En un mundo donde las jerarquías de alfas, omegas y betas determinan el destino de cada individuo, Hwan, un omega atrapado en un torbellino de enfermedad y sufrimiento, se enfrenta a la dura realidad de su existencia. Tras un diagnóstico devastador, su vida se convierte en una lucha constante por sobrevivir mientras su esposo, Sung-min, y su hija, Soo-min, enfrentan el dolor y la incertidumbre que su condición acarrea.
A medida que los años avanzan, Hwan cae en un profundo coma, dejando a su familia en un limbo de angustia. A pesar de los desafíos, Sung-min no se rinde, buscando incansablemente nuevas esperanzas y tratamientos en el extranjero. Sin embargo, la vida tiene planes oscuros, y la familia deberá enfrentar pérdidas irreparables que pondrán a prueba el amor que se tienen.
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Destino
El destino no es amable y le gusta crear caos
En la mañana de sus 10 años, Ryu despertó con fuertes dolores de cabeza, dolores musculares y un desmayo. Los sirvientes, preocupados, informaron a sus padres, quienes fingían ser la pareja perfecta y llegaron a su elegante hogar.
Sujetaron a Ryu con fuerza, lo pusieron en su cama, llamaron al doctor quien estaba listo para examinar la manifestación de Ryu. Aunque sus padres estaban seguros de que sería un dominante alfa, esperaron los resultados.
El médico suspiró y dijo: "Es un gen dominante".
La cara de gloria de sus padres se transformó cuando el médico agregó:
"Es un omega dominante".
Sus padres, furiosos, obligaron al médico a repetir las pruebas, siempre obteniendo el mismo resultado.
Esa noche marcó el inicio de las peores noches para Ryu...
Las cosas en casa cambiaron: los padres discutían constantemente y el dolor de Ryu nunca importaba.
La vergüenza en los rostros de sus padres era evidente. Los abrazos se volvieron nulos y los elogios marchitos.
"No nos avergüences de nuevo. Suficiente tienes con ser un omega, con haber destrozado el vientre de tu madre y quitarnos la esperanza".
Los golpes y humillaciones se volvieron habituales. No podía sacar menos de 100, no podía ser más imperfecto de lo que ya era.
Ryu empezó a sufrir insomnio y moretones ocultos bajo su impecable camisa blanca. Antes de cumplir 11 años, se escapó por primera vez. Subió a un autobús y fue a un campo con olor a mandarinas, donde encontró a un niño dormido. Se sentó junto a él, mientras la lluvia ocultaba sus lágrimas.
Tapó al niño con su impermeable, le dejó su reloj y zapatos, y caminó descalzo, nervioso y acelerado. Pensaba si sus padres estarían preocupados, pero temía que su desaparición no les importara. El olor a frutas cítricas y el niño a su lado fueron lo más cercano al calor de un hogar.
Regresó de la misma manera que se fue. En vez de un abrazo cálido, lo recibieron con golpes y desprecio. Lo encerraron en el frío sótano de la mansión, sin cambiar su ropa ni curar sus heridas. Los encierros continuaron, a veces por un día, a veces una semana. Esto hizo que Ryu enfermara. A los 12 años, tuvo su primer episodio maníaco: pensamientos de euforia, hiperactividad y falta de autocontrol, seguidos por fases depresivas.
Sus estados de ánimo cambiaban de forma volátil, riendo, llorando, gritando, callado, triste todas esas facetas en una sola semana.
Los sirvientes alertaron a los padres, que lo sacaron del sótano y lo llevaron al médico.
El especialista diagnosticó bipolaridad y preguntó si Ryu había pasado por alguna de estas circunstancias: estrés, experiencias traumáticas o la muerte de un familiar.
Los padres, en silencio, se miraron entre ellos, pero no dijeron ni una sola palabra.
Ellos sabían que eran la causa.
El doctor, con un tono más serio, volvió a preguntar, si no tuvo algunas de esas circunstancias, tal vez podría ser genético.
Existen muchas causas, así como también hay muchos tratamientos.
Mientras, Ryu escuchaba....
me encanta la escritura....