La Felicidad NO Esta Hecha Para Mi

Capítulo 10: El Reencuentro

Después de mi semana de descanso, me siento rejuvenecido y con una nueva perspectiva sobre mi vida. Esa tarde, me acomodo en el sofá de mi departamento y realizo una videollamada a Lucía y mi tía Mariana, quienes responden de inmediato con evidente emoción.

"¡Martín! Qué alegría verte, hijo", exclama mi tía Mariana, con su rostro iluminado por una amplia sonrisa. "Nos has tenido tan preocupadas, pero me alegro de escucharte tan animado."

"Hola, tía. Hola, Lucía. Los he extrañado tanto", les digo, sintiéndome verdaderamente emocionado de volver a verlos. "Lamento haberme alejado tanto, pero les prometo que eso va a cambiar."

Lucía me mira con sus ojos brillantes, y puedo notar que ha crecido aún más desde la última vez que hablamos. "Hermano, nos alegra tanto escucharte decir eso. Tía Mariana y yo queremos que estés bien, que seas feliz."

Asiento con una sonrisa, sintiendo cómo el peso que había cargado en mis hombros se desvanece gradualmente. "Lo sé, pequeña. Y les agradezco infinitamente su apoyo y comprensión. Sé que no ha sido fácil para ustedes, y les pido disculpas por eso."

Mi tía Mariana extiende sus manos, como si quisiera acariciar mi rostro a través de la pantalla. "Martín, no tienes nada que disculpar. Entendemos lo demandante que ha sido tu trabajo, y nos alegra saber que has podido tomar un descanso para recuperarte."

"Así es", respondo, sintiéndome reconfortado por sus palabras. "Esa semana de descanso me ha hecho mucho bien. He podido reflexionar y reencontrarme conmigo mismo. Y ahora estoy listo para volver a verlos."

Lucía sonríe ampliamente, y puedo ver la emoción reflejada en su mirada. "¿Cuándo vas a venir, hermano? ¡Tía Mariana y yo te extrañamos mucho!"

"Pues, ¿qué les parece si voy a visitarlos el próximo fin de semana?", les propongo, sintiéndome entusiasmado ante la idea de reencontrarme con ellas.

Ambas gritan de alegría, y puedo ver cómo Lucía da pequeños saltos en su asiento. "¡Sí, sí! ¡Estaremos esperándote, Martín! No puedo esperar a que estés aquí con nosotras."

Mientras hago los arreglos para mi viaje, mi corazón se llena de una emoción que hacía mucho tiempo no experimentaba. La perspectiva de volver a ver a mi familia, de estrecharlos entre mis brazos, me brinda una sensación de calidez y pertenencia que me había sido arrebatada en medio del estrés y la agitación.

Cuando finalmente llega el día de mi partida, me despido de mi pequeño departamento con una sonrisa en los labios. Sé que estaré de vuelta pronto, pero esta vez será diferente. Esta vez, regreso con la firme intención de mantener un equilibrio entre mi vida laboral y personal, sin dejar que el trabajo consuma mi esencia.

Durante el trayecto en autobús, no puedo evitar que mi mente vuele a los recuerdos de mi infancia, a esos momentos de felicidad compartida con mis padres y hermanos. Sé que, aunque ellos ya no están físicamente conmigo, su legado vive en Lucía y mi tía Mariana, quienes han sido mi sostén y mi fortaleza a lo largo de estos años.

Cuando el autobús finalmente se detiene en mi ciudad natal, siento una mezcla de nerviosismo y emoción. Me apresuro a bajar, y en cuanto cruzo la puerta, veo a Lucía y a mi tía Mariana esperándome con los brazos abiertos.

Sin poder contenerme, corro hacia ellas y las envuelvo en un abrazo apretado, sintiendo cómo las lágrimas de felicidad brotan de mis ojos. Lucía se aferra a mí, riendo y llorando al mismo tiempo, mientras que mi tía Mariana acaricia mi espalda con ternura, susurrando palabras de bienvenida.

"¡Martín, estás aquí! ¡Te extrañamos tanto!", exclama Lucía, con el rostro iluminado por una radiante sonrisa.

"Yo también los he extrañado, pequeña. No saben cuánta falta me han hecho", les respondo, sintiendo cómo el peso de la distancia se desvanece con cada segundo que paso entre sus brazos.

Mi tía Mariana me mira con orgullo y ternura, y me aprieta la mano con cariño. "Bienvenido a casa, hijo. Nos alegra tanto tenerte de vuelta."

Juntos, nos encaminamos hacia nuestro hogar, y siento cómo la tensión que había acumulado en mi cuerpo se desvanece gradualmente. Entrar a esa casa, que guarda tantos recuerdos y tanto calor familiar, me llena el corazón de una paz que creía haber perdido.

Esa noche, mientras cenamos juntos, me siento relajado y en completa armonía. Lucía y mi tía me ponen al tanto de todo lo que ha sucedido durante mi ausencia, y yo les cuento sobre mi experiencia en la ciudad y los cambios que he decidido implementar en mi vida.

"Me alegra escuchar que has logrado encontrar un mejor equilibrio, Martín", me dice mi tía con una sonrisa. "Sé que no ha sido fácil, pero me complace ver que has recuperado la vitalidad y la alegría que tanto te caracterizan."

Asiento con gratitud, apretando suavemente su mano. "Ha sido un proceso, tía. Pero gracias a ustedes, a su apoyo incondicional, he podido recobrar el rumbo. Ahora entiendo que mi verdadera prioridad son ustedes, mi familia."

Lucía me mira con ojos brillantes y se acerca para abrazarme. "Hermano, no sabes lo feliz que me hace escucharte decir eso. Tía Mariana y yo siempre estaremos aquí para ti, sin importar lo que pase."

Después de la cena, salimos al patio trasero, donde solíamos pasar tantas tardes juntos. Contemplo las estrellas en el cielo nocturno, sintiendo cómo la paz y la tranquilidad se apoderan de mí.

"Sabes, Martín", dice mi tía Mariana, rompiendo el silencio. "Tu padre solía decir que mirar las estrellas era como conectarse con algo más grande que nosotros. Que nos recordaba lo insignificantes que somos en el gran esquema del universo, y al mismo tiempo, lo valiosos que somos para quienes nos aman."

Asiento en silencio, sintiéndome profundamente conmovido por sus palabras. "Recuerdo eso, tía. Papá siempre encontraba la manera de recordarnos lo que realmente importa en la vida."

Lucía se acerca a mí y apoya su cabeza en mi hombro. "Hermano, sé que extrañas mucho a papá y a mamá. Pero quiero que sepas que ellos estarían muy orgullosos.