LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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10. Cenicienta.
Despierto con unos brazos fuertes rodeando mi cintura, apretándome contra su cuerpo, como una prisión cálida y segura. Por un instante, deseo permanecer aquí, pero la razón regresa a mí. Debo salir. Lo antes posible.
Las imágenes obscenas de lo que acabamos de hacer en está habitación desfilan en mi mente, una tras otra. "Y de la zorra en que me convertí."
Quisiera sentirme culpable, pero lo que siento es que estoy viva. Nunca pensé que yo, María Teresa Andrade viuda de Torres, llegará a vivir una noche tan intensa, despertando una parte de mí que creía muerta. ¿Debería avergonzarme? ¿O tal vez sentirme orgullosa?
¡Virgen santísima! Aún tengo la sensación de tenerlo dentro de mi trasero. No voy a negar que hubo dolor, pero el placer lo derrotó por completo.
Es un maestro, mientras se abría paso por mi trasero, sus dedos se encargaban de mantenerme en el borde del éxtasis, frotando mi punto más sensible evitando que retrocediera. El simple recuerdo logra que mi cuerpo traidor se estremezca y mi intimidad palpite suplicando más.
"Ya, María Teresa, basta. La noche de la cenicienta terminó. Es hora de regresar a la vida real", me digo a mi misma. Donde una relación, y más con él, es simplemente imposible.
Quiero mirar su rostro, grabar cada línea de su expresión, cada detalle de ese hombre que desnudó algo más que mi cuerpo. Pero me detengo. En las novelas, la protagonista siempre mira al hombre, y él la descubre. No quiero eso.
Lo único que deseo es huir. Rogarle a todos los santos que jamás me lo cruce de nuevo. "Qué vergüenza," pienso. "Chita, comparada conmigo es menos salvaje."
Mi piel se eriza al recordar. Bastó que esa puerta se cerrara para que la urgencia reprimida por años explotara, dejándome indefensa bajo su control. Fui suya. Sin restricciones. Sin reservas, completamente.
Reúno todas las fuerzas que me quedan para levantarme. El dolor se concentra en mi centro, en mi trasero, en mis piernas, en mi abdomen… Es más fácil decir qué no me duele.
Hace apenas unas horas, este mismo cuerpecito gemía de placer y pedía más, sin pensar en nada más que el momento.
Tomo los pedazos de mi vestido, ahora reducido a retazos. Ese cavernícola, me lo arrancó con brutalidad exitante. Giro mi vista hacia donde esta su camisa y no está mucho mejor… también me comporte como una salvaje en celo.
Cada sensación vuelve a mi: … sus manos acariciando mi cuerpo… su voz seductora, derritiendo mi resistencia. Esos ojos que me hipnotizaron en un segundo. Indudablemente esa condenada sonrisa que enloquece; su mejor arma visible… Claro, su otra arma es un asesino letal. Y cuando las combina que Dios se apiade de la cristiana. Solo basta con ver mi estado físico y emocional.
Conseguí mis objetivos: vivir, probar y sentirme deseada. En ese orden de ideas el cumplió con cada uno.
"Mueve tu trasero, antes de que vuelvas a caer en sus encantos". Me digo mientras muerdo mi labio, buscando fuerzas para alejarme.
Busco mis diminutas bragas, pero recuerdo, como las arrancó en el coche de un solo tirón. ¡Por Dios! Fue tan intenso que todavía puedo sentir el calor de su aliento, allí donde muy pocas veces Me besaron.
Es terrible comparar, pero Rodrigo nunca fue así. Era muy práctico, su pasión siempre fue predecible. Las poses que normalmente usábamos eran el misionero y el perrito. En especial la última ya que decía que lo excitaba ver mi trasero mientras entraba en mí, y sus pelotas golpeaban mi feminidad.
Nunca me queje ¿cómo iba hacerlo? Creía que era lo máximo. que eso era todo. Pero Ahora con está aventura, tengo otra experiencia y no puedo evitar preguntarme cuánto me he perdido.
Nuestra relación se volvió demasiado monótona con el tiempo: los niños, su trabajo, la hostilidad de su familia hacía mí. Siempre me acusaron de que lancé el futuro brillante de su hijo por la borda, de haberlo atrapado con un hijo para que mantuviera. Una vieja herida que no vale la pena recordar.
Sacudo esos pensamientos y vuelvo al presente.
Me dirijo al baño para vestirme rápidamente y evitar ser descubierta en mi escape. Me miró en el espejo y debo apretar mis labios para no gritar. ¡Dios! Un mapache tiene menos negros los ojos. La mezcla entre mis ojeras y el maquillaje corrido me hacen ver terrible. Gracias al cielo no me vio así porque sale huyendo.
Mi aliento… ¡Ay, virgen! Una mezcla de licor y de sus líquidos… es bestial. Apenas soy consciente del sabor que me invade. Agradecida de encontrar un tubo de crema dental junto al lavamanos. Exprimo un poco sobre mi dedo y restriego mis dientes con desesperación.
También hay enjuague bucal, no dudo en tomar un sorbo generoso. Al menos ahora, mi aliento no es de mondragón.
Peino con mis dedos mi cabello enredado que es un desastre parece más un nido de pájaros.
Envuelvo mi cuerpo en el abrigo, como si fuera lo único que me quedara de dignidad. No quiero que se despierte, no quiero que vea el desastre que soy ahora.
Salgo con los tacones en mis manos silenciosamente para no despertarlo
Le lanzo una última mirada, rápidamente, antes de cruzar la puerta. Dios, cómo desearía tener unas gafas oscuras que oculten esta mirada de mujer follada.
Mi corazón late con fuerza que parece que se va a escapar de mi pecho. Cada paso que doy me aleja más de él. La puerta se cierra detrás de mí, pero su imagen, su voz, su sonrisa… persisten en cada rincón de mi mente y cuerpo.
Mis pasos son rápidos, casi tropezando con mis propios nervios, mientras intento esconderme entre la opulencia que me rodea. Anoche no me tomé el tiempo para observar el lugar, pero ahora, con cada rincón, siento que este lujoso hotel expone aún más mi vergüenza.
Los techos altos de madera de cedro, adornados con lámparas majestuosas que parecen flotar en el aire. El piso de mármol brilla con tal intensidad que casi puedo ver mi reflejo. Cuando mis ojos se posan en las iniciales grabadas en los botones dorados del ascensor, mi corazón late con más fuerza. Dios santo… Es el hotel más exclusivo de la ciudad. Sé que una sola noche aquí cuesta más de dos mil dólares.
¿Quién es ese hombre?
Recuerdo haber soñado con vender mis esencias aquí. Pasé meses intentando conseguir una cita con el dueño o algún encargado, pero fue imposible. Ahora, estoy aquí como una prostituta, cubriendo mi desnudez apenas con el abrigo. Mi rostro arde y mi cuerpo suda por lo desvergonzada que me comporte.
Me pierdo mirando cada uno de los relucientes y elegantes detalles del hotel a través del cristal que me rodea. Cada pulgada parece gritar lujo, poder. Mi rostro arde de vergüenza al recordar lo que pasó aquí. ¡Diosito santo! ¿Cómo pude...?
El sonido de la campanilla al llegar al lobby me saca de mis pensamientos. Respiro hondo, tratando de calmar el temblor en mis manos y piernas. Al salir busco mi teléfono en el bolso, pero para mi mala suerte, no está. Por supuesto, mi suerte no podía mejorar. Ahora, además de lidiar con mi vergüenza, tengo que buscar un taxi en la calle.
Apresuro mis pasos, con la esperanza de que nadie note mi presencia. La dignidad que me queda está pendiendo de un hilo. Trato de cubrir mi rostro con la palma de mi mano, como si eso pudiera ocultar las huellas de una noche de desenfreno.
Sin embargo, una voz corta mi escape en seco.
—¡Alto ahí! — " trágame tierra y escúpeme en Júpiter"…
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