Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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Bajo la Superficie
La noche se había instalado pesada sobre la mansión. Aelis sentía que el silencio lo cubría todo, como si el bosque retuviera el aliento. Desde su ventana, podía ver cómo la niebla se aferraba a los árboles con dedos fantasmales. Había algo en el aire… algo que vibraba bajo su piel.
Estaba inquieta. No lograba conciliar el sueño desde que se acostó. Y aunque se dijo que era por el cambio de casa o por las cosas que su madre le había revelado, en el fondo sabía que había otro motivo: él.
Un golpe suave en la puerta le aceleró el corazón.
—¿Puedo pasar? —La voz de Eirik atravesó la madera, profunda y rasposa.
—Sí —logró decir, más bajo de lo que pretendía.
La puerta se abrió lentamente, y el alfa apareció, envuelto en penumbra. Llevaba una camisa negra que contrastaba con su piel clara, las mangas arremangadas, revelando unos antebrazos fuertes y marcados. Su mirada, intensa como siempre, recorrió la habitación antes de posarse en ella.
Aelis tragó saliva. Había algo en la forma en que la miraba que le desordenaba el cuerpo.
—¿Todo bien? —preguntó con esa voz que parecía vibrar directamente en su estómago.
—No puedo dormir.
—Yo tampoco.
Caminó hasta la ventana y se quedó mirando hacia afuera, en silencio. Aelis lo observó de perfil, cómo se tensaban sus mandíbulas, cómo la noche parecía rendirse a su presencia.
—¿Sietes eso? —murmuró él.
—¿El silencio?
—No. Es más profundo. Hay algo en el aire… inquieto.
Aelis frunció el ceño, acercándose a su lado. El calor que irradiaba él era casi tangible, como una llama viva.
—¿Es peligroso?
—Tal vez —respondió, sin apartar la vista del bosque—. Pero no para ti. No mientras estés conmigo.
Ella sintió un leve temblor recorriéndole la espalda. No sabía si era por sus palabras o por la forma en que su lobo, aunque invisible, parecía presionar contra la superficie, como si quisiera salir. Eirik giró lentamente la cabeza hacia ella, y en su mirada brilló un fulgor ámbar… salvaje.
—¿Eirik? —susurró, dando un paso atrás.
—Tranquila —dijo con voz ronca—. Es solo mi lobo… se inquieta cuando estás cerca.
Aelis se quedó inmóvil. Podía sentirlo ahora, con claridad. Una energía densa, instintiva, flotando entre ambos. Su lobo no estaba del todo oculto… estaba mirándola a través de él.
—¿Por qué?
—No lo sé. Pero lo quiere saber todo de tí.
Las palabras le rozaron la piel como una caricia. Una parte de ella se tensó… otra se estremeció.
Entonces, sin previo aviso, su pecho se apretó y un calor extraño le brotó desde el vientre. Sus pupilas se dilataron, su pulso se disparó y, por un instante, creyó escuchar una voz dentro de sí. No era humana. Ni racional. Era una vibración profunda, femenina, que murmuraba con impaciencia desde lo más hondo.
Déjalo acercarse.
Aelis retrocedió un paso y se llevó una mano al pecho.
—¿Qué fue eso? —preguntó, mirando a Eirik con los ojos abiertos.
Él la observó detenidamente. Sus fosas nasales se dilataron como si percibiera algo.
—Tu loba —murmuró—. Está empezando a despertar.
Aelis negó con la cabeza, incrédula, pero algo en su cuerpo se sentía diferente. Como si su piel hubiera cobrado vida propia, como si cada célula supiera que él estaba ahí… y lo deseaba.
Eirik dio un paso hacia ella. La tensión entre los dos se volvió casi insoportable.
—Esto no es una buena idea —dijo ella, aunque ni siquiera estaba segura de a qué se refería.
—No —admitió él, pero no se detuvo—. Pero no puedo fingir que no lo siento.
Aelis lo miró a los ojos, perdida entre la excitación y el miedo. Todo en ella gritaba que debía alejarse. Todo… menos esa parte nueva que acababa de despertar.
—No me toques —susurró, más para ella que para él.
Eirik se detuvo justo a un paso de distancia, su respiración agitada. Cerró los ojos, conteniéndose. Sus manos se cerraron en puños a los costados.
—No lo haré. No hasta que lo pidas.
Y con un esfuerzo visible, se dio media vuelta y caminó hacia la puerta. La abrió sin mirarla y, antes de salir, dijo:
—Cuando tu loba esté lista, sabrás lo que significa todo esto. Y yo… estaré esperándola.
La puerta se cerró tras él, dejándola en silencio.
Pero Aelis no estaba sola. Dentro de ella, algo se había movido. Algo que no volvería a dormirse.