Ivonne Bellarose, una joven con el don —o maldición— de ver las auras, busca una vida tranquila tras la muerte de su madre. Se muda a un remoto pueblo en el bosque de Northumberland, donde comparte piso con Violeta, una bruja con un pasado doloroso.
Su intento de llevar una vida pacífica se desmorona al conocer a Jarlen Blade y Claus Northam, dos hombres lobo que despiertab su interes por la magia, alianzas rotas y oscuros secretos que su madre intentó proteger.
Mientras espíritus vengativos la acechan y un peligroso hechicero, Jerico Carrion, se acerca, Ivonne deberá enfrentar la verdad sobre su pasado y el poder que lleva dentro… antes de que la oscuridad lo consuma todo.
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Capítulo 8
El sobre negro pesaba en la mano de Ivonne como si quemara. Sus dedos se crisparon alrededor del papel mientras sus ojos recorrían, una y otra vez, las palabras escritas con la espesa tinta.
"Corre, pequeño conejito, sigue corriendo hasta la verdad. Las auras a tu alrededor te indicarán el camino que has de tomar."
El aire a su alrededor se volvió denso, como si la habitación misma se estrechara. Su corazón golpeaba su pecho con fuerza. Nadie podía saberlo. Nadie.
Un crujido en la puerta la hizo girarse bruscamente. Violeta entró con expresión cansada, pero su semblante se endureció al instante al ver la palidez de Ivonne y el sobre en sus manos.
—¿Qué pasa? —Preguntó con el ceño fruncido.
Ivonne no respondió de inmediato. Su instinto le dijo que debía ocultarlo, que nadie más debería verlo, pero Violeta no apartó la mirada de ella. Había una firmeza en su postura que le dijo que insistiría hasta obtener una respuesta.
Finalmente, Ivonne extendió la nota con dedos temblorosos.
Violeta la leyó en silencio, su mandíbula tensándose. Sus dedos tamborilearon en el borde del papel antes de levantar la vista.
—¿Qué se supone que es esto? Esto no puede ser una broma —su voz sonó más grave de lo habitual—. Alguien más sabe tu secreto.
El peso en el pecho de Ivonne se hizo más denso. Violeta sabía desde el inicio que Ivonne no solía compartir con mucha gente el hecho de tener un don, pero esto iba a más. La nota parecía una total amenaza.
—¿Qué significa? —dijo Ivonne, pero su propia voz apenas fue un susurro.
Violeta apartó la vista del papel y la fijó en Ivonne con intensidad.
—¿Te das cuenta de lo perturbador que es esto? Te están llamando "conejito" y mencionan a alguien llamado "Esmeralda del bosque". ¿Tienes alguna idea de qué podría significar eso?
Ivonne tragó saliva. Le costó hablar, como si las palabras fueran demasiado pesadas para salir de su boca.
—Mi madre —dijo finalmente—. Mi madre, Esmeralda Bellarose... solía llamarme "conejito blanco" cuando era niña.
Violeta entrecerró los ojos.
—¿Tu madre?
Ivonne asintió, sintiendo una punzada en el pecho al recordar la voz de su madre, la dulzura con la que pronunciaba aquel apodo cuando aún era pequeña, antes de que su mundo se volviera un lugar oscuro.
—Pero nadie lo sabía —continuó, con un nudo en la garganta—. Nunca se lo dije a nadie.
El silencio entre ambas se volvió espeso, cargado de preguntas sin respuesta.
—¿Y tu padre? —inquirió Violeta con cautela—. ¿Él lo sabía?
Ivonne bajó la mirada. Su pecho se oprimió y le costó respirar con normalidad. No quería hablar de ello, pero Violeta esperó, paciente pero firme.
—No tenía padre —respondió con voz tensa—. Solo mi padrastro... pero él no me llamaba así, el tenia otras maneras —su voz se quebró un poco—. Él me odiaba. Pero es imposible.
La mandíbula de Violeta se tensó.
—¿Por qué lo dices? —preguntó en voz baja, pero no hubo dulzura en su tono. Solo un filo cortante. Y como si pudiera leer la mente de Ivonne se dio cuenta —. Están muertos ¿Verdad?
Ivonne asintió apenas. No quiso hablar más de ello. No ahora.
Violeta respiró hondo y cambió de enfoque.
—Si alguien sabe sobre ese apodo, sobre tu madre y sobre tu pasado... significa que te han estado observando desde hace mucho tiempo.
La piel de Ivonne se erizó.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó, y su voz tembló un poco.
Violeta analizó el sobre, viendo los grabados dorados en los bordes. Sus cejas se fruncieron ligeramente, y una expresión de cautela se dibujó en su rostro. —Esta magia... —susurró, con un tono de voz que reflejaba preocupación—. Es antigua... y muy peligrosa.
Al tocarlos ligeramente, una tenue luz púrpura iluminó la punta de sus dedos, como si el sobre respondiera a su tacto. Pero estos, como si una corriente eléctrica los hubiera recorrido, chispearon ante el contacto de Violeta, obligándola a retirar la mano de inmediato.
—Mierda — Violeta miró su mano tras la reacción, con una voz ahora cargada de gravedad—. Esta magia se alimenta de la fuerza vital, que corrompe y consume a quienes la usan. Ha estado dejando rastro de oscuridad, así que debería ser fácil de rastrear. Pero hay demasiados tipos de magia así... Ni modo. Voy a investigar —dijo con determinación—. Tengo acceso a textos mágicos antiguos en la biblioteca. Es posible que descifre de dónde viene esta magia, quién la ha creado, pero me tomará tiempo. Esta clase de magia es muy celosa de sus secretos.
Con el sobre aún en la mano, como si temiera soltarlo, lo dobló cuidadosamente y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.
—Vamos a investigar juntas —corrigió Ivonne con una media sonrisa, sintiendo una chispa de valentía encenderse en su interior—. Se supone que este es mi problema, que esta magia me busca a mí, así que te ayudaré en la búsqueda. No voy a dejar que hagas todo el trabajo.
Por primera vez en mucho tiempo, Ivonne sintió que quizás, solo quizás, no tendría que correr sola por más tiempo.
—Gracias, Violeta —dijo Ivonne con sinceridad—. No sé qué haría sin ti.
—No tienes que agradecerme —respondió Violeta—. Estamos juntas en esto. Y encontraremos quién está detrás de esto.
Ivonne asintió, sintiéndose un poco más tranquila al saber que tenía a Violeta a su lado.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Ivonne.
—Empezaremos por investigar la magia del sobre —dijo Violeta—. Y luego buscaremos pistas sobre quién pudo haber escrito la nota.
—¿Y si no encontramos nada? —preguntó Ivonne.
—Encontraremos algo —dijo Violeta con determinación—.Yo siempre encuentro lo que busco.
Ivonne sonrió. Sabía que Violeta tenía razón. No se rendirían. Juntas descubrirían quién estaba detrás de todo esto.
A pesar de la determinación que compartían, el miedo persistía en su corazón, una sombra que se extendía sobre su día. El amanecer había llegado, pero la oscuridad interior no se disipaba. La biblioteca, que antes era un refugio de paz, ahora se sentía como un lugar opresivo, con sus altos estantes y el suelo crujiente que parecían observarla y juzgarla.
Su día de trabajo se había transformado en un martirio. Miraba con sospecha y recelo a cualquiera que se acercara al mostrador, presa de una paranoia que la consumía. Violeta, al notar la angustia de su amiga, la relevó de la tarea y la envió a organizar los libros en la parte trasera de la biblioteca, con la esperanza de que la soledad la ayudara a calmarse.
Mientras tanto, Violeta, preocupada, reflexionaba sobre la situación. A lo largo de sus mil seiscientos años, había presenciado innumerables eventos, pero nunca había visto magia como aquella. Había estudiado numerosos libros y leído todo tipo de pergaminos, y aunque sospechaba un poco sobre la procedencia de la magia, se negaba a aceptar las conclusiones a las que sus ideas la llevaban.
Tratando de continuar su búsqueda de manera discreta, sacó de su mochila un antiguo libro de magia que había tomado de la sección oculta de la biblioteca, aquella que ella misma había creado. Antes de abrir el tomo, miró a Erasmos, quien, con cierta preocupación, la observaba desde el interior de su mochila. A pesar de su tamaño, similar al de un perro grande, y su complexión delgada, el dragón negro de ojos azules irradiaba una sabiduría ancestral en sus 150 años, una edad que, para los dragones, representaba la adolescencia.
No era tonto y había notado cierto rastro de energía oscura en Violeta desde el día anterior y no le gustaba para nada.
—No te preocupes, sé que es magia oscura, pero prometí ayudar a Ivonne —dijo en un susurro refiriéndose al libro.
—¿Con quién hablas? —La voz de Claus la sacó de su ensimismamiento. Rápidamente se irguió frente al mostrador y lo miró.
—¿Y a usted qué le importa? —Respondió un tanto enojada.
—Me importa mucho saber con quién habla mi bruja favorita —replicó Claus con una sonrisa.
—No soy tu... —comenzó a decir Violeta, pero fue interrumpida por la voz temblorosa de la señora Thomson.
—Violeta, ¿puedes venir un momento?
Violeta lanzó una mirada seria a Claus, quien le dedicó una sonrisa. —Te esperaré aquí, preciosa —dijo él.
Violeta dio media vuelta y comenzó a caminar para, probablemente, ayudar a su casera. Claus, intrigado por la conversación que había presenciado, decidió echar un vistazo al otro lado del mostrador. En ese momento, Erasmos saltó de la mochila con intenciones de atacar al intruso.
El dragón observó fijamente a Claus, sus ojos azulados lo analizaron con un brillo inquisitivo. Claus frunció el ceño, sintiendo una extraña vibración recorrer su cuerpo.
—Tú... hueles a Violeta —dijo en voz baja.
Erasmos asintió.
—Eres su familiar —afirmó Claus.
—Tú, su alma gemela —respondió el dragón con una voz ronca y delicada. Hablar no era muy común para él, pero la magia que emanaba el lobo lo hacía sentir emocionado, como si ya fuese parte de su familia. —Ademas eres un lobo.
Un brillo de di versión apareció en los ojos de Erasmos, mientras su cola latigueaba el aire de manera lenta pero constante.
—Y tu eres un dragón negro.
Erasmos se levantó de encima de Claus con orgullo. —Me llamo Erasmos de Cisero. ¿Quién eres lobo?
De manera ágil y rápida Claus se acuclilló delante del dragón cuya precedencia le inspiraba cierta confianza que al parecer era mutua. —Mi nombre es Claus Northam. Soy Beta de la manada DarkWolf.