LA ABOGADA DEL CAPO ITALIANO

El bufete estaba tranquilo aquella mañana, con el sonido de teclados y teléfonos sonando en algunas oficinas. Emma entró con su porte elegante, su cabello negro ondeando con cada paso firme que daba. Su vestido azul marino se ajustaba perfectamente a su figura, irradiando confianza y determinación.

—Buenos días —saludó con voz firme, dejando su bolso sobre el escritorio de recepción.

Marcela, su secretaria, levantó la mirada con una sonrisa nerviosa. Aunque intentó mantener la compostura, su jefa la conocía demasiado bien para no notar el ligero temblor en sus manos cuando le entregó la taza de café recién hecha.

—Buenos días, jefa.

Emma entrecerró los ojos mientras tomaba la taza con delicadeza, llevándola a sus labios antes de hacer la inevitable pregunta.

—¿Pasa algo?

Marcela tragó saliva y se removió en su asiento antes de responder, moviendo algunos papeles de manera innecesaria.

—La están esperando en su oficina.

Emma arqueó una ceja y miró hacia la puerta de su despacho. Luego, con una calma aparente, volvió la vista a Marcela.

—¿Quién está en mi oficina?

—El señor Cardona y la señora Franchesca —contestó su secretaria, observándola con cierto recelo.

Emma sintió un leve cosquilleo recorriendo toda su espalda. Si su tío Cardona y su abuela Franchesca estaban allí sin previo aviso, significaba que algo no andaba bien.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó con curiosidad, dando un sorbo a su café.

—No lo sé, jefa. Solo me dijeron: "Avísale a Emma que estamos aquí y queremos hablar con ella".

Emma dejó la taza sobre el escritorio sin apartar la mirada de su secretaria. Apretó los labios en un gesto pensativo y, sin decir nada más, se dirigió a su oficina con paso firme. Empujó la puerta y entró con una sonrisa que ocultaba su inquietud.

—Buenos días, abuela Franchesca. Tío Cardona —saludó, avanzando hasta su escritorio y tomando asiento con la misma tranquilidad que siempre la caracterizaba.

Sin embargo, por dentro, sentía un ligero nudo en el estómago. Sabía que esa visita no era casual.

Franchesca, sentada con la espalda recta y las manos cruzadas sobre su regazo, la observaba con el mismo aire de autoridad que siempre la había caracterizado. Sus ojos afilados, casi felinos, analizaban cada reacción de su nieta.

—Emma Greco Álvarez, ¿qué te traes entre manos? —preguntó con voz firme, alzando una ceja con escepticismo.

Emma sostuvo la mirada de su abuela sin pestañear, pero sintió cómo su corazón latía con fuerza. Aun así, no se permitiría titubear.

—Nada, abuela —contestó con fingida inocencia.

Franchesca dejó escapar un suspiro y se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en los brazos de la silla.

—Si no tramas, nada entonces explícame por qué no avisaste lo que está sucediendo en los hoteles de Cancún —dijo con voz controlada, pero con una firmeza que no admitía excusas.

Emma tragó saliva. Sabía que Franchesca no era una mujer fácil de engañar. Su mente era afilada como una daga y su intuición, casi infalible.

—Porque tengo un plan —dijo al final, entrelazando los dedos sobre el escritorio—. Un plan para que Luigui sea mío y solamente mío. Y no voy a permitir que nadie se meta en mi camino.

Hubo un silencio tenso en la oficina.

Cardona frunció el ceño, su expresión reflejaba angustia. Entonces miró a Emma como si intentara encontrar en ella a la niña que había conocido, la que solía correr por la hacienda con el cabello despeinado y una sonrisa inocente. Pero aquella niña ya no existía.

—Emma, lo que estás haciendo puede llevar a Luigui a la cárcel… y él es inocente, mi niña —dijo con un tono cargado de preocupación.

Emma inclinó ligeramente la cabeza, con una sonrisa serena pero calculadora.

—No se preocupen por eso. No le pasará nada en la cárcel por unos días… De pronto así se le bajan los humos y acepta sus sentimientos por mí de una vez por todas.

—Emma, por Dios —exclamó Franchesca con incredulidad—. ¿Eso es lo que llamas amor? ¿Encerrarlo para obligarlo a que te ame?

Los ojos de Emma se oscurecieron con una determinación casi escalofriante.

—Porque lo amo, voy a hacer lo que tengo planeado —sentenció con firmeza—. Y ustedes dos se van a mantener al margen. No quiero que metan sus narices en esto o soy capaz de hacer que Luigui se quede por muchos años en la cárcel.

Cardona cerró los ojos por un momento, pasándose una mano por el rostro con frustración.

—Estás jugando con fuego, Emma. Luigui no es un hombre fácil de doblegar.

Emma se levantó lentamente, rodeando su escritorio con la misma elegancia con la que siempre se movía.

—Lo haré ceder —afirmó, acercándose a su tío y a su abuela—. Él me pertenece.

Franchesca negó con la cabeza, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

—Estás cegada, Emma. Lo que sientes no es amor, es obsesión.

—Llámalo como quiera, abuela —replicó ella con frialdad—. Pero al final, Luigui será mío.

La tensión en la oficina era insoportable. Cardona miró a Franchesca con preocupación. Sabían que Emma no hablaba en vano, era una mujer de armas a tomar igual que las reinas de la mafia y más que lo lleva en la sangre.

—¿Algo más? —preguntó Emma con una sonrisa cínica—. Tengo mucho trabajo que hacer.

Franchesca la miró por un largo rato, luego se puso de pie con una expresión de derrota en su rostro.

—Solo espero que cuando todo esto explote, no sea demasiado tarde para que te des cuenta de tu error.

Emma no respondió. Observó cómo su abuela y su tío salían de la oficina en silencio.

Cuando la puerta se cerró, su expresión cambió. Apoyó las manos en el escritorio y dejó escapar un suspiro tembloroso. Su mirada se perdió en la ventana.

Sabía que lo que estaba haciendo era arriesgado. Pero si ese era el precio por tener a Luigui a su lado… estaba dispuesta a pagarlo.

El sonido del motor y el leve golpeteo de la lluvia en el parabrisas marcaban el ritmo del tenso silencio en el auto. Cardona mantenía ambas manos firmes en el volante, su mirada fija en la carretera mientras su mente procesaba todo lo que estaba ocurriendo. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta que llevaba tiempo queriendo hacer.

—¿Qué crees, Franchesca, de todo esto? —Su voz era grave, pausada, como si buscara confirmar lo que ya sospechaba.

Franchesca, sentada en el asiento del copiloto, giró el rostro para mirarlo. Sus labios se curvaban en una leve sonrisa, pero sus ojos reflejaban un destello de certeza.

—Opino que Emma piensa hacer lo mismo que hizo Abigail con Hugo —respondió con serenidad, como si fuera un hecho irrefutable.

Cardona soltó una risa irónica y negó con la cabeza, incrédulo.

—¿Obligarlo a que se case con ella? Eso es una locura, Franchesca —dijo con un deje de frustración en su tono.

Franchesca alzó una ceja, apoyando un codo en la ventana y jugando distraídamente con un mechón de su cabello.

—Lo es —admitió—, pero Emma no da pasos en falso. La vi a los ojos y no tengo dudas… tiene pruebas contundentes. Emma y Rebeca saben perfectamente quiénes han estado robando en los hoteles de Cancún todos estos años.

Cardona apretó la mandíbula. Sabía que Emma no era ingenua, pero esto… esto era otro nivel. Franchesca, en cambio, parecía disfrutar el giro que había tomado la situación.

—Por ahora, dejemos que Emma mueva sus fichas —continuó con aire confiado—. Mientras tanto, avísale a los abogados de las empresas. Quiero que estén listos para sacar a Luigui de la cárcel en cuanto sea necesario.

Una sonrisa de orgullo se dibujó en los labios de Franchesca. Sus "niñas", como ella las llamaba, no eran unas tontas. Cuando se enamoraban, lo hacían con determinación, sin miedo a jugar en grande. Y esta vez, Emma no sería la excepción.

El auto avanzó por la carretera mientras en su interior dos mentes estratégicas comenzaban a maquinar el siguiente movimiento en un juego donde el amor, la ambición y el poder estaban en juego...

Continuara...