El papeleo ya estaba casi listo. Erika se levantó y estiró sus brazos y manos. Lucien estaba dormido sobre los papeles y Benjamín seguía llenándolos.
—Lucien… despierta —ordenó Erika, sacudiendo al Conde. Este se retorció un poco, pero no se despertó—. Mi amor, ya van a empezar las clases —Agitó un poco más fuerte. Nada; el Conde dormía plácidamente.
La joven suspiró y volvió a sentarse.
—Es imposible, Lucien tiene el sueño profundo —comentó Benjamín, sin dejar de mirar sus papeles—. O’Neal… ¿Conoces a alguien de la nobleza con ese apellido? —preguntó levantando la cabeza.
—Creo… aunque yo tenía entendido que la familia O’Neal de New York solo tienen una hija, condesa, y que recién cumplió los doce años —respondió Erika, mirando al techo.
—Es extraño… según los informes, el ingreso es un chico de quince años y príncipe imperial, mas no específica de dónde —Benjamín resopló y acomodó los papeles—. Espero que esto no sea un problema —soltó molesto.
—¿Príncipe imperial? Ciertamente, es extraño —agregó Lucien, por fin estaba despierto—. Demasiado raro, porque, si tú eres el príncipe de aquí, ¿de dónde es este infeliz? —cuestionó apuntando el papeleo de Benjamín.
— No lo sé, pero deja de insultar a las personas solamente porque estás intrigado —pidió exhausto Benjamín.
—Tiene razón, amor —Apoyó a su amigo la Marquesa, dándole un beso a Lucien.
—Bien… Lo siento —Se disculpó Lucien con enfado.
De repente ingresó el profesor Philips, quien impartía literatura y pidió que todos se ubicaran en sus respectivos asientos.
—Buenos días, alumnos, hoy quiero informarles que tenemos un nuevo alumno. Puedes entrar —comentó dirigiendo su vista a la entrada, por donde ingresó un chico alto y de piel morena que iba muy bien acompañada de su cabello oscuro y ojos marrones.
—No me agrada —comentó en voz baja el Conde—. Definitivamente, no me agrada…
—Está guapo —agregó Erika, provocando una cara de desagrado por parte de su novio y soltó una risita que el profesor logró escuchar.
—¿Quiere decir algo, Schelling? —preguntó molesto Philips, haciendo una mueca.
—Claro que no, profesor Philips. Solo comentaba lo guapo que se ve hoy. —respondió Erika sonriendo. El profesor carraspeó y acomodó sus anteojos.
—Por favor, no vuelva a interrumpir la clase —Miró al chico que estaba parado a su lado, mirando al frente sin expresión alguna—. Puede presentarse —El muchacho asintió y miró fijamente a todos los del salón.
—Mi nombre es Edgar O’Neal Vasiliev y es un placer estar aquí. Espero nos llevemos bien el tiempo que estemos juntos —Soltó sin ganas. Todos los miraron intrigados y sorprendidos nada más que por el apellido ruso.
Benjamín miraba sus papeles, ya que no recordaba haber anotado ningún Vasiliev. Erika, sorprendida, se puso de pie mirando a Edgar.
—¿Eres hijo de Ethan Vasiliev? —preguntó la Marquesa. Todos los presentes la miraron y volvieron su vista a Edgar.
—Sí, soy príncipe de la familia imperial Vasiliev o como la mayoría la conoce, “Tsarskaya zimnyaya romashka” —Erika sonrió y volvió a sentarse. Incluso el profesor quedó boquiabierto ante la confesión de su nuevo alumno.
Era la primera vez que dos familias imperiales estaban en un mismo lugar. Lucien estaba dormitando y Benjamín seguía buscando a un tal Vasiliev en sus papeles, al no encontrar nada se puso de pie para preguntarle al chico.
—¿Por qué tu segundo apellido no sale en el informe entregado por tu familia? —cuestionó con molestia Benjamín. Esto sí va a ser un problema y uno grande. Concluyó el joven. Edgar suspiró con pesadez ante esa pregunta.
— No lo sé… ¿Por qué tengo que responder eso? —reprochó el recién llegado.
—Porque si no lo haces, esto será un caos. Eres un Vasiliev, ¿qué esperabas? —respondió Benjamín—. Profesor, ¿usted sabe algo? —Desvió su vista a Philips, quien lo miró con sorpresa.
—Primera noticia que tengo —contestó el profesor, acomodándose la corbata.
—No sé qué es lo que necesitas, pero de todos modos no te incumbe —Atacó Edgar, mirando con enojo a Benjamín.
—Me incumbe porque soy el príncipe imperial de América, Benjamín Fox, y tú representas una amenaza, Vasiliev —Contraatacó Benjamín, sin bajar la mirada. La atmósfera se volvió pesada y todos estaban muy nerviosos.
—B-bueno creo no que podrás llevarte bien con Fox, ya que también es de una familia imperial. Además, él es el representante de la clase, no obstante, te ayudará en lo que necesite —interrumpió la pelea Philips cuando se repuso y pasó a indicarle su lugar a Edgar—. Benjamín, dejo al nuevo en tus manos. Cuando acabe mi clase deberás ir a hablar con el director —Él solo asintió y vigiló cada uno de los movimientos de Edgar, puesto que no le inspiraba mucha confianza —Le Brun, hágame el favor de no dormir en mi clase.
Lucien abrió lentamente sus ojos, miró al profesor y volvió a acomodarse en su asiento para seguir durmiendo.
—¡Le Brun! —exclamó histérico el hombre de anteojos, golpeando su escritorio.
—Sí, sí… lo escuché —comentaba el Conde—. Viejo histérico —murmuró provocando una risa por parte de Benjamín.
—¿De qué se ríe, Fox? —preguntó ya furioso Philips. Benjamín se detuvo y lo miró.
—¿Ya le dijeron que se ve guapo? —Esquivó la pregunta sonriéndole. El profesor bufó y abrió su computador portátil.
—Bien, silencio que ya empezó la clase —ignoró la pregunta del príncipe y tomó su libro—. Enciendan los computadores y vamos al libro que descargaron ayer. Por cierto, Edgar, el computador que está sobre tu escritorio, ya está listo para que lo uses —El mencionado asintió y procedió a encender el computador.
Mientras tanto, Lucien jugaba con un lápiz murmurando palabras poco entendibles.
—No me gusta el nuevo, ¿cómo es que se llama? —Se quejaba en voz baja Lucien, evitando que el profesor lo escuchara.
—Edgar Vasiliev —respondió de la misma manera Erika.
— El tema de hoy es: “La novela realista y naturalista” —habló el profesor mostrando unas imágenes en la pantalla grande del salón—. Empecemos con el realismo, ¿alguien puede darme su definición? —preguntó mirando a los alumnos. Erika levantó su mano—. Adelante, Schelling.
—Basándome en la definición que le da el arte y lo que nos enseñó anteriormente, el realismo es un movimiento artístico y literario que se produjo como reacción al romanticismo en la segunda mitad del siglo pasado, o sea, el siglo XX —respondió sonriendo la joven.
—Exacto.
—Voy a ir a la oficina del director —comentó Benjamín con un batido en su mano—. Y tendré que llamar a mi padre —Suspiró y bebió un sorbo de la bebida.
—¿Qué sucederá? —preguntaba angustiada Erika. Lucien llegó con un sándwich para Erika y unas donas para él.
—Toma, mi amor —Erika lo tomó y sonrió en agradecimiento—. Bueno, ¿cómo va la fiesta de esta noche? —preguntó Lucien comiendo sus donas.
—La fiesta, cierto. Si esta noticia de que el hijo de Vasiliev está en nuestro colegio, se esparce, lo más probable es que tengamos que verlo en las fiestas —Se quejó Benjamín apretando su vaso.
—Ja’ como si fuera agua —bufó Erika, mirando hacia atrás—. Esas son las hijas del director y ese de ahí es Edgar. Sospechoso —susurraba.
—Demasiado, considerando que ellas son las anfitrionas de la fiesta de la semana que entra —agregó Lucien, observando disimuladamente.
—Sí, puede que no nos agrade, pero si mi padre lo acepta, no podremos hacer nada —El par asintió, Benjamín se levantó y tomó su teléfono, buscó a su padre en la lista de contactos y lo llamó.
—Hijo, ¿pasó algo? —contestó el hombre al otro lado de la línea.
—¿Sabías que el hijo de Ethan Vasiliev, está aquí, en el colegio? —preguntó Benjamín con un notorio enojo.
—Sí. Aunque, este chico no llegó con el apellido de su padre, sino con el de su madre. Además, según lo que ella expuso en el informe, el muchacho es americano, nació aquí, sin embargo, se crio en Europa. Por esto, no tuve ningún problema en dejar que ingresen a América —Gerald suspiró.
—No me estás escuchando, dije que es hijo de Ethan Vasiliev, ¡Vasiliev! —repitió nervioso Benjamín al parlante del aparato.
—No, debe ser una confusión. El informe que esta señora llenó, Rebecca O’Neal, expresa muy claro que su padre jamás se hizo cargo del niño por eso no lleva el apellido —explicaba Gerald relajado.
—¡Él acaba de confesar que es hijo de Vasiliev y que es el príncipe imperial de Europa! ¡Lo expuso ante toda la clase! —objetó Benjamín histérico, mientras caminaba de un lado a otro masticando el borde del vaso de plástico.
—Tranquilo. Mañana iré al colegio, hablaré con el director y veremos qué sucede, ¿bien? —concluyó tratando de que su hijo se calmara—. Tengo que colgar, hablamos luego, hijo —Finalizó Gerald y seguidamente se escuchó el pitido que anunciaba la finalización de la llamada.
Benjamín cortó y volvió con sus amigos luego de tirar el vaso al cesto. Se sentó y estrelló su cabeza contra la mesa.
—¡Benjamín, ¿estás bien?! ¿Qué pasó? —interrogó con preocupación Erika, levantando la cabeza de Benjamín. El príncipe se reincorporó y los miró fijamente.
—Habla —ordenó Lucien picado por la curiosidad.
—Edgar llegó hasta aquí sin el apellido Vasiliev. El informe que llenó, la que supongo que es su madre, está muy bien, específica que el padre de Edgar no se hizo cargo de él y por eso sale en todos lados como O'Neal y no como Vasiliev —Benjamín soltó un bufido y continuó—. Mi papá no tuvo problemas en aceptarlos porque, uno: no tenía idea de que tienen algo que ver con Vasiliev, y dos: son nativos de América —Tomó una dona de su amigo y la masticó molesto—. Y, ¿qué es lo peor? —carraspeó—. Que si Edgar, realmente, no lleva el apellido de su padre, podrá quedarse aquí todo el tiempo que quiera.
—Oye, oye, oye —interrumpió Lucien agitando sus manos—. Si Vasiliev no lo reconoció como su hijo, ¿qué hace haciendo tanto alarde de eso? ¿No sabrá? —Los tres se miraron ante la presencia de esas dos incógnitas.
—Edgar no es estúpido, seguramente sabría si su padre jamás lo reconoció. Además, dudo que haya perdido su tiempo alardeando de eso, no parece ese tipo de persona. Aunque, también no lo conocemos como para sacar conclusiones tan apresuradamente —argumentó Erika, dejando caer su cuerpo sobre el espaldar de la silla.
—Es verdad. Tendremos que esperar —Finalizó Benjamín y se levantó—. Ya casi termina el receso, regresemos al salón.
—Si tenemos operaciones radicales, ¿cómo las resolvería, Fox? —Benjamín se puso de pie y explicó todo el procedimiento muy claramente.
Mientras tanto, Erika cuchicheaba con Lucien. El timbre sonó anunciando el final de clases y la iniciación de un fin de semana largo.
—Eh… por fin —comentaba Lucien, estirándose—. Ya era hora de que se terminaran las aburridas matemáticas —suspiró y abrazó a Erika.
—Pasado mañana ven a mi casa, te ayudaré con los ejercicios —hablaba la joven mirando a su novio. Rápidamente, sus ojos escanearon todo el salón —. ¿Se dieron cuenta de que Edgar no entró a clases? —interrogó la muchacha, observando el asiento de Edgar.
—Encima de todo, es uno al que le encanta saltarse las clases. Voy a ponerle un llamado de atención solo porque me cae mal y otro porque se saltó matemáticas —murmuraba Benjamín, agarrando su cuaderno en donde tenía registrado todos los llamados de atención a alumnos de su clase.
—Y ponle otro porque no me gusta —agregó Lucien, levantando su mano.
—Lo haré —asintió Benjamín y ambos se rieron. Erika suspiró y no agregó nada—. Bueno, iré a entregar estos benditos papeles al director Jonathan. Ustedes espérenme en el jardín, donde están las mesas de cristal —indicó el joven. Tomó su mochila, el papeleo y salió corriendo. Subió las escaleras mirándolas, pero levantó la vista cuando un agudo chillido lo obligó a parar en seco. Encontró a su pesadilla, Edgar Vasiliev y a la hija del director, Linda Wilson, en una situación comprometedora.
La escena hablaba por sí sola; Linda sin la camisa ni la chaqueta del uniforme, solo en brasier, y la falda levantada con las bragas abajo, Edgar sin la chaqueta y la camisa desprendida, y el cinturón desprendido.
Benjamín aún en shock soltó todos los papeles. Estos se desparramaron por todos los escalones.
El ruido de unas personas bajando alertó a los dos comprometidos y comenzaron a arreglarse, aunque demasiado tarde. El director que venía bajando junto a su secretario quedaron atónitos al contemplar la escena.
El estruendoso sonido que hizo una carpeta con papeles al caerse provocó que el director volviera en sí.
—¡Ustedes tres, a mi oficina! —gruñó furibundo el hombre. Benjamín recogió sus papeles y siguió a Edgar y a Linda.
Ingresaron a la espaciosa oficina. Jonathan se dejó caer en su asiento mientras que resoplaba murmurando.
—¿Qué significa lo que acabo de observar? —preguntó el hombre, masajeando su entrecejo —Fox, ¿usted qué hacía ahí? —interrogó mirándolo.
—Y-yo solo venía a dejarle el informe… sobre el chico nuevo. —respondió Benjamín encogiéndose de hombros.
—Entiendo. Déjame el informe y retírate por favor —Benjamín hizo todo al pie de la letra y luego salió rápidamente de la oficina. Inhaló y exhaló un par de veces calmando su respirar. Corrió escaleras abajo, salió al patio en donde estaban sus amigos esperándolo y se juntó con ellos.
—Benjamín… ¿Por qué tan agitado? —preguntó Erika agarrando su mochila en busca de agua para su amigo.
—El nuevo, Edgar… — Tomó airé y continuó:— Estaba con Linda en las escaleras… —Volvió a tomar aire—. Ellos estaban en pleno acto sexual… —Finalizó tirándose sobre Lucien.
Erika y Lucien quedaron boquiabiertos. El Conde fue el primero en soltar un bufido.
—A este paso, Edgar se queda fuera del colegio en menos de un mes —bromeó Lucien, agarrando a Benjamín—. Deberías empezar a hacer más ejercicio —Le aconsejó y sentó para pasarle el agua. Benjamín bebió de golpe ahogándose en el proceso.
—Bajé muy rápido las escaleras… —Se quejaba Benjamín. Erika golpeó y masajeó su espalda hasta que dejó de toser y se calmó—. Gracias, Erika —agradeció Benjamín y se puso de pie—. Vamos a mi casa —agregó tomando su mochila. Lucien hizo lo mismo con su mochila y la de su novia.
—Bien, vámonos —Sonrió Lucien. Los tres salieron del patio y se subieron a la camioneta en donde estaba Richard, el chófer, de Benjamín.
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