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Me Case Con Mi Ex Esposo

Me Case Con Mi Ex Esposo

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Madre por contrato
Popularitas:7.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Daricha0322

¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?

NovelToon tiene autorización de Daricha0322 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPITULO 24

El Amanecer y la Nueva Vida

La primera luz del amanecer se coló por las cortinas de seda, pintando la lujosa habitación con tonos dorados. Ana seguía profundamente dormida, su mano descansando sobre el abdomen, y Daniel permanecía despierto, el conflicto de la noche aún pesado en su pecho.

El silencio fue interrumpido por un ruido suave: el chirrido inconfundible de una puerta que se abre con cautela, seguido por el golpeteo de pequeños pies descalzos sobre la alfombra.

Martín, su hijo de cinco años, asomó la cabecita por el umbral. Iba vestido con su pijama de astronautas, el cabello revuelto y los ojos grandes y curiosos. Su rostro se iluminó con una felicidad que borró de golpe la angustia de Daniel.

El niño cruzó la habitación y se lanzó sobre el borde de la cama, gritando en un susurro audible:

—¡Mamá, papá! ¡Están juntos!

Ana se despertó con la sobresalto, pero al ver el rostro resplandeciente de su hijo, una sonrisa genuina y desarmada se dibujó en sus labios. Daniel, con una ternura que solo su hijo podía provocar, lo alzó y lo acomodó entre ellos.

Martín se acurrucó contra Ana y luego miró a Daniel con esa franqueza que desarma a los adultos.

—Te extrañé. El cuarto azul es aburrido. ¿Te quedas aquí ahora, papá?

La pregunta de Martín era la misma que Daniel se había estado haciendo toda la noche, y la hizo justo frente a Ana. El aire se cargó de tensión. Ana evitó el contacto visual, sus ojos fijos en el patrón del edredón, y Daniel sintió el regreso de la Jefa de Acero, lista para dar una respuesta evasiva y corporativa.

Pero la alegría del día anterior era demasiado grande, y el amor de su hijo, demasiado honesto. Daniel tomó la mano de Ana, forzándola a mirarlo, y luego envolvió a ambos con su brazo.

—Quizás, campeón. Papá y Mamá están hablando de cómo vamos a hacer las cosas ahora —dijo Daniel, su voz firme.

Ana, al sentir la calidez del abrazo y la pequeña mano de Martín sobre su vientre, se relajó. El rencor podía esperar un minuto más.

—Pero tenemos algo mucho más importante que contarte, campeón —dijo Ana, tomando el relevo. Cogió las manitas de Martín y las puso sobre el bulto ya notorio de su vientre.

Martín frunció el ceño, intrigado. —¿Qué? ¿Compraron más galletas?

Daniel y Ana se miraron y rieron, el sonido genuino que hacía mucho no compartían.

—No son galletas, cielo —dijo Daniel, limpiando una miga invisible cerca de la boca de Martín—. Es un regalo, pero de los que tardan mucho en llegar.

—¿Te acuerdas que a veces mamá se cansa y tiene que ir al doctor a revisarse? —continuó Ana, con una dulzura especial—. La semana pasada fuimos, y ¿sabes qué nos dijo la Dra. Herrera?

Martín negó con la cabeza, sus ojos bien abiertos.

— bueno ya nos dijo si tendrías un hermanito o hermanita, y nos dijo que sería una hermosa niña

—¡Hola, hermanita! Soy Martín. Yo te voy a enseñar a jugar con dinosaurios, pero los carritos son míos —le susurró.

Ana y Daniel se miraron por encima de la cabeza de su hijo. En esa explosión de alegría inocente, no eran la exesposa resentida y el exmarido culpable; eran simplemente dos padres, unidos por la promesa de una vida nueva y el amor que, a pesar de todo, se negaba a morir.

Daniel sabía que la conversación difícil sobre su matrimonio estaba pendiente, pero al ver a su hijo tan feliz entre ellos, pensó: Por ella. Por esta niña y por Martín, tengo que resolverlo. Ya no puedo vivir en el cuarto azul.

Daniel salió de la habitación con Martín a cuestas, la risa de su hijo resonando en el pasillo, un bálsamo momentáneo sobre la herida de su propia incertidumbre. De vuelta en el dormitorio, el silencio se instaló, pesado y denso.

Ana se levantó de la cama, recogiendo la ropa que Daniel había quitado con tal devoción la noche anterior. El olor a Daniel aún impregnaba las sábanas. Se sentía renovada, sí, pero esa sensación de victoria y deseo ahora se enfrentaba a la realidad. La pregunta de Martín, “¿dormirás aquí siempre?”, se había convertido en un eco molesto en su cabeza.

—Martín está demasiado emocionado —comentó Daniel desde el umbral del baño, su tono era neutro, profesional, la máscara que ambos se ponían durante el día.

—Sí —respondió Ana, su voz igual de medida, sin mirarlo—. Le dije que se bañara y luego podría ir a ver a la señora María.

—Bien. Yo iré después de ti.

La rutina de su convivencia separada se impuso de nuevo, asfixiando el recuerdo de la intimidad de horas antes. Ana entró al baño. Bajo la ducha, el agua caliente no lograba lavar la punzada de culpa que sentía por la esperanza que le daba a Daniel, solo para retirarla cada mañana.

El desayuno fue una farsa pulcra. Martín parloteaba sin parar sobre su futura hermana, dibujando garabatos de un bebé con capa de superhéroe en una servilleta, sin notar el silencio cargado entre sus padres.

—La señora María dice que hay que ponerle un nombre bonito —anunció Martín.

—Así lo haremos, campeón —dijo Daniel, forzando una sonrisa.

Ana asintió, bebiendo su café con una prisa nerviosa, evitando a toda costa la mirada inquisidora de Daniel. Tan pronto como Martín terminó su último bocado de panqueque, Ana se puso de pie.

—Tengo una reunión a las diez. Daniel, ¿podrías encargarte de Martín por la mañana?

Daniel posó su taza de café con un golpe seco que resonó en el comedor.

—Sí, por supuesto que puedo —dijo él, su voz tranquila, pero con una firmeza que hizo que Ana se detuviera—. Pero antes de que te conviertas en la Jefa de Acero otra vez, necesito que hablemos, Ana. Ahora.

Martín, sensible a la tensión, se encogió en su silla.

—Martín, ve a la sala de juegos un momento, por favor. Jugaré contigo tan pronto como tu madre y yo terminemos de hablar, ¿de acuerdo? —dijo Daniel con suavidad.

Cuando Martín salió a regañadientes, Daniel se levantó y se acercó a Ana.

—Ayer fue... un día increíble. La niña está sana, y tú estás sana. Es una victoria que vale más que toda esta casa —empezó, señalando la opulencia que los rodeaba—. Y anoche, nos conectamos de una forma que no lo hacíamos en años. La pregunta de nuestro hijo, Ana... la pregunta de nuestro hijo es la que me persigue.

Se detuvo frente a ella, obligándola a levantar la mirada. Sus ojos eran una mezcla de súplica y determinación.

—Necesito saber algo. ¿Qué somos ahora? ¿Somos solo los padres que duermen juntos cuando el miedo desaparece? ¿Soy el hombre que satisfizo una necesidad emocional anoche, solo para volver al "cuarto del señor Pato" esta mañana? En realidad, Ana, dime: ¿Qué somos?

Ana sintió que un nudo se le formaba en el estómago. La intensidad de Daniel era abrumadora, y no podía huir de la verdad. Era tan fácil odiarlo cuando estaba lejos, tan fácil escudarse en el orgullo de la traición, pero cuando la miraba así, se sentía culpable por su indecisión.

Ella desvió la mirada, pasando la mano por el cuello de su blusa, como si le faltara el aire.

—Daniel, yo... no lo sé.

Su voz era apenas un susurro de derrota.

—Estoy feliz. Estoy aliviada. Anoche, sentí que volvía a ser yo. Y quiero esa vida para Martín y para nuestra hija. Pero... el perdón no es tan fácil como el deseo. No sé si puedo volver a confiar. No sé si quiero volver a ser tu esposa o solo la socia que comparte un hijo. No lo sé. Necesito tiempo.

Daniel asintió lentamente, la esperanza se desvanecía en sus ojos.

—El tiempo lo hemos tenido. Y cada vez que nos acercamos, tú vuelves a construir el muro. Pero ahora tenemos dos hijos, Ana. Necesitamos ser algo. Si vamos a ser socios de negocios, seamos solo eso. Si vamos a ser una familia, entonces dame una señal de que esta vez es real. "No sé" ya no es suficiente, Ana.

Ana se mordió el labio, la presión de la responsabilidad de la familia chocando con el dolor de su pasado. El silencio se alargó, solo roto por el suave sonido de Martín jugando en la sala.

—Dame hasta que nazca la niña —finalmente dijo Ana, mirando hacia la sala, donde su hijo jugaba ajeno a su guerra—. Dame ese tiempo para resolverlo. Hasta entonces, sigamos con esta... tregua. Por Martín y por ella. Pero no me obligues a decidir ahora.

Daniel la estudió, el dolor evidente en su rostro, pero una comprensión resignada también. Sabía que no conseguiría más por el momento.

—De acuerdo —aceptó Daniel, con un tono frío que hacía eco del suyo—. Una tregua. Pero te advierto, Ana: si al final de esta tregua la respuesta sigue siendo "no", me iré. Y esta vez, no me pedirás que vuelva.

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Rosa Maria Gonzalez
muy bueno. me hizo caer una lágrima!
ana
Excelente te atrapa, muy pero muy bonita la historia tiene de todo. La super recomiendo
Maredys Marquez
son muy tontos 🙄🙄 no hay nada más bonito que ese tiempo con el recién nacido 🥰🥰 y juntos
Claudia Patricia Cruz Saa
Ana ciertamente Daniel te engaño, pero ése hombre te ama y te lo ha demostrado con hechos date una nueva oportunidad de recuperar tu familia ése rencor no te dejará nada bueno
neumidia ruiz
el amor lo puede todo ,Ana debe permitirse ser feliz si lo ama está tribulación debe hacerlos más fuerte y unidos , menos el maduro
ana
En las buenas y más en las malas
ana
De su parte lo veo egoísta xq la familia tiene q estar junta
ana
Me esta gustando gracias 🥰
Maredys Marquez
uuhhhmmm....🤔🤔 pero no me gusta la actitud de Ana demasiado yo puedo yo hago a veces hay que dejarce ayudar para eso es la pareja y el compañerismo los dos cometieron errores
Mary Ney
Es una realidad de una enfermedad muy bien narrada
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