El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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tentaciones
La mañana seguía su curso con un sol suave que bañaba el paisaje verde de Escocia. Mientras observaba a Safiye, me recordé a mí mismo la conversación que habíamos tenido el día anterior. Me había mostrado encantada con las lecciones sobre cómo conquistar a un hombre. Lo que me preocupaba no eran solo las enseñanzas en sí, sino cómo ella parecía haberlas aplicado con cierta... práctica. No me permití sentir nada, aunque lo que se agitaba en mi interior podía confundirse con algo parecido a los celos. Sin embargo, debía mantenerme firme. No era apropiado sentir algo así. No con Safiye.
Aún así, había una confusión constante en mí que no podía ignorar. Mi mente, como si tuviera voluntad propia, repasaba las imágenes del día anterior una y otra vez. Su sonrisa, la forma en que sus ojos brillaban, esa chispa de picardía que comenzaba a manifestarse en ella. Pero no, era la hija de Derya, mi hermana. No había lugar para sentimientos indebidos.
—He practicado un poco de lo que me enseñaste —dijo Safiye con una sonrisa encantadora mientras caminaba hacia mí.
Su tono ligero no me ayudó a calmar el tumulto de pensamientos en mi cabeza. ¿Practicado? Mi mente, casi por voluntad propia, comenzó a imaginarla aplicando mis consejos con alguien más, y la sola idea provocó una punzada en mi pecho que no supe interpretar. No podía ser celos... No, definitivamente no.
—¿Practicado? —dije, tratando de sonar despreocupado, aunque sabía que mi voz no ocultaba del todo la tensión.
—Sí —respondió ella con una mirada traviesa—. Algunas cosas sobre cómo hablar y atraer la atención, ya sabes, los detalles.
Asentí lentamente, intentando reprimir la incomodidad creciente. Me estaba afectando más de lo que debería, y eso era problemático. Estaba aquí para ayudarla, no para cuestionar cada una de sus acciones ni para sentir esta absurda molestia que me quemaba por dentro. No era apropiado, no era lógico. Yo tenía once años más que ella, y además, ella me veía como su tío, aunque no fuéramos de la misma sangre.
—Bueno, siempre puedes seguir practicando —dije, intentando que mi voz sonara neutral.
Safiye no dejó de sonreír. Se acercó un poco más, y pude sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, lo que hizo que mi incomodidad creciera. Parecía disfrutar de mi reacción, lo cual me desconcertaba. No podía leer lo que estaba pensando, pero había algo en su mirada, algo que no había visto en ella antes.
—Quiero aprender a besar —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo.
El golpe de sus palabras me dejó atónito. ¿Acababa de decir lo que pensé que había dicho? Mi mente se detuvo en seco, y por un momento, me quedé sin palabras. ¿Besar? ¿Cómo podía pedirme algo así?
—¿Qué? —fue lo único que pude articular, intentando recuperar el control de la situación—. Eso no es algo que yo pueda enseñarte, Safiye.
Ella me miró con esos ojos oscuros y profundos, llenos de esa curiosidad inocente que me desarmaba. Parecía no comprender la gravedad de su petición, o tal vez sí lo hacía, pero simplemente no le importaba.
—¿Por qué no? —preguntó, dando un paso más cerca—. Es algo que se puede aprender, ¿no?
Mi mente corría a mil por hora, buscando una salida lógica de esta conversación. Intenté explicarle que un beso no era algo que se pudiera enseñar como una lección cualquiera. Un beso era algo que debía surgir en el momento adecuado, con la persona adecuada. Pero cada palabra que decía parecía rebotar en ella sin causar el menor impacto.
—Safiye, esto... esto no es algo que debas aprender conmigo —dije, manteniendo mi voz firme, aunque sentía que cada vez me costaba más hacerlo—. El joven que te guste te aceptará tal como eres, sin necesidad de que sepas todo esto.
Ella soltó una pequeña risa, una que me hizo sentir aún más confundido. Safiye, con su cabello negro y blanco aún húmedo por el baño, parecía más segura de sí misma de lo que había visto nunca.
—El chico que me gusta tiene experiencia —respondió ella—. Quiero estar a la altura, ¿sabes?
No podía escuchar eso. No quería imaginar a Safiye con algún joven que probablemente no la merecía. No quería pensar en que algún estúpido podría lastimarla o tratarla como un simple capricho pasajero. Y, sobre todo, no quería pensar en ella siguiendo mis enseñanzas con alguien más. No podía explicarlo, pero la idea me resultaba insoportablemente dolorosa.
—Safiye, no necesitas saber todo para gustarle a alguien —insistí, aunque mi propia voz sonaba menos segura de lo que pretendía—. Si él realmente te quiere, te aceptará tal como eres.
Ella negó suavemente, su sonrisa nunca desapareciendo.
—Aun así, prefiero aprender —dijo con una calma que me dejó sin palabras.
De repente, se acercó más de lo que nunca antes lo había hecho. Pude ver cada gota de agua que aún caía de su cabello, resbalando por su piel de porcelana. Mi mente gritaba que retrocediera, que pusiera distancia entre nosotros, pero mi cuerpo no respondió. Me quedé ahí, inmóvil, mientras ella me observaba con esos ojos que ahora brillaban con una determinación inesperada.
—¿Por qué no simplemente lo hacemos? —preguntó, como si estuviera proponiendo algo tan simple como dar un paseo—. Solo será un beso, nada más. Es práctica, ¿verdad?
Me quedé helado. Mi mente quedó en blanco mientras intentaba procesar lo que acababa de decir. ¿Besarla? No, no podía ser. No debía ser. Pero algo en su tono, algo en su mirada, hizo que todas mis defensas se derrumbaran. No era solo una cuestión de técnica o de enseñanza. Había algo más, algo que había estado creciendo en silencio, algo que no había querido reconocer hasta ese momento.
Safiye me miraba con expectación, como si esperara que yo tomara una decisión definitiva. Sabía que lo correcto era negarme, que debía mantener la distancia entre nosotros. Pero cada vez que abría la boca para decir que no, las palabras morían antes de salir.
Finalmente, me rendí ante la súplica en sus ojos.
—Está bien —murmuré, más para mí que para ella.
Me acerqué un poco, hasta que pude sentir su respiración mezclarse con la mía. Mi mente seguía en alerta, gritándome que esto estaba mal, que debía detenerme. Pero el calor de su proximidad y la intensidad en su mirada me hacían olvidar todo lo demás.
—No significará nada, ¿verdad? —dije, intentando buscar una última afirmación, algo que me permitiera justificar lo que estaba a punto de hacer.
—Solo es práctica —respondió ella, como si fuera lo más lógico del mundo.
Finalmente, me incliné hacia ella, y cuando nuestros labios se encontraron, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Al principio, fue un roce suave, un simple contacto, pero pronto, el beso se volvió más profundo, más intenso. No sabía cómo había llegado a este punto, pero en ese momento, todo lo demás dejó de importar.
Cada pensamiento de razón, cada intento de recordar quién era ella, se desvaneció. Mientras la enseñaba, me di cuenta que esto no era lo correcto.
Mientras profundizábamos el beso, sentí una voz interior recordándome que esto era incorrecto. Que ella era mi 'sobrina', que estaba bajo mi cuidado. Que esto podría destruir todo lo que habíamos construido. Sin embargo, no pude detenerme. No quería detenerme. Nuestras lenguas se entrelazaban entre si, podía sentir el sabor dulce de su boca, mis manos estaban al rededor de su cintura, esa cintura tan pequeña que podia palpar bajo mi mano. Era algo incorrecto, si alguien nos viera, lo vería como algo indecente. así que quería detener está locura...
Pero en ese momento, Safiye se apartó de mí con una sonrisa inocente.
—Ha sido una buena lección, Selin —dijo, como si nada hubiera pasado—. Creo que he entendido.
Me quedé atónito, sin saber qué decir. ¿Cómo podía actuar como si nada hubiera sucedido?
—Safiye... —comencé, pero ella ya se había dado la vuelta y se dirigía hacia su caballo.
—Gracias, Selin —dijo, montando su caballo con elegancia—. Me ha sido muy útil.
—Espera... —intenté detenerla, pero ella ya se había alejado, dejándome solo y confundido.
Me quedé allí, pensando que quizás era yo el que parecía un niño, no ella. ¿Cómo podía mantener la calma después de un beso como ese? ¿Qué juego estaba jugando?
La miré alejarse, sintiendo una mezcla de confusión y fascinación. No sabía qué hacer con Safiye, pero sí sabía que no podía dejar de pensar en ella.