Nadie recuerda cómo comenzó, pero en los viejos cuentos se dice que Sombravelo era un reino bañado en luz dorada, donde las estrellas brillaban en el día y la magia fluía como el agua en los ríos. Sin embargo, algo oscuro se apoderó del reino. Una sombra antigua, nacida de los miedos más profundos de la humanidad, comenzó a extenderse, transformando a sus habitantes en figuras retorcidas y grotescas. Este mal, llamado La Niebla Devora-Sueños, era invisible para el ojo humano, pero dejaba marcas en el alma.
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Capítulo 10: El Laberinto de las Verdades
Elías continuó su viaje por Sombravelo, con el fragmento de espejo brillando cada vez más intensamente en su bolsillo. Cada sombra enfrentada le había revelado un pedazo más de sí mismo, y aunque sentía que se acercaba a algo profundo, también sabía que el camino que tenía por delante se volvía más incierto y peligroso. Las sombras que aún quedaban eran más oscuras y los recuerdos que guardaban, más dolorosos.
El paisaje empezó a cambiar mientras avanzaba. Los árboles se retorcían en formas imposibles, y sus ramas formaban arcos sobre el sendero, como si intentaran atraparlo. La niebla se hizo más espesa, envolviendo el entorno en un velo que distorsionaba la realidad, hasta que Elías se encontró frente a una estructura imponente y desconcertante: un laberinto de muros altos y oscuros, cubiertos de enredaderas que se movían como si tuvieran vida propia.
A la entrada del laberinto, una inscripción tallada en piedra rezaba: "Aquel que busque la verdad deberá perderse primero. Aquí, las mentiras que te has contado serán reveladas."
Elías sintió un escalofrío. Sabía que el laberinto no era solo un lugar físico; era un reflejo de su mente, un entramado de sus miedos, dudas y secretos. Inspiró profundamente y dio un paso al interior. Al cruzar el umbral, sintió un cambio en el aire, una vibración en las piedras que le decía que ya no había vuelta atrás.
Dentro del laberinto, los caminos se bifurcaban y cambiaban de forma constantemente, como si el propio espacio se reconfigurara para confundirlo. A cada paso, los ecos de sus propios pensamientos resonaban en las paredes, mezclándose con susurros desconocidos que le hablaban en tonos burlones. Se encontró rodeado de espejos oscuros, donde su reflejo aparecía distorsionado, mostrando versiones de sí mismo que eran difíciles de reconocer: Elías como un niño indefenso, un joven lleno de rabia, o alguien sin rostro, perdido en el olvido.
—"¿Quién eres realmente, Elías?" —susurró una de las sombras reflejadas, su voz profunda y resonante. —"¿Eres el héroe de esta historia, o solo un niño asustado que se cuenta cuentos para no enfrentar la realidad?"
Elías trató de ignorar los susurros y avanzó, pero los espejos se hicieron más insistentes, reflejando imágenes que lo perturbaban. Vio a su madre, de espaldas, alejándose por un sendero cubierto de niebla. Intentó alcanzarla, pero cada vez que se acercaba, la imagen se desvanecía, reemplazada por otra escena: su abuela, sentada en la mecedora, sus ojos llenos de una tristeza que Elías no había visto antes.
—"Has huido de tus propios recuerdos durante demasiado tiempo," dijo una voz a su lado. Giró para ver a Nox, el cuervo, posado en uno de los muros del laberinto. —"Las verdades ocultas no desaparecen, solo se esconden hasta que estés listo para enfrentarlas. Y aquí, todas tus verdades tienen forma."
Elías cerró los ojos por un momento, intentando calmar el tumulto de emociones que lo abrumaba. Sabía que Nox tenía razón. Había llegado hasta aquí buscando respuestas, y ahora, frente a la verdad desnuda, no podía echarse atrás. Abrió los ojos, y al hacerlo, sintió cómo el laberinto se reconfiguraba una vez más, los pasillos cambiando de dirección hasta que llegó a una gran sala circular en el centro.
En el centro de la sala había una figura imponente: un ser encapuchado cuyo rostro estaba cubierto por una máscara de cristal rota, similar al fragmento que Elías llevaba. En su mano, sostenía un espejo entero, cuya superficie brillaba con una oscuridad profunda.
—"Bienvenido, Elías," dijo la figura con voz profunda y resonante. —"Yo soy el Guardián de las Verdades. Para salir de aquí, debes enfrentarte a la mayor sombra de todas: aquella que tú mismo creaste."
El Guardián levantó el espejo, y la oscuridad en su superficie comenzó a girar, tomando forma hasta que se convirtió en un reflejo exacto de Elías. Pero este reflejo era diferente; sus ojos estaban llenos de desesperación, y su expresión era una mezcla de miedo y furia.
—"Tú no me necesitas," dijo el reflejo con voz amarga. —"Yo soy la parte de ti que has tratado de olvidar, la que dudaba de tu valor, la que se sumergía en la tristeza. Siempre me has temido, pero ahora, debes decidir si me aceptas o me destruyes."
Elías sintió un nudo en la garganta. La figura que tenía enfrente representaba todos los momentos en que había caído en la desesperación, todos los días en que había sentido que no era suficiente. Pero también comprendió que, para avanzar, debía aceptar esa parte de sí mismo, abrazar sus debilidades y comprender que eran parte de su historia.
—"No te destruiré," dijo Elías, su voz firme. —"Eres parte de mí, y necesito aceptarte para ser completo."
Al decir estas palabras, el reflejo se desvaneció en un torbellino de luz y sombra, y el espejo del Guardián comenzó a brillar intensamente. El cristal roto en su máscara se reconstituyó y se volvió transparente, revelando un rostro sereno y sabio.
—"Has demostrado valor, Elías," dijo el Guardián con una sonrisa tranquila. —"Al aceptar tus sombras, has ganado la clave para salir del laberinto. La verdad no es solo luz o oscuridad; es la combinación de ambas. Recuerda siempre eso."
Elías sintió cómo el laberinto se disolvía a su alrededor, las paredes desmoronándose como ceniza en el viento. El fragmento de espejo en su bolsillo emitió un resplandor final antes de fusionarse con el resto del espejo que había sostenido el Guardián. Ahora, tenía en sus manos un espejo completo, cuyo reflejo era claro y verdadero.
Se encontró nuevamente en el bosque de Sombravelo, bajo un cielo estrellado. Había superado otra prueba, pero sentía que su viaje aún no había terminado. Miró el espejo, sabiendo que en su superficie yacían las respuestas que buscaba, pero también comprendió que el camino para descubrirlas seguía adelante.
Elías guardó el espejo en su mochila y emprendió el camino con la certeza de que, aunque Sombravelo seguía siendo un lugar lleno de misterios y peligros, ahora estaba más preparado para enfrentar lo que viniera.