LA MARCA DEL ALFA

La noche se cernía sobre el bosque, oscura y profunda, envolviendo la pequeña cabaña donde Lena y Aidan se encontraban.

Dentro, la luz tenue de la chimenea proyectaba sombras cálidas sobre las paredes de madera, el crepitar del fuego siendo el único sonido que interrumpía el silencio de la noche.

Lena y Aidan estaban en la cama, sus cuerpos entrelazados en un abrazo íntimo y lleno de pasión.

El aire estaba cargado de deseo y de la promesa de algo más grande que ambos. Cada toque, cada beso, reforzaba el vínculo entre ellos, como si nada en el mundo pudiera separarlos.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, en una lujosa casa ubicada en el corazón del territorio de la manada, la atmósfera era completamente diferente.

Serena, la joven que había crecido creyendo que un día sería la compañera del Alfa, estaba destrozada.

 La rabia y la desesperación se apoderaban de ella, convirtiendo su habitación en un reflejo del caos que sentía en su interior. Serena estaba de pie junto a la ventana, su respiración entrecortada y su mirada fija en la oscuridad del exterior.

Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no eran solo lágrimas de dolor; había algo más profundo, algo más peligroso que se gestaba en su interior.

—¡No puede ser! —gritó, su voz cargada de una furia descontrolada.

Lanzando una lámpara al suelo, viendo cómo se rompía en mil pedazos, el reflejo de su corazón roto.

Aidan, el hombre al que había estado destinada, la había rechazado por Lena enfrente de toda la manada, una recién llegada, una forastera que ni siquiera era de la manada.

¿Cómo podía haber sucedido algo así? Ella había sido criada para ser la Luna, la compañera del Alfa, la líder al lado de Aidan. Y ahora todo eso se le estaba escapando de las manos.

Su padre, un hombre de porte severo y mirada fría, entró en la habitación en el momento en que Serena lanzaba otro objeto contra la pared. Observó a su hija, su expresión endurecida al ver la escena de destrucción.

A pesar de su aparente indiferencia, dentro de él se alzaba una mezcla de frustración, rabia y una calculadora ambición.

—Serena —dijo con voz firme—. Basta.

Pero Serena no podía detenerse. Su rabia, su desesperación, eran como una bestia que no podía ser domada.

Se volvió hacia su padre, su rostro desfigurado por el dolor y la ira.

—¡No puedo, papá! —gritó—.

 ¡Él debería estar conmigo!

 ¡Aidan es mío! ¡Me pertenece!

Su padre se acercó lentamente, sus pasos medidos mientras trataba de controlar la situación.

Tomó a Serena por los hombros, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Escúchame —dijo con voz calmada, pero con una firmeza que no admitía discusión—.

Sé que esto es difícil para ti, pero no todo está perdido. Aidan puede haberla elegido ahora, pero tú, Serena, eres la única que tiene derecho a ser su Luna.

Has sido entrenada para esto desde que eras una niña. Eres fuerte, eres digna de ser la compañera del Alfa.

Serena lo miró, tratando de encontrar esperanza en sus palabras. Pero el dolor aún era demasiado grande.

—Pero, papá... —su voz tembló—. Él ya la ha elegido. Han sellado su vínculo.

¿Cómo puedo competir con eso?

El hombre apretó los labios, su mente trabajando en un plan. Había estado esperando este momento, sabiendo que podría llegar el día en que tendría que intervenir.

Sus contactos en el consejo y su influencia en la manada eran considerables, pero no podían asegurar todo sin la posición de su hija como Luna. Necesitaba actuar rápido.

—Serena —dijo con un tono conspirador—. Hay formas de asegurarnos de que tú seas la Luna, no Lena.

 Aidan puede ser poderoso, pero incluso los Alfas pueden ser influenciados... o forzados. Los ojos de Serena se llenaron de una nueva determinación, una chispa de esperanza mezclada con la oscuridad de sus emociones.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con un hilo de voz. El hombre la miró, su expresión se endureció aún más, su mente llena de cálculos fríos.

—La manada necesita una Luna fuerte. Alguien que pueda liderar a su lado y asegurarse de que el poder permanezca en las manos correctas. Lena es una forastera, no es de aquí, y eso debilita a Aidan.

La gente podría empezar a cuestionar su liderazgo. Si logramos convencer a la manada de que tú eres la elección correcta, Aidan no tendrá más remedio que aceptarlo.

Serena escuchó atentamente, sus lágrimas empezaban a secarse mientras la semilla de la conspiración tomaba raíz en su mente.

 Aidan había sido todo para ella, y no estaba dispuesta a perderlo sin luchar. Pero había algo más que la impulsaba: el deseo de poder, un poder que había crecido en su corazón a lo largo de los años.

—¿Qué necesitas que haga? —preguntó finalmente, su voz llena de un renovado sentido de propósito.

Su padre esbozó una sonrisa fría.

—Primero, debes mantener la calma y seguir adelante como si nada hubiera pasado. La manada no debe sospechar nada.

Debes continuar siendo la hija perfecta, la joven que todos creen que será su Luna.

Luego, vamos a influir en los miembros del consejo. Algunos ya están de nuestro lado, pero necesitamos más. Si logramos que la mayoría apoye tu unión con Aidan, Lena no tendrá más remedio que marcharse, y tú ocuparás tu lugar como Luna.

Serena asintió, su mente comenzaba a trazar los pasos que debía seguir. La rabia que antes la había consumido comenzaba a ser reemplazada por una fría determinación.

Haría lo que fuera necesario para asegurar su futuro, y no permitiría que Lena se interpusiera en su camino.

—Pero ¿y si Aidan no acepta? —preguntó, aún con una sombra de duda.

Su padre apretó los labios, considerando su respuesta cuidadosamente.

—Aidan tiene un deber con la manada. Si la mayoría del consejo y la manada creen que tú eres la mejor opción, él tendrá que aceptar la decisión, le guste o no. Y si persiste... —Hizo una pausa, mirando a Serena con ojos calculadores—.

Hay formas de forzarlo. No subestimes el poder de la presión social y las tradiciones de la manada. Y si eso no funciona, siempre podemos recurrir a otros métodos.

Serena asintió lentamente, sus pensamientos se alineaban con el plan que su padre le proponía. Aún sentía el dolor de haber sido rechazada, pero ahora ese dolor era un combustible, alimentaba su deseo de reclamar lo que consideraba suyo.

—Lo haré —dijo con determinación—. No dejaré que Lena me lo quite.—Eso es lo que quería escuchar —respondió su padre, una sonrisa de satisfacción asomando en sus labios—.

Ahora ve, descansa. Mañana comenzaremos a mover las piezas necesarias. Serena asintió, pero en su mente no había descanso. Sabía que, aunque su padre estaba dispuesto a ayudarla, una gran parte de la responsabilidad recaería sobre sus propios hombros.

Tendría que ser astuta, cuidadosa, y estar un paso por delante de Lena en todo momento.

Mientras salía de la habitación, Serena sintió una renovada energía. El dolor seguía ahí, pero ahora estaba canalizado en un propósito muy claro. No sería fácil, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para asegurarse de que Aidan fuera suyo.

Mientras tanto, en la cabaña, Aidan y Lena seguían unidos en su amor. Lena se sentía segura en los brazos de Aidan, su toque disipaba las sombras de duda que habían amenazado con consumirla.

A medida que se movían al unísono, Lena sintió una conexión más profunda, un lazo que trascendía lo físico, un lazo que se había forjado en las estrellas mucho antes de que se conocieran.

Aidan la miraba con una intensidad que hacía que el corazón de Lena latiera más rápido. Cada caricia, cada beso, estaba impregnado de una devoción que la hacía sentir como si fueran los únicos dos seres en el mundo.

En ese momento, Lena supo que no importaba lo que sucediera, lo que otros pudieran decir o hacer, ella estaba donde debía estar.

Aidan era su destino, y ella era suya. A medida que la noche avanzaba, el aire en la cabaña se llenó con el sonido de sus suspiros, sus cuerpos se entrelazaban en una danza que hablaba de amor, compromiso y deseo. Lena se dejó llevar por las sensaciones, sus dudas desvaneciéndose bajo el toque experto de Aidan. Sentía que cada beso, cada movimiento, sellaba su unión, como si estuvieran reforzando una promesa que iba más allá de las palabras.

Cuando finalmente llegaron al clímax, Lena se sintió como si estuviera volando, como si la energía que los unía la elevara a un lugar más allá del mundo físico.