El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Lazos.
Claudia empezó a notar ciertos comportamientos en Gabriel que la inquietaban. Sus ausencias prolongadas, las veces que se quedaba en silencio, perdido en pensamientos que parecían devorar su ánimo. Había momentos en los que él mostraba vulnerabilidad, pero siempre se retiraba antes de llegar demasiado lejos.
Una noche, Claudia lo encontró en su lugar habitual en el porche, pero esta vez algo era diferente. Gabriel estaba tenso, su mirada fija en el horizonte, sus manos apretadas contra la barandilla. Parecía estar debatiéndose entre quedarse o huir.
—¿Todo bien? —preguntó Claudia con cautela, acercándose lentamente.
Él tardó unos segundos en responder, y cuando lo hizo, su voz sonó vacilante, rota.
—A veces… no sé cómo lidiar con todo, —admitió en un susurro, sin mirarla—. Hay noches en las que los recuerdos son demasiado fuertes, y siento que estoy perdiendo el control.
El corazón de Claudia se aceleró. Era la primera vez que Gabriel admitía algo tan crudo. Sabía que él arrastraba un pasado doloroso, pero no había imaginado que su tormento fuera tan profundo.
—¿Qué recuerdos? —Claudia preguntó suavemente, sentándose a su lado.
Gabriel cerró los ojos, como si intentar recordar fuera una batalla interna. El silencio se alargó, cargado de tensión, antes de que él finalmente hablara.
—Perdí a alguien, —dijo, su voz apenas un murmullo—. Alguien que lo era todo para mí. Y fue por mi culpa. No pude protegerla.
Las palabras de Gabriel resonaron en Claudia, trayéndole a la mente sus propias pérdidas. Aunque las circunstancias eran diferentes, la culpa y el dolor compartido los unían en una especie de trágico entendimiento. Ella lo entendía de una forma que nadie más podía.
—Gabriel… —comenzó Claudia, pero él la interrumpió.
—No puedo seguir fingiendo que todo está bien, —dijo con amargura—. He pasado demasiado tiempo huyendo de mi pasado. Pero el dolor sigue ahí, esperando, siempre. No puedo escapar de él.
Claudia lo miró con una mezcla de compasión y tristeza. Sabía que no podía curarlo, pero tal vez podía ayudarlo a enfrentar esos demonios de la misma forma que ella estaba tratando de hacerlo con los suyos.
—No tienes que enfrentarlo solo, —dijo en voz baja—. Tal vez no podamos escapar de nuestro pasado, pero podemos aprender a vivir con él. Juntos.
Gabriel alzó la mirada, sorprendido por sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, Claudia vio una chispa de esperanza en sus ojos, aunque todavía velada por la duda y el miedo.
Las sesiones de Claudia con el terapeuta también comenzaron a tomar una nueva dirección. Ahora que había comenzado a aceptar la posibilidad de sanar, el proceso se volvió aún más doloroso, pero también más revelador. Empezó a recordar detalles de su relación con su hermana que había enterrado profundamente en su memoria. Pequeñas discusiones, momentos de incomunicación que nunca había procesado correctamente.
—A veces siento que me castigo por lo que ocurrió, —admitió en una sesión—. Como si aferrarme al dolor fuera la única forma de honrar su memoria.
El terapeuta asintió lentamente.
—El dolor puede volverse una parte de nuestra identidad, especialmente cuando lo usamos para no olvidar, —dijo con suavidad—. Pero, Claudia, ¿te has preguntado alguna vez si tu hermana querría que sigas viviendo así?
Claudia parpadeó, sorprendida por la pregunta. Nunca lo había considerado desde esa perspectiva. Había estado tan consumida por su culpa que no se había permitido pensar en lo que su hermana realmente habría querido para ella.
—No lo sé, —respondió con un susurro—. Nunca lo había pensado.
El terapeuta la miró con amabilidad, dándole el espacio para reflexionar sobre esa nueva posibilidad.
—A veces, la mejor manera de honrar a quienes hemos perdido es viviendo de la forma que ellos habrían querido para nosotros, —dijo—. Permitirte ser feliz no significa que los estés olvidando.
Claudia se fue de esa sesión sintiendo algo nuevo: una pequeña semilla de liberación, aunque el camino hacia ella todavía parecía largo y tortuoso.
Esa noche, mientras estaban juntos, Claudia decidió abrirse más con Gabriel. Había compartido con él fragmentos de su pasado, pero nunca había profundizado en lo más oscuro.
—Hoy en la terapia hablé de mi hermana, —dijo lentamente, buscando las palabras—. Siento que he vivido todos estos años aferrada al dolor como una forma de recordarla. Pero ahora me pregunto si realmente es lo que ella habría querido para mí.
Gabriel la miró con atención, como si pudiera sentir el peso de lo que estaba diciendo.
—¿Crees que es posible vivir con el dolor sin dejar que te consuma? —preguntó él, su voz teñida de duda.
Claudia pensó en ello por un momento antes de responder.
—No lo sé, pero creo que podemos aprender a hacerlo. El dolor no desaparece, pero tal vez podemos encontrar una manera de vivir a pesar de él. —Miró a Gabriel, con una nueva determinación en su mirada—. No tienes que quedarte atrapado en tu pasado, Gabriel. Puedes luchar contra él, del mismo modo que yo estoy intentando hacerlo.
Por primera vez, Gabriel pareció realmente considerar sus palabras. Había pasado tanto tiempo huyendo de su propia culpa que no había imaginado que pudiera existir otra forma de vivir.
—Tal vez, —dijo finalmente, su voz baja—. Tal vez es hora de dejar de correr.
Poco a poco, Claudia y Gabriel comenzaron a entrelazar sus vidas, encontrando en el otro un reflejo de sus propios miedos y esperanzas. Aunque ambos aún cargaban con el peso de sus traumas, había algo en su conexión que los impulsaba a seguir adelante. Claudia sentía que, al estar con él, podía enfrentarse mejor a sus propios demonios, y en ese proceso, esperaba que Gabriel también pudiera encontrar su propia forma de sanar.
La relación entre ellos, marcada por el dolor, pero también por una creciente esperanza, los unía de formas que ninguno de los dos había anticipado. El misterio de la mansión seguía presente, pero ahora el verdadero enigma era si ambos podrían superar sus respectivos pasados y encontrar una forma de ser felices, juntos.