Tras la muerte de su padre, Violeta se enfrenta a una desgarradora decisión: regresar a la casa que heredó de él y lidiar con la última esposa de su padre, una mujer perversa que la someterá al dolor y la inseguridad. La convivencia con esta mujer, quien busca imponerse en la vida de Violeta, se tornará un infierno.
En medio de esta difícil situación, un ángel de carne y hueso se cruza en el camino de Violeta, alguien que no revelará sus verdaderas intenciones hasta que ella no sienta amor verdadero. ¿Podrá Violeta encontrar la fuerza para superar sus miedos y abrir su corazón al amor? ¿O sucumbirá ante la maldad que la rodea?
Esta es la historia de una joven que lucha por encontrar su camino en medio de la adversidad, una historia llena de emociones, secretos y un amor que lo cambiará todo.
Con gran admiración a todas las románticas que aman leer sobre: amor, emoción, algo de tragedia y misterio, intento regalarles una lectura que me encantó hacer y emocionarme junto a Violeta
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El peor dolor
Cuando salió de ella, él le mostró la puerta del baño de su oficina. Ella se limpió rápidamente para volver y sentarse junto a él. La besó con ternura y susurró: "Te estaba extrañando tanto que te pedí la foto, pero jamás imaginé que vendrías hasta aquí sin avisar. ¡Gracias, mi amor! Esta ha sido la mejor sorpresa de mi vida".
Sus miradas se entrelazaron, sintiendo que algo mágico y trascendental flotaba en el aire. La atmósfera se cargó de una seriedad palpable. Él tomó sus manos con delicadeza y dijo: "Vita, estoy locamente enamorado de ti. Quiero que seas solo mía, mi complemento perfecto. ¿Aceptas ser mi novia?"
Una sonrisa iluminó el rostro de Vita, sus ojos brillaron de felicidad y con un suspiro emocionado respondió: "¡Sí, mi amor, sí!" Sellaron ese instante mágico con un beso apasionado, tan intenso y hambriento como el primero. Un beso que prometía un futuro juntos, lleno de amor y felicidad.
Se despidieron hasta verse en la noche y Eric la acompañó hasta su auto, abrazándola y dejando que todos vieran que era suya. La besó apasionadamente antes de abrirle la puerta del auto para que entrara. Cuando él vuelve sobre sus pasos para entrar a la empresa Vita ve, como en cámara lenta, un auto a toda velocidad venir de frente a Eric, que no tuvo tiempo de moverse. Lo atropelló con tanta fuerza, lanzándolo por el aire para luego ser agitado con gran fuerza contra el piso. El auto se metió dentro de la empresa destruyendo gran parte de la entrada. Vita corre tras la escena y se encuentra con Eric tirado en el piso, lleno de sangre por donde lo mirará. "¡Mi amor, mi amor! ¿Cómo te sientes?", grita desesperada, pero mirando la escena completa supo que no era bueno. La gente a su alrededor mirando, llamando a emergencias, gritando y en shock por lo que veían. Vita, agachada al lado de Eric, le suplicaba que no cierre los ojos. "¡Mi amor, por favor, por favor, quédate conmigo! ¡Eric, no me dejes! ¡No, Dios, por favor, no me dejes!", sus lágrimas desgarradoras caían desconsoladamente. Eric apenas si podía mover las manos, tocando una de sus mejillas, le dijo: "Pequeña despistada, te amo, no llores, que estaré bien". "Te amo más que a mi vida, mi amor", susurró ella. Eric en respuesta le sonrió, los ojos entrecerrados por el dolor. "No hables, mi amor, por favor. Ya viene la ambulancia".
Pero Eric se desvaneció en sus brazos. "¡Eric, cariño, despierta! ¡Despierta, por favor! ¡Estoy aquí!", gritó desesperada, el corazón latiendo con fuerza en el pecho. El dolor la invadió como una ola, un dolor tan profundo que solo la muerte podría calmarlo.
Eric yacía inerte, tendido en el playón de entrada a su oficina. La vida se había escapado de su cuerpo, dejando un vacío inmenso y un eco de amor que resonaría para siempre en el corazón de quien lo amaba.
La ambulancia llegó con la sirena aullando, pero al confirmar que Eric yacía sin vida, los paramédicos solo pudieron llevárselo. Vita, con el corazón destrozado, fue trasladada junto a su amado, mientras que su amigo Román observaba la escena con el alma en un hilo, incapaz de articular palabra.
En el hospital, dejaron a Vita en observación. Su rostro estaba desencajado, su mirada perdida en la nada y ni un solo sonido escapaba de sus labios. "Un golpe devastador ver cómo su novio muere delante de ella", explicó el médico a Román, quien trabajaba en el mismo edificio que Eric.
Román se acercó a Vita tratando de abrazarla, pero ella, sumida en su dolor, no lo reconoció. Comenzó a empujarlo y a lanzar manotazos, confundida y asustada. "¡Vita, soy yo, Román! Tranquilízate, cariño, por favor... Lo siento mucho, siento que estés sufriendo así", le dijo Román con voz suave y compasiva. Pero déjame llevarte a casa... Ella lo ve y, con el corazón en un puño, pronuncia las palabras "Eric" entre sollozos, maldiciéndose a sí misma. "¡Esto fue mi culpa, fue mi maldita culpa!", exclama con la voz quebrada. "¡No es tu culpa, cariño, solo pasó!", intenta consolarla él, pero ella lo interrumpe con un grito desgarrador: "¡No! ¡Fue mi culpa! Si no hubiera ido, él nunca habría bajado al playón y estaría con vida. ¡Soy una idiota, una maldita idiota! ¿Por qué tuve que ir a verlo?". Su llanto desgarrador resuena en todo el edificio, hiriendo a todos los que la escuchan. La escena es tan dolorosa que alguien llama a enfermería. Los paramédicos llegan rápidamente y le aplican un calmante para ayudarla a sobrellevar el shock. Román, con el corazón destrozado, la lleva hasta la casa, donde Esther la espera con los brazos abiertos, abrazándola con fuerza, tratando de consolarla, pero las palabras se pierden en el vacío del dolor. La casa se sume en un silencio sepulcral, roto solo por los sollozos ahogados de la joven y los susurros de consuelo de Esther. La tragedia ha marcado su vida para siempre.
La ayudó a quitarse la sangre que cubría su ropa y piel, sumiéndola en un baño que parecía no tener fin. Luego, con delicadeza, la guio hasta la cama, donde la arropó con suavidad. La tristeza la invadía al ver su rostro inexpresivo, su falta de apetito. Esther, con el corazón en un puño, se quedó a su lado, acompañándola en su dolorosa soledad.
En medio de la noche, un grito desgarrador resonó en la habitación. Vita, presa de una pesadilla, revivía el horror de esa mañana. "¡Eric, despierta! ¡Despierta!", clamaba entre lágrimas. Esther, sobresaltada, corrió a su lado, abrazándola con fuerza, intentando calmar su llanto inconsolable. El dolor de Vita le llegaba hasta lo más profundo de su ser, la amaba como a una hija, la hija que la vida le había negado. Cuando por fin el sueño la venció, Esther la arropó y se quedó a su lado, velando su descanso. Al amanecer, el desayuno aguardaba en la mesa, pero Vita no se levantó. Esther, preocupada, entró en la habitación con una bandeja llena de manjares, pero la joven ni siquiera probó bocado. Se quedó en la cama, sumida en su tristeza, y a pesar de la puerta cerrada, su llanto desgarrador se escuchaba desde el pasillo.
Así pasaron dos días, sin probar alimento, sin salir de esa habitación que se había convertido en su refugio y su prisión. La muerte de Eric la había dejado sin fuerzas, sin ganas de vivir. Esther, con el alma en vilo, decidió llamar al padre de Vita para contarle lo sucedido. La angustia la consumía, no sabía cómo ayudar a la joven que tanto amaba.