada.

Así que para cumplirlo y no acobardarse al acercarse la hora, ni bien llegó a casa se fue a dormir. Su madre no estuvo de acuerdo, pero terminó cediendo.

La alarma sonó precipitadamente, tocando una dulce melodía, sin embargo, para la niña fue la melodía más odiosa del mundo.

—¡Ya no me gusta esta canción!.

Apagó la alarma. Ya no era por temor a la oscuridad, que renunciaba a su misión, sino por querer volver a dormir.

Al parecer, la noche no estuvo en la misma posición. Dos horas más tarde, ordenó a sus vientos, fueran en contra de las ventanas de la habitación, haciendo que estas abrieran precipitadas.

Eso sobresaltó a chiquita, quien al sentir el frío en sus mejillas, se levantó para cerrar los ventanucos.

Cómo viendo a través de los cristales, la noche y esa zona, a la que debía explorar, se encontró a sí misma bajando las escaleras, abriendo el pórtico, sin saber muy bien lo que estaba haciendo.

El viento era aún más frío de lo que habría esperado su frágil piel. Al avanzar unos pasos, tras ella, el estruendoso golpe de la puerta al cerrarse, la sobresaltó una vez más.

No había marcha atrás, estaba afuera, en la oscuridad.

Espera... No estaba oscuro, la luna iluminaba todo, se veía el camino, el bosque que constituía la zona debida.

No sentía miedo, no sentía nada, solo veía el presente.

Ya dentro de lo que debía ser el bosque mágico, (así lo percibió) cada pasó que daba era más y más pesado, intentó retroceder, su cuerpo seguía avanzando, se agitaba más.

—Debo irme, ya cumplí, ¡ya déjame! —sintió como algo se deslizaba sobre sus hombros, por su espalda y terminó acariciando sus cabellos.— Q-qué e-ees...

No solo su cuerpo. No era capaz de emitir sonido, apenas salían gemidos.

Naturalmente podría tratarse de un pesar de sueño, siendo así, despertaría en cualquier momento. Je je, no sucedió.

Era real, lo que vió también lo era. Nadie lo entendería más que ella.

La lluvia comenzó su caída, las gotas punzaban su rostro infantil, la luna perdía su luz. Allí, ahora parada en medio de árboles, que emitieron sombras monstruosas, estaba firme como roca sin poder moverse, ni siquiera caer.

Hizo un esfuerzo por levantar la frente hacia el cielo, ya que no soportó más el escenario de abajo. Al menos podía calmarse viendo las estrellas.

Si los relámpagos comenzaban a hacer presencia, entonces los rayos vendrían pronto. —No me equivoco.

Cayó el primer trueno, el cual espantó sus oídos, el siguiente la dejó ciega por diez segundos, la tercera no se sintió mucho.

La quinta vino de sorpresa, y acompañada de un relámpago. Ella seguía mirando el cielo, pero cuando estas hicieron presencia, su vista periférica notó una figura enorme en frente, y cerca de ella, una sombra de poco más de dos metros.

Estaba demasiado asustada, bajó su vista y se encontró con la figura más temible que hubiese visto. Si lo hubiese comparado con los monstruos de sus películas, ellos quedaban como seres adorables, no obstante, esto era el mismísimo terror. La perturbación. Una mezcla perfecta.

Las gotas de lluvia, estaban siendo combinadas con las gotitas nacientes de sus ojos.

Con mirada roja luminosa, voz distorsionada, y malévola a oídos, le dijo:

—Necesito comer.

...Buen provecho....

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