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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:275
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

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Capítulo IX: El Banquete de los Codenados

La niebla lo guió hasta el palacio. Una estructura de mármol carcomido, con columnas que se retorcían como vértebras de gigante y ventanas de vitrales rotos que sangraban luz violeta. Víctor caminó sobre una alfombra de musgo y huesos, la cadena en su tobillo (Culpable, Autor, Silencio, Fábrica) arrastrando lodo negro. Las puertas, talladas con escenas de banquetes caníbales, se abrieron con un gemido.

Dentro, candelabros de brazos humanos sostenían velas de sebo amarillento. Una larga mesa de ébano brillaba bajo la luz mortecina, cubierta de platos de oro con manchas de óxido. Los invitados eran cadáveres vestidos de gala: caballeros con mejillas momificadas, damas con cabellos de telaraña y ojos reemplazados por joyas opacas. Todos aplaudieron cuando Víctor entró, un sonido de huesos chocando.

—¡El invitado de honor! —anunció un mayordomo esquelético, su esmoquin infestado de escarabajos—. ¡Tome asiento junto al Anfitrión!

En el extremo de la mesa, un trono de cuernos entrelazados. Sobre él, un hombre obeso con piel de cerdo descompuesta y una corona de clavos oxidados. El Anfitrión sonrió, mostrando dientes de plata negra.

—Bienvenido al Banquete de los Condenados —dijo, y su voz era el crujir de un ataúd abriéndose—. Aquí, los menús se escriben con los restos de lo que pudiste ser.

Sirvieron la comida:

- Sopa de lágrimas: Un caldo frío donde flotaban pupilas diluidas.

- Corazón crudo de poeta: Un músculo palpitante atravesado por una pluma de hierro.

- Pan de manuscritos: Hogazas crujientes que, al partirse, revelaban páginas arrugadas con la letra de Víctor.

Un cadáver con traje de marinero y barba de algas se inclinó hacia él:

—¿No es delicioso el sabor del arrepentimiento? —preguntó, mordiendo un dedo momificado que chorreaba miel negra.

Víctor no respondió. Las palabras en su piel (Creador, Fragmento) ardían, y la tinta de sus cuencas oculares trazaba versos en el mantel: "Banquete de ecos, masticamos sombras".

El Anfitrión golpeó la mesa con un cuchillo de carnicero.

—¡Un brindis! —exclamó—. ¡Por el Autor y su obra fallida!

Los cadáveres alzaron copas llenas de líquido humeante. De entre ellos, un hombre se levantó. Llevaba un traje arrugado, tenía nariz quebrada y ojos inyectados en sangre. Su aura olía a whisky barato y derrota.

—Por los que nunca encajamos —rugió, alzando una botella de vidrio astillado—. ¡Ni en el cielo ni en el infierno, ni en las páginas ni en la mierda real!

Era él. El Bukowski del Juicio, el poeta de los versos sucios. Bebió de un trago, el líquido corroyéndole los labios.

—Brindo por los rotos, los que escriben con las tripas y se mean en las metáforas —continuó, señalando a Víctor con la botella—. Por este cabrón, que sigue creyendo que las palabras salvan.

Los cadáveres rieron, un coro de mandíbulas desencajadas. Víctor apretó un trozo de pan. Al romperse, reconoció las páginas: eran cartas que le escribió a Clara, la chica de cabello rojo, y que nunca envió.

—¿Sabes por qué fracasaste? —el Bukowski se apoyó en la mesa, escupiendo sangre y retórica—. Porque te creíste el cuento de que el arte redime. Pero aquí —golpeó su pecho—, solo hay cicatrices y bilis.

Víctor se levantó, derramando la sopa de lágrimas. Las pupilas flotantes lo miraron con reproche.

—¿Y tú? —le espetó al Bukowski—. ¿No eres solo otro fantasma en este circo?

El hombre rió, desgarrando su camisa para mostrar un torso cubierto de tatuajes que se movían: mujeres desnudas, caballos cojos, bares que ardían en cámara lenta.

—Los fantasmas somos los únicos honestos —dijo—. No pretendemos ser dioses. Solo borrachos con plumas.

El Anfitrión aplaudió, sus manos carnosas sonando como globos reventando.

—¡Qué delicia! ¡El poeta contra su profeta! —exclamó—. Sirvan el plato principal.

Los sirvientes esqueléticos trajeron una bandeja gigante. Bajo una campana de cristal, había un cerebro pulsante atravesado por tenedores de plata.

—El Banquete de las Ideas —anunció el Anfitrión—. Córtalo tú mismo.

Víctor tomó el cuchillo. Al tocar el cerebro, visiones lo invadieron:

Una máquina de escribir en un campo de batalla, tecleando órdenes de muerte.

Lilith colgada de un árbol de versos, su vestido negro en llamas.

La niña fantasma de la biblioteca, comiendo páginas de un libro vivo.

—Corta —susurró el Anfitrión—. Corta y elige tu lado: creador o criatura.

El cuchillo tembló en sus manos. En ese momento, las arañas llegaron.

Descendieron del techo en hilos plateados, criaturas del tamaño de gatos con cuerpos de relojes rotos y patas de plumas. Tejieron una red sobre la mesa, atrapando copas y cadáveres.

—¡Las tejedoras del destino! —gritó el Bukowski, riendo mientras una araña le arrancaba un ojo y lo reemplazaba con un engranaje—. ¡Bienvenidas al festín!

Víctor intentó huir, pero los hilos lo envolvieron. Las arañas le cosieron los párpados con tinta negra y le insertaron letras bajo la piel. Una, con el cuerpo de un diccionario abierto, susurró en su oído:

—Eres la trama y la urdimbre. Siempre lo fuiste.

El Anfitrión observaba, banqueteándose con el cerebro de las ideas.

—¿No es hermoso? —preguntó, masticando neuronas como uvas—. El Autor teje, las arañas copian, y nosotros... nosotros somos el hilo que se rompe.

Víctor forcejeó. Los hilos lo inmovilizaban, pero las palabras en su piel brillaron con furia. Con un grito, rompió la red, usando como arma el cuchillo manchado de cerebro. Las arañas retrocedieron, chillonas.

—No soy tu marioneta —rugió, aunque la tinta de sus ojos escribía ahora en el aire: "Mentira".

El palacio comenzó a derrumbarse. Los cadáveres se desintegraron en polvo, el Bukowski se desvaneció con una carcajada, y el Anfitrión se fundió en su trono, dejando solo la corona de clavos.

Víctor corrió, llevando consigo un trozo de pan-manuscrito. Afuera, la niebla había desaparecido. En su lugar, un camino de huesos lo esperaba, señalando hacia el horizonte donde un jardín mecánico brillaba bajo un sol de mercurio.

Antes de partir, miró atrás. En la puerta del palacio, la figura de vestido negro (Lilith, la Dama, todas y ninguna) sostenía una araña de relojería.

—Cada banquete —dijo ella— es un funeral disfrazado.

Víctor siguió adelante. La cadena en su tobillo ahora incluía Banquete, y en su bolsillo, el pan-manuscrito susurraba versos olvidados.

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Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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