Descubrimos con Miguel, a través de diferentes episodios que le ocurrieron en su infancia y adolescencia, por qué le teme a estar solo en la oscuridad
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La mascota
“Ella estaba ahí, en la oscuridad. Noté que estaba allí cuando salí del cuarto al baño. ella siempre fue muy refinada:se limitó a mirarme desde el sillón de la sala dónde estaba sentada, con la cabeza levantada y el cuello totalmente erguido. No se inmutó cuando salí del cuarto, tan sólo se limitó a observar cada movimiento que hacía mientras permanecía allí inmóvil, sentada en el sillón. No cambió su postura cuando abrí la puerta del cuarto y tampoco ocurrió cuando abrí la puerta del baño y encendí la luz. Entré y una vez que hubo encendido por completo la luz del baño, miré mi reflejo en el espejo durante un largo rato, no sin antes echarne agua varias veces a la cara, tratando con eso despertar del todo ya que estaba algo adormilado aún. Cuando salí, aún estaba allí, sentada como hacía un rato, en el mmm ismo sillón, aunque esta vez no dirigió su mirada hacia mí. Miraba atentamente hacia una de las paredes de la sala, sin inmutarse. Yo sabía cuándo algo captaba profundamente su atención porque una de sus orejas solía moverse ligeramente, sucedía de manera inconsciente, tal como si fuera un tic. Yo no volteé hacia la pared y preferí en vez de eso caminar directo a la cocina, en sentido contrario a dónde ella miraba. Cuando entré a la cocina, me dirigí directo a la nevera y tomé un vaso de leche que había colocado a enfriar allí antes de ir al cuarto. En ningún momento miré hacia la sala, para no tener que cruzar la mirada con ella ni tampoco ver que era lo que tan atentamente miraba. Cuando volví a la sala no la vi por ningún lado al igual que tampoco vi nada en la pared que ella miraba. Entré rápido al cuarto, no sin antes encender la luz. Apagué el televisor, recé unos minutos y traté de dormir. Esa noche, dormí con la luz encendida y con un temblor que se tomó cada fibra de mi cuerpo. Hacía mucho que no sentía lo que era tener la piel de gallina ni tampoco recordaba lo que era sudar frío. Esa noche pude conciliar el sueño solo hasta muy entrada la madrugada. El mismo miedo que sentí cuando la vi era lo que no me dejaba dormir. Desde ese día no la he vuelto a ver.”. Cuando Miguel concluyó su relato, Fidelia lo miró fijamente y le preguntó la razón de haber sentido miedo. El miró a sus tías, luego a su mamá y por último a esa señora guajira frente a él respondiendo: “Sentí miedo porque la vi claramente, como si estuviese allí. Yo sabía que eso era imposible, que no podía ser ella. Ella había estado enferma, el veterinario que la vio no le había dado esperanza de vida y una tarde en que volví de la universidad, había muerto en mis brazos justo antes que Magaly llegara. Junto con un amigo que me ayudó, la enterramos en un jardín cercano a la casa”