—Bien, ya llegamos —informó Gerald, meciendo a Benjamín, quien se había quedado dormido—. ¿A qué hora te dormiste? —cuestionó el hombre, un poco molesto.
—Perdón… — Susurró Benjamín una vez que despertó totalmente. — Eran más de las tres. Creo. — Agregó reponiéndose en el asiento.
—¿Crees? —reprochó incrédulo el hombre y Benjamín lo miró, suplicando que no lo interrogara más—. Bien. Hablamos cuando vuelvas a casa. —Aceptó y le quitó el cinturón de seguridad. Benjamín se bajó e ingresó al establecimiento y, como era de esperarse, estaba vacío a excepción de la secretaria, quien se encontraba en su oficina.
Entonces Benjamín se dirigió a su salón, el cual se encontraba vacío.
Bien. Tampoco esperaba ver a un fantasma. Protestó para sus adentros, dejándose caer en una silla.
Sacó su celular y miró las redes sociales; una que otra publicación sin gracia y otras demasiado graciosas. Levantó la vista cuando escuchó la puerta abrirse y se arrepintió de llegar temprano al ver a Edgar ingresando al salón con pesadez.
—Pensé que ya no volverías —habló Benjamín, volviendo a mirar su celular—. O más bien, creí que no te dejarían volver —aclaró y sonrió amargamente.
—Yo también lo supuse hasta que mi mamá habló con el director —refutó Edgar en voz baja mientras se acomodaba en su asiento y prosiguió—. Todas mis faltas fueron borradas de mi informe —comentó mirando al frente, incrédulo.
Benjamín estaba igual o peor que Edgar y se levantó lentamente para acercarse a él.
—O sea… —Tragó duro y continuó— que todo lo que he hecho fue en vano. —Soltó Benjamín con una media sonrisa deforme. Edgar, intentando no reírse, cubrió su rostro apoyándolo sobre la mesa—. No lo encuentro gracioso, imbécil —atacó, mirándolo con rabia.
—Lo es y bastante —rebatió Edgar entre risas—. Te doy crédito, por eso —habló apuntando a Benjamín y se puso de pie frente a él—. Antes de que me salgas con el discurso de: “Eres un mocoso mimado”, te diré que mi madre vino sin que yo lo sepa. Ella recibió una llamada de tu papá y luego salió de casa —explicó e hizo un gesto extraño.
—Bueno, eso es correcto, ya que mi papá, prácticamente, controla todo lo relacionado con este colegio —aclaró Benjamín, algo confundido por las palabras de Edgar.
—¿Entonces…? —El mayor hizo un amague con sus manos y suspiró—. ¿Por qué llamó a mi mamá?
—¿Insinúas que mi papá te salvó el pellejo? —preguntó Benjamín sin creerlo y miró a Edgar quien solo se encogió de hombros respondiendo a su pregunta. — Estás mal. — Bufó cruzándose de brazos.
—Piensa lo que quieras —finalizó Edgar, mostrando las palmas de sus manos y luego se sentó. Acomodó un par de auriculares de color negro en sus oídos y se acostó sobre la mesa cubriéndose el rostro con los brazos.
Pasaron unos segundos antes de que Lucien cruzara la puerta y se quedara extrañado con la situación; Edgar recostado en su mesa y Benjamín parado y observándolo con un notorio enojo.
—Hola Ben… ¿Qué sucede? —susurró Lucien, una vez que estuvo cerca de su amigo.
—Nada bueno —respondió Benjamín, frunciendo el ceño. Lucien asintió y dejó su mochila junto a la del príncipe.
—Explícate —ordenó el francés, cruzándose de brazos. Benjamín suspiró con pesadez para luego sentarse. Lucien hizo lo mismo.
—Según lo que dice ese imbécil, mi papá llamó a su mamá para arreglar todo lo relacionado con él. —Lucien lo miró sorprendido y confundido. Benjamín rodó los ojos e hizo una mueca—. Todo lo que respecta al colegio, Lucien. —Soltó con obviedad el príncipe.
—¿Tu papá? —preguntó Lucien incrédulo, mirando fijamente a Benjamín.
—¡Sí! —contestó él.
—Bueno. —El francés soltó una carcajada—. Esto está muy mal —agregó.
—Sí, y lo suficiente como para querer tragar una bala —protestó Benjamín buscando su celular. Cuando lo encontró quiso llamar a su padre, pero recordó que había tenido una llamada urgente hace una hora y decidió dejarlo para más tarde.
—Cambiando de tema, hoy solo somos tú y yo —habló Lucien y sacó su computadora portátil—. Erika dijo que no vendrá, puesto que sus padres la llevarán a no sé dónde. —Benjamín miró al francés que hablaba tranquilamente.
—Escuché algo de eso. Es una reunión especialmente para ¹nobiliarios. —Lucien asintió sin entender y siguió con lo suyo—. Condes y marqueses. ¿No te suena? —insistió Benjamín, mirando fijamente a Lucien, quien levantó la mirada ante la pregunta de su amigo.
—Por supuesto que no. Que sea un Conde no significa que tenga que ir a esa reunión —explicó el francés con total normalidad—. Además, es una reunión exclusiva para norteamericanos y yo soy francés —finalizó para volver a mirar su computadora.
—¿Y Erika? ¡Cierto! Ella nació aquí —vociferó inquieto el príncipe.
—Sus padres son alemanes, ella nació en Washington. Al contrario de mí, ya que yo nací en ²Lyon —explicaba el Conde—. Por esa razón, Erika se ve en la obligación de participar en reuniones estúpidas. —Soltó con desprecio.
—Pensé que eras un chico de reuniones —habló Benjamín sonriendo.
—No —Negó casi inmediatamente. Lucien miró a Benjamín y volvió a negar—. No desde que me topé con un Duque muy grosero y casi lo desfiguro a golpes. —Benjamín quedó sin palabras y boquiabierto. Nunca había escuchado de eso y Lucien jamás mencionó nada a él ni a Erika.
Benjamín abrió la boca para decir algo, pero dos compañeras ingresaron al salón y decidió callar. Además, notó que Edgar había escuchado todo y eso lo puso de mal humor.
(…)
—Sí. Es cierto que el informe de Edgar fue purificado —respondió Ava, haciendo comillas con los dedos. Ella se puso de pie y caminó hasta una de las tantas bibliotecas de la sala—No sé por qué, pero así fue. Naturalmente, también estoy sorprendida —comentaba con su voz susurrante y apagada, algo característico de ella.
Benjamín suspiró y continuó llenando otros informes mientras que Ava buscaba un libro. Vénus y Charlotte se hicieron presentes en la sala. Ambas llegaron riendo y bromeando.
—Oh. Benjamín y Ava. —Señaló Vénus con una amplia sonrisa—. Llegaron temprano. —Sonrió aún más y los mencionados también sonrieron a modo de saludo.
Charlotte, por su parte, fue directo a su escritorio en busca de los papeles de Edgar para mostrarle a Benjamín.
—Mira esto. —Benjamín observó los papeles que yacían en las manos de Charlotte y quedó confundido. Era el informe de sanciones de Edgar y todas habían quedado anuladas. Lo más raro era que, no fue el director quien las anuló, sino Gerald Thompson, su firma estaba en el papel.
—Sí… —suspiró Benjamín con una media sonrisa forzada—. Fue mi papá quien llamó a la mamá de Edgar para anular todas las sanciones. —Soltó con decepción y molestia—. No pensé que haría eso.
—Tendrá sus razones —animó Vénus, tocando el hombro de Benjamín. Él sonrió y continuó con sus tareas al igual que sus compañeras.
(…)
Las clases habían finalizado y Benjamín junto a Lucien salieron al patio. Estaban esperando a Erika. Minutos antes, la morena pidió que ambos chicos esperasen por ella en la entrada.
—¿Te dijo cuánto tardaría? —preguntó Benjamín tomando su celular y mirando a su amigo.
—Unos diez minutos, más o menos —respondió él con una sonrisa.
—Veo que estás de mejor humor. —Sonrió Benjamín palmeando al francés y este lo miró con tristeza—. ¿Qué sucede…? —preguntó rápidamente con preocupación.
—Sé que debí contarles sobre la reunión, pero, cuando tuve la oportunidad para hacerlo, simplemente no pude —comentó Lucien en voz baja. Él estaba angustiado y su rostro prácticamente lo gritaba—. Sabes, aquel día cometí un error, el peor. Hasta el momento, me arrepiento de lo que hice. No fue lo correcto, no es lo que un Le Brun hace —explicó y sonrió al final—. Mis padres me lo recuerdan cada vez que hay una reunión y es por eso que no asisto. Yo… —susurró en un hilo de voz—, ya manché mi apellido.
Benjamín lo miró y luego sonrió.
—Por supuesto que no. Lo que hiciste, lo hiciste por algo y está bien. Tú jamás golpearías a alguien que no se lo mereciese —animó el príncipe, con una amplia sonrisa—. Eres él Le Brun más leal, honesto y genial que he conocido. Y sí, tal vez cometiste un error, pero eso te hace humano, nos hace. Estamos destinados a fallar y a tropezar, es nuestra naturaleza, pero también contamos con la capacidad para resolver o reparar aquellos errores. —Benjamín suspiró y luego miró a Lucien quien lo observaba detenidamente.
—Increíble. Es impresionante como logras poner sensible a alguien —habló Lucien y soltó una carcajada—. Y muchas gracias, amigo. No sé qué haría sin ti —agradeció, dándole palmaditas en la espalda a su amigo.
—Sé que me amas, Conde. Sin mí estarías probablemente perdido —bromeó el más bajo y ambos rieron hasta que su amiga llegó.
—¡Hey! —saludó Erika, mirando a los dos chicos—. ¿Qué onda, patos? —preguntó, dejando a los muchachos desconcertados.
—¿Patos? —inquirió Benjamín.
—Sí, porque se les deben de haber hecho planos los pies, de tanto esperarme —aclaró Erika y empezó a reír descontroladamente.
—No es gracioso, Erika —protestó Lucien con una notoria seriedad.
—¡Oh, vamos! —suplicó la chica—Bueno, no importa. Vámonos, quiero mostrarles algo inquietante —habló con voz tétrica y volvió a reír.
Los tres corrieron hacia la camioneta familiar de Erika.
—¡Pido adelante! —gritó Benjamín y luego abrió la puerta del copiloto. El chófer lo saludó y Benjamín devolvió el saludo.
—Maldición. Siempre nos gana —sollozó Erika, subiendo a la camioneta. Lucien imitó a su novia y se sentó junto a ella.
—¿Cómo estás, Greg? —preguntó Lucien, refiriéndose al chófer, quien no tardó en responder.
—Muy bien, joven Lucien, ¿y usted? —Sonrió el hombre pelirrojo.
—Perfectamente. —Sonrió el francés—. ¿Y Deana? —Quiso saber, mientras Greg ponía en marcha la camioneta.
—Esa niña no para de preguntar por usted, joven —Rio Greg y prosiguió—. Ella está bien, un poco desanimada.
—¿Y eso? —interrogaron los tres al unísono.
—Quiere obtener una beca para estudiar en la Universidad de Nueva York y tiene miedo de no conseguirla —respondía el hombre sin quitar la vista del camino.
—¡Claro que lo conseguirá! —afirmó Erika, tomando la mano de su novio—. Digo, ella es superinteligente. No cabe duda que lo conseguirá.
—Muchas gracias, señorita Erika. Ella siempre aprecia sus palabras. —Sonrió Greg.
—Ella es mi amiga y tengo que apoyarla —habló Erika, sonriendo ampliamente.
Una vez en la mansión de los Schelling, Benjamín y Lucien dejaron sus cosas en la habitación de Erika, quien, apenas llegó, corrió en busca de su nana.
—Qué extraño… —susurró Lucien y Benjamín lo miró confundido—. Ella dijo que nos mostraría algo interesante, inquietante y espeluznante, ¿verdad? —preguntó revisando debajo de la cama con sábanas color lavanda. El príncipe hizo una mueca deforme y luego se sentó en la cama junto a su mochila.
—Bueno… ella no lo dijo exactamente así, pero sí —asintió Benjamín, sacando su celular de la mochila.
—¡Bien! —exclamó el Conde—. Debe tener preparada una broma que seguramente involucrará seres infernales con pelos y nueve vidas —aseguró el francés y el rostro de Ben prácticamente se desfiguró al intentar aguantar su risa.
—Te refieres a los gatos, ¿no? —habló entre risitas el príncipe.
—Uh… probablemente. —murmuró Lucien con duda y meciéndose—. ¡Claro que hablo de gatos! —gruñó entre dientes, mirando al príncipe.
—Eres un miedoso… —Se burló Benjamín pinchando al francés con una lapicera—. Un miedoso que le teme a los gatitos. —Se retorcía de risa el príncipe sin dejar su tono burlón.
—Cállate Benjamín —ordenó Lucien y frunció el ceño.
—Bueno… no me callaré, pero dejaré de burlarme de tu terror a los gatitos —pidió Benjamín, con la cabeza ladeada y ganándose una mirada asesina por parte de su amigo—. ¡Cierto! —exclamó de repente espantando al Conde—. Adopté a un gato bastante grande. Es pequeño pero grande… —contaba sin entenderse él mismo. El francés lo miró en un intento de entender lo que había dicho.
—O es grande o es pequeño-
—Es bebé, pero, para serlo, es de tamaño grande —interrumpió Benjamín, explicando la situación.
—Oh, ya veo —agregó con cara de póquer. Benjamín se limitó a reír por lo bajo y luego se puso de pie.
—Tenemos que hablar sobre la fiesta de Jonathan. —Cambió de tema Benjamín, con un semblante serio—. Como sabemos, la fiesta es de disfraces y yo voto porque nos vistamos como los tres chiflados —propuso caminando de un lado a otro como si de una exposición del colegio se tratase.
—Tentador… —Señaló el francés, acariciando su barbilla con el dedo índice.
—Es una idea tan brillante que Einstein se debe estar retorciendo en su tumba —agregó con orgullo el príncipe.
Erika entró de un salto en la habitación asustando a los dos chicos que la miraron con molestia.
—Perdón —se disculpó sonriendo maliciosamente. Luego salió rápidamente de la habitación y volvió a entrar con una bola de pelos en sus manos—. Ella es Duquesa —mencionó y dejó a la gata en su cama. Era una muy señorona gata de gran pelaje color blanco y un collar de cristales muy hermoso.
—¡Lo sabía! —exclamó Lucien y, de un salto, se escondió detrás de Benjie.
—¿Duquesa? Le queda muy bien —halagó Benjamín, acariciando a la minina.
—Le puse así por la gata que aparece en los ³Aristogatos, la película de Disney. Una verdadera obra de arte —explicaba, mirando, a Benjamín—. Pero es algo cascarrabias, así que me recuerda mucho a la gata ⁴Pom-Pom de Cenicienta, otra joyita de Disney. —Sonrió.
Lucien asintió e intentó acariciar a Duquesa, pero esta bostezó y espantó al Conde que salió despavorido de la habitación.
—¿Y de qué hablaban antes de que entrara? —preguntó Schelling abriendo su placar, ignorando momentáneamente el hecho de que su novio saliera corriendo de la habitación.
—De la fiesta de Jonathan —respondió Benjamín, frunciendo el ceño. Erika asintió y sacó varios vestidos para mascotas de un cajón.
—Es de disfraces, así que… deberíamos llevar los disfraces que utilizamos en primer año de colegio. ¿Recuerdas? —Se giró y miró al chico sentado tranquilamente—. Tuvimos que dar una pequeña clase para los nobles infantes acerca de la importancia de comer vegetales. —Soltó una carcajada y su mirada se perdió—. Yo era la langosta, tú el vegetal verde que nunca nadie se quiere comer y Lucien la buena zanahoria. —Volvió a reír y dejó los trajes sobre la cama.
—¡Tenemos que ser, una vez más, el trío vegetal para esa fiesta! —animó Benjamín, saltando en la cama de Erika.
—¡Hay que decirle a Lucien! —vociferó eufórica y salió corriendo de la habitación.
Esa tarde, el trío de verduras se quedó planificando la entrada más llamativa para la fiesta de Jonathan.
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Comments
Faty Kaneki
muy bravo mi conde pero muy cobarde con una pequeña bola de pelos jajajaja
quien lo diría !
2023-07-08
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