09

La fiesta, por obvias razones, se vio interrumpida y muchos estaban dejando el salón. Otros, como Benjamín y sus amigos, estaban curando sus heridas. Minutos antes, Benjamín, Lucien, Edgar y Erika se deshicieron de sus disfraces, pues les resultaba incómodo en esta situación. Los pobres disfraces fueron dejados al cuidado de los guardaespaldas.

—¡Ay! —se quejó Benjamín, quien estaba siendo curado por Ava mientras que Erika limpiaba la herida del brazo de Lucien.

Vénus estaba parada junto a Edgar, ambos solo hacían de espectadores.

—No seas llorón, Benjamín —protestó Ava, colocándole la tirita de Edgar. —Ya está. Aunque, sinceramente, el golpe de tu rostro cada vez se ve peor —sinceró, tocando suavemente el gran bulto color morado que se le había hecho a Benjamín debajo de su ojo.

—B-bueno, al menos no terminé con un brazo roto como Lucien —habló Benjamín, apartando la mano de Ava de su rostro.

—No está roto. Posiblemente, sea solo una fisura —rebatió el francés. Su brazo estaba apoyado en la mesa y se había puesto de un color verde, al principio, pero luego se tornó oscuro y empezó a dolerle de manera insoportable. Finalmente, llamaron a una ambulancia—. Pero duele mucho…

—Lucien, Frank te arrojó con la fuerza para hacerte más que una fisura —señaló Erika—. Es un milagro que no te haya partido la cabeza. Ese tipo es un animal, ¿cómo se le ocurre arrojarte de esa manera? —reprochaba la Marquesa.

—Tienes razón. Además, ¿qué le sucedía? Estaba cegado del enojo —agregó Ava, lavándose las manos.

—Estaba drogado —respondió Edgar, ganándose la atención de todos—. Casualmente, lo crucé en el baño momentos antes y lo encontré metiéndose algo por la nariz —explicó, cruzándose de brazos.

—Qué específico… —murmuró Lucien—. Pero, ¿drogado? Me sorprende eso de Frank —cuestionó, levantando una ceja. Edgar lo miró con recelo y suspiró.

—Bueno, es lo único que puedo decir —se defendió el muchacho. Lucien rodó los ojos—. Imbécil… —murmuró Edgar, esperando que el francés no lo escuchara. Pero no fue así, y en cuanto ese comentario llegó a los oídos de Lucien, este se abalanzó sobre Edgar.

—¡¿Qué dijiste, príncipe de mierda?! —gruñó el Conde, tomando a Edgar de las solapas de la capa del disfraz. Las chicas saltaron al escuchar la pelea. Vénus retrocedió y Ava se acercó a ellos. Erika y Benjamín no prestaban atención.

—¡¿A quién llamas mierda, hijo de perra?! —bramó Edgar, sujetando los brazos del Conde.

—¡Ya dejen de pelear! —intervino Ava, interponiéndose entre ambos y ellos la miraron—. ¿Qué no tuvieron suficiente con lo que acaba de ocurrir? —protestó y los empujó a los dos. Luego de calmarse, miró a Lucien—. ¿Tu brazo ya no duele? —le preguntó.

—Al contrario, ahora me duele más —contestó Lucien, mirando a Edgar. Este le sacó la lengua y se dio media vuelta. Le Brun, debido al enojo que crecía en él, empezó con un tic en su ceja; palpitaba bastante—. Voy a matarlo… —susurró.

Ava y Vénus suspiraron, ambas estaban muy cansadas.

—Haré que mi chófer nos lleve —habló Ava, mirando a Vénus y ella sonrió—. Chicos, nos vamos por el momento. Vénus está algo mareada y asustada, así que la llevaré a su casa —explicó, sosteniendo a Vénus.

—Está bien, no te preocupes. Vayan tranquilas, cualquier cosa les avisaremos —informó Benjamín con sus pulgares arriba, en señal de que estaba todo bien.

—Sí, yo también me retiro —anunció Erika, mirándolos con pena— Mis padres me llamaron hace unos minutos y quieren que regrese a casa —se excusó tomando su mochila.

Las chicas se despidieron y salieron del baño. Los muchachos quedaron boquiabiertos, sin saber qué decir.

—Bueno… —Soltó Benjamín, poniéndose de pie—. Creo que deberíamos ir hacia la puerta por si llega la ambulancia —propuso.

Lucien negó repetidamente. Edgar y Benjamín lo miraron con extrañeza.

—Nunca llamé a emergencias —confesó el francés con una sonrisa pícara en su rostro.

—¡Lucien! —protestó Benjamín.

—¡No te enojes! —pidió el Conde, tomándolo de los hombros—. ¡Conozco un bar superbueno y queda en la otra calle! —informó, mostrando una sonrisa que decía de todo. Pero se esfumó y miró hacia Edgar—. Ese baboso también puede venir —agregó sin mostrar interés y luego volvió a mirar a Benjamín con esa típica expresión de emoción.

—¡Bueno, vámonos todos! —accedió Benjamín y Edgar lo miró—. Puedes quedarte, nadie te obliga a ir con nosotros —se quejó, dándose la vuelta para no tener que encararlo.

—Voy a ir, no te preocupes —aceptó, mirándolos con una amplia sonrisa—. De todos modos, la fiesta de Jonathan ya se acabó. —Hizo un gesto y se encogió de hombros.

—¡A beber entonces! —Soltó eufórico Lucien.

Esto es un tanto peculiar, pensó Edgar, cuestionándose cómo era posible ir a emborracharse después de una pelea. Además, el Conde llevaba, posiblemente, un brazo roto. ¿De qué estarán hechos los Le Brun? Se preguntó haciendo un gesto pensativo que dejó a los otros dos confundidos.

¿En qué rayos opinará un idiota como Edgar? La pregunta del millón para Benjamín, quien también se quedó mirando fijamente a una pared, reflexionando y buscando una respuesta.

Lucien los miró con extrañez, Posiblemente estén reparando en mi brazo roto, dedujo el Conde y también se dejó llevar, colocando una mano en su barbilla y mirando al techo con los ojos entrecerrados.

Un joven alto y pelinegro los interrumpió cuando ingresó al baño. Los cuatro se miraron sin mostrar expresión alguna. Estaban parados con cara de póquer. Pasaron unos segundos hasta que el que ingresó con anterioridad, reaccionó.

—Eh… iré al otro baño. —Sonrió el pelinegro y salió de la habitación.

Los tres restantes se miraron incómodamente y Benjamín rompió el silencio diciendo—: Bueno, ¿qué estamos esperando? Vámonos. —Salió del baño y Edgar junto a Lucien, lo siguieron.

El chófer de Edgar los llevaría al bar del que tanto alardeaba Lucien. Benjamín y el francés iban cómodamente sentados en la parte trasera del automóvil, mientras que Edgar estaba en el asiento del copiloto, hablándole a Dylan, el chófer. Lucien sonrió. Él estaba emocionado, se podía notar a leguas las ganas que tenía de ir a ese bar. Para Benjamín y Edgar era una experiencia única, no tenían oportunidades de salir, así como así de sus casas para ir a un bar, en cambio, para Lucien, esta sí que era una oportunidad para no tener que ir a casa y escuchar los gritos de su padre.

Sin embargo, ninguno de los tres era un erudito en el campo, pues jamás habían visitado un bar, por lo que estaban un poco nerviosos.

¿Y si nos reconocen? Se preguntó Benjamín con un leve miedo que crecía en su estómago. Nos reconocen… ¿Y si nos secuestran? Empezó a darle vueltas al asunto y Edgar lo notó.

—Conde, ¿qué sucede si nos reconocen? —preguntó Edgar, esperando la respuesta del francés. Benjamín fue sacado de sus pensamientos y miró al ruso.

—Bueno, mejor es que no se den cuenta. —Soltó con una sonrisa. Edgar y Benjamín lo miraron. Dylan apretó el volante y abrió la boca, pero decidió callarse—. Es lo mejor porque, de lo contrario, terminaremos muertos. En el mejor de los casos —musitó Lucien, cruzándose de brazos.

—Dylan, contacta a los guardias de papá —ordenó Edgar. Benjamín tomó su celular y marcó el número de Richard.

—¡Esperen, no hagan eso! —replicó el Conde, tomando el celular de Benjamín, quien lo miró confundido—. Sus padres saben que están conmigo y si llaman a los de seguridad, mis padres vendrán y no quiero eso —explicó, devolviéndole el celular al príncipe.

—Tal vez no me reconozcan a mí, pero a ustedes sí —comentó Edgar con la preocupación pintando su rostro—. No quiero cargar con dos muertos en mi conciencia —escupió mirando al frente.

—El bar es exclusivo para la nobleza, no creo que haya algún criminal —explicó con burla el francés. Los dos lo miraron con enojo.

—¡Hubieras empezado por ahí, imbécil! —lo regañó Benjamín. Edgar suspiró y miró a Dylan.

—No hagas nada —le dijo al hombre que conducía tranquilo, o parecía estarlo—. Entonces será fácil entrar con una ¹identificación oficial de nobles, ¿verdad? —preguntó Edgar, mirando hacia la parte de atrás.

—Asumo que sí —contestó Benjamín, buscando su identificación. Lucien se acomodó en el asiento.

—¿Identificación? —Lucien los miró a los dos chicos con confusión. Él no tenía idea de que en lugares exclusivos para la nobleza se necesitaban identificaciones especiales.

—¡Por Dios, Lucien! —protestó Edgar, haciendo que Dylan detuviese el coche—. De seguro no tienes la estúpida identificación, ¿verdad? —El francés, un poco intimidado, negó con la cabeza—. No podremos entrar. Dylan, gira a la derecha en la siguiente calle y llévanos a la casa de papá que queda cerca —ordenó Edgar, señalando el camino. Dylan arrancó y emprendió viaje a uno de los tantos departamentos que tenía Ethan Vasiliev.

—¿Por qué a tu casa? —cuestionó Benjamín.

—Porque, no sé tú, pero yo quiero estar al menos un poco mareado y en ese piso hay una gran reserva de licor —explicó, sonriendo el príncipe y Lucien rio.

—¿Embriagarnos con licor del mismísimo Ethan Vasiliev? Eso sí, quiero verlo —agregó Lucien con una sonrisa pícara.

—Es licor ruso, no sé qué tal sabrá. Jamás probé las bebidas de mi padre —comentaba el ruso mientras el automóvil se sacudía un poco. Lucien, con notoria alegría, frotó sus manos.

—Ahora sí, se viene lo chido —habló Lucien, dejando a todos los que iban en el coche con cara de póquer—. Es un término mexicano —se explicó para luego encogerse de hombros. Dylan rio ante el comentario del Conde.

—Joven Edgar, contactaré a los hombres de seguridad que se encuentran en la casa de su padre —anunció el castaño y apretó el botón de su auricular, que siempre tenía en su oreja derecha, servía para comunicarse con el resto de guardaespaldas. También tomó la radio y le habló—: Zafiro a Rubí. —Los chicos se callaron y escucharon con detenimiento y fascinación, la manera que tenían de comunicarse los escoltas.

—“Aquí Rubí, ¿qué sucede?” —Se escuchó, a través de la radio, una voz ronca y masculina.

Dylan apretó el botón de la radio para contestar—: Estoy escoltando al joven Edgar a la casa. Vienen dos jóvenes más.

—“Recibido”. —Fue lo último que se escuchó de aquella interesante conversación.

Lucien quedó fascinado y Benjamín miraba a Dylan con curiosidad. Edgar sonrió mirando al frente, no dejó que nadie viera esa pequeña satisfacción.

De repente, Benjamín dejó de sonreír y miró al suelo del automóvil que, por supuesto, estaba más que limpio.

—¿Qué le diré a papá cuando se entere de que no estoy en la fiesta de Jonathan? —preguntó Benjamín. Le Brun, con una sonrisa, tocó el hombro de su amigo.

—Erika es tu coartada —aseguró el francés y sacó su celular para marcar el número de Schelling y llamarla.

Ella contestó casi al instante y accedió a ser la coartada de ambos; el francés y el príncipe Fox.

—Ni siquiera cuestionó —comentó Edgar.

—Por supuesto que no, es una mujer estupenda. —Soltó con obviedad el francés. No miró a Edgar en ningún momento.

—Sí y una gran amiga. Es la mejor —aseguró Benjamín, tomando su teléfono—. Le dejaré un mensaje a mi mamá.

Sin previo aviso, Edgar se cruzó de adelante hacia atrás, sentándose en medio de los jóvenes que lo miraban con confusión.

—¿Qué sucede contigo? —reprochó Benjamín al ser golpeado, accidentalmente, por Edgar en su cruce de asientos.

—Es cuestión de reglamento —respondió el ruso mientras terminaba de acomodarse en los asientos traseros. Lucien se alejó de él, pues lo estaba poniendo nervioso con tanto ajetreo.

—¿Reglamento? —cuestionó el príncipe, moviéndose para darle a Edgar más espacio para acomodarse.

—Verás, en Rusia, está prácticamente prohibido que un noble vaya sentado en el asiento del copiloto en un automóvil. Ahí solo deben ir los guardaespaldas. Tampoco puedo tocar un volante —explicó Edgar y soltó una carcajada—. Tengo licencia de conducir, pero jamás he conducido —agregó irónico.

Benjamín lo miró incrédulo.

—Woah. —Soltó Lucien ante la confesión de Edgar.

Pasaron unos segundos antes de que Benjamín y Lucien cayeran en cuenta—: ¡¿Tienes licencia de conducir?! —interrogaron al unísono.

—¿Ustedes no?

—Llegamos —anunció Dylan, sacándose el cinturón de seguridad para, posteriormente, bajar del auto. Abrió la puerta de la parte trasera del auto y bajó Lucien, quien estaba más cerca de la puerta.

El francés se quedó quieto, deleitándose con la belleza del jardín que tenía aquella casa de estilo moderno.

El siguiente en bajar fue Edgar, quien no tardó en percatarse de la fascinación del Conde. Finalmente, descendió Benjamín, acomodándose la camisa negra que llevaba puesta.

—Manzanilla —indicó Edgar y Lucien sonrió.

—Lo imaginé —agregó orgullo el francés y caminó hasta la puerta. Benjamín se paró junto a él y Edgar abrió la puerta y desactivó las alarmas. Los guardaespaldas, Kima y Yakov los guiaron hasta la sala de estar.

—Tu padre tiene buen gusto —halagó Lucien, mirando detenidamente los cuadros, pinturas, esculturas, piezas de arte, los muebles muy bien cuidados, la mesa de vidrio reluciente, los sillones blancos, era todo tan bien elegido que combinaba a la perfección.

—Tiene un estilo sobrio, todo es traído desde Rusia —comentó Edgar, abriendo un gabinete. Los invitados se acercaron y miraron con sigilo dentro del mueble. Como era de esperarse, estaba lleno de bebidas alcohólicas, entre ellas el licor que llevaban en las venas los rusos; el vodka.

—Vamos a terminar con una congestión alcohólica —murmuró Benjamín y fue a sentarse.

—Pero habrá valido la pena —animó Lucien y se sentó al lado de Benjamín. Edgar sacó dos botellas de Vodka y una de ²Kvas.

Las dejó sobre la mesa de vidrio y le entregó la botella de color amarillento a Benjamín. Este la miró y la analizó, pero no podía entender por qué Edgar le estaba dando esa bebida tan rara.

—En Rusia lo llaman refresco, pero contiene un poco de alcohol —explicó Edgar—. Tal vez, con esto, no te congestiones.

Lucien rio por lo bajo y tomó una de las botellas de vodka. La abrió, pero no tenía dónde servir el líquido transparente.

—¿Dónde están los vasos? —preguntó y Edgar le señaló la estantería que había al lado de una hermosa planta.

Le Brun se dispuso a buscar los vasitos, mientras que Edgar abría la botella de Benjamín.

—No es que no tenga tolerancia al alcohol, es solo que nunca he bebido tanto vodka —se excusaba Benjamín.

—Yo tampoco, pero creo que será divertido —confesó Edgar y dejó la botella sobre la mesa. Lucien regresó con los vasos y sirvió cuidadosamente.

—Tomaré vodka —informó Benjamín con toda la seguridad que poseía y agarró con brusquedad el vaso con el líquido transparente. Lo bebió todo de un golpe y un ardor quemó su garganta y luego su estómago—. ¡Maldición! —maldijo, dejando el vaso vacío sobre la mesa.

Edgar y Lucien no podían considerar que Benjamín se bajara así un vaso lleno de vodka, así que ellos no se quedaron atrás y bebieron de golpe.

(…)

Las horas transcurrieron y los nobles se encontraban hasta el tope de alcohol. No podían pararse correctamente, se tambaleaban estando, sentados y sus balbuceos no podían ser descifrados.

—Hey, baboso —llamó Lucien a Edgar, este lo miró con mala cara—. ¿Dónde está…? Uhg, ¿dónde está el baño? —preguntó con gran dificultad.

—Búscalo —respondió Edgar de mala manera y luego estampó su rostro contra la mesa—. Supongo que hay abejas en mis oídos… —balbuceó.

Benjamín llevaba unos minutos dormido sobre el sillón de dos cuerpos.

—Púdrete —maldijo Lucien. Se puso de pie, agarrándose de todo, incluso de la cabeza de Edgar, y comenzó su pequeña aventura por la casa de Vasiliev.

Casi cayó en el pasillo, pero se salvó gracias a que logró agarrarse de la pared. Chocó con unas macetas y abrió la primera puerta que se le cruzó. Afortunadamente, era el baño.

Se acercó al lavabo y abrió el grifo. Lavó su rostro y luego miró la ducha.

Tengo calor…  Pensó y, sin meditarlo, abrió el grifo de la ducha. El Conde se ubicó debajo de la regadera y el agua no tardó en empaparlo.

Lucien se movió un poco y resbaló, cayéndose sentado en la ducha. Ya ni siquiera podía pararse, estaba muy mareado. Así que decidió dormir en aquel lugar tan fresco.

Por otra parte, Edgar ya se había dormido con su rostro pegado a la mesa de cristal y Benjamín se despertó. Se levantó y buscó otra botella de vodka, que no tardó en encontrar y beberla.

Caminó por los pasillos y las habitaciones. Se tambaleó y casi pierde el equilibrio entre que intentaba caminar y agarrarse. Finalmente, llegó a la habitación principal y se metió en ella. Dejó la botella en la cama y estaba por salir, pero se confundió de puerta y abrió la del clóset.

El príncipe trastabilló e hizo un intento por agarrarse de la puerta, pero cayó sobre las cajas de zapatos, llevándose puesto varios trajes bien arreglados y colgados. La puerta se cerró y dejó a Benjamín encerrado. Sin embargo, mucho no le importó, pues se durmió poco después de haber caído

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Comments

Mix Mix

Mix Mix

Que bueno que ya sean amigos Pero ese brazo me preocupa /Gosh/

2024-07-27

1

Yendi Jaramillo Avila

Yendi Jaramillo Avila

el vodka es una buena bebida , el tomarlo y todavía hasta la fecha no recordar todo lo que pasó

2024-03-01

1

Faty Kaneki

Faty Kaneki

creo que mi experiencia con el vodka fue igual !¡ jaja termine en el baño bajo ducha por casi tres hora al despertar no solo me mataba la cabeza si no que todo mi cuerpito dolía ....conde después de esa peda porfa recuperate dale chance a tu cuerpo de sanar si ! me preocupas...

2023-07-08

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