Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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La hija perfecta
Irina entró al estudio donde Débora la esperaba.
—Vengo a hablar de los negocios que Dimitri tenía con Yegor —dijo, seria.
—¿Y por qué no vino Dimitri? ¿Está enfermo? —preguntó Débora con desdén.
—No, se fue con su amante. Ya puedes burlarte de mí —respondió Irina con amargura.
—No estoy para burlarme de nadie. ¿Cómo que Dimitri se fue con su amante?
Irina sacó el celular de su bolso y se lo mostró a Débora.
—Me envió este mensaje —explicó—. Además, me dejó ciento cincuenta millones... y esto me llegó hace poco.
Extendió una hoja. Débora la tomó. Era una cesión de derechos. Al verla, una sonrisa se dibujó en su rostro, aunque sólo por dentro. Dimitri había firmado ese documento hacía meses, sin darse cuenta, entre otros papeles. En ese momento, él estaba más pendiente de su escote que de lo que firmaba.
—No puedo creer que se haya ido sin decir nada. Dime, ¿se fue con esa chica colombiana?
—Pues ya ves que sí. Y quiero lo que me toca.
—Que lo resuelvan los abogados. Ahora te puedes retirar, no estoy de humor.
—No voy a dejar que me quites lo que me corresponde.
—Contrata a los mejores abogados. Si quieres, haz una auditoría en la empresa. Así te aseguras de que se te dará lo que te corresponde.
—Así lo haré —dijo Irina, saliendo del despacho con un portazo.
Débora suspiró.
—Estúpida. Este mundo y los hombres aplastan a las mujeres como tú.
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Era casi el atardecer. Débora aún seguía en su estudio cuando le avisaron que tenía una visita. Dio la orden de dejarlo pasar: era el detective.
—Me da gusto verlo —dijo Débora.
—A mí más.
—Bien, dígame, ¿qué noticias me trae?
—Señora, el señor Víctor ha tomado el mando de la empresa. Su padre se ha retirado completamente.
—¿Y qué tal lo hace?
—Muy bien. Es un gran empresario.
—¿Y mi hermana Mónica?
—Como siempre... gastando dinero sin parar. Y, por supuesto, con un nuevo amante. Sus padres, en cambio, no van tan bien. Su padre ha tenido problemas en la empresa y de salud. Ahora se ha asociado con el señor Víctor, y prácticamente él lleva las riendas de todo. Su madre, como siempre, en reuniones con mujeres de alta sociedad.
—Muy bien. Ya es tiempo de que Víctor descubra que su esposa —mi hermana— le pone los cuernos. El escándalo debe ser público. Necesito que esté divorciado de ella, ¿entiende?
—Por supuesto, señora. Ya estamos trabajando en ello.
—Bien. Hágalo.
Después de despedir al detective, Débora subió a su habitación. Después de cenar, se acercaba el momento con el que tanto había soñado: el momento de su venganza. Y entonces, volvió al pasado...
⋯⋯⋯⋯⋯⋯⋯⋯⋯
Diez años atrás
Angeline y Víctor hablaban en el jardín.
—Víctor, mi padre habló conmigo —dijo ella.
—Lo sé, Angeline. Y quiero decirte algo: tú me gustas mucho, siempre ha sido así. Pero eras menor de edad y no sería correcto... Ahora ya eres mayor, y creo que serías una esposa perfecta.
—Víctor, tú has tenido muchas novias. Y ellas son bellísimas. Yo no soy ese tipo de mujer para ti.
—Angeline, tú eres hermosa. Pero además de eso, eres una dama. Ellas solo fueron aventuras. Pero tú... tú eres la mujer ideal para ser mi esposa. Una mujer digna de ese título. Nadie es tan pura como tú.
—No lo sé... creo que es muy pronto para casarme. Quiero ir a la universidad. Además, casi no nos conocemos.
—Bueno, no necesitas tener una carrera. Yo te daré todo lo que tengo, no temas pasar necesidades. Pero si quieres ir a la universidad, hazlo, Angeline. Y respecto a conocernos... podemos hacerlo, y casarnos a finales de año. Es tiempo suficiente, ¿o acaso no te gusto? —preguntó sonriendo.
—Solo un poco.
—¿Solo un poco? ¿Tan feo soy?
—Eres muy guapo, pero quiero que nos conozcamos. Y, sobre todo, quiero que mientras lo hacemos no tengas otras novias.
Víctor levantó la mano, solemne.
—Lo juro, Angeline. Te voy a ser fiel. Y al igual que tú, no quiero que estés coqueteando con otros hombres.
—Yo no coqueteo con nadie. Nunca he tenido novios... a diferencia tuya.
—Oye, soy hombre, tengo necesidades. Pero ahora solo tú estarás en mi corazón.
—Eso espero. Para mí el respeto es lo más importante. Mejor volvamos a la fiesta, tengo que atender a los invitados.
Ambos regresaron del jardín. En cuanto entraron, Mónica se acercó con sarcasmo:
—¿Dónde estabas, Angeline? ¿Y qué hacías con Víctor? ¿Te le estabas ofreciendo?
—No digas eso, Mónica —respondió ella, molesta.
Su madre apareció de inmediato.
—¡Cállate, Mónica! Tu hermana es perfecta. Ella nunca se comportaría como tú. Si vuelves a insinuar algo así, te volteo la cara de una bofetada y se lo diré a tu padre. ¡Vete a tu habitación! Demasiados problemas nos has dado ya.
—¡Claro! Yo soy la oveja negra, y ella es la hija perfecta.
—Claro que lo es. Siempre ha sido obediente, educada, amable, inteligente. No se escapa por las noches, no anda en fiestas bebiendo, y sobre todo, no busca novios para luego desecharlos como tú. A ella nunca la han arrestado por conducir ebria, como a ti. ¿Qué hombre decente querría una mujer como tú? Con suerte encontrarás uno de clase baja. Eres una vergüenza.
—¡Mamá, no digas eso, por favor! —intervino Angeline.
—Solo digo la verdad.
—¿Y por eso se la estás metiendo por los ojos a Víctor? —lanzó Mónica, a punto de romper en llanto.
—No se la meto por los ojos. Los padres de Víctor quieren una nuera perfecta, y Angeline es la indicada, no tú.
Casi llorando, Mónica respondió:
—Bien, pues entrégale a tu hija perfecta. Pero te diré algo: los hombres como Víctor solo usan a las mustias como Angeline como fachada, como esposa trofeo. Nos buscan a mujeres como yo porque somos las que los hacen sentir hombres. Pero tú nunca entenderás eso... porque eres igual de insípida que ella.
¡PLAF!
Una bofetada resonó en la sala. Todos voltearon a mirar. La madre había abofeteado a su hija Mónica.
—Me avergüenza ser tu madre.
Y esa fue la sentencia de muerte para la pobre e inocente Angeline.
Victor a tenido paciencia con Angeline está enamorado realmente o siente culpa por lo que le pasó.
Son muchas interrogantes y ya uno siente ansiedad por saber.
Porque ese suspenso que nos tienen como fue y porque se transformó en Débora y no siguió siendo Angeline.
Que tendrá que ver Victor y su hermana
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