MI DESTINO ERES TU

CAPÍTULO 10

NARRADOR.

El hospital estaba en completo silencio, más aún en una espera por un milagro… que nunca sucedió.

Después de muchas horas en la unidad de cuidados intensivos, los médicos anunciaron lo que ya se sabía: Victoria Palacios también había fallecido. El corazón de Félix, que ya estaba dañado, se rompió completamente al recibir esa noticia. Primero su padre, ahora su madre. Todo en una única noche.

Cuando recibió la llamada, estaba firmando documentos del cementerio para organizar el entierro de su padre. Al escuchar la voz del médico al otro lado del teléfono, supo, sin que se lo dijeran, que el destino le había reservado otro golpe.

—Lo siento, señor Palacios… su madre no logró sobrevivir.  Ha fallecido hace unos minutos.

Su alma se hundió. Por un instante sintió que las paredes de la funeraria se cerraban a su alrededor. Necesitó apoyarse en la mesa para no caer.

El sufrimiento era abrumador.

Horas más tarde, en el rancho Palacios llegaron dos ataúdes.

Las fúnebres camionetas llegaron en silencio, seguidas de una larga fila de amigos, empleados, vecinos y conocidos del pueblo. Toda la familia se vestía de luto, no solo por fuera, sino también en su interior.

Se colocaron carpas blancas en el jardín central, ornamentadas con flores frescas que llenaban el aire con un aroma dulce, irónico ante tanta tristeza. Se alinearon sillas frente a la pequeña capilla, justo al lado del mausoleo familiar, donde muchas generaciones de Palacios habían sido enterradas. Pero jamás… dos juntos. Nunca de esta manera.

Todo el pueblo asistió.

Los señores Palacios habían sido más que solo terratenientes. Eran personas bondadosas y generosas, que nunca negaron trabajo ni ayuda a nadie. Sus manos, endurecidas por el trabajo, también sabían cultivar solidaridad. Por eso, nadie quiso faltar.

La misa fue muy emotiva.

Los cantos, las oraciones, las palabras del sacerdote se ahogaban en llantos. Félix, de pie al frente, llevaba un traje negro que nunca imaginó que usaría tan pronto. Su rostro, endurecido por el dolor, tembló cuando vio cómo descendían los ataúdes a sus tumbas. Y entonces rompió en llanto.

Desde niño no había derramado ni una lágrima. Pero ver a sus padres descender bajo la tierra fue demasiado.

Lloró como hijo. Como hombre. Como alguien que en pocas horas vio desmoronarse toda la base de su vida.

Isaura también lloraba sin consuelo, apoyada en los brazos de su hijo Alfredo, quien había llegado de la ciudad esa misma mañana. Al enterarse de lo sucedido, tomó el primer transporte que encontró y fue al hospital, donde encontró a su madre desarreglada, en pijama, con el rostro pálido y los ojos hinchados. Recibió la noticia de su madre fallecida solo minutos antes. La devastación era completa.

Sin embargo, no todos estaban de luto.

Sergio, en silencio y apartado, miraba el funeral con una expresión que no parecía adecuada. Si alguien se fijaba bien, podría ver una pequeña sonrisa en sus labios. No derramó lágrimas. No ofreció oraciones. No dijo palabras consoladoras. Simplemente miraba. Como alguien que aguarda su turno para mover una pieza en el juego.

Mientras la tierra cubría los ataúdes, el corazón del rancho también se hundía un poco más.

Félix no pronunció palabra en todo el día. Recibió condolencias. Abrazos. Frases que le llegaban como un susurro. Solo deseaba estar solo. Pero sabía que no podía quebrarse. En ese momento, más que nunca, la responsabilidad del rancho pesaba sobre él. Y aunque sentía que el mundo se había oscurecido permanentemente, también entendía que no podía darse por vencido.

Desde una distancia, Sergio lo miraba. Con los ojos entrecerrados. La sonrisa aún en su cara. Sabía que pronto las cosas iban a cambiar. . . Y no sería para mejor.

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