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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 6 – El Nacimiento de Eiden

El primer rayo de sol entró por las ventanas de cristal polarizado con una suavidad engañosa. En la habitación, Eiden ya estaba despierto, aunque no se había levantado. Llevaba horas mirando el techo, con los dedos entrelazados sobre el pecho y el corazón latiendo de una manera extraña. Ni acelerado ni lento. Solo… consciente.

Las palabras de Ayleen la noche anterior no lo dejaban en paz.

"Ser mío tiene un precio."

No era solo una frase posesiva. Había un fondo de advertencia, como si lo que venía no fuera un juego. Como si lo que estaban construyendo tuviera peso, sangre y consecuencias.

Se sentó en el borde de la cama y pasó las manos por su cabello. Todavía no terminaba de reconocerse cuando se miraba al espejo. Las ropas, el corte, la manera en que ahora lo observaban los demás… todo era distinto. Pero lo que más le perturbaba era lo que comenzaba a cambiar por dentro.

Ya no se sentía insignificante.

Ya no se sentía invisible.

Y eso… lo asustaba más que cualquier otra cosa

En el comedor principal, Ayleen lo esperaba. Vestía un conjunto negro ajustado, botas militares y una chaqueta de cuero con detalles plateados. Parecía una reina sin corona, pero con poder de sobra. Tenía un aire de control absoluto, como si el mundo entero solo funcionara cuando ella respiraba.

—Buenos días —dijo Eiden, con algo de timidez.

—¿Dormiste bien?

—Sí. Aunque soñé con fuego.

Ella sonrió, apenas.

—Eso es bueno. El fuego purifica.

Se sentaron a desayunar. Frutas frescas, pan caliente, té oscuro. Eiden comía con cuidado, mientras ella lo observaba.

—Hoy conocerás mi mundo —dijo Ayleen—. El real. El que no sale en las noticias, el que no se menciona en cenas elegantes. Y si al final del día decides quedarte… ya no habrá retorno.

—¿Y si no me gusta?

—Te gustaré yo. Y eso te bastará —respondió sin parpadear.

Eiden tragó saliva. Parte de él sabía que tenía razón.

Lo llevó en un auto negro blindado, conducido por un chofer silencioso. Pasaron por calles que Eiden nunca había visto, lugares ocultos a los ojos de los ciudadanos comunes. Entraron en un complejo subterráneo, sellado por portones de acero que se abrían solo con huellas y códigos biométricos.

—Aquí es donde se mueven los hilos —dijo Ayleen, mientras bajaban por un ascensor sin botones visibles.

—¿Qué hilos?

—Los que deciden quién cae… y quién se mantiene de pie.

La puerta se abrió a un pasillo largo iluminado por luces blancas. Había oficinas, salas de vigilancia, laboratorios y habitaciones llenas de pantallas. Todo parecía funcionar en silencio. Demasiado perfecto.

Ayleen lo llevó hasta una sala de entrenamiento. En el centro había una plataforma redonda con sensores, rodeada de maniquíes de combate y cámaras de observación.

—Sube —ordenó.

—¿Para qué?

—Vas a aprender a defenderte. Ser mío no significa esconderte detrás de mi sombra. Significa estar a mi lado. En equilibrio.

Eiden dudó. Pero subió.

—¿Sabes pelear? —preguntó ella.

—No. Nunca me hizo falta. Nunca estuve en peligro.

—Te equivocas —dijo Ayleen—. Estabas en peligro todos los días. De desaparecer. De no existir. Ese es el peor de todos los peligros.

Activó un simulador. Un maniquí se acercó con movimientos lentos, luego rápidos. Eiden intentó esquivarlo, pero terminó en el suelo.

—Otra vez —dijo ella.

Él se levantó.

Volvió a caer.

Y otra vez.

Y otra.

Pero no se rindió.

Después de más de una hora, sudado, golpeado y frustrado, Eiden se mantenía de pie, con los ojos firmes.

—Bien —dijo Ayleen—. Ahora sí empiezas a parecer alguien real.

—¿Solo porque sangro?

—No. Porque resistes.

Después del entrenamiento, Ayleen lo llevó a una sala de estrategia. Allí, tres hombres lo esperaban. Eran mayores, con trajes oscuros, rostros serios y mirada afilada. Eran, sin duda, hombres del padre de Ayleen.

—Este es Eiden —dijo ella—. Ya lo conocen.

Uno de ellos lo miró con frialdad.

—¿Él es el que salvó a la señorita?

—Él es el que me eligió, y al que yo elegí.

Los hombres se miraron entre sí, pero no dijeron nada más.

Ayleen colocó un expediente sobre la mesa. Fotos, nombres, rutas, cifras.

—Quiero que observes —le dijo a Eiden—. Esto es lo que controla la ciudad desde las sombras. Las rutas, los intercambios, las alianzas. No somos criminales, somos los reguladores del caos. Y si vas a estar conmigo, debes entender el tablero.

Eiden sintió que su cabeza daba vueltas. Todo era demasiado.

—¿Quieres que me convierta en uno de ustedes?

—No. Quiero que entiendas quién soy. Para que cuando estés a mi lado, no te confundas.

Él miró el tablero. Lo entendía. Era su mundo, ahora. Pero algo en él se encendía por primera vez.

—No quiero ser solo alguien que pertenece a otro —dijo en voz baja.

Ayleen lo miró, entre sorprendida y fascinada.

—¿No?

—Quiero ser alguien que elige quedarse. No alguien que se queda porque no tiene opción.

Ella se acercó, lo tomó por la nuca y lo besó.

—Entonces empieza a construir tu poder —susurró contra sus labios—. Porque yo no me enamoro de sombras.

Esa noche, Eiden no durmió. Se quedó mirando sus manos, sus golpes, su reflejo. Ya no era el mismo. Y no porque Ayleen lo hubiera cambiado… sino porque él había decidido cambiar.

Y por primera vez en su vida, no tenía miedo de lo que venía.

Tenía hambre de ello.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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