Atrevete Amar Al Mafioso

En el lujoso departamento de Adrián, una amplia pantalla mostraba múltiples ángulos de la mansión donde Julia vivía. Las cámaras y micrófonos, instalados estratégicamente por Viktor, ofrecían una visión perfecta de lo que ocurría en el hogar de su madrastra, Patricia, y su media hermana, Camila. Adrián estaba sentado frente a la pantalla, con un vaso de whisky en la mano y una expresión inescrutable en su rostro.

Viktor, apoyado contra una pared, observaba la pantalla en silencio. A pesar de su entrenamiento para no involucrarse emocionalmente, no podía evitar sentir un desprecio creciente hacia las dos mujeres que parecían deleitarse en conspirar contra Julia.

—¿Por qué tanto interés en ella? —preguntó Viktor de repente, rompiendo el silencio.

Adrián no apartó la vista de la pantalla.

—Es algo que no entenderías.

—Inténtalo —replicó Viktor, con una media sonrisa.

Adrián tomó un sorbo de su whisky antes de responder.

—Julia es diferente. En un mundo donde todos se doblegan ante mí, ella me desafía. No es solo atracción, Viktor. Es respeto.

Viktor arqueó una ceja, curioso por la confesión poco habitual de su jefe.

—¿Y por eso instalaste cámaras en la casa de su madrastra?

—No —corrigió Adrián, con un tono más grave—. Lo hice porque quiero asegurarme de que esté a salvo.

Antes de que Viktor pudiera responder, una conversación en la pantalla captó su atención. En el amplio salón de la mansión, Patricia y Camila estaban sentadas en un sofá, riendo entre ellas.

—¿Crees que Julia sospecha algo? —preguntó Camila, cruzando las piernas con aire despreocupado.

—Claro que no. Esa estúpida siempre ha sido demasiado confiada —respondió Patricia, con una sonrisa que destilaba veneno—. Después de todo, su querido padre no hace más que presionarla. Seguro cree que todo es culpa de él.

—¿Y qué hay del incidente en la cita? —preguntó Camila, inclinándose hacia su madrastra—. ¿Crees que ella sospeche que tuvimos algo que ver?

Patricia soltó una carcajada.

—Por supuesto que no. Esa niña está tan rota que ni siquiera se da cuenta de lo que pasa a su alrededor. Además, ¿quién creería que su madrastra y su dulce hermanita podrían planear algo tan… cruel?

Camila sonrió, pero había algo en su expresión que denotaba una creciente ambición.

—Algún día, todo lo que ella tiene será mío.

Patricia se inclinó hacia ella, tomando su mano con una mirada severa.

—Paciencia, querida. Todo a su debido tiempo.

Viktor apretó los puños mientras escuchaba.

—Son unas arpías —murmuró, mirando a Adrián—. ¿Cuánto más vas a esperar para intervenir?

Adrián se levantó de su silla, caminando hacia la ventana con el vaso en la mano.

—No es el momento. Quiero que muestren todas sus cartas primero.

Viktor lo siguió con la mirada, tratando de comprender su estrategia.

—¿Y si mientras tanto le hacen más daño?

Adrián giró la cabeza ligeramente, con una expresión seria.

—Por eso la estoy vigilando. Nada les saldrá bien mientras yo esté aquí.

Mientras tanto, Julia caminaba de regreso a su departamento después de un largo día en la oficina. El incidente con su jefe, el señor Salinas, la había dejado aún más agotada de lo habitual. Sus pasos eran rápidos y sus hombros estaban tensos, como si sintiera que alguien la seguía.

En realidad, no estaba equivocada. Desde la distancia, Viktor la seguía discretamente, asegurándose de que llegara a salvo a su casa. Era una orden directa de Adrián, quien no confiaba en que Julia estuviera completamente fuera de peligro.

Al llegar a su edificio, Julia miró por encima del hombro antes de entrar, todavía sintiendo una inquietud que no podía explicar. Cuando finalmente estuvo dentro de su departamento, cerró la puerta y dejó escapar un suspiro de alivio.

Desde la calle, Viktor sacó su teléfono y llamó a Adrián.

—Llegó bien —informó.

—Perfecto —respondió Adrián desde el otro lado de la línea—. Quédate cerca por si acaso.

—¿Vas a decirme alguna vez por qué te importa tanto? —preguntó Viktor, frustrado.

Adrián guardó silencio por un momento antes de responder.

—Ella no necesita saberlo, pero no pienso dejarla sola. Quizás sea una mujer rota, pero eso no significa que no merezca ser protegida.

Viktor suspiró, resignado.

—Eres un caso perdido, Adrián.

Adrián sonrió levemente, terminando la llamada.

En el silencio de su departamento, observó nuevamente las grabaciones de Patricia y Camila, prometiéndose que, cuando llegara el momento, haría pagar a ambas por cada daño que habían causado a Julia.