Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 9: El abrazo
—¡Germán, ya casi es hora de comer! —oyeron los tres niños en el momento en que Carolina iba a empezar a contar otra vez.
Tras girar al mismo tiempo sus cabezas, vieron acercarse al padre del único varón de aquel pequeño grupo recientemente formado.
—Tenés que ir a bañarte, y después cenamos —le dijo Fabián a su hijo, luego de haberse acercado a él y a sus amigas, dirigiendo las siguientes palabras a la chica nueva del lugar—. A vos te llama tu abuela. Ya no es hora de estar afuera.
Hasta aquel momento ninguno de los tres se había percatado de la oscuridad que ya llevaba un buen rato rodeándolos. No le habían prestado atención, a pesar de que las luces de los dos faroles del complejo brillaban con todo su limitado esplendor. Ese juego, y pensar en cuál podía ser el próximo, era lo único importante para ellos.
—¡Chau, hasta luego! —se despidió Sofía de las tres personas que la acompañaban, las cuales le correspondieron de una manera igual de cordial.
Después de ver cómo la niña volvía a entrar en su casa, donde su madre probablemente la estaba esperando, los dos nenes y el adulto se retiraron de ahí.
—Mañana van a tener más tiempo de jugar ustedes dos —les dijo Fabián—. Tengo que trabajar, así que Germán va a quedarse en tu casa casi todo el día, Caro. Si tu abuela los deja, pueden salir un rato y jugar con esa amiguita suya también ¿Cómo se llama?
—Sofía —se apresuró a contestar Germán que no podía perder la oportunidad de lucirse ante su padre, demostrando alguna cualidad resaltable, como una buena memoria.
—Sí, vive con su mamá —aportó Carolina.
—¡Hasta mañana, Caro! —se despidieron juntos padre e hijo antes de entrar en la torre 3.
Carolina prosiguió sola el resto del camino hacia la torre 5, donde ingresó, y subió al primer piso, para entrar en su nueva casa.
—Ya volví —anunció la menor, tras entrar directamente al departamento, pues la puerta principal de este se encontraba abierta.
Antes que su abuela pudiera decirle algo, Toby se levantó rápidamente del sillón para ir a recibir a la nieta de su "mamá", como si esta hubiera estado ausente por semanas.
—Falta poco para cenar —le comunicó Argelia, a la vez que los dos terminaban aquel pequeño juego sin reglas—. Mañana tengo que levantarme temprano porque Germán va a venir ni bien su papá se vaya al trabajo. Si vos querés, también te podés levantar, o seguir durmiendo, depende de cómo estés. Lo mismo él. Si él también tiene mucho sueño le voy a acomodar acá el sillón para que se acueste. Yo me quedo mirando televisión con el volumen bajo, o haciendo cualquier otra cosa, hasta que se quieran levantar. Qué bueno que, con todo y mi edad, todavía me siguen funcionando bien los oídos. Ya no son como antes, pero sirven.
Antes de terminar de pronunciar esa última oración se percató de que su nieta parecía estar un poco nerviosa. Se había sentado a ponerle atención a sus palabras, pero la notó inquieta.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Quiero hacer pis —respondió la niña, sin dejar de mover las piernas, por lo que Argelia le indicó la ubicación del baño rápidamente.
Esta última empezó a reflexionar sobre aquella actitud que había demostrado Carolina, después de verla entrar a ese sitio corriendo.
Muchas personas no le hubieran dado la menor importancia a ese detalle aparentemente insignificante, pero esta mujer no era parte de ese montón de personas. Le tenía que prestar mucha atención a su nieta. Ella había permanecido aguantando las ganas de ir al baño desde que su nueva tutora le empezó a hablar ¿Por qué no le dijo de inmediato que tenía esa necesidad? ¿No quería interrumpir a su abuela, arriesgándose a hacerla enojar con ese "mal comportamiento", y a que esta quisiera desligarse de ella, como ya habían hecho sus padres y sus tíos? ¿Pensaba que debía esperar a que se le autorizara a hacer cualquier cosa antes de hacerla, sin siquiera pedirla, porque molestaba al expresar una necesidad? Cualquiera de las dos explicaciones era posible, o ambas inclusive, y estas llevaban al mismo punto de partida: la crianza que la nena había tenido, y los abandonos que se había visto obligada a soportar. Notoriamente asumía la responsabilidad de estos, intentando que no ocurriera una vez más.
Argelia volvió a dirigir su atención a la foto de César por unos segundos, ya que no podía evitar creer que toda esa situación sería más sencilla de sobrellevar si él siguiera ahí. Entre los dos criarían perfectamente a su nieta. O, tal vez, él se hubiera mantenido firme con su hijo y con la esposa de este, prohibiéndoles deshacerse de Carolina como si se tratase de un mueble viejo que sólo estorba, y convenciéndolos de tratarla como a una hija más.
Se limpió velozmente el par de lágrimas que bajó por su rostro, para no correr el riesgo de que la niña la viera así si salía precipitadamente del baño, y se preocupara por ella, o hasta se responsabilizara por la tristeza de su querida abuela.
Se dijo a sí misma que no debía seguir pensando en cómo serían las cosas si su marido estuviera ahí, porque nada podía hacer para remediar eso. Él se había ido de aquel modo tan inesperado, y nada lo haría volver.
Nunca, en los años que le quedaron de vida, fue capaz de olvidar el impacto que le causó el haber tocado el cuerpo sin vida de su esposo, extrañada porque permanecía quieto y sin contestarle, ahí sentado aparentemente mirando la televisión, apoyado en la mesa. No pudo seguir creyendo por más tiempo que se encontraba simplemente muy atento a su programa, así que se acercó para volver a formular su última pregunta (ya no podía recordar en qué consistía esta interrogante). Al continuar sin recibir una respuesta, tocó a César con su mano, provocando que este cayera contra la respaldo de la silla en la que se hallaba, permaneciendo inerte y sin respirar.
Aterrada, su confundida esposa no perdió tiempo en pedir ayuda. No obstante, y pese a la veloz llegada de la ambulancia, y a la posterior llegada de sus hijos, nada iba a cambiar. El derrame cerebral ya había ocurrido, dejando la viuda sola en aquella casa, hasta que semanas después, su hijo mayor le planteó su idea de ayudarla a conseguir un alquiler para ella sola, de manera que él pudiera disponer de esa casa junto a su creciente familia; plan que ella no demoró mucho en aceptar.
Siempre se culpó a sí misma por la muerte de César, y sintió que sus hijos también la culpaban por eso. Después de todo, ambos vivían juntos y ella no fue capaz de evitar aquel deceso. Por meses se dijo que, de alguna manera, este se podría haber evitado. Sin embargo, no duró por siempre.
Sin importarle lo que Bautista y Benjamín creyeran, ella encontró la paz con su conciencia al llegar a la conclusión de que ese trágico suceso fue inevitable. No aceptaría que se le tildara de presumida o arrogante al reconocer que había sido una buena esposa, porque sabía que así era. Tal vez no fue la mejor, pero siempre estuvo ahí para él. No se culparía más por algo que no pudo prever ni evitar. Y su nieta tampoco lo haría.
Cuando oyó el sonido de la cadena del baño, ya había conseguido dibujar una pequeña, pero sincera, sonrisa en su cara.
—¿Te acordaste de lavarte las manos? —preguntó, mientras su interlocutora traspasaba el umbral de la puerta, tratando de que esto no sonara como un reproche, sino como un genuino interés por ella y su bienestar.
—Sí, mirá —contestó mostrando sus blancas manos, como debía hacer en la casa de sus tíos al recibir esa pregunta.
—Está bien, te creo. Nada más quería asegurarme ¿Querés sentarte a seguir mirando la televisión mientras yo preparo la comida?
Carolina simplemente asintió, para luego ir a acomodarse junto a Toby. Justo cuando la anciana estaba a punto de continuar con la preparación de la cena, un pensamiento la detuvo: ¿Era esa la mejor manera de proceder ante aquella situación, o solamente estaba simulando que nada había ocurrido? No pareció correcto actuar así. Tenían que hablar, su nieta lo necesitaba, y ella lo sabía muy bien. Para que fuera feliz tenía que hablarle, y también escucharla si tenía algo que decir, y debía empezar de una vez por todas.
Usando una galletita de agua como anzuelo, Argelia consiguió que el perro bajara del sillón. Acto seguido, pasó a ocupar el lugar que quedó disponible. Ahí espero con suma paciencia su oportunidad de dar inicio a la charla. Al escuchar que el programa (desconocido para ella) que su acompañante miraba con atención llevaría a cabo una breve pausa para dar paso a los comerciales, supo que tenía que hablar aunque todavía tuviera dudas respecto a qué decir y cómo decirlo.
—Caro —exclamó la abuela, a la vez que quitaba todo el volumen del aparato frente a ellas, capturando toda la atención de la menor de edad—. Hay que hablar.
—¿De qué? ¿Hice algo mal? —se alarmó la niña.
—Por supuesto que no. Digamos que es de eso de lo que tenemos que hablar.
Llevó a cabo una pausa de cinco segundos luego de esas palabras. Entonces se aseguró de que ambas estuvieran mirando con atención a la otra.
—¿Cómo te sentís con todo esto? —quiso saber Argelia— ¿Estás bien?
—Sí, me siento bien, abu —titubeó Carolina—. Creo que me va a gustar vivir acá.
—¿Extrañas a tu mamá y a tu papá?
Al estar improvisando sobre la marcha, no estaba segura de estar haciendo lo correcto diciendo lo que dijo, pero se mantuvo atenta a las reacciones de su interlocutora. Esta no parecía saber qué contestar. Evitaba mirar fijamente a su abuela.
—Un poco, no mucho —respondió, aún sin mirar a la persona con la que hablaba—. Ya casi no pienso en ellos.
—Me gustaría saber dónde están —continúo la abuela— ¿A vos no?
—Da lo mismo. No quieren volver. Los tíos me dijeron que podían llegar a volver, pero yo leí las notas que dejaron.
—¿Te gustaría que volvieran?
Nuevamente Carolina no supo qué decir. La venerable mujer optó por tomar eso como una buena señal.
—Podés decirme lo que quieras —continuó esta última.
—Sí, ya sé —exclamó al fin la niñita—. Es que no sé si quiero que vuelvan. Ninguno me quiere ahora. Se fueron y me dejaron con los tíos, que tampoco me quieren, y...
—Y que no se te vaya a ocurrir que es por tu culpa.
El tono decidido y determinado de la viuda fue lo que llamó la atención de la infante, quien volteó a mirarla a los ojos.
—No te entiendo —Su voz dejaba claro que estaba soportando las ganas de llorar.
—Yo creo que sí me entendés —Mientras se expresaba de la forma más maternal que le era posible, puso ambas manos en los hombros de su nieta—. No necesitas decirme nada, sé lo que te debes imaginar. Vos no tenés la culpa de nada. Ni de los problemas de tus papás, ni de que se hayan ido, ni de la decisión de tus tíos.
Carolina se mantuvo callada, y muy seria, mirando hacia la nada. Su abuela sabía que no podía dejar así las cosas. La niña tenía que dejar de salir todo, tenía que desahogarse, no podía ser de otra forma.
—Vos no tuviste nada que ver en las cosas que todos hicieron —siguió, decidida a dejar en claro lo que pensaba—. A veces las personas hacen cosas como estas. Vos sos una buena nena, con muchas cualidades que deberían hacerte sentir orgullosa. No sos mala.
—¡Mentira! —rompió en llanto la menor de edad, al no poder resistirlo por más tiempo, dejando salir lo que llevaban semanas reprimiendo— ¡Yo no soy buena! ¡Soy una porquería, por eso nadie me quiere! ¡Por eso mamá y papá siempre se peleaban! ¡Yo tenía la culpa! ¡Por eso se fueron los dos, porque no podían querer a alguien como yo, que solamente provoca problemas! ¡Eso me dijeron Brenda y Leandro! ¡Que les provocaba gastos innecesarios, y que me la pasaba estorbando! ¡Por eso mis tíos me echaron! ¡Nadie me quiere porque yo soy muy mala! ¡Seguro vos también vas a dejar de quererme!
Argelia decidió que ese era el momento. Se apresura a abrazar con fuerza a su nieta, y no la soltó a pesar de los forcejeos de esta.
—Eso no va a pasar —declaró muy convencida, provocando que la nena empezara a parar el pataleo lentamente, pero sin provocar efecto alguno en Toby, el cual siguió husmeando por los cuerpos de ambas, y ladrando de vez en cuando, extrañado por aquella inusual situación que no era capaz de comprender—. Yo te amo desde el día en que naciste, y no voy a dejar de hacerlo nunca. Lo que pasa es que muchas veces la gente lastima a los que más quiere, sin intención. Tus papás no se dieron cuenta del error que estaban cometiendo, de lo egoístas que estaban siendo, y del daño que eso iba a hacerte. Con tus tíos es algo parecido. Están muy concentrados en su mundo, tanto que no se dan cuenta que vos sos parte de su familia también, y lo mucho que necesitabas que no te dieran la espalda de ese modo. Por eso se reforzó esa idea en tu cabeza de que sos un problema para los demás. Pero no quiero que vivas enojada con ellos. Yo soy la madre de tu papá y tu tío, yo tuve la culpa de todo por no hacer nada bien. Tenés que estar enojada conmigo.
No sabía por qué había pronunciado esas dos últimas oraciones. Había olvidado que esa culpa existía dentro de ella, pero eso no la hizo desaparecer. Seguía ahí, como siempre estuvo desde que se enteró de la desaparición de su hijo. No planeaba decirle a su nieta nada de eso, mas no pudo evitarlo, fue como si aquellas palabras hubieran salido de su boca por su propia cuenta.
Con los ojos cerrados, pero no por eso libres de lágrimas, Argelia pudo sentir como la niña reaccionaba al fin, correspondiéndole al cálido abrazo con casi la misma cantidad de fuerza que ella.
—No quiero —exclamó en un sollozo, pero ya sin gritar—. No quiero estar siempre enojada con vos, abuela. Vos no tenés la culpa, sos buena.
—Vos también lo sos —decidió responder la anciana, negándose a pasar a ser el tema central de toda esa situación.
Un segundo después dieron por concluido el abrazo, quedando una delante de la otra.
—Si vos no te culpas a vos misma, yo tampoco lo hago conmigo —propuso Argelia, secándose las lágrimas con las manos al mismo tiempo que también lo hacía Caro— ¿Te parece bien el trato? ¿Te parece que las dos vamos a poder estar bien juntas, superando y dejando ir todo lo malo?
Esbozando una leve sonrisa, Carolina asintió.
Su abuela bien sabía que no sería tan sencillo como eso, y que probablemente no habían hecho más que comenzar ese día. Sin embargo, tenía la sensación de que no fue ese un mal comienzo.