—Bien, me alegro de que le hayas dado una
paliza a Frank, pero quiero saber cómo terminaste en el váter, sentado y con
los pantalones abajo —gruñó Lucien, comiéndose las papas de Erika.
—No lo recuerdo, lo siento —Se defendió
Benjamín, recostándose sobre la mesa. Erika lo observó con duda—. Sé que estuve
con Frank, también que discutí con él y que luego apareció Vasiliev. Desde ese
punto, no recuerdo —explicó, expresando su confusión—. Bueno, más o menos. La
mayoría de mis recuerdos son confusos.
—Se puede explicar el cómo de que hayas
terminado dormido sobre el váter, pero ¿con los pantalones abajo? —cuestionó
Erika, quitándole las papas a Le Brun.
—¡Oye…! —Se quejó Lucien—. Esto está muy
raro —Agregó, tomando de nuevo las papas.
—Bueno, tampoco hay tanto misterio. Tal
vez, simplemente tenía ganas de orinar y pues me dormí —explicó Benjamín,
encogiéndose de hombros. Tomó su sándwich y le dio un gran mordisco.
—¿Sentado? —Inquirió Lucien sonriendo—.
¿Acaso eras chica y no me enteré? —preguntó con burla.
Benjamín pasó el sándwich lo más rápido que
pudo para contestarle a su amigo:—Estúpido —murmuró—. Bien, tal vez lo que
empezó siendo orina terminó en algo más..., una cosa llevó a la otra...
—Intentaba darse a entender. Erika lo miró asqueada y le lanzó un lápiz.
—Escuché demasiado de tus asquerosidades.
Es suficiente —demandó Erika, recogiendo su cabello en una coleta alta.
—¡Tu novio empezó! —Se defendió Benjamín.
—¡Tiene razón! —Apoyó Lucien. Los otros dos
miraron al francés con gran confusión y luego intentaron no reírse—. Mierda...
—susurró Lucien, dándose por vencido.
—Es hora de que vayamos al salón, las
clases están por comenzar —aclaró Benjamín y se puso de pie junto a sus amigos.
Y los tres se encaminaron al salón de clases entre risas y bromas.
(...)
—¡Muy bien, silencio! —ordenó la profesora
Cristal, quien impartía Educación Física—. Nos colocaremos en grupos de a dos y
seré yo quien elija a las parejas —Sonrió con malicia al escuchar la
exclamación de sus alumnos—. Entonces, empecemos —prosiguió:— Bethany Anderson
con Lucien Le Brun; Philips Brown con Thomas Jones; Samantha O'Kelly con Esther
Smith; Edgar O'Neal con Benjamín Fox; Erika Schelling con Edwin Wilson; Linda
Wilson con Dean Taylor y Aline Scott con Abel Rossi. ¿Falta alguien? —preguntó
la profesora, mirando al pequeño grupo de alumnos.
—Sí, no ha llegado O'Neal —respondió Erika,
sin una pizca de preocupación—. Esta mañana sí asistió a clases —confesó la
muchacha con un tono de malicia. Lucien sonrió por lo bajo junto a Benjamín.
Cuando quiere, puede llegar a ser una
verdadera pesadilla. Pensó Lucien orgulloso de su hermosa novia.
—Oh, perfecto. ¿Quién era su pareja? —Se
preguntó y revisó la lista—. Fox, usted no podrá seguir con la clase. Haré el
papeleo correspondiente para que lo sancionen —explicó Cristal, tomando su
silbato.
—Esto es una tragedia... —exclamaba
Benjamín, agarrando su rostro fingiendo tristeza. A mí no me importan sus
clases de educación física, señorita Cristal. Opinó.
—Tranquilo Benjamín, en el próximo
ejercicio participará, ya que es individual —Aclaró la profesora, afectada por
el drama de Benjamín—. ¡Ahora, a correr doce vueltas a la cancha, tomados de la
mano! —ordenó—. ¡Y el que no quiera me avisa, así lo descalifico! —Dejó en
claro y empezó a correr junto a los alumnos mientras contaba:— ¡Uno, vamos que
aún nos quedan once vueltas!
Este es mi día de suerte. Sonrió Benjamín
ante ese pensamiento.
De repente, Cristal, corrió hacia Benjamín
y le pidió que fuera en busca de las botellas con agua de cada uno para que se
hidrataran después de la entrada en calor.
Benjamín, con pesadez, subió las escaleras
que lo llevaban al segundo piso en donde estaba su salón, le daban un poco de
miedo los ascensores. El pasillo largo y algo tenebroso inquietó a Benjamín,
aunque siguió caminando.
— ¹ "Te llamé. Me llamaste. Brotamos
como ríos..." ¿Qué seguía? —Se preguntó Benjamín en voz alta, sin poder
recordar la siguiente oración de aquella poesía que leyó en algún momento.
Sus pasos se detuvieron cuando al final del
pasillo divisó a Edgar junto con un chico rubio de baja estatura. Se acercó un
poco más hasta que vio exactamente qué pasaba; Edgar se estaba besando con
Jonathan Guess, el hermano menor de Frank.
Jonathan se despegó de Edgar de un solo
salto y se ruborizó hasta las orejas en cuanto se dio cuenta de que Benjamín
estaba parado justo adelante de ellos.
Edgar, confundido, se dio media vuelta para
quedar en frente de Benjamín, quien lo miraba con desagrado.
— Dos días, Edgar, solamente dos días y ya
tienes las suficientes sanciones para que quedes fuera de esta institución
—habló Benjamín. Edgar suspiró y se encogió de hombros—. Esto va a ser más que
un escándalo, considerando que el chico con quien estabas teniendo una
agradable cita, no es nada más ni nada menos que Jonathan Guess —Aclaró
Benjamín sonriendo mientras miraba a Jonathan.
—B-Benjamín, tú no le dirás a mi hermano,
¿verdad? —preguntó nervioso Jonathan, jugando con sus manos.
—Eso no depende de mí, Jonathan, y lo
sabes. Edgar y tú se están saltando las clases, ¿qué crees que haré ahora?
¿Aplaudirlos? —respondió sarcástico Benjamín, cruzándose de brazos.
—Eres muy molesto —murmuró Edgar. Benjamín
bufó para luego sonreír maliciosamente.
—Lo sé y no me importa. Volviendo a lo que
importa, Edgar estás en un serio problema; la profesora Cristal quiere hacerte
un llamado de atención, yo te haré una sanción porque me haces perder el tiempo
y, agregando a esta lista, la sanción que te hizo el director, estás a un
llamado de atención de quedar oficialmente fuera de esta institución —explicó
Benjamín, sonriendo ampliamente.
—¿Entonces...? —preguntó Edgar,
encogiéndose de hombros. La mirada de Benjamín se tornó oscura y fría.
—No es que quiera ayudarte. Mucho mejor si
te quedas fuera, pero manchas mi reputación como Presidente del Comité
Disciplinario. Asiste a clases, jodido imbécil —Soltó con desagrado Benjamín,
pasados unos segundos carraspeó y volvió a sonreír—. Así, reconsideraré la
sanción —Finalizó.
—Lo haré, pero que quede claro que no lo
hago porque me lo dices, lo hago porque quiero —Aclaró Edgar antes de dirigirse
a las escaleras y perderse de la vista de los jóvenes que estaban en silencio.
Es más infantil que Beth y su amiga la
planta. Pensó Benjamín refiriéndose a Edgar.
—En cuanto a ti, Jonathan, no sé
exactamente qué suceda a partir de ahora así que regresa a clases y no vuelvas
a hacer otra estupidez — pidió Benjamín. Jonathan asintió enérgico y bajó
corriendo las escaleras. Esto me traerá problemas. Benjamín masajeó su
entrecejo y suspiró.
Caminó hacia su salón y tomó las botellas
para llevárselas de una buena vez a sus compañeros.
Finalmente, llegó a la cancha, vio que la
profesora estaba regañando a Edgar por lo que se acercó disimuladamente para
escuchar qué le decía.
Cristal tenía una mueca deforme en sus
labios y sus cejas se estaban chocando, su nariz se había arrugado y sus ojos
se abrieron de par en par.
—¡Joven Vasiliev, voy a dejar pasar su
osadía de saltarse mi clase y unirse a ella sin vergüenza, solo por esta vez y
porque es nuevo! —Advirtió la mujer rubia.
—Bien... —Asintió Edgar con una molestia
notoria.
Benjamín rio internamente mientras se
alejaba para entregar las botellas. Esto sí es divertido. Su alegría poco
disimulada atrajo la atención de Erika, quien corrió hasta chocar con Benjamín
y susurrarle:—¿Y...? ¿Cuál es el chisme? —interrogó codeando al chico.
—Bueno, solamente le dije a Edgar que
entrara a la clase porque sabía que la profesora le diría un montón de cosas —contestó
Benjamín, sonriendo.
—¿Y cómo lo encontraste? —preguntó
confundida Erika. Benjamín la miró con molestia.
—Ese imbécil se metió con Jonathan y ni
siquiera tuvo la delicadeza de esconderse; estaban en pleno pasillo —respondió
con desagrado Benjamín, mientras le pasaba su botella de agua.
—¿Guess? Eso sí es meter la pata —Se burló
Schelling, mirando discretamente a Edgar—. Ahora, el tarado de Frank vendrá a
hacerte un escándalo a ti. Aunque no tiene por qué —agregó con fastidio.
—Bueno, veré qué puedo hacer con ese patán
—habló Benjamín sonriendo—. O, al menos, lo intentaré.
(...)
Finalizada la clase de Educación física,
Benjamín se separó de sus amigos para ir a los baños. Estaba mareado y cansado.
Cuando ingresó, se dispuso a lavarse el rostro con agua fría, tal vez eso lo
ayudaría.
Maldita profesora, es un monstruo. Maldijo
internamente mientras secaba sus manos. Estaba por salir cuando Frank lo
detuvo, agarrándolo fuertemente del brazo y haciéndolo ingresar de nuevo a los
baños.
—¡Suéltame! —ordenó Benjamín, tirando de su
brazo. Frank lo ignoró y empujó contra la pared provocándole dolor al castaño.
—¿Sabías que Edgar estaba tramando
acostarse con mi hermano y lo ocultaste, o simplemente lo estabas ayudando?
—preguntó Frank, mirándolo mientras sus palabras penetraron la tranquilidad del
ambiente, volviéndolo tenso y sofocante. Benjamín no contestó. No es como si
estuviera muy equivocado con sus preguntas; él lo vio y no dijo nada, pero
tampoco es como si tuviese esa responsabilidad, no obstante, el joven príncipe
tampoco tenía intenciones de confesarle lo que había visto.
—Lo oculté —confesó Benjamín con
tranquilidad—. Además, no es mi deber contarte algo que tu hermano fácilmente
puede hacerlo —Agregó, restándole importancia al asunto.
—¿Por qué? —cuestionó el rubio, apretando
más a Benjamín contra la pared.
—Porque simplemente no es mi deber
contarte, ya lo dije. Y si no tienes alguna otra cosa que reprocharme, déjame
ir —ordenó Benjamín, empujando a Frank, quien tomó al chico por el cuello,
estrellándolo contra la pared. El príncipe soltó un quejido de dolor—.
¡Maldito...!
—Escúchame, Benjamín, no vuelvas a
ocultarme algo, a menos que quieras sufrir las consecuencias —Amenazó apretando
más el agarre sobre el delicado cuello de Benjamín.
— Ja'. — Soltó Benjamín—. N-no me amenaces,
¿q-quién te crees para hacerlo? A-Además, no obedeceré si no quiero, imbécil
—contraatacó con dificultad y luego escupió el rostro de Frank, quien hizo una
mueca de desagrado—. Eres... repugnante, tanto-
Benjamín cayó al suelo sin aviso y un ardor
casi insoportable se hizo presente en el rostro de Benjamín y todo por la
bofetada que le propinó Frank.
—No haces honor a tu apellido imperial
—Agregó el rubio para luego marcharse como si nada.
Benjamín, por su parte, aún algo atontado
se puso de pie y tocó su mejilla. Efectivamente, tendría una gran mancha morada
o verdosa mañana. Su labio se había partido, así que le ardía y sangraba.
Estúpido, ¿qué sabes tú de honor?
(...)
Erika caminaba relajada por los pasillos,
brincando de vez en cuando y murmurando versos de sus canciones favoritas.
Estaba feliz porque se acercaban las
vacaciones de verano y ella iría de campamento junto con Lucien y Benjamín. Se
detuvo cuando recordó que la biblioteca estaba del otro lado, así que dio media
vuelta y se encaminó a la sala. No muy lejos de ella se encontraba Charlotte
con la preocupación pintando su rostro.
—Hola, Erika —Saludó Charlotte, quien se
acercó a ella con rapidez. Erika se detuvo para corresponderle—. ¿Has visto a
Benjamín? —La pregunta vino de repente, impidiendo que Erika pudiese responder
al saludo, pero sonrió de igual manera.
—No lo veo desde que fue al baño. Pensé que
estaba contigo — Respondió Erika, mirándola.
—Hm, qué extraño —balbuceó Charlotte,
mordisqueando sus uñas por los nervios.
—¿Extraño? Benjamín suele desaparecer así
de vez en cuando —explicó Erika, sonriéndole para que se tranquilizara, pero
sucedió todo lo contrario. ¿Siempre fue así de nerviosa? Eso es malo—. Yo lo
iré a buscar a los baños y tú irás a ver si está en los patios, ¿bien? —propuso
y Charlotte asintió para luego marcharse. Erika cambió de destino y se fue
directamente a los baños, a los que entró sin vergüenza.
Buscó en todos los baños, cada cubículo y
nada, Benjamín no estaba. Sacó su teléfono y buscó en la lista de contactos a
su amigo para llamarlo. Unos pitidos molestos se escucharon hasta que una mujer
dijo: "Actualmente, es imposible comunicarse al número que ha marcado, por
favor intente más tarde".
Erika rechistó y sintió su teléfono vibrar,
era un mensaje de Benjamín.
Suspiró aliviada y luego de responderle a
Benjamín corrió en busca de Charlotte para avisarle.
(...)
Benjamín entró sigilosamente a la casa,
cerró lentamente la puerta y se introdujo en la silenciosa sala. Se sacó la
mochila para dejarla sobre el sofá y corrió al baño para verificar que, no
importaba cuánto quisiera ocultar el golpe, porque cada vez se hacía más
notorio.
De repente, los pasos de alguien bajando
las escaleras lo alertaron haciéndolo cerrar la puerta de golpe.
—¡Gerald! —gritó su madre asustada.
—¡No grites, mamá, soy Benjamín! —Anunció
el muchacho desde su escondite.
—Ay, niño del diablo —protestó su madre con
alivio—. ¿Qué haces aquí? Deberías estar en clases. Espera... —Se detuvo con
preocupación—. ¡¿Pasó algo?! ¡¿Estás bien?! —interrogó Elena, tocando la puerta
del baño donde se escondía su hijo.
—¿Qué sucede, amor? —preguntó Gerald,
llegando a la sala—. ¿Qué sucede? —Se preguntó cuando vio a su esposa pegada a
la puerta del baño.
—Es Benjie, salió temprano, pero no quiere
salir del baño —explicó con angustia Elena, mirando a Gerald.
—Benjamín, ¿está todo bien, hijo? —preguntó
el hombre, comenzando a preocuparse. Retrocedió cuando vio que Benjamín estaba
abriendo la puerta.
—B-bueno... —tartamudeó Benjamín hasta
salir completamente del baño, dejando a la vista su golpe y marcas en su
cuello.
Elena soltó un chillido de angustia al ver
a su hijo así y corrió a abrazarlo. Fue cuidadosa de no tocar las heridas del
chico. Por otra parte, Gerald se quedó estático y sin habla.
—Oh, mi bebé, ¿quién te hizo esto?
—sollozaba la mujer, acariciándole el rostro a Benjamín.
—Fue... Frank —confesó Benjamín, mirando al
suelo.
—No puede ser... —murmuró Gerald, mientras
sacaba su teléfono. Pasaron unos segundos mirándolo y tecleando algunas cosas
para luego llevárselo a su oído. Acarició la cabeza de su hijo y lo miró con
tristeza. Luego salió rápidamente al patio en donde se quedó hablando por
teléfono.
—Ven, cariño —habló su madre, tomándolo de
la mano para llevarlo a los sofás en donde se sentaron—. ¡Gisele! —llamó a la
mucama. Esta llegó rápidamente—. Hazme un favor y tráeme el botiquín —pidió la
mujer con gentileza.
—Enseguida, señora Elena —dijo Gisele y
corrió escaleras arriba luego de ver el rostro magullado de Benjamín.
Elena volvió a mirar a Benjamín para
agrandar su pena y unas pequeñas lágrimas amenazaron con salir de sus ojos.
—Mamá, no llores —pidió Benjamín,
abrazándola—. No es nada, así que no llores —explicó acurrucándose en su pecho.
Ella lo acunó suavemente mientras acariciaba su frente hasta que llegó Gisele
con el pedido y procedió a desinfectar las heridas de su hijo.
Gerald regresó a sala con un semblante
serio. Estaba molesto y bastante, pero se serenó para no intranquilizar a
Elena, quien ya estaba muy inquieta.
—Hablé con los Guess, mañana tendremos una
reunión —Informó el hombre, sentándose a un lado de Benjamín.
—¿Benjamín tiene que ir? —preocupó Elena,
mirando a su esposo—. Mira a mi bebé, está traumado —Agregó afligida.
—Si Benjamín no quiere ir, no importa
—explicó Gerald. Elena lo miró y suspiró—. Pero tendrá que ir Beth.
—Benjamín, ve a la cama, iré en un momento
—ordenó la mujer tirando el algodón con el que curó a Benjamín. El mencionado
hizo caso y subió rápidamente las escaleras hasta llegar a su habitación.
Gerald miró consternado a su amada y Elena
procedió a hablar:— ¿Qué harás? Yo, espero mínimamente, que canceles el
matrimonio con ese muchacho —opinó con molestia.
—Sí, haré eso. Solo espero que sus padres
no hagan mucho escándalo —Señaló con preocupación y molestia el hombre.
—Sabía que Frank no cambiaría y aun así
acepté este absurdo matrimonio —sollozó la mujer, buscando consuelo en los
brazos de su esposo—. Siempre fue de esta manera, lo hizo con Beth y lo dejé
pasar porque...
—No es tu culpa, Elena. Tranquila,
arreglaré este asunto —agregó Gerald, abrazando a Elena—. Hay algo que quiero
contarte, yo me enteré recién —habló en voz baja.
—¿Qué pasó...? —murmuró Elena,
reincorporándose.
—El hijo de los Vasiliev está en el colegio
al que asiste Benjamín y en la misma clase —comentó Gerald mientras acariciaba
las manos de Elena. Ella lo miró sorprendida y a la vez con una abrumadora
angustia.
—¿Cómo es eso posible? Nunca me agradó esta
enemistad, pero, para evitar problemas, decidimos mantener a Vasiliev lo más
alejado posible. Entonces, ¿cómo logró ingresar? —cuestionó la mujer.
—Su madre, Rebecca O'Neal, cambió el
apellido de su hijo por lo que no tuve otra opción más que dejarlo entrar
—explicó Gerald, limpiando las lágrimas de Elena.
—Ay, pobre niño. No tiene la culpa de nada
y aun así... —reprochó Elena entre sollozos.
—Lo sé, amor, lo sé.
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