En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
NovelToon tiene autorización de Ashly Rijo para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Cao 9
Al levantarme de la silla y dar media vuelta para irme, mi hombro chocó con algo sólido. Miré hacia arriba, sorprendida, y me encontré con la mirada furiosa de aquel hombre al que había desenmascarado durante la partida en la sala VIP. Sus ojos chispeaban con rabia, y podía notar cómo su mandíbula se tensaba al mirarme.
—¿Tú? —dijo con una voz baja y amenazante—. Gracias a ti perdí un trato de millones. Arruinaste mi reputación.
Antes de que pudiera reaccionar, levantó una mano como si fuera a agarrarme, y sentí un súbito miedo que me paralizó por un segundo. Pero antes de que pudiera tocarme, el jefe, el mismo hombre al que acababa de humillar ante un juego, se interpuso entre nosotros con una calma implacable, plantándose como un escudo frente a mí. Me sorprendió ver cómo su mirada se volvía fría, calculadora, casi gélida al enfrentar al otro hombre.
—Ella no tiene nada que ver contigo —dijo con una voz baja pero cargada de autoridad—. Si tienes un problema, es conmigo.
El hombre frente a nosotros se tensó, y sus labios formaron una delgada línea de furia contenida. Apretó los puños y luego, en un gesto casi involuntario, lo escuché murmurar.
—Vaya vaya. James O'Brien
Aquello me hizo detenerme. Por fin sabía cómo se llamaba ese hombre, aunque la sorpresa me duró poco, pues la tensión en la sala aumentaba.
—No es contigo —respondió el hombre, tratando de mantenerse firme, aunque la expresión en su rostro dejaba ver que sabía perfectamente en qué situación estaba—. Es con ella.
De repente, sin aviso, dos hombres se movieron por detrás de mí. Sentí cómo uno de ellos me sujetaba los brazos con fuerza desde atrás, y el miedo volvió a arremeter. No podía moverme, y la sensación de peligro se hacía más densa con cada segundo que pasaba. Sin pensarlo, como si fuera un acto reflejo, deslicé la mano hacia el cuchillo que había escondido entre mi vestido. Tomé el arma con fuerza y, en un rápido movimiento, giré lo suficiente como para clavarle el cuchillo en el costado.
El hombre soltó un alarido de dolor, y entonces todo se descontroló.
En un instante, el lugar se convirtió en un caos absoluto. Los hombres que acompañaban al jefe se lanzaron hacia el intruso y sus hombres, mientras los asistentes y otros clientes comenzaron a gritar y a correr hacia la salida. Yo estaba petrificada, con el cuchillo ensangrentado en la mano, intentando asimilar lo que acababa de hacer. Había herido a alguien, quizás incluso lo había matado. Un torbellino de emociones y pensamientos se arremolinaba en mi cabeza, pero no tuve tiempo de procesar nada.
Sentí una mano firme tomar la mía, y cuando giré la cabeza, vi al asistente del jefe. Sin decir una palabra, me tiró con fuerza hacia la salida, haciéndome atravesar la masa de gente en pánico. Mi cuerpo se movía casi por instinto, siguiendo el tirón de su mano mientras mi mente apenas lograba asimilar lo que estaba sucediendo.
Atravesamos un pasillo lateral y finalmente llegamos a una salida trasera del casino. El asistente miró a ambos lados para asegurarse de que el camino estuviera despejado, y luego me empujó hacia la calle, donde el aire frío de la noche me golpeó el rostro, ayudándome a recuperar un poco la cordura. Afuera, lejos del caos que habíamos dejado atrás, sentía cómo el corazón me latía con fuerza en el pecho y cómo mi respiración era rápida y descontrolada.
—¿Estás loca? —dijo el asistente en voz baja, mirándome con una mezcla de furia y preocupación—. ¿Por qué llevas un cuchillo encima, como diablos tienes agallas para apuñalar a una gente?
Intenté responder, pero apenas salieron las palabras de mi boca. Aún estaba en shock, con las manos temblando y la sangre de ese hombre cubriendo mis dedos. Intenté limpiarlas, frotándolas contra mi vestido en un intento desesperado por borrar la evidencia de lo que había hecho.
—Yo… yo solo... —murmuré, tratando de recuperar el aliento—. No sabía que iba a pasar esto.
—Sabes que si no es el por el jefe estarías muerta, le debes una. —espetó el asistente, mientras echaba una rápida mirada hacia la entrada trasera del casino, asegurándose de que nadie nos siguiera— No sabes en el problema que nos metiste ahora.
La última frase me sacó de mi aturdimiento. Le miré fijamente, con una mezcla de indignación y rabia.
—¡No me metí en nada! —dije, elevando la voz sin querer— Ustedes me arrastraron a esto. Yo solo trataba de devolverte el dinero.
El asistente me miró por un largo momento, y pude ver un destello de comprensión en sus ojos. Como si por primera vez, en medio de todo aquel caos, se diera cuenta de que yo no era parte de su mundo, que no entendía las reglas del juego en el que había terminado involucrada.
—Mira —dijo finalmente, bajando un poco el tono de voz— Pase lo que pase, ahora el no se alejara de ti.
Quise responderle, pero antes de que pudiera decir algo, escuchamos pasos acercándose desde la entrada trasera.
—Adeline Miller —susurró — Me debes dos.
La acusación en sus palabras cayó como una losa en mi conciencia. Todo el miedo y la adrenalina acumulada parecían multiplicarse al escuchar la manera en que pronunció cada sílaba, como si el simple acto de decir mi nombre le proporcionara control sobre mí. Traté de recomponerme, de ponerme a la defensiva, aunque en el fondo sabía que no podía competir con la presencia abrumadora de aquel hombre.
—¿Dos? —logré decir, aunque mi voz sonó frágil en comparación con la suya—. No recuerdo haberte pedido nada.
Él inclinó ligeramente la cabeza, sin apartar la mirada de mí. A su alrededor, la calle se volvió aún más silenciosa, como si el mundo entero esperara su respuesta.
—Primero —respondió, sin inmutarse—, te salvé de un error que te habría costado caro. Y segundo, hice que esa escenita en el casino no acabara contigo en prisión. No me gusta deberle favores a nadie, así que prefiero recordarte la deuda para que quede saldada.
La frialdad en su tono no dejaba lugar a dudas de que hablaba en serio. Sin embargo, no pude evitar sentir una mezcla de indignación y desafío.
—¿Favores? —pregunté, intentando sonar irónica, aunque el temor seguía presente—. Todo esto no habría pasado si tú no te hubieras metido en mis asuntos. ¿Qué pretendes con todo esto?
Por primera vez, la sombra de una sonrisa apareció en sus labios, pero fue efímera. Su expresión volvió a ser seria, implacable.
—Mi intención era observar, no intervenir —dijo, con una calma peligrosa—. Pero tú, con tu impertinencia, decidiste involucrarte en algo que claramente te sobrepasa. Esto no es un juego, Adeline. Gente como tú no suele salir bien.
Sentí cómo la ira comenzaba a ganarle terreno al miedo. No podía soportar el hecho de que me hablara con ese tono de superioridad, como si yo fuera una simple ficha en su tablero.
—Entonces no me hables como si lo fuera —repliqué, cruzándome de brazos para aparentar seguridad—. Tú decidiste acercarte y jugar con mi vida desde el principio. Crees que era tan estúpida para no darme cuenta que mandabas a tu asistente a vigilarme, ¿Por qué?.— Dije mirando también al asistente que solo se mantenía en alerta y escuchando.
James alzó una ceja, visiblemente sorprendido por mi osadía. Dio un paso hacia adelante, acercándose hasta que apenas había un par de centímetros entre nosotros. La frialdad en su mirada se intensificó, y sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad casi hipnótica.
—Tal vez porque me llamaste la atención. Eres más lista de lo que aparentas y más audaz de lo que la mayoría de las personas pueden tolerar. —Se detuvo, midiendo sus palabras, y luego añadió—: Pero esa misma audacia podría costarte mucho más de lo que imaginas.
Me quedé en silencio, sin saber cómo responder a eso. La sinceridad en su voz y la fuerza en sus palabras hicieron que mi resolución vacilara. Sin embargo, no iba a permitir que él creyera que podía controlar mi vida o tomar decisiones por mí.
—No necesito tus advertencias —dije, aunque mi voz sonaba menos segura de lo que hubiera querido—. Yo sé cuidarme sola.
James soltó una risa corta, sin un rastro de humor en ella. Se acercó aún más, y pude sentir el leve aroma a menta en su aliento cuando se inclinó hacia mí.
—No tienes idea de lo que estás diciendo, Adeline. —Su voz era baja, como si quisiera que esas palabras quedaran grabadas en mi mente para siempre—. Hay personas observándote, y no todas están dispuestas a ser tan indulgentes como yo. Lo que hiciste podría haberte costado la vida, y aún podrías pagarlo caro. No quiero verte ni salvarte otra vez.
Algo en sus palabras me descolocó, como si intentara advertirme de algo que yo aún no entendía. Una sensación de incomodidad y vulnerabilidad me invadió. James, al parecer, sabía mucho más de lo que decía, y por algún motivo estaba interesado en mantenerme con vida. Sin embargo, no podía dejar de sentir que había algo oscuro y peligroso en él, algo que me mantenía cautiva y a la vez me repelía.
—Si realmente no quieres volver a verme —murmuré, tratando de mostrar valentía—, entonces simplemente déjame en paz. No quiero nada de ti.
James no respondió de inmediato. Se limitó a mirarme, como si estuviera evaluando la sinceridad de mis palabras, y por un momento sentí que había dicho algo que le había sorprendido. Sin embargo, su expresión no cambió; seguía siendo tan fría y calculadora como al principio.
—Lo pensaré —dijo finalmente, en un tono que dejaba claro que no me estaba prometiendo nada—. Pero mientras tanto, me debes dos, señorita.
Se giró con una elegancia natural, como si aquella confrontación hubiera sido simplemente una interrupción en su noche. Pero antes de que pudiera alejarse por completo, algo dentro de mí me impulsó a hablar.
—¿Por qué me ayudaste realmente? —pregunté en voz baja, sabiendo que quizá él no respondería.
James se detuvo por un segundo, y luego se volvió apenas lo suficiente para mirarme de reojo.
—No fue por ti ya te lo había dicho —respondió, con una expresión enigmática que dejaba ver una mezcla de emoción reprimida y dureza—. Lo hice solo por tu padre.
Y con eso, se desvaneció en la oscuridad de la noche, dejando solo el eco de sus palabras y la incertidumbre rondando en mi mente.
-
La casa estaba en silencio cuando llegué, y aunque el cansancio me pesaba, el miedo se apoderaba de cada paso que daba. Cerré la puerta suavemente, intentando no hacer ruido, y luego me dirigí al cuarto de mi tía. Subí las escaleras rápido, con el corazón latiendo desbocado en mi pecho. Solo necesitaba verla, asegurarme de que estuviera bien. Todo lo que había sucedido esa noche con ese hombre me había dejado inquieta, y ver a mi tía dormida me ayudaría a calmar un poco la tensión que sentía en cada músculo de mi cuerpo.
Pero al abrir la puerta, un escalofrío me recorrió al ver la cama vacía. No había señal de ella. El cuarto estaba en perfecto orden, como si no hubiera estado allí en toda la noche. Intenté convencerme de que tal vez había salido un momento, aunque sabía que eso era imposible, ella nunca salía de noche. Me acerqué a la cama y me quedé de pie, mirando alrededor, esperando encontrar alguna señal de su paradero.
Fue entonces cuando la vi.
Una pequeña hoja blanca pegada en el espejo del tocador. Las palabras, escritas con una letra que no era la mía ni la de mi tía, eran pocas pero precisas, y cada una parecía gritar en silencio: “Me debes una, ¿recuerdas, preciosa?”.
Me habían usado para ir hasta allá como una puta distracción.
Las palabras flotaban en el aire, como una advertencia, o tal vez una amenaza. La calidez de mi cuerpo comenzó a desvanecerse, dejándome con una frialdad que iba desde mi pecho hasta mis manos. Sabía perfectamente quién había dejado esa nota. Solo él usaría esa expresión con un toque de burla, mezclado con una certeza que me aterrorizaba. James.