¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 9
Mientras la reunión continuaba, luego del tenso momento con la Baronesa Meredith, Lavender intentó recomponerse y seguir participando en la conversación. Sin embargo, poco a poco comenzó a sentirse extraña. Un fuerte mareo la sacudió, haciéndole ver borroso por un instante. Su rostro, antes sereno, palideció de repente, y sus manos temblaron levemente al agarrar el borde de la mesa. Violett, notó de inmediato su malestar.
—Lavender, ¿estás bien? —preguntó Violett con voz suave pero preocupada, inclinándose hacia ella.
Lavender intentó responder, forzando una sonrisa para tranquilizar a su amiga, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, una oleada de náuseas la golpeó con tal fuerza que tuvo que contener la respiración para no vomitar allí mismo. Su cuerpo se tensó, y sus dedos se aferraron con más fuerza a la mesa. Con un esfuerzo visible, se incorporó de su asiento, tratando de mantener la compostura.
—Disculpen —dijo Lavender, dirigiéndose a la Marquesa Lyana con una voz que apenas lograba mantener firme—, pero creo que debo retirarme. No me siento muy bien.
La Marquesa, con una expresión de preocupación contenida, inclinó ligeramente la cabeza en señal de comprensión.
—Por supuesto, querida. Descansa y cuídate —respondió Lyana, con una voz cálida.
Violett, sin dudarlo, se levantó de su asiento y tomó la mano de Lavender.
—Te acompaño —dijo, con determinación.
Lavender, sin embargo, le sonrió débilmente y negó con la cabeza.
—No es necesario, Violett. Quédate y disfruta de la fiesta. Estaré bien —respondió, intentando aparentar normalidad, aunque su palidez y la tensión en su rostro delataban lo contrario.
Violett dudó, pero finalmente asintió, dejando que Lavender saliera del salón con paso vacilante. Las miradas de las demás damas siguieron a Lavender hasta que desapareció tras la puerta, y un silencio incómodo se apoderó de la habitación por unos segundos.
No pasó mucho tiempo antes de que la Condesa Margaret Byrne, rompiera el silencio con un comentario que hizo que todas las cabezas giraran hacia ella.
—Tal vez pronto tengamos alegres noticias desde el Ducado Lehman —dijo la Condesa, con una sonrisa pícara y un brillo de intriga en sus ojos.
Las damas la miraron con curiosidad, esperando una explicación. La Condesa, disfrutando del interés que había generado, continuó:
—¿no son los síntomas de la Duquesa evidentes?, exactamente así me puse cuando experimente mi primer embarazo —remató, con un tono que dejaba poco espacio para la duda.
Un murmullo de sorpresa y excitación recorrió la mesa. Las damas comenzaron a intercambiar miradas y comentarios entre sí, especulando sobre las implicaciones de las palabras de la Condesa. Sin embargo, hubo una persona en la mesa que no emitió palabra alguna. Violett, sentada inmóvil, parecía haberse congelado. Sus ojos, llenos de incredulidad, buscaron los de su madre, la Baronesa Meredith, quien mantenía una expresión impasible, aunque sus labios se apretaron ligeramente.
—Madre... —murmuró Violett, casi sin darse cuenta, pero la Baronesa no respondió, limitándose a mirar fijamente al frente, como si estuviera evitando mostrar interés o incomodidad ante aquello.
Pero aquel alboroto y comentarios no fueron del agrado de la anfitriona, que alzando la voz dijo:
—Damas —comenzó con su voz firme y serena, controlando la atención de todas con facilidad—, creo que estamos entrando en un terreno bastante inapropiado. Suponer o comentar sobre cosas de las que nadie está realmente seguro no solo es imprudente, sino también una falta de respeto.
Sus palabras cayeron como una reprimenda discreta, pero contundente. El ambiente, que antes había estado cargado de chismes y comentarios inescrupulosos, se tensó aún más. Las sonrisas se desvanecieron de los rostros de varias damas, y algunas incluso bajaron la mirada, incómodas ante el reproche implícito.
La marquesa continuó, manteniendo su compostura impecable:
—Sería más sensato, y sin duda más propio de nuestra posición, mantenernos calladas sobre aquello que desconocemos, en lugar de caer en comentarios innecesarios. Estoy seguro de que todos aquí podemos mostrar el respeto adecuado hacia nuestros semejantes.
Con esas palabras, dejó en claro que el tema estaba cerrado. No era una sugerencia, sino una orden velada. La condesa Margaret, quien había iniciado el alboroto, tragó saliva y desvió la mirada, notoriamente avergonzada. Otras damas asintieron lentamente, aceptando el llamado al orden de la Marquesa.
Lavender llegó a la mansión Lehman sintiéndose aún débil, su rostro pálido revelaba el malestar que la había acompañado desde la celebración. Apenas cruzó la puerta, una de las doncellas se apresuró a recibirla, notando su estado con preocupación.
—Avisaré al Duque de su regreso, mi señora. Le informaré que no se siente bien —dijo la doncella con voz urgente, inclinándose antes de retirarse rápidamente.
Lavender asintió, apenas sonriendo, y se dirigió a su habitación. Mientras esperaba, se recostó sobre la cama, convencida de que Maxon vendría a verla en cuanto supiera que había regresado indispuesta. Después de todo, él siempre había sido atento, siempre preocupado por ella. Era esa cercanía la que había hecho que su matrimonio fuera un refugio para ellos en los momentos más difíciles.
Sin embargo, los minutos pasaron, y el silencio se hizo cada vez más pesado. Lavender se obligó a cerrar los ojos, esperando escuchar pronto los pasos de su esposo acercándose a su puerta, pero esa esperanza se fue desvaneciendo lentamente a medida que la noche avanzaba. Finalmente, al caer la medianoche, Maxon entró a la habitación, pero lo hizo sin pronunciar palabra, sin preguntar cómo se encontraba, como si el malestar de su esposa fuera un detalle insignificante. Simplemente se preparó para dormir, como si todo estuviera en perfecta normalidad.
Lavender, desde su lado de la cama, lo observó con decepción. El malestar que la había torturado todo el día ahora se mezclaba con la tristeza que comenzaba a instalarse en su corazón. ¿Por qué no le preguntaba cómo se sentía? ¿Por qué esa indiferencia?
Lavender decidió romper el silencio.
—He regresado antes de la fiesta de los Marqueses— Maxon se seguía cambiando sin pronunciar palabra— ¿, te ha dicho la doncella que me he sentido mal?— preguntó Lavender con un tono dubitativo.
—¿lo hizo?— respondió Maxon como sí tratara de acordarse si había escuchado sobre eso, mientras se recordaba a su lado, —pero ahora debes estar bien— dijo mientras besaba su frente, — he estado trabajando mucho con respecto a la mina de Cerçia... Hay tantas cosas que hacer, sin dudas este proyecto me tiene muy emocionado, estoy tan cansado, hablemos mañana, ¿sí?— dijo mientras cerraba los ojos sin esperar una respuesta por parte de Lavender.— Sí— murmuró ella.
Mientras Maxon dormía, Lavender lo observa en silencio, pensado que, tal vez estaba siendo muy dura con él, Maxon estaba ocupado y ella interpretó eso como desinterés, aunque ciertamente ambos siempre estaban ocupados, incluso así estaban muy pendientes él uno del otro, pero como en esa ocasión no había sido así, Lavender se había preocupado de más, eso creyó.
— Parece que estoy algo sensible...— dijo mientras se acercaba más a Maxon y cerraba los ojos buscando dormir.
A la mañana siguiente, Lavender se despertó y, al extender la mano hacia el lado de la cama, notó que Maxon no estaba a su lado. No era algo inusual últimamente, pero esa mañana la ausencia de su esposo le pesó más de lo habitual. Apenas había comenzado a alistarse cuando una doncella llamó a la puerta.
—Señora, la señorita Violett acaba de llegar —anunció la doncella con una leve inclinación de cabeza.
Lavender se sorprendió. Era muy temprano para recibir visitas, y Violett no solía presentarse sin avisar. Sin embargo, la preocupación en la voz de la doncella la hizo apresurarse. Terminó de arreglarse rápidamente y se dirigió a la sala donde su amiga la esperaba.
Al entrar, Violett, que estaba de pie junto a la ventana, se giró de inmediato. Su rostro, usualmente lleno de vivacidad, mostraba una expresión de inquietud. Al ver a Lavender, corrió hacia ella y tomó sus manos entre las suyas.
—Lavender, ¿cómo estás? —preguntó Violett, con voz llena de preocupación—. Estuve muy inquieta desde ayer, cuando te retiraste de la fiesta sintiéndote mal. ¿Estás mejor?
Lavender suavizó su expresión y sonrió, tocando las manos de Violett con afecto.
—Estoy mejor, gracias por preguntar. Fue solo un malestar pasajero, seguramente por el cansancio o algo que me cayó mal —respondió, intentando restarle importancia.
Violett asintió, pero su mirada seguía escudriñando el rostro de Lavender, como si buscara algo más. Ambas tomaron asiento, y una doncella les sirvió té. Mientras levantaban sus tazas, Violett, intentando sonar discreta, preguntó:
—¿Ya sabes a qué se debió ese malestar? ¿Has consultado a un médico?
Lavender negó con la cabeza.
—No, no he visto a un médico. Como te dije, creo que fue algo sin importancia.
Violett jugueteó con su taza por un momento, como si estuviera sopesando sus palabras. Finalmente, con un tono casual pero cargado de intención, comentó:
—Ayer, en la fiesta, hubo algunos rumores... Algunas damas sugirieron que tal vez podrías estar embarazada.
Lavender se quedó inmóvil, la taza a medio camino de sus labios. Sus ojos se abrieron ligeramente, y un rubor subió a sus mejillas. Violett la observaba atentamente, esperando su reacción.
—¿Embarazada? —repitió Lavender, como si la palabra le resultara extraña en ese contexto. Luego, de repente, pareció darse cuenta de algo. Bajó la taza y miró a Violett con una mezcla de inseguridad y asombro—. Ahora que lo mencionas... Tengo un par de días de retraso. No le había dado importancia, pero tal vez eso explique el malestar.
El rostro de Lavender se iluminó lentamente, como si la posibilidad de estar embarazada comenzara a llenarla de una alegría contenida. Sin embargo, Violett no compartió su entusiasmo. Su expresión se ensombreció, aunque intentó disimularlo rápidamente.
Lavender, aún absorta en sus pensamientos, tomó las manos de Violett y sonrió con emoción.
—¿No sería maravilloso, Violett? —dijo, con voz llena de esperanza—. Si estuviera embarazada, quisiera que seas la madrina de mi bebé. Sería algo tan especial...
Violett guardó silencio por un momento, algo poco común en ella. Finalmente, esbozó una sonrisa y respondió:
—Maravilloso... Sería maravilloso —repitió, aunque su voz carecía de la emoción que Lavender esperaba.
Lavender, demasiado animada para notar la incomodidad de su amiga, continuó hablando:
—No quiero apresurarme, por supuesto. Esperaré un par de días más para ver si mi ciclo se regulariza. Si no, haré que un médico me revise.
Violett asentía mecánicamente a cada palabra, con una sonrisa congelada en su rostro. Mientras Lavender hablaba de futuros planes y posibilidades, Violett parecía estar en otro lugar.
Cuando Lavender finalmente terminó de hablar, Violett se levantó con delicadeza.
—Debo irme —dijo, con una voz que intentaba sonar natural—. Pero, por favor, manténme informada. Y cuídate mucho, Lavender.
Lavender sonrió, agradecida por la visita, y por hacerle ver una posibilidad en la que ella ni siquiera había pensado. Antes de que pudiera reflexionar más al respecto, su mente volvió a la emocionante posibilidad que ahora ocupaba sus pensamientos: la idea de que una nueva vida podría estar creciendo dentro de ella.