Rosella Cárdenas es una joven que solo tiene un sueño en la vida, salir de la miserable pobreza en que vive.
Su plan es ir a la universidad y convertirse en alguien.
Pero, sus sueños se ven frustrados debido a su mala fama en el pueblo.
Cuando su padrastro se quiere aprovechar de ella, termina siendo expulsada de casa por su propia madre.
Lo que la lleva a terminar en la hacienda Sanroman y conocer a la señora Julieta, quien en secreto de su marido está muriendo en la última etapa de cáncer.
Julieta no quiere que su familia sufra con su enfermedad. En su desesperación por protegerlos, idea un plan tan insólito como desesperado: busca a una mujer que ocupe su lugar cuando ella ya no esté.
Y en Rosella encuentra lo que cree ser la respuesta. La contrata como niñera, pero en el fondo, esconde su verdadera intención: convertirla en la futura esposa de su marido, Gabriel Sanroman, cuando llegue su final.
¿Podrá Rosella aceptar casarse con el hombre de Julieta?
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Capítulo: Una extraña oportunidad
Al día siguiente, Rosella despertó con la cabeza dando vueltas, como si un torbellino de recuerdos la golpeara sin piedad.
Cada imagen que cruzaba su mente era como una daga clavándose lentamente en su memoria, un recordatorio cruel de la noche anterior.
Se llevó las manos al rostro, intentando calmar la tormenta de pensamientos, pero fue inútil.
Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga, cargada de tristeza y desafío.
—¡Malditos todos! —susurró entre dientes, apretando los puños con fuerza—. Intentaron atacarme… ¡No soy una puta!
Una lágrima solitaria recorrió su mejilla, el sabor salado, llenándole la boca mientras sentía la frustración de todo lo que había perdido.
Por culpa del director corrupto y las manipulaciones de su padrastro, la oportunidad de estudiar en la universidad de la ciudad se había esfumado.
Y su madre… ahora su propia madre la miraba con desconfianza, creyendo lo peor de ella.
Cada pensamiento era un puñal: la traición, la pérdida, la injusticia.
Rosella cerró los ojos un instante, respiró profundo y luego negó con la cabeza, negándose a ceder ante el miedo que la paralizaba por primera vez en su vida.
—No importa cómo… —dijo en voz baja, con un hilo de voz firme y decidido—. Saldré adelante. Voy a lograr mis sueños. No me voy a rendir… nadie podrá obligarme a rendirme.
Mientras esas palabras resonaban en su mente, escuchó el llamado a la puerta.
Su corazón dio un vuelco.
De inmediato recordó aquel beso, aquel contacto que había sentido en la oscuridad, y un calor incómodo subió a sus mejillas.
La puerta se abrió y una empleada entró, con pasos medidos y formales. Puso un conjunto de ropa sobre la silla, cuidadosamente doblado.
—Se lo manda mi patrona —dijo con voz neutra—. Luego, vístase y venga al comedor principal. Mis patrones quieren verla.
Rosella la miró, intentando descifrar aquella expresión que le era completamente desconocida.
La mujer se marchó, y sus pasos resonaron apagados por el pasillo, hasta perderse.
La empleada se encontró con Mariela, quien se hacía llamar “Ama de llaves”.
Su ceño fruncido delataba la curiosidad y desconfianza.
—¿Quién es esa chiquilla que trajo el señor Sanroman ayer? —preguntó.
—No lo sé —respondió la otra, con un dejo de preocupación—, pero no me da buena espina. Aun así, la señora le regaló ropa y quiere ayudarla.
Mariela rodó los ojos con desdén.
Había pasado toda su vida trabajando para la familia, primero con Julieta y luego adaptándose a la autoridad del señor Sanroman.
Había aprendido a leer las intenciones de las personas antes de que hablaran, y algo en aquella joven la hacía sospechar.
Ambas se giraron hacia Rosella cuando esta apareció vestida con el conjunto azul que le habían entregado.
Era el vestido favorito del señor Sanroman, y le quedaba perfecto.
Las dos mujeres intercambiaron miradas incrédulas. No podían ocultar su asombro y un ligero recelo.
Rosella sonrió, pero la rigidez de las miradas de las mujeres les recordó dolorosamente a otras miradas del pasado: mujeres que la despreciaron sin darle oportunidad, que la juzgaron por su origen, su ropa, su ignorancia. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero mantuvo la compostura, respirando hondo mientras caminaba hacia el comedor principal.
Ahí, vio al hombre que la había salvado.
Un rubor subió a sus mejillas, recordando cada detalle de la noche anterior, el miedo, la vulnerabilidad, y aquel beso inesperado que aún quemaba en su memoria.
Julieta se levantó con elegancia, irradiando calidez.
—Hola, mi esposo te salvó la vida anoche —dijo con una sonrisa amable—. ¿Cómo te sientes?
Rosella apenas podía hablar.
Sus palabras se enredaban, y su garganta parecía seca.
—Yo… me llamo Rosella Cárdenas —dijo finalmente—. Y… les agradezco tanto por salvarme. Ayer fue un día muy malo; fui asaltada… Gracias por protegerme, señor y señora.
Julieta asintió, aun sonriendo, y señaló la silla a su lado.
—Soy Julieta, y él es mi esposo, Gabriel Sanroman. Estamos felices de poder ayudarte, Rosella. Siéntate y desayuna con nosotros; mi esposo te llevará después a casa.
Rosella bajó la mirada, abrumada por la mesa llena de comida exquisita.
Nunca había visto tanta abundancia junta, ni tan ordenada, ni presentada.
La mente le daba vueltas entre la gratitud, la sorpresa y una ligera sensación de intimidación.
De repente, risas infantiles llenaron la habitación.
Dos gemelas idénticas preciosas corrieron hacia la mesa, seguidas de otra niña un poco mayor.
Sus risas sonaban como campanitas, puras y alegres.
—¡Hola! —saludaron al unísono.
—Hola —respondió Rosella con ternura
—Son mis hijas, Rosella. Ana y Ada, las gemelas, y Sarah, la mayor —dijo Julieta, observando cómo la joven se acercaba a las niñas.
—Qué bonitos nombres —comentó Rosella con sinceridad.
—¿A qué te dedicas, Rosella? —preguntó Sarah con curiosidad infantil.
Rosella bajó la mirada, sintiendo vergüenza al explicar su vida.
—Bueno… trabajo en el cultivo de rosas —empezó, con voz temblorosa—. Pero también iba a ir a la universidad. No pude… necesito dinero y debo trabajar más tiempo para ayudar a mi familia.
Gabriel la miró, sorprendido, y Julieta le ofreció la idea:
—Parece una joven fuerte —dijo Julieta—. ¿Por qué no trabajas aquí? Mis hijas necesitan una niñera…
Gabriel arqueó una ceja, incrédulo.
—Amor, ella no tiene experiencia —protestó.
Rosella tragó saliva, sintiendo la vergüenza mezclarse con la esperanza.
—Eso no importa —intervino Julieta con firmeza—. La experiencia se adquiere. Te pagaré muy bien, Rosella. ¿Aceptas?
Rosella vaciló, luchando contra la timidez y su orgullo:
—Yo… lo siento, señora, es que… no puedo. No tengo experiencia, y no quiero decepcionarla.
Julieta sonrió con ternura, acercándose ligeramente.
—Me vas a decepcionar si te niegas —dijo—. Tu vida fue salvada por mi marido, nos debes algo. Ahora, trabaja como niñera de mis hijas, y haz tu mayor esfuerzo, ¿sí?
Los ojos de Rosella se encontraron con los de Gabriel por un instante.
Hubo un silencio cargado; fue como si pudieran leerse el uno al otro, ambos recordaron ese beso, sin saberlo, y se sentían culpables de ello.
Rosella desvió la mirada, tragó saliva y finalmente asintió lentamente.
—Está bien —susurró—. Acepto.
creo que quizo decir Arnoldo.!!!