El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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La Ilusión de la Prosperidad
La situación en la familia de Chris no era sencilla. Su madre, una mujer con un corazón noble pero fácilmente influenciable, siempre había buscado una manera de mejorar su situación económica. Vivían con lo justo, a menudo recurriendo a trabajos ocasionales y pequeños favores de vecinos para subsistir. Por eso, cuando conoció al predicador Jeremías en una reunión religiosa, sintió que había encontrado un rayo de esperanza.
Jeremías tenía una presencia magnética. Su voz era poderosa, y cada palabra que pronunciaba parecía estar cargada de promesas divinas. "Venid y comprad sin dinero, dice el Señor en su palabra", proclamaba desde el púlpito con un tono triunfal, mientras sostenía una Biblia gastada en una mano y señalaba con la otra a una lujosa camioneta estacionada a la vista de todos.
"¿Ven esa camioneta? Yo le dije a Dios que la necesitaba. ¡Y Él me proveyó!" La multitud estalló en vítores y gritos de "¡Amén, hermano!" mientras Jeremías sonreía con aire satisfecho.
Chris, sentado al fondo de la sala, observaba la escena con escepticismo. Aunque era creyente, la manera en que Jeremías hablaba de Dios no encajaba con su propia fe. Para Chris, Dios no era un genio que concedía deseos materiales, sino una fuente de fortaleza para enfrentar las adversidades. Además, las historias bíblicas que tanto había estudiado enfatizaban que las bendiciones no siempre eran tangibles ni inmediatas.
Emanuel, un amigo cercano de la familia y también creyente, compartía sus dudas. Después de la reunión, los dos se apartaron para discutir.
—Esto no me cuadra, Chris —dijo Emanuel, cruzándose de brazos mientras miraba a la gente que rodeaba al predicador como si fuera una celebridad—. ¿Desde cuándo las bendiciones de Dios se miden en camionetas y lujos?
Chris asintió, pensativo. —Lo sé. Algo en su discurso me hace ruido. Además, hay algo más... —Hizo una pausa, inseguro de si debía continuar—. Es demasiado amable conmigo. Demasiado. No sé cómo explicarlo, pero siento que hay algo falso en su comportamiento.
Emanuel lo miró con seriedad, pero no presionó. Sabía que Chris necesitaba procesar sus pensamientos a su ritmo.
Esa misma noche, decidieron hablar con la madre de Chris. La encontraron en la pequeña sala de estar, revisando cuidadosamente un folleto que Jeremías había repartido, en el que invitaba a la gente a "sembrar" en su ministerio para cosechar "bendiciones multiplicadas".
—Mamá, necesitamos hablar —dijo Chris mientras tomaba asiento frente a ella. Emanuel lo siguió, sentándose a su lado.
—¿Otra vez con esto? —respondió ella, visiblemente molesta—. No entiendes, Chris. Él tiene razón. Dios proveerá si tenemos fe.
Emanuel intervino con calma. —Señora, entiendo que esté buscando una solución para su situación, pero este hombre no parece confiable. Dice cosas que no tienen respaldo bíblico y manipula a las personas con promesas vacías.
—¡No digas eso! —exclamó ella, golpeando la mesa con frustración—. Jeremías es un hombre de Dios. Tú mismo lo escuchaste, Emanuel. ¿Acaso no estás en la misma fe?
—Sí, pero nuestra fe no se trata de prometer riquezas terrenales a cambio de dinero —respondió Emanuel con firmeza—. La Biblia habla de sacrificios, de fe en medio de las pruebas, no de un Dios que actúa como un comerciante.
Chris intentó apaciguar el ambiente. —Mamá, sólo queremos que pienses bien en esto. No queremos verte lastimada ni que pierdas más dinero del que ya tenemos.
Pero su madre no quiso escuchar. Estaba tan desesperada por encontrar una salida a su situación que ignoraba las señales de alerta. Para ella, Jeremías era una respuesta directa a sus plegarias.
Mientras tanto, Jeremías seguía con sus reuniones y discursos, incrementando la presión sobre sus seguidores para que aportaran más dinero. Chris no podía evitar sentir una mezcla de frustración y tristeza al ver cómo su madre, una mujer que siempre había trabajado duro, ahora gastaba lo poco que tenían en las "siembras" que él pedía.
Finalmente, Emanuel decidió enfrentar directamente a Jeremías después de una reunión. Se acercó al hombre con calma pero con determinación.
—Hermano Jeremías, tengo algunas preguntas sobre su ministerio —dijo, mirándolo a los ojos.
El predicador sonrió ampliamente, pero su mirada no reflejaba la misma calidez. —Por supuesto, hijo. Siempre estoy dispuesto a guiar a los hermanos en la fe.
—Entonces, ¿puede explicarme por qué insiste tanto en que las bendiciones de Dios se manifiestan en riquezas materiales? —preguntó Emanuel con tono neutral, pero firme.
Jeremías vaciló por un momento antes de responder. —Porque Dios quiere que prosperemos, hermano. Es su promesa.
Emanuel no se dejó intimidar. —Pero la prosperidad no siempre es económica, ¿verdad? De hecho, Jesús habló más sobre sacrificios que sobre riquezas.
La sonrisa de Jeremías se desvaneció ligeramente. —Hermano, quizás tu fe necesita fortalecerse. Te invito a orar y reflexionar sobre esto.
Emanuel asintió, pero no estaba convencido. La conversación sólo confirmó sus sospechas.
La confianza en Jeremías comenzó a tambalearse cuando uno de los miembros más antiguos de la congregación, don Rafael, hizo una inquietante revelación durante una reunión. Don Rafael era un hombre de campo, conocido por su honestidad y sentido común. Había estado ausente en los últimos meses debido a problemas personales, pero al regresar a la congregación, notó algo alarmante.
—Esa camioneta que Jeremías presume tanto... —dijo en voz baja a Chris y Emanuel una tarde después del servicio—. Estoy casi seguro de que pertenecía a un hermano de otra comunidad. Era idéntica. Ese hombre perdió todo en una estafa, y nunca se supo qué pasó con su vehículo.
Chris y Emanuel intercambiaron miradas. El comentario de don Rafael encendió todas las alarmas. Decidieron investigar más a fondo, y con la ayuda de contactos en otras congregaciones, confirmaron la identidad del dueño original de la camioneta: un hermano llamado Jacobo, quien había denunciado su desaparición meses atrás. Según los rumores, Jacobo había sido engañado por un hombre que le prometió multiplicar su inversión en un negocio ficticio.
Las piezas comenzaron a encajar. Jeremías no sólo había manipulado a las personas con sus discursos, sino que también utilizaba tácticas deshonestas para obtener bienes materiales. Lo más impactante fue descubrir que Jeremías tenía antecedentes penales por fraude. Había estado en la cárcel hace años, acusado de estafar a numerosas personas incautas.
Chris y Emanuel decidieron actuar con prudencia para evitar causar un escándalo sin pruebas concretas. Contactaron a Jacobo, quien confirmó su historia y accedió a proporcionar documentos legales que respaldaban su denuncia. Con esta evidencia en mano, acudieron al líder principal de la congregación, un hombre conocido por su integridad y sabiduría.
El líder, consternado por la situación, confrontó a Jeremías en una reunión privada. Al principio, Jeremías intentó defenderse con su carismático discurso de siempre, pero las pruebas eran irrefutables. Ante la presión, terminó confesando que había adquirido la camioneta mediante métodos poco honestos y que había usado las donaciones de la congregación para su beneficio personal.
La noticia se difundió rápidamente entre los miembros de la comunidad, causando un fuerte impacto. La madre de Chris, quien había confiado ciegamente en Jeremías, quedó devastada al enterarse de la verdad. Sus ojos se llenaron de lágrimas al darse cuenta de que había desperdiciado los escasos recursos de la familia en las promesas vacías de un hombre sin escrúpulos.
—Hijo, tenías razón todo este tiempo... —dijo con voz quebrada mientras abrazaba a Chris—. Perdóname por no haberte escuchado.
Chris la abrazó con ternura. —Está bien, mamá. Lo importante es que aprendamos de esto. Dios nos da las herramientas para discernir, y tenemos que usarlas, incluso en cosas de fe.
Para Chris, este evento marcó un antes y un después en su manera de entender su espiritualidad. Aprendió que la fe y la razón no eran opuestas, sino complementarias. Era necesario cuestionar y reflexionar, incluso cuando se trataba de temas religiosos. Este episodio fortaleció su convicción de que la verdad no siempre viene de voces autoritarias o carismáticas, sino de un corazón abierto y una mente crítica.
Emanuel, por su parte, continuó apoyando a Chris y a su familia, asegurándose de que no volvieran a caer en las trampas de estafadores disfrazados de líderes espirituales. Juntos, decidieron compartir esta experiencia con otros miembros de la comunidad, no para desprestigiar la fe, sino para enseñar la importancia de discernir y no dejarse llevar por promesas vacías.
Aunque el camino fue doloroso, la familia de Chris encontró en esta experiencia una oportunidad para crecer y reconstruir lo que se ha perdido.
Ame.