11.2

—¿Y cómo se hicieron esos moretones? —preguntó Elena al ver como habían llegado los chicos.

—Fue Frank —respondió Lucien y Benjamín asintió apoyándolo.

—¿Otra vez? —murmuró su madre, acariciando la mejilla de Benjamín y luego abrazó a su ahijado.

Bastian y Corinne se hicieron presentes en la sala de la elegante casa. Caminaron hasta donde estaba su hijo.

—Señora Elena —saludó cortésmente el francés y miró a Lucien. La susodicha sonrió.

—Conde Bastian, tanto tiempo sin verlo —correspondió, apretando a Lucien en su pecho.

Corinne carraspeó y saludó con un beso en la mejilla a Elena. Sonrió y comentó—: Ha sido una mañana atareada, ¿verdad?

Elena abrió sus ojos color miel de par en par y negó frenéticamente.

—Claro que no, Condesa; si se trata de mis niños, no es una molestia —refutó mirando a Benjamín y sin soltar al Conde—. ¡Son mis bebés! —exclamó apretando aún más a Lucien y lo soltó solo para abrazar a su hijo.

Corinne soltó una pequeña risita al ver la cara de su hijo. Por su parte, Bastian no mostraba ninguna expresión, miraba la escena tan azucarada con indiferencia.

—Además, ya se acercan las festividades en el colegio y por supuesto estás invitado Lucien. Ni se te ocurra faltar —amenazó con una sonrisa la mujer de ojos color miel. Lucien asintió. Finalmente, soltó a Benjamín y acomodó su cabello castaño.

—Gracias por la invitación, señora Elena. —Alcanzó a decir Bastian. Elena lo miró con molestia y agarró su rostro.

—¡Debes sonreír más, Bastian! —aconsejó, mirándolo fijamente—. Ya sabes lo que siempre digo, “la vida siempre es mejor con una enorme sonrisa”. —Citó y lo soltó—. Y no quiero que contagies tu mal carácter a Lucien. — Refunfuñó y tomó la mano del chico.

—Es mi hijo-

—¡Vamos a comer unos helados! —interrumpió muy animada la esposa de Gerald. Bastian la miró fastidiado y ella le devolvió la mirada con el doble de fastidio. Corinne quedó estupefacta al ver semejante escena.

Elena tomó la mano de Benjamín y los tres salieron sin dar más explicaciones. Y a los pocos segundos apareció Gerald.

—Están todos muy serios aquí —bromeó el hombre dándole un golpe en la espalda a Bastian.

—Tenía que llevarme a Lucien —protestó el francés sentándose. Corinne, aún sorprendida por la actitud de Elena, también se sentó.

—Bastian, Lucien es aún muy joven para que lo lleves a tus reuniones. Déjalo que viva la juventud. —Sonrió Gerald pasándoles unos vasos con bebida.

—Tengo que hacerlo, si no mira en lo que se está convirtiendo; un descarriado. —Soltó y Gerald negó con una sonrisa. Dejó su vaso en la mesa de madera oscura y lo miró.

—Eres muy duro con él —comentó y se sentó junto a ellos en los sillones negros—. Cambiando de tema, ¿cómo te fue con el accionista? —preguntó cruzando sus piernas.

—Es patético —escupió y se desabrochó el botón del saco color gris—. Demasiado diría yo, pero de todas formas me vendió sus acciones.

—Uhm, ya veo. —Meditó Gerald y apoyó su cabeza en su mano cerrada. Unos segundos pasaron en silencio, lo único que se podía oír era el trinar de una avecilla. Una ventisca hizo sonar el ²llamador de ángeles que había puesto Beth hace unos años. El sonido armonioso se coló por la habitación y danzó entre los presentes, dejándolos anonadados por la hermosa melodía.

Corinne suspiró rompiendo todo el ambiente y abrió la boca—: ¿Y Beth? —preguntó rápidamente. Bastian masajeó su entrecejo por la interrupción.

—Salió con unas amigas, ya debería de llegar —respondió Thompson, mirando a Corinne. Ella enarcó una ceja mirándolo.

—¿No es malo que esté sola? —cuestionó la pelinegra, dejando el vaso en la mesa. Gerald sonrió luego de ver el disgusto asentado en el rostro arrugado del Conde. Bastian siempre fue así, o al menos los diez años que lo conocía; antipático. Esa misma antipatía lo había alejado de su hijo desde hace mucho y Gerald no comprendía el porqué de tanta amargura. Le Brun parecía siempre estar escondiendo un profundo dolor en su pecho y eso provocaba las arrugas en su frente y debajo de sus ojos. Y Thompson intentó, muchas veces, hablar de aquello que atormentaba a su amigo, pero él siempre evitaba el tema.

—Su escolta personal está con ella y además lleva todo un equipo en cubierto —explicó, sonriendo. Corinne bufó.

—Oh, por supuesto —contestó con obviedad la mujer. Ella se puso de pie tomado su abrigo. Miró a los hombres que la miraban intrigados y sonrió—. Iré a casa. No hace falta que me acompañes, Bastian —informó y salió dando firmes pasos. El taconeo resonó por toda la sala hasta que se perdieron en la lejanía.

—Es una mujer complicada, ¿eh? —comentó Gerald, dejando su vaso en la mesa.

Bastian ni siquiera le prestó atención, estaba ensimismado en sus pensamientos. Miraba el vaso de vidrio y pasaba lentamente sus dedos por los bordes.

Gerald estaba por hablar, pero lo interrumpió el chillido de su hija. Beth entró a la sala como un rayo y se tiró sobre su papá. Llevaba puesto un vestido blanco muy primaveral y unas sandalias del mismo color con grandes rosas en el centro. Su cabello largo y castaño estaba agarrado con una diadema de color rosa.

—¡Mi reina! —exclamó Gerald, abrazando a su hija. Ella se despegó de él luego de darle un beso en la mejilla y corrió a saludar a Bastian.

—¡Conde! —saludó Beth, también tirándose sobre Bastian. Él la recibió y abrazó correspondiendo el saludo.

—¿Cómo estás, Beth? —preguntó el francés con una sonrisa torcida. Nunca se le dio bien sonreír.

—¡Muy bien! —respondió ella con todo ese entusiasmo que la caracterizaba—. ¡Compré nuevos vestidos, zapatos y unos collares hermosos! —Gerald miró a Beth, no traía nada, por lo que se asustó al pensar que pudo haber olvidado las cosas en el local, pues ya había sucedido una vez. Sin embargo, todo se tranquilizó cuando apareció Ryan, el escolta de Beth, con muchas cosas sobre él. Apenas si llegó a dejarlas en la mesa.

—Siento que trajo toda la tienda, señorita Beth —comentó Ryan con una sonrisa. Gerald rio y Beth soltó a Bastian para ir en busca de sus cosas.

—No es tanto… —murmuró ella y sacó una bolsa muy bien decorada con papel azul eléctrico y un moño negro—. ¡Conde, le compré este regalo para usted! —agregó, entregándole la bolsa. Bastian la miró con detenimiento.

—¿Para mí? —preguntó aún sorprendido por tal gesto.

—¡Por supuesto! —contestó la pelinegra con una sonrisa calurosa. Volvió a donde estaban sus cosas y esta vez sacó una bolsa de color rojo con un moño dorado—. ¡Esta es para ti, Ryan! —El mencionado, quien ya estaba acostumbrado a que Beth le regalara cosas, tomó, con delicadeza y una sonrisa, la bolsa.

—Gracias, señorita Beth —agradeció, como siempre, el rubio y Beth le sonrió.

—¡No es nada, tú te mereces eso y más! —exclamó y siguió revisando sus cosas—. ¡Y esto es para ti, papi! —Sonrió, sacando una gran botella de vino blanco adornada con un listón y un moño.

Su padre rio y comentó—. Voy a esconderla de Benjie, ¿puedes creer que tomó vodka hasta quedar noqueado? —Beth lo miró con sorpresa.

—¿Erika tiene vodka en su casa? —cuestionó con incredulidad la joven. Su padre negó.

—No estaban con la niña Erika. —Beth lo miró con interés—. Estaban en la casa de Ethan Vasiliev —escupió Gerald con una sonrisa amarga.

—¡Oh, Dios mío! —vociferó la muchacha, tomando a Bastian por los hombros—. ¡Conde, dígame que no es verdad! —pidió la princesa, mirándolo fijamente.

—Es verdad, Beth… —suspiró Benjamín desde la puerta de la sala. Todos los presentes se giraron a verlo. Elena y Lucien también ingresaron. El chico francés tenía un helado de chocolate y vainilla en su mano, Elena traía otro de frutilla y Benjamín entró con un batido de chocolate y dulce de leche.

—¡Benjamín, enano, infeliz! —reprochó Beth, tomándolo por los hombros y agitándolo como si de una gelatina se tratase—. ¡¿Cómo pudiste hacer algo así?! —inquirió sin soltarlo.

—¡No estaba en mis cinco sentidos, fea! —se defendió Benjamín, alejándola y mostrándole el dedo medio—. ¡No molestes! —gruñó.

Beth lo miró ofendida por el comentario y se refugió en su padre, quien miró a Benjie con desaprobación. Él simplemente lo ignoró y buscó a su mamá, quien defendió a su niño mirando a Gerald con indignación. Este último rodó los ojos dándose cuenta de que, con Elena, nunca ganaría en una discusión.

Benjamín se percató de la falta de presencia de la madre de Lucien y no tardó en preguntar—: ¿Y… dónde está tu mamá, Lucien? —Su vista se puso en el francés que degustaba su helado. Él ni siquiera había oído a Benjie—. ¡Oye! —Llamó dándole un golpe en la cabeza.

—¿Qué quieres? —preguntó molesto, nunca era bueno interrumpir la comida del Conde.

—¿Dónde está tu mamá?—reiteró, Benjamín. Lucien lo miró hastiado.

—Ni idea —respondió rápidamente y se sentó junto a Elena—. ¿Tengo cara de adivino? —protestó dejando su helado de lado.

—¡Uh, eres un fastidio! —Soltó Benjamín, mirándolo con enojo.

—¡Hola! —exclamó sarcástico el francés. Bastian miraba con detenimiento la pequeña discusión de su hijo y Ben. Casi nunca hablaba con él.

—¡¿Disculpa?, pero yo no soy un amargado como tú! —aclaró Benjamín, cruzándose de brazos. El francés bufó y murmuró algo poco entendible, pues tenía ganas de vomitar.

—Han estado así desde que salimos de casa. Benjamín tropezó con sus zapatos y cayó sobre Lucien —explicó Elena con una sonrisa amplia.

—Es suficiente, chicos —sentenció Gerald y Benjamín miró a otro lado. Lucien intentaba no vomitar frente a todos, así que pidió permiso y se retiró al baño.

Una vez allí, vomitó todo lo que pudo haber o no comido. Fue mala idea comer un helado con resaca y ahora le estaba pasando factura. Intentó enderezarse cuando notó que su estómago estaba vacío, pero las arcadas volvieron. Se arrodilló agarrándose unos mechones de cabello que caían por su frente.

Finalmente, luego de escupir hasta su páncreas, se lavó la cara, manos y se enjuagó la boca. Abrió la puerta y vio a su padre despidiéndose de sus padrinos. Mi aventura llegó a su fin…, pensó el muchacho saliendo a rastras del baño.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Elena, acariciando la cabeza de Lucien.

—Mejor —respondió bajito y Elena sonrió.

—Cuídate mucho y, ya sabes, ven cuando quieras —agregó, dándole un beso. Lucien asintió y se despidió de Benjamín, Beth, Ryan y Gerald.

Caminó fuera de la casa y su padre iba detrás de él. Su guardaespaldas le abrió la puerta y subió a la camioneta blanca que llevaba el logo de su familia. Bastian subió delante, en la parte del conductor, y eso no le agradó a Lucien, no era una buena señal.

(…)

Aclaraciones:

¹Palazzo, es un tipo de pantalón que, en mi opinión, son muy veraniegos xdxd.

²Un llamador de ángeles es un pequeño amuleto por ponerlo de alguna manera. Es de plata y emite un hermoso sonido cuando es agitado. Se dice que, si lo agitas, avisas a tu ángel de la guarda que necesitas su presencia.

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