George caminaba por el pueblo junto a Sebastián, sudaba nervioso, esperaba que su suerte cambiara con la decisión que estaba a punto de tomar.
Hacer un trato de esa magnitud requería valentía, suponiendo que se lograra su objetivo iría enseguida con Albert y William para ver qué avance habían logrado, rezaba porque le dieran buenas noticias.
Se dirigía al banco del pueblo, solicitaría un préstamo para pagar sus deudas, incluida también su casa. Como había prometido, no tocaría en absoluto el cofre; sin embargo, la situación no mejoraba con el paso del tiempo, así que sus ganas de gastarlo aumentaban. De solo imaginarse usándolo, saldría de deudas enseguida y no se sentiría tan presionado. Pero sabía que con esa actitud, ese dinero era sucio, no por su hija, sino porque fue robado y no era ningún triunfo para él.
Unos quince minutos después, llegaron a su destino.
Al llegar al banco, se dirigió a un secretario de ahí, quien lo volteó a mirar indiferente.
—Buenos días, ¿qué va a hacer? ¿Pedir un préstamo? ¿Liquidar? —preguntó. George suspiró para tocarse el cabello, algo nervioso.
—Me gustaría pedir un préstamo —dijo George.
El trabajador lo miró arqueando la ceja. Parecía un chiste, pero el pueblo era demasiado pequeño. Todos sabían los problemas de los demás. Sin embargo, este solamente asintió, tomó un trozo de papel en el cual le escribió un número para entregárselo.
—Espere a que diga su número, después le asignaremos a alguien que pueda ayudarlo —dijo el trabajador.
George asintió dando un "gracias" antes de sentarse junto a su hijo.
—No te preocupes, padre. Verás que todo va a salir bien, ya verás —dijo Sebastián, tratando de darle ánimos.
Se preguntaba cómo iban las cosas por allá. ¿Estarán bien? Estaba un poco más consolado, puesto que Albert ya no se metía con Hans, sino con William, que era más de fiar. Solo que aún no se lo comentaba a sus hermanas. Ya se imaginaba cuáles serían sus reacciones.
—¿Estás también preocupado, verdad? —preguntó George. Sabía que su hijo estaba con el alma fuera de sí, puesto que llevaba tiempo mordiendo sus labios. Tomó el hombro del chico para tratar de hacerlo sonreír, a lo que logró al instante—Me dices que no me preocupe, pero te podría decir que tú estás más angustiado que yo, no me mientas por favor—
—Para nada, yo estoy bien —negó Sebastián, no quería causar problemas. Aunque sí, estaba angustiado. La suerte no les cambiaba ni les favorecía. Quiso que por un instante se les volteara la moneda—Tengo fe en que nos van a aprobar el préstamo.
—Hijo, si no llegara a ser así, quiero que sepas que ya no sé qué hacer. La verdad, mis ideas se están revolviendo —agachó la mirada un tanto triste.
—Pero no te angusties, yo no moriré dejándoles deudas, eso nunca.
Antes de que Sebastián opinara al respecto, fueron interrumpidos con un "95". Ya era su turno.
Nerviosos, se dirigieron donde les habían asignado el secretario. Tocaron la puerta, esperando a que esta se abriera y terminaran con esto. Las oportunidades se les estaban acabando. Era todo o nada, y posiblemente temían por la segunda.
—Adelante, señor Leroy, no sea tímido —dijo un hombre alto, vestido con un traje algo arrugado. Era una persona ya casi de la tercera edad.
Sonrió para dejar pasar a ambos.
—Mi nombre es Arthur Maximiliano. Me encargo de ayudar a quienes no tienen los recursos suficientes para pagar alguna cuota o algo por el estilo. Les doy plazo de seis meses. No te molestes en contarme su problema, lo sé todo con certeza —hizo una pausa para ver sus papeles y dejarlos sobre su escritorio.
—Sabía que vendrían tarde o temprano aquí. Es tan predecible que estuve incluso practicando maneras para rechazarlo —al terminar de hablar, George se quedó estupefacto. Ni siquiera le habían dado la oportunidad cuando ya lo estaba rechazando. Negó con su cabeza, mirando hacia abajo. Al poco tiempo, empezó a caminar alrededor. Su hijo le trataba de hablar, pero este no le respondía.
—Ni siquiera te he dicho cuánto necesito. Esto sabes que no se puede hacer —contestó molesto. Pero aquel hombre soltó una carcajada de burla.
—Te seré sincero, estoy al tanto de la situación económica de cada persona en el pueblo. No me vengas con eso. Si yo te prestara dinero, ¿quién me asegura que me lo devolverás a tiempo?—
Tomó asiento mientras le daba un sorbo al café que tenía en su escritorio. "Disculpa mis modales, ¿Te gustaría una taza de café?" preguntó. "Te lo devolveré, deja que me recupere un poco, sabes que soy un hombre de palabra", contestó George ignorando su pregunta. "También sé que eres un hombre en bancarrota con una familia pobre, lo lamentable", agregó. Sebastián simplemente miraba cómo su padre se ponía pálido, rápidamente fue hacia él para tranquilizarlo. "Todo estará bien, verás que...", no pudo terminar de hablar cuando vio cómo su padre agarraba su pecho como si le faltara el aire. "¡Padre!", gritó el joven alarmado al ver cómo se desmayaba, a lo que él lo tomó antes de que tocara el piso. "Ah no, me van a culpar de esto", dijo Arthur quien tocaba su cabeza algo nervioso. Sebastián, quien estaba alarmado por lo sucedido, salió de ahí pidiendo ayuda, a lo que las personas acudieron al instante para auxiliarlo. George se encontraba grave.
Era inevitable, tarde o temprano sucedería. La presión de haber perdido su fortuna y no tener ayuda de quien alguna vez confiaste le dieron un buen golpe. Un día estás arriba y otro abajo de manera tan impactante que te cuesta trabajo recuperarte. En su caso, al perder a su hija, le dio un golpe más en su corazón, haciendo que sea difícil levantarse. Ya se había rendido...
"¿Maldición?", miró sin perder detalle el rostro de su amado. Una piel demasiado pálida, junto con una cicatriz en su ojo izquierdo, cabello negro revuelto que cubría su frente, simplemente hermoso, pensaba la joven. Los ojos de Marieth no perdían hasta el más mínimo detalle, sus manos se acercaron al rostro de su amado para acariciarlo suavemente, a lo que él cerró sus ojos, parecía como si le diera calma sentir el toque de la joven. "Sí, maldición", dijo mientras daba pequeños besos en la palma de la joven. "Yo utilicé la rosa con fines egoístas, la utilicé para mi propio beneficio, deseaba venganza", su voz empezaba a escucharse cada vez más molesta.
—¿Podrías decirle a Félix que necesitamos su medicina mágica para mi hermano?—Preguntó Marieth con una voz temblorosa.
Félix se giró hacia ella, sus ojos se encontraron y ella pudo ver la preocupación en ellos. Él asintió con la cabeza y se dirigió hacia su habitación para buscar la medicina. Marieth se sintió aliviada, sabía que su hermano estaría mejor pronto gracias a Félix.
Cuando Félix regresó con la medicina, Marieth le agradeció con una sonrisa y él se sintió feliz de poder ayudarla. A pesar de su apariencia, él era un hombre amable y bondadoso, dispuesto a ayudar a quienes lo necesitaban.
Marieth se despidió de él con un abrazo y un beso en la mejilla, y Félix se quedó allí, sintiendo su corazón latir con fuerza. Sabía que estaba enamorado de ella, pero no se atrevía a confesarle sus sentimientos. Tal vez algún día tendría el valor de hacerlo, pero por ahora se conformaba con ser su amigo y ayudarla en todo lo que pudiera.
—Te daré la medicina que necesites. La vista de la joven y William voltearon hacia Félix. No daré explicaciones, pero mientras más rápido se vayan, mejor para mí. De sus manos sacó un pequeño frasco que contenía un líquido azul brillante. Tomó la mano de la joven para entregárselo.
—Muchas gracias. —Marieth no pudo evitar sentir alegría y de inmediato lo abrazó. William miró hacia otra dirección al darse cuenta de que era momento de irse. Una sonrisa se hizo presente en él.
—Bien. —Aclaró la garganta Félix, sonrojado. —Date prisa en lo que debas hacer. Supongo que tu hermano, a más tardar mañana a primera hora, se encontrará en mejor estado, así que los quiero afuera a ambos. —Miró de reojo a William, quien asintió al oírlo. —Eso es todo. —Sin decir más, cerró su puerta. Antes de hacerlo, tocó suavemente el cabello de la joven. Después de eso, William y Marieth prosiguieron a irse a la habitación donde se encontraba Albert.
—¿Desde cuándo se enamoraron? —La pregunta de William ocasionó que Marieth diera un brinco de sorpresa.
—No sé a lo que se refiere. —Dijo, dándole una sonrisa nerviosa, a lo que él soltó una risa.
—Niña, tengo la suficiente edad para darme cuenta cuando alguien se siente atraído por otra persona. —Marieth negó varias veces con su cabeza, pero él seguía insistiendo. —Solamente le tuve cariño por este tiempo. —Era evidente que no lo admitiría, no por ella, sino por Félix. Creía que no le gustaría que todos se enteraran de su supuesta "relación", si a eso se le podía llamar una.
—Claro, sus miradas demuestran otra cosa. Cuando Albert le disparó, tú parecías que te ibas a morir en vez de él. —Tenía razón. Después de todo, no eran tan buenos siendo discretos.
—Lo admito, me enamoré perdidamente de él. —Se detuvo para mirar al suelo, algo avergonzada. Pero para su sorpresa, recibió una pequeña palmada en su hombro. —No debes sentirte avergonzada. Amar a alguien no es ningún delito, sin importar qué sea un tanto especial. —
—Demasiado especial —contestó con risas, pero su semblante cambió a serio—No le diga a mi familia, mucho menos a Jeanne, se lo ruego —juntó sus manos en modo de súplica—No deseo causarle un infarto a mi padre si se enterara de algo así. No quisiera que...
—La joven fue callada al entrar a la habitación donde se encontraba Albert, ya que William empezó a acariciar levemente su cabeza.
—Lo comprendo más que nadie, y créeme que no diré nada, a menos que la ocasión lo amerite, pero esperemos que eso no suceda.
—Comprendo —contestó la joven aliviada. Confiaba plenamente en William, desde que era una niña lo conocía bastante bien.
La única decisión que no le pareció bien de parte de él fue que casaría a su hija con un completo desconocido. De ahí en fuera, era un estupendo padre, el cual siempre estuvo con su hija en las buenas y en las malas.
Incluso en estos momentos estaba ayudando a su familia a encontrarla, y ahora iba a esconder un secreto como ese. Sin duda, era una buena persona.
—Por cierto —la joven volteó—Sean más discretos, ya incluso se puede ver que hasta desean pedirse matrimonio —su sonrojo se hizo más notorio, sus manos cubrieron sus mejillas.
—Entiendo —asintió.
Marieth amarró su cabello para dirigirse hacia su hermano, quien sudaba cada vez más.
La joven destapó el frasco para abrirle la boca a Albert y hacer que se bebiera la medicina. Al hacerlo, limpió su frente.
—¿Usted podría encargarse de mi hermano? —se refería a bañarlo. Era evidente que la joven no lo haría. Por más que quisiera ayudarlo, sabía que no era digno de una señorita. Que bueno, ya se había besado con alguien que no era su esposo, pero debía comportarse cuando estaba frente a William.
—Ustedes duerman en mi habitación —ofreció, pero William se negó rotundamente.
—¿Dónde dormiría usted? —preguntó.
—Yo sabré dónde. Este castillo es enorme y créame que lo que sobra son habitaciones —era verdad. Con tan solamente pedirle una a Félix y sabiendo cómo es, no se lo negaría.
—Está mejorando poco a poco, gracias por preguntar—Respondió Marieth con una sonrisa.
—Me alegra escuchar eso—Dijo Félix mientras se levantaba—Vamos a la sala, te mostraré donde puedes dormir.
Marieth lo siguió hasta la sala, donde Félix le indicó un sofá que podía convertirse en cama. La joven se acomodó y Félix le entregó una manta.
—Aquí tienes, espero que descanses bien—Dijo Félix con una sonrisa.
—Gracias, Félix, por todo—Respondió Marieth con gratitud.
Félix se despidió y Marieth se acomodó en el sofá, pensando en todo lo que había sucedido en el día. Se sentía agradecida por la ayuda de Félix y por tener un lugar donde dormir. Cerró los ojos y se durmió rápidamente, sintiendo la tranquilidad que le brindaba la presencia de Félix.
—Le di el medicamento. Espero que con eso se sienta mejor —dijo Félix.
—Lo más probable es que sí —respondió, consciente de que su actitud positiva ayudaría a mejorar el ánimo del chico. Sin embargo, no quería ser cruel y despertarlo a media noche, así que trató de no sonar tan seco.
—Recuéstate. Debes estar cansada. Hoy fue un día demasiado largo y fastidioso —le aconsejó.
Tenía razón. Después de todo, los malentendidos y problemas parecían no desaparecer. Félix sabía que volver del odio al amor no era lo más sano, y aunque su corazón se rompiera, quería que la joven se fuera junto a su hermano para poder mantener su vida como antes.
—Te amo, Marieth —dijo después de que ella se acostara.
—No me digas eso —respondió con un semblante triste. Félix se acomodó junto a ella, preocupado por el cambio de actitud.
—¿Sucede algo? —preguntó.
—Siento que me vas a decir que me vaya con mi familia. Y créeme, si antes me aferraba a irme, ahora solo me aferraré a quedarme a tu lado —explicó Marieth. Los ojos de Félix se iluminaron al verla de nuevo. De un golpe, se quitó su máscara y la tomó de las mejillas para plantarle un beso.
—Siempre dices cosas como esas para tratar de conmoverme, y odio que lo logres —dijo Félix.
—Félix —lo detuvo para tomarlo igualmente de las mejillas—. Te amo también, y créeme que si me abandonas, volveré a mi vida infeliz. Tú le has dado sentido a mi vida, y no quiero perderte.
—Deja de decir cosas como esas —pidió mientras se apartaba de la joven y cubría su rostro.
—¿Por qué? —preguntó ella, desconcertada.
—Porque me harás hacer cosas que no deseo hacer esta noche—
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Comments
Natalit
y que cosas son 👀👀
2025-01-14
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