En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 14: Entre las sombras
Montero permaneció inmóvil, respiCapítulo 14: Entre las sombrasrando apenas mientras observaba la silueta que se deslizaba entre los árboles. En la penumbra, distinguió el brillo metálico de un arma. Calculó sus opciones: la puerta trasera ofrecía una ruta de escape hacia el denso bosque, pero significaría abandonar los datos del Protocolo Alejandría, la sangre y alma de Helena.
Justo cuando se disponía a moverse, su teléfono vibró silenciosamente. Un mensaje de Velasco: "Enviando refuerzos. Camuflados. No dispares. Amigos."
La tensión en sus hombros disminuyó ligeramente, pero mantuvo el arma preparada. La figura se acercó a la ventana lateral, y un código de golpes suaves resonó contra el cristal: tres rápidos, dos lentos. La señal acordada con Velasco.
—Inspector Montero —susurró una voz femenina que no reconoció—. Comisaría Especial, equipo táctico. Velasco me envía.
Montero abrió cautelosamente, encontrándose con una mujer de aproximadamente treinta años, vestida completamente de negro, con un chaleco antibalas y mirada penetrante.
—Teniente Nuria Campos —se presentó ella, entrando rápidamente y asegurando la puerta—. Tenemos que movernos. La ubicación está comprometida.
—¿Cómo? Velasco aseguró que nadie conocía este lugar.
—Alguien siguió su vehículo —respondió Campos, verificando las ventanas—. Detectamos un dispositivo de rastreo en su coche oficial. Velasco está furiosa.
Montero guardó rápidamente el disco duro y la copia de seguridad.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Minutos, como mucho. Hay un vehículo acercándose por el camino norte.
Se movieron con precisión militar. Campos lo guio por un sendero apenas visible entre la vegetación, alejándose de la cabaña en dirección opuesta al camino principal. A unos doscientos metros, un todoterreno sin identificaciones los esperaba, con el motor en marcha y un hombre al volante.
—Carlos, equipo táctico —se limitó a decir el conductor mientras arrancaban.
En el vehículo, Montero contactó nuevamente con Velasco, quien confirmó la situación.
—Estamos investigando cómo descubrieron la ubicación —explicó la comisaria, su voz cargada de frustración—. El departamento está comprometido. No sé en quién confiar.
—Necesito reunirme con Durán nuevamente —informó Montero—. Creo que él posee la clave final del Protocolo.
—Demasiado arriesgado ir a su domicilio —opinó Velasco—. La Hidra probablemente lo vigila ahora.
—Tengo una idea —intervino Montero—. Algo que la Hidra no esperaría.
Mientras el vehículo avanzaba por carreteras secundarias, Montero recordó un detalle del diario de Helena: "... en sus veinte años..." La juventud de Helena, sus primeros pasos como fiscal, cuando su camino contra la corrupción apenas comenzaba. ¿Quién la conocía entonces, antes de convertirse en el azote de los poderosos?
—Necesito contactar con alguien —anunció Montero—. Alguien del pasado de Helena.
Cuando amaneció, se encontraban en un pequeño pueblo costero a cien kilómetros de la ciudad. Siguiendo las instrucciones de Montero, Campos lo dejó cerca de una modesta casa de piedra con vistas al mar.
—Estaremos vigilando —aseguró la teniente—. Al primer signo de problemas, intervendremos.
La mujer que abrió la puerta aparentaba unos cincuenta años. Su rostro, curtido por el sol y marcado por una vida intensa, se transformó al reconocer a Montero.
—Esperaba tu visita —dijo con voz serena—. Soy Margarita Solís. Helena habló mucho de ti.
El interior de la casa era sencillo pero acogedor. Fotografías antiguas adornaban las paredes, y entre ellas, Montero identificó a una Helena joven, sonriente, con el pelo más largo y una mirada sin las sombras que después la acompañarían.
—Fuimos compañeras en la facultad de Derecho —explicó Margarita mientras servía café—. Después compartimos piso durante sus primeros años como fiscal. Hasta que el caso Ribera lo cambió todo.
—¿El caso Ribera? —Montero nunca había escuchado ese nombre.
—Su primer gran caso de corrupción. Un empresario vinculado a contratos públicos amañados. Fue entonces cuando Helena conoció a Lorenzo.
Montero se tensó al escuchar aquel nombre.
—Lorenzo Vidal —continuó Margarita—. Un joven diplomático brillante, encantador... y el primer gran amor de Helena. Aunque yo nunca confié completamente en él.
—¿Por qué?
—Intuición, quizás. Aparecía en momentos extrañamente oportunos, hacía preguntas demasiado específicas sobre el trabajo de Helena... —Margarita miró por la ventana, como buscando respuestas en el horizonte—. Y luego estaba Alejandro.
—¿Alejandro? —preguntó Montero, confundido por este nuevo nombre.
—Alejandro Montes. El verdadero primer amor de Helena, de sus años universitarios. Un chico idealista, estudiante de Bellas Artes. Fueron inseparables durante dos años, visitando museos, exposiciones... —Margarita sonrió con nostalgia—.
La primera obra que admiraron juntos fue "El nacimiento de Venus" de Botticelli. Helena quedó fascinada.
"El nacimiento que precedió a la muerte," resonó en la mente de Montero. No se refería a Miguel Ángel Durán, sino a Alejandro.
—¿Qué pasó con él?
El rostro de Margarita se ensombreció.
—Un accidente de tráfico. O eso dijeron. Helena nunca lo creyó. Ocurrió justo después de que Alejandro le contara sobre unas fotografías inquietantes que había tomado durante una exposición en la embajada alemana. Gente poderosa en actitudes comprometedoras.
Montero sintió que las piezas encajaban. El origen del interés de Helena en La Hidra podría remontarse mucho más atrás de lo que imaginaba.
—¿Sabes qué fue de esas fotografías?
—Helena las guardó. Siempre decía que algún día entendería su significado y haría justicia para Alejandro.
Tras una pausa, Margarita se levantó y extrajo una pequeña caja de madera de un escondite bajo una tabla suelta del suelo.
—Helena me dejó esto hace años, con instrucciones de entregártelo si alguna vez venías preguntando por Alejandro.
Dentro de la caja, Montero encontró un una memoria USBy una fotografía antigua donde aparecían Helena y un joven de aspecto bohemio frente a la famosa pintura de Botticelli en los Uffizi.
—"Venus1482" —susurró Margarita—. Era la contraseña que usaban para todo, el año del nacimiento de Venus según Botticelli.
Montero conectó la memoria USB a su ordenador y, efectivamente, la contraseña funcionó. Accedió a un conjunto de fotografías de alta resolución tomadas en 2005. En ellas, varios hombres trajeados conversaban en lo que parecía una recepción diplomática. Nada extraordinario a primera vista.
Sin embargo, al examinarlas con detenimiento, Montero identificó rostros familiares: un joven Lorenzo Vidal; Ernesto Saldivar, ahora convertido en asesor ministerial; y, para su sorpresa, el actual Ministro del Interior, entonces un prometedor político en ascenso. Todos reunidos con un hombre de aspecto distinguido que Montero reconoció inmediatamente: Klaus Müller, empresario alemán vinculado a contratos de defensa.
—La conexión alemana —murmuró Montero, recordando a Diana Krüger, la agregada cultural mencionada en el diario de Helena.
—Helena creía que estas fotografías documentaban el nacimiento de algo peligroso —explicó Margarita—. Una alianza corrupta que después se convertiría en La Hidra. Y creía que esa alianza había costado la vida de Alejandro.
El teléfono de Montero vibró con un mensaje de Velasco: "Interceptamos comunicaciones. Un equipo de La Hidra se dirige hacia ti. Tiempo estimado: 20 minutos."
—Tengo que irme —anunció, guardando el USB—. Pero necesito saber una cosa más: ¿qué significado tiene "Minerva" para Helena?
Margarita suspiró profundamente.
—Era el nombre en clave de una operación que Alejandro descubrió accidentalmente. Según lo que Helena logró averiguar años después, involucraba transferencias ilegales de tecnología militar entre España y ciertos países bajo embargos internacionales. El principio de todo.
Mientras se despedía, Montero sintió que estaba más cerca que nunca de la verdad. Ahora tenía la segunda contraseña para acceder a la sección restringida del Protocolo Alejandría.
—Cuídate, Montero —dijo Margarita al despedirse—. Helena confiaba en ti por una razón. Eres el único que puede terminar lo que ella empezó.
Cuando el vehículo de Campos se alejaba, Montero miró por última vez la casa de Margarita. Una figura solitaria apareció brevemente en la ventana: una mujer de cabello rubio y porte elegante que no había visto durante su visita.
Un escalofrío recorrió su espalda mientras marcaba urgentemente el número de Velasco.
—Necesito verificación inmediata sobre Margarita Solís —solicitó sin preámbulos—. Y quiero saber si tiene alguna conexión con una mujer rubia, posiblemente extranjera.
La respuesta de Velasco llegó minutos después, confirmando sus sospechas: Margarita Solís vivía sola. No tenía visitas registradas recientemente.
La mujer rubia era Diana Krüger. La Hidra no lo había seguido hasta allí.
Ya lo estaba esperando.