"El amor, al enfrentar la tragedia, no se desvanece: sangra, sí, pero también florece. Porque en su dolor más hondo descubre su fuerza, y en medio del caos se convierte en guía. Solo cuando el corazón se quiebra, el alma entiende que amar no es solo sentir, sino resistir, transformar y dar sentido incluso al sufrimiento."
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Marcas de sangre
Horas después, el dolor y la amargura en la boca hacen que Cádiz despierte. Su cuerpo se siente pesado, y por un instante, todo se detiene. Sus ojos parpadean con incredulidad antes de darse cuenta de la realidad. Aedus aún lo sostiene con fuerza, su cuerpo pegado al suyo, y lo peor... sigue unido a él de forma íntima.
Cádiz siente una punzada de rabia e intenta soltarse sin hacer ruido.
—Tú, bastardo imbécil...—susurra con desprecio—Te quedaste dormido mientras me hacías esto...
Aedus no reacciona, y con un movimiento rápido, Cádiz se libera de él. Se levanta con las piernas temblorosas y una mueca de asco en el rostro. Está desnudo. Su ropa, hecha jirones, cuelga de la cama.
—Hijo de puta... era mi camisa favorita.
Murmura entre dientes, con el ceño fruncido, mientras se acerca a un espejo en la esquina de la habitación. Su reflejo le devuelve la imagen de un cuerpo marcado. Moratones, rasguños, huellas de dientes... Su expresión se endurece.
Entonces, baja la mirada y lo ve.
El suelo manchado de sangre.
Su respiración se corta. Instintivamente, se toca entre las piernas y siente la humedad caliente resbalando por su piel. Un escalofrío recorre su espalda.
—Sigue sangrando... —susurra con una expresión vacía.
No es la primera vez. Pero esta vez, se siente más sucio que nunca.
Por un instante, su mente se desconecta. Sus ojos quedan atrapados en su reflejo, sin emoción, sin pensamiento, solo un vacío absoluto. Pero, al cabo de unos segundos, parpadea y recupera el control.
—Debo salir de esta habitación cuanto antes.
Se mueve con rapidez. Un destello ilumina la estancia cuando abre una caja mágica y saca ropa de repuesto. Se viste con su habitual atuendo negro, asegurando su capa con un broche y cerrando la camisa hasta el cuello para ocultar las marcas.
Antes de salir, lanza una última mirada al cuerpo dormido de Aedus y escupe con desprecio:
—Espero no volver a ver tu cara jamás. No quiero nada que me relacione contigo. No quiero que este encuentro arruine mis planes. Si este maldito incidente llega a dar frutos... no dudaré en intervenir.
Sale de la habitación sin hacer ruido y baja las escaleras. En el vestíbulo, los reyes lo esperan. Sus rostros reflejan expectación y preocupación, pero Cádiz solo siente rabia al verlos.
—¡Buenos días, su majestad! ¿Cómo está el príncipe Aedus? —pregunta la reina con falsa cortesía.
Cádiz los fulmina con la mirada y responde con frialdad:
—Si quieren saber sobre el estado de su bastardo hijo, adelante. Está arriba. Ahora, quítense de mi camino.
Los reyes quedan en silencio, sorprendidos por su tono áspero. Cuando Cádiz está a punto de marcharse, se detiene y, con un tono gélido, añade:
—Cuando su hijo entre en celo otra vez, no me busquen. Pueden traerle una prostituta o una concubina. Yo no soy un consolador para un humano como él.
Dicho esto, abandona el castillo sin mirar atrás.
Una vez afuera, abre un portal y desaparece en su interior.
En Sylvania
Cádiz llega a su castillo, donde Mikhail, Rowena y Bornan lo esperan en la sala. Al verlo entrar, los tres se acercan con preocupación.
—¡Mi señor Cádiz! —exclama Bornan.
—¿Por qué llegas hasta ahora? —pregunta Mikhail, notando su expresión sombría.
—Cádiz... —murmura Rowena, tratando de leer sus emociones.
Pero Cádiz no muestra nada. Su voz es fría e indiferente.
—Iré a descansar. No me molesten.
Da la vuelta para marcharse, pero Bornan lo detiene.
—Majestad... su labio está herido. ¿Qué ocurrió? ¿Acaso los humanos le hicieron algo?
La mirada de Cádiz se torna gélida.
—No es asunto tuyo. Ocúpate de tus responsabilidades.
Rowena frunce el ceño y decide intervenir.
—Cádiz, ¿qué pasó en el castillo? ¿Qué te tiene así?
Los ojos de Cádiz se iluminan peligrosamente. Con una expresión feroz, muestra sus colmillos y suelta con voz intimidante:
—Dejen de preguntar. No es problema de ustedes. No me hagan enfadar más... mi sed está aumentando, y no quiero usar su sangre para saciar mi hambre.
El silencio se apodera del lugar. Bornan traga saliva, y un escalofrío le recorre la espalda.
"Mejor no preguntar..." —piensa, temiendo.
Mikhail, en cambio, no se inmuta. Solo observa a Cádiz mientras este sube las escaleras.
—Por las marcas en su cuello y labio, sé lo que pasó... —piensa Mikhail con preocupación—. Espero que esto no traiga problemas en el futuro.
En su habitación
Cádiz entra en su baño y se sumerge en la bañera.
El agua pronto se tiñe de rojo.
Mira el líquido escarlata deslizarse entre sus piernas y su rostro se contrae en una mueca de asco.
—Mi cuerpo resiste batallas... pero ciertas cosas lo destrozan —piensa con amargura—Mi inmortalidad hará que sane, pero... sigue doliendo.
Recuerdos oscuros se agolpan en su mente. Su pecho se oprime. Su respiración se agita.
—Ese día...
Sus uñas se clavan en su piel.
—Ese día jamás lo olvidaré...
Rasguña su pecho, sus brazos. Su sangre gotea en el agua. Su expresión es de tristeza, pero no llora. Su cuerpo tiembla.
—¿Por qué no lo olvido? ¿Por qué esas risas y ese llanto siguen en mi mente? ¿Por qué no llegué antes? Si hubiera llegado antes... esos bastardos no te habrían lastimado...
De repente, su nariz comienza a sangrar.
—Está empezando... —susurra, sintiendo su energía drenarse.
Mira su hombro. Una marca roja se extiende por su espalda, creciendo. La ignora. Se viste rápidamente y se deja caer en la cama.
El cansancio lo vence y, lentamente, se sumerge en la oscuridad del sueño.
Mientras tanto, en el Castillo Edelvereg...
Aedus despierta con una sensación extraña.
Bosteza y se estira, sin notar al principio que la cama está vacía. Sirvientas entran a limpiar la habitación y lo saludan con cortesía.
—Hoy luce un día bonito, su alteza. ¿Durmió bien?
—Sí, ya estoy mejor... —responde distraído.
—Nos alegra saberlo. Su majestad el rey Cádiz vino anoche a asistirlo por orden de su padre.
Aedus se congela.
—¿De qué están hablando?
Su mirada se posa en la cama.
Manchas.
Su corazón se acelera.
Se levanta bruscamente y revisa las sábanas.
Sangre.
La encuentra en el piso. En la almohada. En sus propias manos.
—No...
Imágenes borrosas atraviesan su mente. Recuerdos fragmentados, pero lo suficientemente claros.
—¿Qué hice...?
Las sirvientas intentan calmarlo, pero él las interrumpe.
—Salgan.
—Pero su alteza...
—¡He dicho que salgan!
Cuando la puerta se cierra, Aedus cae de rodillas, aferrando las sábanas ensangrentadas.
—Lo lastimé... Cádiz... lo siento... lo lamento tanto...
Las lágrimas caen por su rostro. Se odia. Se desprecia.
—Yo... no quería hacerlo así...
Pero ya era tarde.
—Qué hice. Lastimé a Cádiz. Yo... lo lamento, perdón. Fue mi culpa. Yo no... Quería estar contigo, pero no de esta forma. Deseaba que fueras tú el primero, pero con tu consentimiento... Soy un idiota... Tú no querías y yo te obligué. Me suplicaste que me detuviera y solo seguí haciéndote daño —dijo Aedus con una mirada vidriosa, su voz se escuchaba entrecortada.
Minutos después
Aedus, sombrío y con los ojos hinchados, baja al comedor, donde estaban el rey, la reina y sus hermanos. El comedor estaba lleno de platos deliciosos; mientras todo lucía reluciente, Aedus se sienta en la silla.
—¿Cómo estás, Aedus? —preguntó el rey.
Aedus contesta cortantemente:
—Estoy bien.
Sus hermanos lo notan, y Janeth pregunta:
—¿Qué te pasa?
Caleth se entromete:
—Debe de ser porque su amante, el rey Cádiz, lo dejó solo y se fue sin decir adiós.
—Cállate, Caleth —dijo Janeth mientras sostenía el tenedor.
Aedus no dijo nada y solo se mantiene en silencio. El rey y la reina lo notan y deciden cambiar el tema.
—Hijo, el duque Leopold y su esposa preguntan por tu bienestar. Te dejaron regalos. Nicolás partió hoy de regreso a su mansión. Te dejó un mensaje. Todos los nobles están preocupados por ti. Estamos aliviados que sigas mejor.
—Gracias... a todos —lo dijo mientras veía su comida. No tenía apetito y se sentía culpable.
"No tengo apetito."
El rey y la reina estaban hablando de temas importantes mientras Aedus no prestaba atención. No había tocado ningún bocado de comida. Estaba perdido en su mente. Todos se dan cuenta, y cuando se disponían a preguntar, Aedus se levantó.
—Lo siento, no tengo hambre. Me retiro.
Aedus dio la vuelta y se fue. Su familia se queda sorprendida por su actitud. La reina preocupada decide hablar:
—¿Aedus, qué pasa contigo? ¿Qué tienes? Estás actuando extraño.
—Lo siento, no quiero hablar. Me voy a entrenar —reverencia mientras da la vuelta.
El rey y la reina quedan desconcertados. Estaban preocupados. Ambos hablaban sobre la situación mientras Caleth interviene.
—Pobre Aedus, debe de estar así porque el rey Cádiz se fue sin decirle nada —habló la reina Céline.
—¿Por qué tanta preocupación? Mi querido hermano mayor ya no es un niño. Es muy mayor para esto. ¿Por qué no hicieron esto antes, cuando solo era un pequeño miedoso? ¿Por qué no dejan que haga lo que sea mientras sus estúpidas acciones no afecten al reino? Está bien. La reina y el rey son muy sobreprotectores. Deberían dejar de meterse en su vida personal. El príncipe heredero no es tan estúpido como aparenta. Solo son ustedes quienes lo protegen mucho... y me pregunto ¿por qué será? Tienen miedo de que los ciudadanos se den cuenta quién en verdad es Aedus. Temen que el mimado príncipe sea juzgado y odiado por los ciudadanos —habló Caleth.
—Caleth, estás siendo grosero y entrometido. Tus acciones pueden traer disputas en el reino, así que deberías prestar atención en tus asuntos y dejar de ser un hablador. Como segundo príncipe real debes mantener en margen tu puesto. Tus especulaciones van más allá de los muros. Si no quieres ir a la isla desierta a entrenar con los soldados, mantén tu boca cerrada y deja a los mayores hablar. Como tu padre y rey de este castillo, tienes prohibido hablar a la hora de comer.
El rey se levanta de la mesa toscamente y se va. Caleth queda enojado. Después también se levantan de la mesa. Todos se habían ido, y la única persona que quedó fue la princesa Janeth.
"Vaya amor familiar que tiene este reino, todos discutiendo a la hora del desayuno" —mira su plato de comida y decide comer.
—Bueno, más para mí.
Después de unas horas
El rey Gilh estaba en su trono de oro con una reluciente vestimenta. El rey estaba algo ansioso, pero se mantenía sereno y serio. Las puertas se abren y entra el príncipe, con su armadura dorada, una capa roja y su espada colgando de la cintura. Firmemente se inclina ante el rey, y ambos entablan una conversación.
—Su majestad, estoy listo —pone una rodilla en el piso, mientras agacha la cabeza y coloca su puño en el suelo.
—Lamento haberte apresurado. No sabía que los demonios estaban ganando territorio. Irás junto a un escuadrón de caballeros —habla mientras ve a Aedus arrodillado.
—Entiendo todo lo que dice su majestad. Después de todo, es mi deber como próximo rey de Valaquia.
Ambos se tratan formalmente. Aedus está por irse, pero su padre lo detiene.
—Aedus... Lamento lo que pasó. Fue un error mío. Solo quería que te recuperaras. No era mi intención causarte problemas. Espero que lo soluciones.
Aedus acepta las disculpas de su padre y sonríe levemente mientras contesta:
—Está bien, su majestad.
Aedus sale del castillo y camina firmemente, mientras unos caballeros lo siguen.
CONTINUARÁ
☺💛