Giorgia Bellini, una joven de 22 años, proviene de una familia conservadora y con una madre feminista. Tiene poco interés por las relaciones personales y el sexo. Su vida cambia cuando descubre que su mejor amiga, Livia Vespucci, también de 22 años, está en una relación con un novio dominante. Aunque Livia asegura estar feliz, Giorgia empieza a sospechar que algo no está bien.
Preocupada por los comportamientos controladores del novio de Livia, Giorgia investiga el BDSM por Internet y descubre que lo que está viviendo Livia no es una práctica sana, sino abuso. Decide llevarla a una comunidad de BDSM, con la excusa de querer aprender, pero su verdadero objetivo es que Livia se dé cuenta de que su relación no es BDSM, sino abuso.
Mientras Giorgia se adentra en este mundo, conoce a un dominante que cambia su perspectiva sobre el amor y el control. Ahora, debe enfrentar un dilema: ¿puede ayudar a su amiga sin arriesgar su amistad y su propio corazón?
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¿Amor o control?
El auto de Matteo se desliza suavemente por las calles de la ciudad, pero el silencio dentro del vehículo es denso. Livia mantiene la mirada fija en la ventana del auto, observando el movimiento de los transeúntes, tratando de ignorar la tensión que siente en el pecho.
—¿Por qué fuiste a la cafetería sin decírmelo? —pregunta Matteo con voz calma, pero con un filo oculto.
Livia se remueve en su asiento.
—No pensé que fuera importante… solo quería ver a Giorgia antes de ir a la biblioteca.
Matteo suspira y tamborilea los dedos en el volante.
—Sabes que no me gusta que pases tanto tiempo con ella. Te mete ideas en la cabeza.
—No es así… Ella solo se preocupa por mí.
Él suelta una pequeña risa, pero no es de diversión.
—Claro, se preocupa tanto que ahora dudas de mí, ¿verdad? ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo cada vez te alejas más?
Livia abre la boca para negar, pero Matteo ya ha tomado su mano, dándole un suave apretón.
—Yo solo quiero protegerte, amor. No tienes idea de lo fácil que es que te hagan daño. El mundo está lleno de hombres que se aprovecharían de alguien como tú… inocente, hermosa, sin experiencia. Pero yo estoy aquí para cuidarte, ¿sí?
Livia baja la mirada y siente una punzada de culpa. ¿Está dudando de él sin razón? Matteo siempre ha estado allí para ella, ha sido su apoyo cuando sus padres siempre la han desplazado, la ha escuchado y la ha hecho sentir segura.
—Lo sé —susurra.
Matteo sonríe y le acaricia el dorso de la mano con el pulgar.
—Bien. No quiero que discutamos por tonterías. Vamos a casa.
—Pero… tengo que estudiar.
—Puedes hacerlo en mi departamento. Te ayudaré a concentrarte mejor, sabes que te abro la mente y otras cosas —dice con picardía.
Livia sabe que eso significa que él decidirá cuánto tiempo estudia, cuándo descansa y cuándo debe prestarle atención. Pero asentir es más fácil que pelear.
—Está bien.
El resto del trayecto transcurre en silencio.
En el departamento de Matteo
La puerta se cierra con un chasquido detrás de ellos. Livia deja su bolso en el sofá, pero antes de que pueda moverse, Matteo la toma de la muñeca y la acerca a su cuerpo.
Su cuerpo se tensa, pero no es solo miedo lo que la paraliza. Hay una punzada de culpa, de desconcierto. ¿Por qué me dejo hacer esto? La voz de su mejor amiga, le dice que algo está mal, que este control, esta constante sensación de estar atrapada, no es lo que debería ser. Pero al mismo tiempo, hay una parte de ella que se siente... perdida. ¿No se supone que esto es lo que quiero? ¿Lo que él quiere de mí?
—Me hiciste enojar hoy, ¿lo sabes?
Su tono es suave, pero su mirada es intensa y sus dedos aprietan con firmeza.
—No era mi intención…
—Lo sé. —Matteo le acaricia la mejilla y luego baja la mano hasta su cuello, en un gesto posesivo. Pero quiero que recuerdes algo, Livia. Yo soy tu amo. Eso significa que confías en mí, que sigues mis reglas.
Ella traga saliva.
Matteo inclina su cabeza como si estuviera estudiándola, como si esperara la respuesta correcta.
—Lo sé. Él suelta su muñeca y le acaricia la mejilla con la misma mano que hace un momento la sujetó con fuerza. —Pero debes aprender y no lo demuestras; firmaste un contrato que estás incumpliendo. Sumisión total, ¿lo recuerdas?
—Sí…
Livia asiente, pero por dentro siente una punzada de confusión. ¿Sumisión total no significa también confianza mutua? ¿Dónde está su derecho a decir que no?
—Bien. Entonces, quítate la ropa.
Livia se tensa.
—¿A-aquí?
—Aquí. Ahora.
La voz de Matteo la hace estremecer; no ha levantado la voz ni una vez, pero su autoridad es absoluta, o eso es lo que quiere que ella crea.
Matteo no acepta un "no" por respuesta. Livia se siente atrapada entre la sumisión que él espera de ella y la incomodidad que la invade. No es la primera vez que él la pone en esta posición, donde sus deseos siempre deben estar por debajo de los de él.
Con dedos temblorosos, empieza a desabotonar su blusa, pero Matteo la detiene antes de que termine.
—Así está bien. Solo quería ver si ibas a obedecer.
Livia siente un nudo en la garganta. No sabe si debería sentirse aliviada o humillada, pero es parte de su relación… ¿O no?
Matteo la toma de la mano y la guía hasta la sala. Se sienta en el sofá y le da una palmadita en el regazo.
—Ven, quiero que te sientes aquí.
Ella obedece, acomodándose con cuidado. Él envuelve sus brazos alrededor de su cintura y apoya la cabeza en su cuello.
—Te amo, Livia. Lo sabes, ¿verdad?
Ella asiente, pero la sensación de incomodidad sigue allí, oculta bajo capas de justificación.
—Sí, Matteo.
Él suspira satisfecho.
—Bien. Ahora prométeme que dejarás de ver tanto a Giorgia. No quiero que ella arruine lo que tenemos.
El estómago de Livia se revuelve. Giorgia es su mejor amiga. Pero si dice que no… ¿Matteo se enojará?
—No sé…
Matteo se aleja un poco y la toma del mentón, obligándola a mirarlo.
—¿Acaso prefieres perderme a mí por ella?
Livia siente pánico ante la idea de estar sin él; un nudo en su estómago la avasalla.
—No, claro que no.
Matteo sonríe, pero en sus ojos hay satisfacción.
—Entonces sé una buena chica y dime que lo harás.
Livia cierra los ojos y asiente.
—Lo haré.
Matteo la besa en la frente.
—Sabía que lo entenderías, amor.
Livia sonríe, pero por dentro siente que algo se rompe un poco más. Y lo peor es que no sabe cómo arreglarlo.
—Aunque este comportamiento merece un castigo, no puedes estar de desobediente.
—Pero… —Intenta ella.
—¿Pero? Creo que sé por qué tus padres no te han dado atención. Eres desobediente, y eso provoca que se alejen.
Livia siente un escalofrío recorrer su piel. Un nudo en su garganta se posiciona, y llora.
—No…
—No puedes llorar. No me vas a manipular así. Quita tu ropa.
Su voz es amenazante.
Las manos de Livia inmediatamente quitan cada prenda de su cuerpo.
—Bien… Híncate.
Livia no duda y lo hace.
Matteo camina hacia su habitación, dejándola allí, en medio de la lujosa sala de paredes grises y cuadros costosos.
—Cierra los ojos, Livia…
Trae una fusta en la mano y recorre su cuerpo desnudo con el cuero colgante. Al pasar por su espalda, le da un golpe.
El cuerpo de ella tiembla, no está cómoda, siente... ¿Miedo? Ella no lo sabe.
Los ojos de ella se abren, y él le da otro golpe aún más fuerte; el ardor es muy intenso.
—No puedes abrir los ojos… No mereces ser mi sumisa… Creo que debería buscar a alguien más…
—¡No, no, por favor! —suplica, y él sonríe. Ha conseguido lo que quería.
Se agacha y saca un pequeño vibrador plateado. Lo mete entre sus piernas. El escalofrío regresa al cuerpo de Livia. Matteo se sienta frente a ella y saca un control de su bolsillo. Lo activa, y las vibraciones la ponen al límite.
—Ah… Mmm…
Él sube la intensidad.
—No te dije que podías gemir. Esas palabras la hacen sentir mal. ¿Por qué se siente bien ese castigo?
Livia siente su corazón golpear en su pecho.
Cada palabra suya es como un peso que la aplasta, pero, a la vez, algo en su interior la obliga a seguir escuchando, a no interrumpir. ¿Por qué está tan callada? ¿Por qué no puede replicar? El miedo la invade, un miedo que se mezcla con algo más... algo que nunca se ha atrevido a llamar por su nombre.
Aumenta la intensidad y ella está al borde del colapso. Muerde su mejilla interna para aguantar.
—No te corras.
Lágrimas se escapan de los ojos cerrados de ella.
—No mereces un orgasmo hoy, Livia. Pequeña chica mala.
Detiene las sensaciones y la observa; ella se frustra, quiere gritar.
—Abre los ojos…
Livia siente un escalofrío recorrer su espalda cuando Matteo le ordena abrir los ojos. Su cuerpo, por alguna razón que no entiende, reacciona antes que su mente. Los músculos de su rostro se tensan, y, casi como si una fuerza invisible la empujara, sus párpados se abren, revelando la mirada intensa de Matteo.
—Ahí te quedarás. Lo mereces.
Se retira a su habitación, dejándola allí en el suelo, frustrada y más confundida que nunca.
Si será cierto 🙂 de tomate tu tiempo.
O no lo pienses mucho y dadme 🫴 la respuesta.. 🫢🙂🙂🙂🙂