El bullicio del comedor despertaba a cualquiera; cuchicheos por parte de los hermanos, Benjamín y Beth, los comentarios de la señora de la casa, Elena y las respuestas del señor Gerald. Las mucamas, Gisele y Amanda, se encargaban de asear la casa mientras que el mayordomo, William, servía el desayuno.
—Niños, silencio —Pidió la mujer amablemente, los dos jóvenes la miraron intrigados; no era muy usual que les pidiera silencio. Tomó un sorbo de su matutino té de limón y prosiguió: —Hoy, como ya sabrán, tendremos el placer de recibir en la casa a sus abuelos, así que, por favor, no vayan a hacer esas bromas que tanto le molesta a su abuela Rose —La mirada de Elena se clavó en los chicos que miraban de mala gana. Ellos odiaban la visita de sus abuelos por una sola razón; detestan el constante agarre de sus mejillas por parte de la abuela Rose.
—Mamá… —protestaron al unísono los dos. Su padre, que tomaba café y leía unos archivos de su empresa en su celular, los miró y carraspeó. Esto provocó que los niños dejaran de rezongar.
—Nada. Ya escucharon a su madre —Acomodó su corbata sin dejar de mirarlos—. Se comportan como los nobles que son — Beth y Benjamín se miraron y rodaron los ojos. Siguieron con su desayuno que consistía en un simple sándwich de jamón cocido acompañado de café para Benjamín y una ensalada de frutas con un batido de naranja para Beth.
—Se me quitó el apetito —refunfuñó el más pequeño empujando su plato. Miró a Beth, ella entendía lo que quería decirle con tan solo una mirada, sonrió por lo bajo e imitó a su hermanito.
—A mí también —soltó quejosa y se cruzó de brazos.
Sus padres los miraron intrigados por la actitud tan infantil que estaban teniendo. Elena tomó su taza y bebió el contenido con una expresión serena. Cuando terminó sonrió siniestramente.
—Muy bien, entonces, ninguno de los dos irá a la fiesta de mañana de la jovencita Schelling —decretó hostil—. Se comportan y se acaban ya el desayuno o ninguno saldrá de esta casa por todo el fin de semana. La decisión está en sus manos, hijos míos —finalizó con una amplia y juguetona sonrisa que tanto caracteriza a Elena.
—¡Oh, por Dios! —alarmó Benjamín con exageración—. ¡¿Estás… estás amenazando a tus propios hijos?! —chilló y se levantó, tomó su mochila y prosiguió—. Lo que me faltaba, que mi madre me amenace —soltó ofendido—. Le pediré a Richard que me lleve al colegio —informó molesto y se dirigió al jardín en donde estaba Richard, el chófer y guardaespaldas de Benjamín. Ignoró las demandas de su padre, obviamente molesto y se acercó al chófer.
—Richard… —murmuró Benjamín, jugueteando con sus manos—. Llévame al colegio —pidió mirándolo con la expresión más tierna que podía poner Benjamín.
—Lo siento, señorito. Mientras su padre no me lo pida, no podré llevarlo a ningún lado —explicó el hombre sonriendo.
—¡Benjamín Fox, vuelve aquí! —ordenó furioso Gerald mientras salía del comedor encolerizado—. ¡Ahora sí, estás castigado! —Le informó rojo de la rabia. Se acercó a Richard y le dio órdenes de preparar el coche, mientras, él, arreglaba los asuntos pendientes con su hijo. Benjamín lo miró desafiante, justo como lo haría Elena. En ese momento, Gerald quedó sorprendido, no podía ser tan idéntico a su madre—. Termina el desayuno y arréglate que en veinte minutos nos vamos.
—No pienso ir al colegio contigo. Estoy muy molesto —dijo dándose media vuelta. Justo la misma escenita que Elena le hacía de vez en cuando, sobre todo, cuando ella estaba furiosa, lo cual no era usual.
—No te estoy preguntando —aclaró con una voz grave y rasposa que provocó que Benjamín se tensara—. Ve a terminar ese bendito desayuno y arréglate. No pienso volver a repetirlo —ordenó apuntando al comedor mientras que Benjamín seguía mirándolo con firmeza.
—¡Aj, me molesta! —gruñó el pequeño y corrió hacia dentro de la casa dando un portazo en cuanto entró—. ¡Me molesta! —Volvió a rugir. Su padre soltó una risita y también volvió a la casa para terminar de desayunar.
El silencio sepulcral de la mansión, el poco movimiento y desayuno solitario hacían del verano un invierno con sol.
—Su madre no podrá desayunar con usted, joven —informó Stella, la secretaria que siempre repetía la misma frase—. Pero-
—“Prometió estar para el almuerzo” —Completó la frase con desgano y resopló porque sabía que esas promesas jamás se cumplían. Se puso de pie y tomó su mochila—. Haz lo que quieras con el desayuno, no tengo hambre —Recogió su teléfono y el dinero que estaban sobre la mesa, y se encaminó al porche. La mujer trajeada de ojos color almendra siguió al adolescente que salió arrastrando los pies—. Ah, y dile a mi mamá que no me espere para almorzar. Iré con papá, al menos él sí cumple —murmuró subiéndose al coche en donde ya lo esperaba el chófer para llevarlo a su nuevo colegio—. Eh… uno más —soltó entre dientes y se colocó el cinturón de seguridad.
—¿Está listo, joven Edgar? —preguntó como todos los días, el hombre que estaba acomodándose en su asiento. Edgar contestó con un simple “ajá” mirando por la ventanilla.
Todo igual, sin entretenimiento, monótono. Pensaba mientras veía cómo iban camino al colegio más famoso para la nobleza. ¿Por qué de la “nobleza? Es molesto que siempre te hagan parecer especial o superior. Suspiró con pesadez e intentó pensar en otras cosas mientras que, el tiempo transcurría tan lentamente, él iba observando con detenimiento los detalles elegantes y soberbios de las casas vecinas. Ya van… doce... Contaba los árboles el príncipe. De repente el coche se detuvo en un imponente edificio de arquitectura moderna y elegante.
—Llegamos, joven Edgar —El mencionado se sentó bien para poder sacarse el cinturón y así salir del auto. Eso fue rápido—. Hoy vendrá su madre a recogerlo —avisó el chófer antes de que Edgar cerrara la puerta.
—Dile que no venga —respondió Edgar. Cerró la puerta y subió las escalinatas que llevaban a la puerta delantera. Una vez dentro del colegio, inmediatamente, una mujer rubia con anteojos y papeles en su mano, lo recibió.
—Buenos días, joven Edgar —Lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Qué tienen de buenos?
—Buenos días… —Devolvió el saludo sin la sonrisa, él detestaba fingir sentir algo que no sentía y, una sonrisa en esos momentos no iba a salir de él.
—Soy la secretaria general del colegio, mi nombre es Ximena. Te guiaré para que conozcas los alrededores y te vayas familiarizando con tus compañeros. Además, iremos a la sala del consejo estudiantil y así conoces al grupo de compañeros que te ayudarán en todo lo que necesites con respecto a la institución y tu comodidad —Dio media vuelta y empezó a caminar—. Sígame, príncipe.
— Ah… —¿Y si no quiero? Pensó entrecerrando los ojos—. ¡Bien! —soltó en un suspiró de resignación y siguió a Ximena.
La mujer rubia abrió la puerta de una sala bastante grande con ventanales y grandes bibliotecas. Había una mesa en el centro y unas cuatro sillas la acompañaban.
—Esta es la sal del consejo estudiantil. Aquí están los mejores alumnos de esta institución y su comportamiento es impecable. No se encuentran ahora porque es muy temprano, pero te diré sus nombres y las clases a la que asisten —Abrió su carpeta y sacó varios documentos—. La presidenta es Charlotte Smith y la vicepresidenta Ava Wilson, ambas de último año. El primer secretario Benjamín Fox, quien también es presidente del comité disciplinario de tercer año. Y, por último, la segunda secretaria Vénus Petit, vicepresidenta del comité disciplinario, de segundo.
—Bien… —respondió Edgar, sin dejar de mirar el suelo buscando algo que no le aburriera tanto.
—Perfecto. Esto es todo por hoy, mañana te llevaré a la oficina del director —Edgar asintió lentamente—. Te llevaré a tu salón.
—No puedo creerlo… —protestaba Benjamín mirando el papeleo que le entregó Charlotte. Todo eso se debía al ingreso de un nuevo alumno a la institución y justo en la clase de Benjamín.
—Hermanito mío… ¿Tan trabajador? —Se burlaba la princesa mientras pinchaba las mejillas de su irritado hermano.
—¡Jódete, Beth! —exclamó histérico Benjamín dándole un manotazo a su hermana para que lo dejara en paz.
Su padre les regaló un coscorrón a ambos y se despidió de ellos. Los hermanos entraron al colegio y luego se encaminaron a sus respectivos salones.
Benjamín ingresó a su salón y como de costumbre, todos estaban siendo ruidosos. Para Benjamín, no era nada nuevo, estaba acostumbrado al bullicio.
—¡Benjamín, eres el primero en los exámenes! —comentaba emocionada la joven Marquesa y mejor amiga de Benjamín, Erika Schelling. Esta Marquesa de cabellos y ojos oscuros, y de una singular belleza, siempre ha sido así de entusiasta y sonriente. Siempre firme y dispuesta a todo por sus amigos.
—Obviamente. Tú quedaste en el tercero y eso es genial —agregó sonriendo el príncipe. Ambos se sentaron para esperar al novio de Erika y mejor amigo de Benjamín.
Pocos minutos pasaron hasta que ingresó el mencionado con esa altanería muy característica del muchacho.
—Benjamín, Benjamín, siempre ganándose el primer puesto en todo —anunció su llegada, Lucien Le Brun. Un Conde francés egocéntrico y guapo. Sus rasgos masculinos bien definidos lo habían hecho de mucha fama en el colegio.
Lucien arrojó su mochila a su mesa para luego ubicarse junto con su amigo y novia.
—Yo sé, bueno tengo mis dudas, pero algún día me ganarás—bromeó Benjamín mirándolo. El Conde bufó y sonrió.
—Por supuesto que lo haré, no lo dudes. Soy un Le Brun después de todo. —La familia Le Brun siempre destacó por su linaje de antiguos guerreros que defendieron y dieron su vida por la reina Analyse, quien gobernaba hace mucho tiempo lo que es hoy en día Francia. Para Lucien, ser descendiente de tan honorables guerreros, era simplemente un honor y jamás dejaría que el apellido Le Brun se manchase.
—Lucien, quiero ir por un vestido esta tarde para la fiesta de esta noche. Sabes que a mis padres no les gustó el último —comentó Erika, mientras arreglaba su uniforme y terminaba de saborear el capuchino que había comprado minutos antes en la cafetería del colegio—. ¿Me quieres acompañar?
—Claro, además tengo que mandar a hacer un nuevo traje. Al último, Benjamín lo arruinó —soltó en un tono de reproche el Conde. Benjamín lo miró con sorpresa e indignación fingida.
—Oh, vamos. Tú estabas ebrio y yo solo quería ayudarte, luego vomitaste y te manchaste. Esa noche tuve que llevarte de a caballito porque no te podías parar ¿recuerdas? —alegó en su defensa Benjamín y el trío se echó a reír.
Pararon en seco cuando al salón ingresó el rubio más detestado por los tres. Frank Guess, un príncipe no imperial al que siempre le encantaba pasar por sobre todo sin importarle nada. Además, Frank es actual novio de su hermana y futuro esposo.
—No puede ser —murmuró Erika tapándose el rostro con su mano.
Frank ignoró a todos y se dirigió especialmente a Benjamín.
—Buenos días, cuñado. —saludó burlesco provocando a Benjamín, ya que él no está de acuerdo con el compromiso de su hermana y Frank. Benjamín siempre sospechó de él y de sus intenciones con su hermana mayor. En cuanto a sus amigos; a Lucien, Frank siempre le pareció un desleal e hipócrita, además de que el rubio jamás hizo un intento de demostrar lo contrario por lo que el francés lo detesta, y a Erika solo le cae mal porque es odioso.
El compromiso fue un gran alboroto al principio y luego todo se calmó. Sin embargo, ese odio de los tres jamás desapareció y Frank lo sabe por eso no pierde la oportunidad para que ese odio crezca más y más.
—Contigo aquí, no existen días buenos —gruñó Benjamín, poniéndose de pie—. Cierto; Guess, este no es tu salón y las clases están por comenzar, ¿quieres una sanción? —preguntó amablemente el príncipe.
—Siempre tan frío… —suspiró frustrado y se puso de pie dispuesto a irse, no sin antes acabar con el buen humor de Benjamín, pero sobre todo para hacer enojar a Lucien—. Me voy, pero antes tengo que darles esto —comentó soltando unas tarjetas sobre la mesa—. Están invitados a la fiesta de cumpleaños de mi hermano. Mi intención no era invitarlos, pero mi hermano y futura esposa los quieren ahí —finalizó y salió del salón sin decir más.
—¡Maldita sea! —escupió Lucien, dejándose caer sobre su asiento—. Mis padres me hablaron de esta fiesta que están organizando para Jonathan. Les dije que no iba a ir, pero me tienen amenazado —comentaba el francés con molestia.
—Bueno… —soltó en un suspiro Erika, tomando su invitación—. Yo también iré. Los Schelling, como los fundadores de las empresas más grandes de organización de eventos, están obligados a ir. Además, la mamá de Frank fue a hablar con mis padres hace dos días. Es obvio que quieren que nuestras empresas e instalaciones manejen la fiesta de su hijo —explicaba la joven mientras se abanicaba con la tarjeta.
—Supongo que estamos todos obligados a ir —murmuró Benjamín, tocándose la cabeza. De repente recordó los papeles que le había entregado Charlotte cuando llegó—. ¡El papeleo! —gritó revolviendo sus cabellos.
—Te ayudaremos —sonrió Erika tomando los papeles, Lucien la miró sorprendido—. Sí, tú también ayudarás Lucien.
— Bien… —Suspiró resignado y se recostó sobre la mesa.
—Gracias, chicos —agradeció el príncipe.
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Comments
Mix Mix
Me está gustando mucho la historia, 😃
2024-07-27
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Mix Mix
Y solo mides 1,55 mientras que el conde superaba el 1,8 /Toasted/
2024-07-27
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Mix Mix
Me identifico /Grievance/
2024-07-27
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