La habitación olía a café recién hecho, no se escuchaba nada más que un “tic tac”, y los rayos del sol entraban por la ventana, dándole una agradable vista al hombre que se encontraba sentado detrás de un escritorio lleno de papeles.
Tomaba los documentos y los leía detenidamente para luego arreglarlos de nuevo a la mesa. Miró su reloj. Era tarde y no tenía noticias de su hijo.
Era sábado y las probabilidades de que su hijo estuviera despierto eran nulas. Se puso de pie y tomó su celular, que se encontraba sobre la mesa del comedor. Se paró frente al ventanal y miró hacia abajo. La ciudad de Washington, tan ruidosa, sus calles siempre llenas de automóviles, personas hablando constantemente por teléfono, escuchando música o simplemente enviando un mensaje. Sus edificios se alzaban imponentes, bloqueando la luz del sol que, aun así, se colaba celoso.
Ethan suspiró y marcó el número de Dylan.
—¿Mi hijo está despierto? —preguntó sin quitar la vista de la ciudad. Al otro lado de la línea se escuchó un ajetreo y luego, silencio.
—“Me temo que no, señor” —respondió Dylan. Ethan suspiró, sabía que Edgar fue a uno de los tantos apartamentos que tenía en esa ciudad, también que había invitado a dos amigos, pero algo le causaba cierta incomodidad.
—Iré para allá —informó y colgó. Tomó su saco de color negro y se vistió para luego bajar hasta donde estaban sus escoltas—. Boris, llévame a la casa donde se encuentra mi hijo. Leonid, ve en el otro auto —ordenó anodino, con esa voz relajada y átona que siempre tenía Ethan Vasiliev.
Los susodichos hicieron caso y Boris, un hombre corpulento, de rostro varonil y grandes cejas, abrió la puerta de atrás de la camioneta blindada de color negra, dejando paso para que Ethan subiera. Luego, él, se ubicó en lado del conductor y se colocó el cinturón de seguridad.
Por otra parte, Leonid, un hombre más pequeño que Boris, pero con la misma aura masculina y de cabello rubio ceniza, se trepó a la camioneta que escoltaría a la de Boris. Junto a él iba Makari, otro escolta, este pelirrojo, que se encargaba de conducir.
Y ya, cada uno en su lugar, emprendieron viaje.
(…)
Ethan bajó de la camioneta, se abrochó el saco de su traje y procedió a entrar en la casa. Había un fuerte olor a alcohol y el sonido de la ducha resonaba a lo lejos.
—Señor, hemos hecho todos los preparativos —informó Dylan cuando vio a Vasiliev cruzar la entrada.
—Gracias, Dylan. —Miró dentro de la sala; ahí se encontraba el cuerpo inmóvil de su hijo. Se acercó, intentando no tropezar con las botellas vacías que estaban en el suelo, y se agachó para acariciar su cabeza.
—Edgar, levántate —susurró, agitándolo suavemente. Edgar se levantó abruptamente y miró a Ethan.
El menor se encontraba totalmente confundido y desaliñado, pues sus cabellos estaban parados debido al constante apoyo de su rostro en la mesa y su mejilla estaba mojada.
—Buenos días, hijo —saludó Vasiliev y luego hizo una seña con la mano. Rápidamente, se acercó Dylan—. Prepara café, por favor —pidió y el castaño fue a la cocina.
—¿Papá? —Por fin, Edgar logró articular palabra y luego sonrió—. ¿Qué haces aquí? —preguntó, balanceándose
—Estoy aquí porque ya era muy tarde para que siguieras dormido. —Ethan miró a su alrededor y pudo ver más botellas vacías—. ¿Cuánto bebieron? —murmuró y Edgar ni siquiera hizo el intento de escucharlo, él solo sentía que su cabeza iba a explotar—. ¿Tus amigos? ¿Ya se fueron? —interrogó.
Edgar bufó y luego soltó una carcajada—: Claro que no, ahí está Benjamín. —Sonrió señalando al sillón de dos cuerpos que estaba vacío—. Ups, ya no está —se retractó y volvió a reír—. Qué cosas, ¿no?
—Iré a buscarlos. Bebe el café. —Se enderezó y caminó hacia los pasillos donde encontró una maceta tirada. Supuso que por ahí debió andar alguien. Abrió la puerta del baño y, para su sorpresa, se encontró a un chico moreno dormido bajo la lluvia de la regadera—. Eh, niño. —Lo llamó Vasiliev y movió suavemente el hombro del chico. No tardó mucho en despertarse un poco asustado y miró al hombre que estaba delante de él.
—¿Q-qué sucede? —preguntó bajito e intentó levantarse, pero se resbaló cayendo de nuevo en la ducha—. ¿Cómo llegué hasta aquí? —se preguntó y Ethan lo ayudó a levantarse, él notó las heridas en los nudillos y el brazo magullado del chico. Estaba empapado y no tardó en empezar a tiritar.
—Vamos a la sala —dijo Vasiliev, tomando una toalla de baño para cubrir al muchacho—. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? —preguntó.
—Soy… Lucien Le Brun —respondió el francés y Vasiliev lo miró con sorpresa.
—¿Le Brun? Así que, supongo que tu padre es Bastian Le Brun. —Lucien asintió y luego, antes de salir, miró a Ethan.
—¡¿Usted es Ethan Vasiliev?! —preguntó Lucien, alzando la voz. Ethan asintió y sonrió— Guau… —Soltó sin más y salió del baño.
Cuando llegaron a la sala se toparon con un muy confundido Edgar. En una de sus manos reposaba una taza de café y la otra jugaba con una de las botellas de vodka que estaban esparcidas por toda la sala.
—El Conde. —Soltó a modo de saludo. Lucien lo miró con una ceja levantada, pues no podía dejar de mirar los cabellos alborotados de Edgar.
—¿Qué demonios le sucedió a tu cabeza? —preguntó el francés. Edgar simplemente soltó una carcajada.
—Es hermoso, ¿verdad? —agregó con orgullo y bebió un poco del líquido oscuro y amargo que descansaba en la taza blanca de porcelana.
—Sí… bellísimo. —Soltó con sarcasmo el francés y Vasiliev sonrió. Edgar jamás había sido así con otras personas. Por lo general, era más cerrado, incluso cuando bebía. A su padre le pareció que su aventura en América le había hecho bien, bastante.
Lucien se sentó a un lado de Edgar y Vasiliev le pasó una taza con café. Ambos muchachos se miraron como preguntándose algo.
—¿Olvidamos algo? —inquirió primero el francés. Edgar suspiró. Vasiliev simplemente se limitó a observar y escuchar a los chicos.
—Ni idea… —respondió Edgar y sonrió.
Por otro lado, Dylan recordó haber visto a un tercer chico, quien estuvo con ellos durante la madrugada. Vasiliev también recordó que su hijo había mencionado a un tal Benjamín, pero si el chico que encontró en el baño no era el susodicho, ¿dónde estaba?
—Uh… —se quejó Lucien por el dolor de cabeza que tenía.
—Chicos, ¿vino con ustedes un tal Benjamín? —interrogó Ethan. Ambos se miraron, analizaron y luego, sus expresiones, cambiaron drásticamente.
—¡Sí! —Soltaron al unísono. Ethan se sobresaltó.
—¡Ben, debe estar por aquí! —aseguró Lucien, bebiendo su café.
—Bien, bien. —Ethan volvió por el pasillo y revisó las habitaciones más cercanas, pero no encontró nada. Solo quedaba la habitación de huéspedes, que no era la gran cosa, pero, para alguien que estaba borracho, eso no importaba.
Abrió la puerta y nada. Ethan se preocupó y buscó debajo de la cama, entre las sábanas, incluso detrás de los muebles, pero no había nada. Se dispuso a salir cuando tropezó con una caja de zapatos que, se suponía, estaba guardada.
El clóset estaba entreabierto, él creyó que tal vez habían asaltado la casa, pero esa idea se hizo humo cuando, una vez que abrió completamente las puertas, vio a un joven, que supuso que era Benjamín.
Estaba desparramado sobre las cajas de zapatos y varios trajes de color negro. El chico tenía un gran moretón en su ojo, además de otros raspones.
Se agachó para despertarlo y el chico se levantó aturdido, con un dolor horrible en su espalda debido al lugar donde durmió.
—Señor, jamás beba vodka —aconsejó Benjamín, mirando a Ethan. Él se levantó y ayudó al más pequeño a ponerse de pie.
—¿Benjamín, cierto? —Vasiliev quiso asegurarse de que ese fuera el chico que estaba buscando—. ¿Estás bien?
—Sí, sí —respondió Benjamín y frunció el ceño—. Espero que esto no sea una congestión alcohólica —se lamentó tocando su estómago.
—Vamos a la sala, allí están tus amigos —agregó y lo tomó de los hombros para sacarlo de ahí.
Caminaron lentamente hasta llegar a la sala que solo era ocupada por Edgar y Dylan.
—¿Dónde está el niño Le Brun? —preguntó alarmado Ethan. Benjamín se sentó, prácticamente, arriba de Edgar solo para pelear por el café.
—Fue al baño —respondió Edgar, alejando la taza de Benjamín—. Es mío. —Ethan ordenó que le dieran otra taza a Benjamín y luego se sentó junto a los chicos.
—¡Eres un mezquino! —gruñó Benjamín. Edgar, en su defensa, le sacó la lengua.
—Y tú un enano. —Soltó Edgar y Benjamín arrugó su entrecejo, se giró y le dio la espalda a su atacante. Mientras, Lucien llegaba a la sala, arrastrando los pies y con el rostro demacrado.
—Voy a morir… —sollozó tirándose sobre el sillón. Edgar rio al ver que su compañero nos podía con la resaca y Benjamín se levantó para mirarlo. Francamente, se encontraba muy mal; sus ojos estaban rojos, su piel pálida, tenía ojeras, se parecía mucho a un zombi.
—¡Tú sí que tienes una congestión alcohólica! — Aseguró Benjamín y colocó sus manos en su cintura. Riendo y tambaleándose, se sentó a un lado de Lucien.
—Congestión… ¿Qué? —se preguntó Ethan, como era de esperarse, nadie respondió. Él se levantó y estaba por hablar, pero el sonido de un celular lo interrumpió.
—Es mío —habló Benjamín y sacó el aparato de entre los almohadones del sillón. Deslizó para contestar y se lo puso en su oído—. ¿Sí? —preguntó y esperó una respuesta y llegó, claro que llegó, solo que fue un reclamo entre gritos y, debido a que estaba en altavoz, Benjamín alejó su celular.
—“¡¿Dónde estás?!” —gruñó su padre. Benjamín ni siquiera podía terminar de procesar lo que pasaba. Todos estaban muy interesados en la llamada.
Lucien se acurrucó en el sillón, Edgar miró con atención al celular y Ethan no entendía qué pasaba.
—¿Papá? —Fue lo único que logró decir Benjamín y eso provocó que el enojo de su padre aumentara.
—“¡Por supuesto que soy tu padre, mocoso!” —reprochó y continuó—: “¡¿Dónde estás?!” —reiteró y Benjamín asintió.
—Estoy en la casa de Edgar —respondió él, con una sonrisa boba en su rostro que, obviamente, su padre no podía ver.
—“¿Edgar O’Neal?” —cuestionó ya más calmado. No entendía qué estaba haciendo su hijo con ese muchacho si decía que no le agradaba—. “¿No dijiste que no te agradaba?”
—Resulta que no es tan imbécil como yo creía —sinceró, Benjamín y Lucien rio. Ethan miró a Edgar, quien solo le prestaba atención a una mariposa que se había colado por una ventana minutos antes. — Es bastante divertido.
—“Bien…” —Dudó su padre—. “Entonces, estás en la casa de Edgar O’Neall… quien también me dijiste que es hijo de Ethan Vasiliev…” —Se detuvo y carraspeó. Ethan volvió su vista al celular de Benjamín, ¿por qué tanto interés en eso? Preguntó en silencio. Temía que el padre del chico fuese alguien que él conocía y no le agradaba.
—¡Es un secuestro! —gritó de repente Edgar y, del susto, Lucien pateó el teléfono de Benjamín y se cayó rompiéndose. Ethan miró a su hijo con confusión, al igual que todos—. Eso dijo Vénus anoche. —Recordó y no hizo el intento de mirar ni explicar nada.
—¡Maldición, Edgar! —reprochó Benjamín y tomó su celular—. ¡Por tu culpa mi papá va a mandar a medio continente en mi búsqueda! —gritó, rojo de la rabia.
—¿Cómo que a medio continente? —preguntó Ethan. Lucien lo miró.
—Porque es el príncipe imperial —respondió Lucien y se sentó—. Discúlpame por lo de tu celular. —Benjamín negó y luego sonrió.
—Esto va a ser un problema… —sollozó Benjamín y agarró el hombro de Lucien para apoyarse en él.
—¡¿Príncipe imperial?! —cuestionó alarmado Dylan. Ethan estaba casi ido, no podía creer lo que estaba pasando.
—A-así que eres Benjamín Fox… —pronunció Ethan. Dylan corrió a avisar a los escoltas.
—En cualquier momento, llegarán visitas, prepárense —informó Dylan mientras caminaba por el jardín. Luego de tanto tiempo se estaban por ver, cara a cara, Ethan Vasiliev y Gerald Thompson, enemigos desde, prácticamente, siempre.
Por otra parte, Lucien recién caía en cuenta de lo que estaba por pasar e intentaba explicárselo a Edgar, pero se negaba a entender.
—¡Tu papá y el papá de Benjamín no se pueden ver, baboso! —bramó el francés sacudiéndolo bruscamente—. ¡Vamos a morir! —sollozó exageradamente.
—¡Edgar eres realmente un imbécil! —protestó Benjamín, tirándole un cojín que el mencionado atrapó en el aire.
—¡Púdranse, ambos! —atacó Edgar, lanzándole el cojín de nuevo a Benjamín y este no lo atrapó, se estampó contra su cara.
—¡Vete a la mierda! —Contraatacó Benjamín y se puso de pie. Empezó a dar vueltas y vueltas por la sala—. Préstame tu celular, Lucien. —El francés asintió y se lo dio.
El príncipe marcó el número de su padre, pero no contestaba. Estuvo así por diez minutos.
—¡No contesta! —alarmó Benjamín y volvió a sentarse—. ¡Estoy muerto!
—¡No quiero morir joven! —sollozó Lucien, todavía sujetando a Edgar.
Ethan quería calamar a los chicos, pero ni él podía estar tranquilo, no imaginó que su hijo estuviera en el mismo colegio que el hijo de su enemigo, Gerald Thompson. En realidad, lo suponía, pero esperaba que no fuera así.
Y de repente, un estruendo se escuchó. Todos miraron hacia la puerta, asustados e intrigados. La puerta había sido azotada con tanta fuerza que se quebró y un grupo de hombres uniformados y armas, ingresaron. Apuntaron a todos menos a Benjamín y Lucien. Detrás de todos hizo su aparición, Richard con un arma de fuego. Caminó hasta acercarse a los chicos y se puso delante de ellos.
Apuntó a la cabeza de Vasiliev ordenando—: No se mueva o será lo último que haga—. Ethan hizo caso, pero antes tomó a su hijo y lo cubrió con su brazo. Richard tomó su radio y confirmó que Benjamín estaba dentro de la casa—. Que ingrese el resto.
Y por la puerta, entraban los rayos del sol que querían ser testigos de tan elaborada misión de rescate, pero una silueta no los dejó. Era un hombre alto, que a primera vista daba bastante miedo. Ingresó a paso firme, explorando la casa en donde estaba su hijo.
Por fin, ya sin la vislumbre, se pudo ver bien de quién se trataba; Gerald Thompson. Estaba parado a un lado de Richard y mirando a Vasiliev. Este último solo estaba preocupado por Edgar.
El recién llegado, miró a su hijo y a su ahijado. Le llamó la atención que Lucien tuviese tantos moretones al igual que Benjamín.
—¿Qué les pasó? —interrogó a los dos. Ambos se miraron y recordaron el infortunio con Frank.
—Frank pasó, ¿qué más si no? —se quejó Lucien cruzándose de brazos—. Ese imbécil me arrojó sobre una mesa y a Lucien contra las sillas. Puede tener algo roto —agregó Benjamín señalando el brazo del francés. Gerald asintió y miró a Richard.
—Bajen las armas —ordenó Gerald y todos obedecieron sin objeciones—. Ahora quiero que me expliquen por qué la llamada se cortó abruptamente luego de escuchar un grito de secuestro —pidió el hombre, acomodándose la corbata.
—Por culpa de él. —Señaló Benjamín a Lucien. Este lo miró con una ceja levantada.
—¿Mía? Pero fue mi culpa por culpa de Edgar —objetó Le Brun con los brazos aún cruzados.
—Estaba recordando algo, Conde imbécil —se defendió Edgar. Lucien lo miró enojado.
—¡¿A quién demonios le dices imbécil?! —atacó Lucien. Gerald interrumpió la pelea con un carraspeo y detuvo a Lucien quien estaba dispuesto a golpear a Edgar.
—Es suficiente. Entonces… —habló Gerald mirando a Vasiliev, este le devolvió la mirada y suspiró—, ¿qué haces aquí? —le preguntó.
Vasiliev soltó una risa y respondió—: Estoy aquí por mi hijo.
Fueron interrumpidos por segunda vez, cuando ingresó, tan imponente como siempre, el Conde Bastian Le Brun y su hermosa esposa, la Duquesa Corinne Le Brun.
—¡Lucien! —exclamó su madre y se abalanzó sobre el francés, quien no tardó en resistirse al abrazo de su madre.
—Bastian, Corinne, es un placer volver a verlos. —Saludó Vasiliev y estrechó su mano con la de Bastian.
—El placer es nuestro, Ethan. —Correspondido Corinne, sosteniendo el rostro de su hijo contra su pecho. Luego lo miró—. ¿Cómo te golpeaste?
—No te interesa, suéltame —ordenó Lucien, empujando a su madre.
Gerald interrumpió su pelea y propuso—: Tranquila, Corinne. Fue solo una pelea con un compañero. Yo llevaré a los chicos a mi casa. Vayan ustedes también.
Ella asintió y dejó ir a Lucien, este huyó y no tardó en subirse a la camioneta de su padrino.
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