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Caminos que se Cruzan...

Caminos que se Cruzan...

Status: Terminada
Genre:Yuri / Amor a primera vista / Maestro-estudiante / Colegial dulce amor / Completas
Popularitas:764
Nilai: 5
nombre de autor: Maria Kemps

Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.

NovelToon tiene autorización de Maria Kemps para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 10

El beso entre ellas creció rápido, como una llama que hacía mucho tiempo solo esperaba una chispa.

Elisa tiró de Júlia por la cintura, empujándola hasta apoyarla contra la encimera de la cocina. Las manos de la profesora recorrieron sus curvas con una seguridad que hasta entonces se escondía detrás de la culpa.

Ahora, ella no pensaba en nada más.

Ahora, ella era solo deseo.

Sin separar los labios, Elisa levantó a Júlia por la cintura con facilidad, haciéndola sentarse en la fría encimera. El contraste de la superficie helada arrancó un pequeño jadeo de la chica, que se entrelazó aún más fuerte en su cuello.

—Profesora... —susurró Júlia con una sonrisa ronca, los ojos entreabiertos.

Elisa levantó el rostro apenas lo suficiente para mirarla, los ojos ardiendo, el pecho subiendo y bajando con la respiración acelerada.

—Aquí no hay ninguna profesora ahora, pero te voy a enseñar lo que sucede cuando provocan a alguien hasta su límite —murmuró, la voz grave, ronca de deseo—. Solo yo... y tú.

Las palabras vibraron en el aire, tan intensas que Júlia se estremeció.

Sin previo aviso, Elisa separó sus piernas y se encajó en medio, presionando sus caderas entre las de la chica. Las manos subieron por el muslo de Júlia sin prisa, con firmeza, como quien conoce el camino.

—Quiero verte perder el control para mí... —susurró Elisa contra la piel caliente del cuello de Júlia, mordisqueando allí despacio.

Júlia gimió bajo, casi en súplica, tirando de la blusa de Elisa hacia arriba, intentando tocarla más.

Pero Elisa, ahora completamente en control, sujetó sus muñecas, aprisionándolas contra la encimera, los rostros tan cerca que podían sentir la respiración la una de la otra.

—Te dije... —susurró, rozando sus labios con los de ella—. Que ahora quien manda soy yo.

La sonrisa que curvó la boca de Júlia fue pura rendición.

Soltando lentamente sus muñecas, Elisa permitió que la chica la tocara, pero era ella quien dictaba el ritmo.

Las manos calientes de Júlia se deslizaron por el vientre de Elisa, buscando la piel, mientras Elisa exploraba cada centímetro de su muslo, subiendo cada vez más, hasta alcanzar exactamente donde Júlia más quería.

El primer toque arrancó un gemido seductor de los labios de la chica, que echó la cabeza hacia atrás, ofreciéndose aún más.

Elisa aprovechó.

Con movimientos lentos, firmes, deslizó los dedos entre las piernas de Júlia, sintiendo cuánto ya estaba entregada, trémula, implorando sin palabras.

—Tan lista para mí... —murmuró Elisa, mordisqueando el lóbulo de su oreja—. Desde el coche, ¿no?

Júlia solo gimió en respuesta, agarrándose a los hombros de Elisa como si el suelo estuviera desapareciendo.

La profesora sonrió contra su piel, deslizando los dedos con más intensidad, haciendo que el cuerpo de Júlia se arqueara en la encimera, las piernas apretándose en su cintura.

La visión de ella entregada, la sensación de ser la responsable por cada temblor, cada suspiro, dejaba a Elisa embriagada, como un vicio que le gustaba.

Júlia todavía jadeaba en la encimera, los ojos entrecerrados y una sonrisa perezosa en los labios, cuando Elisa volvió a besarla.

Pero ahora, no era un beso contenido.

Era hambriento.

Elisa sujetó su nuca con firmeza, profundizando el beso, explorando, exigiendo, dominando. Su lengua danzaba con la de Júlia, arrancando nuevos gemidos, mientras sus manos recorrían el cuerpo de la chica con un hambre cruda, sin más miedo, sin más ataduras.

Júlia gimió entre el beso, agarrándose a la blusa de Elisa, atrayéndola hacia sí como si quisiera fundirlas allí mismo.

Elisa separó los labios apenas lo suficiente para mirarla, los ojos brillando de deseo puro.

—Te quiero toda para mí, Júlia —dijo, la voz ronca, cargada de una seguridad que ni ella sabía que tenía—. Ahora.

Sin esperar respuesta, Elisa tiró de la blusa de Júlia con impaciencia, revelando la piel caliente debajo. La chica levantó los brazos en una invitación silenciosa, dejando que la profesora la desvistiera allí mismo, en la cocina.

Tan pronto como la prenda cayó al suelo, Elisa se inclinó, mordisqueando el escote expuesto, dejando rastros de besos que hacían que Júlia se retorciera en busca de más contacto.

A cada toque, a cada mordisco, Elisa mostraba quién era de verdad: alguien que deseaba profundamente, que quería sentir, que quería hacer sentir.

Sus manos se deslizaron por la cintura de Júlia, firmes, decididas, mientras sus labios se aventuraban más y más por la piel sensible.

Cuando llegó a su vientre, Elisa se detuvo, respirando hondo, admirando la visión.

—Eres tan hermosa... —murmuró, la voz embargada por el deseo.

Júlia sonrió, mordiéndose el labio inferior, y abrió aún más las piernas, ofreciéndose sin vergüenza.

Aquel gesto fue como gasolina en el fuego que ardía dentro de Elisa.

Se arrodilló entre las piernas de la chica, besando el interior de los muslos con adoración, subiendo despacio, torturando, hasta que Júlia estuvo gimiendo alto de nuevo, implorando bajito.

Elisa sonrió contra su piel.

Sin aviso, sin vacilación, la probó metiendo la lengua: lenta, profunda, deliciosa.

Júlia gritó, las manos clavándose en el cabello de Elisa, tirando, queriendo más, mucho más.

Y Elisa se lo dio.

Se lo dio sin piedad, sin prisa, sin culpa.

Cada movimiento suyo era una declaración silenciosa de quién era ahora: una mujer que sabía lo que quería, y que quería a Júlia sin reservas.

El cuerpo de la chica tembló de nuevo, y Elisa la sujetó firme, manteniendo el ritmo hasta sentir a Júlia deshacerse completamente en una eyaculación contra su boca, gimiendo su nombre como una plegaria.

Cuando finalmente paró, subió de nuevo, los ojos negros de deseo, y besó a Júlia profundamente, dejando que ella sintiera su propio sabor en su boca.

Júlia todavía temblaba, la respiración fallida, pero sonrió contra sus labios.

—Profesora... —gimió, provocativa, los ojos brillantes—. ¿Me va a suspender si quiero más?

Elisa soltó una risa baja, pasando los dedos por su mejilla con cariño y deseo mezclados.

—No... —murmuró, la voz cálida—. Solo te voy a enseñar bien.

Y entonces la atrajo nuevamente hacia sí, determinada a mostrar todo lo que aún tenían para sentir juntas —allí, en la cocina, en la encimera, sin miedo, sin retorno.

Aún con el cuerpo caliente, Elisa tiró de Júlia de la mano, riendo entre besos torpes, hasta la sala.

Las ropas iban quedando por el camino —una prenda aquí, otra allá— marcando el rastro de la impaciencia entre ellas.

Tan pronto como llegaron, Elisa la empujó suavemente contra el sofá, sus ojos brillando con un hambre nueva, un fuego que ya no estaba disimulando.

Júlia cayó riendo, la respiración acelerada, y abrió los brazos en una invitación abierta.

—Profesora... —provocó, la voz arrastrada por el deseo—. ¿De verdad va a hacerme esto en la sala?

Elisa arqueó una ceja, una sonrisa cargada de segundas intenciones jugando en sus labios.

—Después de lo que hiciste en el coche... —murmuró, arrodillándose entre sus piernas—. Creo que es justo mostrarte cuánto me gustó la alumna rebelde.

Sin más aviso, Elisa la atrajo hacia sí, sus cuerpos chocando con fuerza, hambre, deseo puro.

Besó a Júlia con ganas, un beso caliente, profundo, mientras sus manos exploraban cada centímetro de aquella piel joven, cada curva que ahora ya conocía —y deseaba más.

Júlia gimió contra su boca, encajando las piernas alrededor de su cintura, atrayendo a Elisa aún más cerca, frotándose sin pudor.

Elisa, ya sin ninguna vergüenza, soltó un gemido bajo, sintiendo cuánto la chica la enloquecía.

Sin separar las bocas, Elisa deslizó la mano por su muslo, lenta, firme, hasta alcanzar el centro caliente que ya pulsaba de anticipación.

Júlia arqueó el cuerpo, los ojos cerrándose de placer.

Elisa sonrió contra su boca y provocó con un toque leve, casi cruel.

—¿Quieres, alumna? —susurró, la voz grave.

—Quiero... —gimió Júlia, jadeante—. Quiero mucho por favor... profesora.

La forma en que dijo "profesora" en aquel tono ronco hizo que algo dentro de Elisa se desmoronara.

Sin esperar más, la penetró con los dedos, con una necesidad urgente que la hizo gemir junto.

Se movía firme, rítmica, arrancando de la chica los sonidos más hermosos, más desesperados.

Júlia se aferró a ella, arañando su espalda, tirando de sus cabellos, pidiendo más.

Y Elisa se lo daba.

Sin pudor.

Sin límites.

Sus cuerpos se movían en sintonía, como si estuvieran hechos el uno para el otro.

Cada gemido de Júlia, cada súplica, hacía que Elisa perdiera aún más el poco control que le quedaba.

Sentía el calor crecer dentro de ella también, esparciéndose rápido, intenso.

Besó el cuello de la chica, mordió su clavícula, mientras sus dedos no detenían el ritmo.

—Córrete para mí, Júlia... —susurró, con la boca caliente contra su piel—. Quiero sentirte entera...

Júlia gimió alto, deshaciéndose en sus brazos con los dedos penetrándola, temblando violentamente, la respiración fallando.

Elisa continuó besándola, acariciando su cuerpo con cariño, hasta sentir el cuerpo de la chica relajarse totalmente, entregado.

Cuando Júlia abrió los ojos, aún jadeante, encontró a Elisa mirándola —no solo con deseo, sino con una ternura que la hizo sonreír.

Elisa apoyó su frente en la de ella, cerrando los ojos por un segundo.

—Me vuelves loca —confesó en un susurro, sincero.

__ como si ya no pudiera esconder nada de quien era antes de casarme.

Júlia sonrió, pasando las manos por el rostro de ella con un cariño perezoso.

—Entonces no olvides quién eras y quién eres ahora conmigo, profesora... —provocó bajito, atrayéndola de nuevo hacia sí.

Y Elisa no se resistió.

No quería resistirse.

Aún acostada en el sofá, con Elisa medio echada sobre ella, Júlia sonrió de una manera traviesa.

Pasó las manos por la espalda de la profesora, acariciando despacio, hasta que, en un movimiento ágil, giró el cuerpo y quedó encima.

Elisa arqueó una ceja, sorprendida.

—Ahora es mi turno, profesora... —susurró Júlia, la voz ronca de deseo.

Antes de que Elisa pudiera reaccionar, Júlia sujetó sus muñecas contra el sofá con una de las manos, mientras la otra exploraba su cuerpo con firmeza y provocación.

La sonrisa de Elisa vaciló por un segundo, rendida completamente al toque, a la actitud segura de la chica.

Júlia la besaba con intensidad, mordiendo levemente su labio inferior, deslizando la cadera sobre la de ella de manera lenta y deliberada, arrancando gemidos bajos que Elisa ya ni intentaba contener.

—¿Quién tiene el control ahora, eh, profesora? —provocaba, entre un beso y otro.

Elisa solo gimió en respuesta, cerrando los ojos y entregándose.

Júlia se divertía con aquello, pero también estaba perdida en la sensación, en la libertad de finalmente mostrar todo el deseo que guardaba.

Solo pararon cuando la respiración de ambas se volvió demasiado pesada y el deseo se transformó en algo aún más íntimo: miradas, caricias demoradas, sonrisas cómplices.

Más tarde...

Después de vestirse a toda prisa, riendo entre tropiezos y besos robados, las dos se sentaron a almorzar. Elisa había preparado algo rápido e improvisado, pero a ninguna de las dos parecía importarle mucho la comida; todavía estaban con la mente y el cuerpo atrapados en el recuerdo de lo que acababan de vivir.

Fue entonces cuando la puerta se abrió.

Sofia entró cargando bolsas y hablando alto:

—¡Mamá! ¡Estoy en casa!

Elisa se acomodó en la silla, intentando parecer lo más normal posible, mientras Júlia disimulaba una sonrisa maliciosa.

Sofia dejó las bolsas en la encimera, se quitó las zapatillas y fue directa a la mesa. Se detuvo de repente, observando el rostro de su madre.

—¿Eh... Júlia? —dijo, desconfiada—. Mamá... ¿estás... sonriendo?

Júlia se controló para no reírse a carcajadas.

—Júlia, no sé qué hiciste —continuó Sofia, cruzando los brazos con falsa seriedad—, ¡pero hiciste sonreír a la profesora —alias mi madre—!

Elisa puso los ojos en blanco, riendo con timidez.

—Deja de decir tonterías, Sofia. Estoy normal —dijo, tomando un bocado de comida.

Júlia, por supuesto, no perdió la oportunidad.

—Oíste a tu hija, ¿verdad, profesora? —dijo en un tono provocativo, con una sonrisa que solo Elisa podría entender.

Elisa soltó un suspiro teatral, levantándose de la silla.

—Bueno... ya que Sofia llegó y tú la estabas esperando... —dijo, mirando directamente a Júlia con una mirada cargada de segundas intenciones— ya puedo subir a resolver... cosas del mundo adulto.

Sin esperar respuesta, salió de la sala contoneándose ligeramente, dejando a Júlia con los ojos brillantes de deseo y a Sofia... completamente inocente, pensando que solo era una conversación de profesora y alumna.

—Vaya —comentó en voz alta Sofia, riendo, sin tener idea de la tensión en el aire—. Ustedes dos parecen amigas de la infancia, ¿sabías? ¡Ni parece que usted sea su profesora!

Júlia se mordió el labio, conteniendo las ganas de reír.

—Pues sí... —respondió, guiñando un ojo que Sofia no entendió.

Y, en el piso de arriba, Elisa sonrió sola, sabiendo que aquel día lo había cambiado todo entre ellas.

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