¿Romperías las reglas que cambiaron tu estilo de vida?
La aparición de un virus mortal ha condenado al mundo a una cuarentena obligatoria. Por desgracia, Gabriel es uno de los tantos seres humanos que debe cumplir con las estrictas normas de permanecer en la cárcel que tiene por casa, sin salidas a la calle y peor aún, con la sola compañía de su madre maniática.
Ofuscado por sus ansias y limitado por sus escasas opciones, Gabriel se enrollará, sin querer queriendo, en los planes de una rebelión para descifrar enigmas, liberar supuestos dioses y desafiar la autoridad militar con el objetivo de conquistar toda una ciudad. A cambio, por supuesto, recibirá su anhelo más grande: romper con la cuarentena.
¿Valdrá la pena pagar el precio?
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Muchos nombres
—¿Tu linda mamacita lo sabe?
Para ser sincero nunca he tenido una mamacita, pero el tipo que está frente a mí insiste una y otra vez, una y otra vez, sin treguas al respecto, y la maldita luz de la lámpara encandila mis pupilas y obliga a que todas las imágenes que percibo sean destellos y nada más.
—No tengo una mamacita, solo una madre —despejo las dudas.
—Ay chaval —tengo los ojos entrecerrados, pero juro que se está riendo de mí—. Me caes genial después de lo que Asha y Brilla me contaron, y ahora me caes mucho mejor que antes. Y para evitar que todo ese cariño que te he tomado se desvanezca con una de mis rabietas, espero que en esta ocasión sí me respondas bien. Dime, aquí como hombres serios: ¿Tu mamacita lo sabe?
—Ya te lo dije, no tengo mamacita, solo una madre.
Sus ojos verdes resplandecen cuando me aparta un poco la lámpara del rostro. De pronto, comienza a bambolear mi silla, para adelante y para atrás, riendo, y sus risas parecen las de un asmático.
—¡Este chico me mata! —mira a las otras personas que están ocultas detrás de la lámpara, camufladas por las tinieblas.
Una silueta alta y muy esbelta, con un movimiento de cintura espectacular, empuja al chaval que dice que le caigo bien. Luego quita la lámpara de mis pupilas por completo y la dirige a su rostro moreno, rabioso y demasiado... ¡Es Asha!
—Mira, como te llames... —dice la gemela odiosamente candente.
—Soy Gabriel —me presento en un susurro.
—No me interrumpas —se obstina. El otro chaval sigue con sus carcajadas—. No tenemos paciencia para los imbéciles. Solo responde a la maldita pregunta, ¿tu mamá lo sabe?
—Ah, mi mamá, pues no... Ella no sabe, porque ni siquiera yo sé lo que ustedes saben. Aun así, tampoco se lo diría.
—¿Él no lo sabe? —dice el chaval que ya no ríe.
—No lo sabe ni lo sabrá —Asha es tan dura como las viejas tacañas.
—Pero tendrá que saberlo si queremos mantener la línea —dice otra voz, de mujer, pero definitivamente no es Brilla.
No sé porqué, pero de pronto se encienden las luces, y creo que la chica bajita, de cabellos azules y dedos con demasiadas argollas fue la responsable. Las otras sombras se develan ante mí, son más, ¡son seis! Incluyendo al chaval de las risas, a Asha, a la de pelo azul, y a Brilla que está bostezando al lado de un larguirucho demasiado pálido y con flequillos muy crecidos.
Los otros dos están un poco distanciados, uno es un tipo muy embragado y con un morral en su espalda, y por último está un chaval moreno, muy musculoso y todo eso, y de rostro cuadrado y argollas en sus orejas. Y todos, absolutamente todos, andan cubiertos de negro, y juraría que se parecen a esos personajes asesinos de los videojuegos de tiro.
—Las líneas pueden borrarse y volverse a trazar —Asha refuta a la de cabellos azules.
—Lamentablemente, tú y Brilla marcaron esta línea —refuta la de cabellos azules mientras me ve— con lápices permanentes la noche que estallaron la pared de este pobre imbécil.
Vaya, al menos alguien aparte de Brilla es consciente de que no soy el culpable de nada, pero para colmo, cree que soy un imbécil.
—Se puede resolver —antepone Asha, ¿por qué me odia tanto?
—Ay Asha —ahora es el chico de ojos verdes y risas tontas el que toma el discurso—, pues si somos honestos, tenemos solo dos alternativas: o lo matamos, o dejamos que se involucre. Carla es la genio aquí, por eso su cabello se volvió azul, porque ya usó todas sus neuronas. JA, JA, JA...
—Es un mal congénito, Marcos —dice la de cabellos azules al idiota de las risas, ¡y se llama Carla!—, no como tu extraña predisposición por besar a los perros muertos.
El grupo se ríe, excepto Asha, que sigue exprimiéndome con esos ojos amarillos tan pequeños y lúcidos. Y Gabriel, o sea yo, no pienso en nada que no sea ese nombre "Marcos". Si recuerdo bien, Asha lo había mencionado el día que estrelló mi pared. Y si es así, estos deben ser los otros que están involucrados en lo que sea que están involucrados, ¡y yo los tengo a todos frente a mí! Sin duda ese hoyo me ha brindado más emoción que el pollo frito con arroz que prepara mi mamá.
—Ya Carla, no dijiste lo mismo cuando me besaste anoche en el cuarto de Francisco —Marcos le guiña el ojo a Carla, la de los cabellos azules.
—¿Se besaron en mi cuarto? —pregunta de pronto el chaval larguirucho y con demasiado flequillo. ¡Y se llama Francisco!
—Quizás tienes perros en tu cuarto Francisco —habló el tipo del morral en su espalda—, y el bruto de Marcos los besó imaginado los labios de Carla —comienza a fingir muecas burlonas—: Muah Carla, te amo, bésame como si el mundo fuera a acabarse, como si fuéramos las únicas personas en el universo, como si fueras los perros muertos a los que tanto amo besar.
—¡No te metas Iván! —explota Marcos.
Hoy es la noche en la que más he memorizado nombres, y mientras ellos siguen discutiendo, yo los repito en mi mente: Vale, Carla es la de cabellos azules, Francisco es el larguirucho de flequillo demasiado crecido, Marcos es el idiota que me interrogaba, Iván es el chaval del Morral, Asha es la que me odia y Brilla es la que no me odia tanto.
Pero... ¿Quién es el tipo musculoso que no ha dicho ni una palabra? El muchacho no me quita la vista de encima, es como que yo fuera un... no sé, ¿tal vez como un saco de boxeo? Porque en la cara se le ve que quiere darme unos buenos derechazos.
¿Qué estaré haciendo yo para que me mire de esa forma? O sea, soy un chico secuestrado, al que el destino le ha jugado unas cuantas perversidades que hasta los menos escépticos se creen. Solo quería salir con el monopatín a la calle a pasear por unas avenidas aunque me persiguieran algunos policías, y ya. ¡Pero no! Es decir, no pedí que esas locas gemelas abrieran un hoyo en mi pared, me secuestraran y me trajeran hasta aquí para no sé qué cosa.
¡No moreno! No soy el culpable. Brilla lo sabe, incluso la de cabellos azules y Marcos el idiota, y quizás los otros piensen igual. Asha no, por supuesto, y quizás ahora el chaval musculoso tampoco. Él quita sus pupilas de mi cuerpo amordazado contra una silla para aplaudir muy fuerte y callar a sus otros compañeros, que seguían hablando de perros muertos y cuántas veces Marcos, el idiota, los había besado.
—¡A callar! —ordenó.
El grito y la orden sacudieron mis oídos y los tímpanos del grupo completo. Es una voz gruesa y fría, que retumba en los lugares del cuerpo donde no toca la luz. Vale, quizás exagero, pero algo así es como habla el tipo. Él se acerca y quita de su camino a todo el mundo con su andar de militar, y su pecho demasiado recto y sus piernas muy juntas. Incluso Asha se aparta y es él quien ocupa su lugar. Me mira, y yo lo miro, esperando que al menos me diga su nombre.
¡Vale! Solo falta su nombre para conocer a todo el grupo.
—¿Cómo te llamas? —pregunta.
—Si me dices tu nombre, te diré el mío —le propongo.
—Los muertos no tienen nombre —se identifica.
—Entonces no tiene sentido que te diga el mío, porque esa mujer de allá me matará —señalo a Asha con lo que puedo de mi cabeza—, en pocas palabras, ya estoy muerto.
Asha se acerca para cachetearme, pero el tipo que aún no me dice su nombre la detiene con el ceño sin fruncir.
—Ninguno de nosotros te matará —me asegura.
—Pero eso no quiere decir que no puedas morir —agrega Carla.
—¿Es en serio? —Asha se altera— ¿Dejarás que el imbécil arruine nuestros planes?
—Ya tú los arruinaste —él le responde sin mirarla, solo me ve a mí, como si Asha y el resto del mundo no importaran.
Asha cruza los brazos y de seguro se siente incómoda con el golpe directo en las palabras del que se niega a decirme su nombre. Carla ríe entre dientes, al igual que Francisco, e Iván, incluso Brilla.
—¿Alguien más quiere dar una opinión inservible? —el moreno se voltea para ver uno a uno a los integrantes del grupo— ¿Carla? ¿Francisco? ¿Brilla? ¿Acaso tú Iván? Marcos: ¿algo que decir?
Sin embargo, todos ellos negaron con el silencio y la cabeza. Asha seguía impresionada por la estocada, por aquellas palabras tan cortas pero tan verdaderas y justas.
Sé que está molesta porque lleva aguado los ojos, y la vena se le infla en el cuello, y aprieta demasiado los puños. Trato de no mirarla, pero es irresistible esa templanza.
—¡Mírame a mí! —el moreno estremece mi silla—. Ella no importa —él no ve a nadie, pero sé a quién se refiere—. Ellos no importan, yo no importo y nada de esto importa, porque lo que realmente importa está lejos, muy lejos de nosotros. Eres un error dentro del algoritmo, un azar que vino a destruir lo coordinado, lo planeado —son ideas mías, ¿o está desatándome? —. Pero los errores pueden corregirse, pueden codificarse y pueden resolverse —me habla demasiado cerca, y su aliento huele a cigarrillo—. Ahora mismo estoy resolviendo el error que eres para nosotros, pero para poder completar la reparación, el error debe responderme algo.
No soy capaz de abrir la boca ni para tartamudear. Los otros tampoco dejan de mirarme, y siento que sus pupilas abiertas alborotan los escalofríos en mis huesos y las tormentas en mis tripas. Estoy tieso y quizás muerto, porque el color de mi piel es más amarillo de lo normal.
—Dime, error, ¿estás dispuesto a cambiar tu algoritmo?
No sé a qué se refiere, pero sacudo la cabeza apenas, afirmando para que ya dejen de mirarme tanto.
—No se responde con la cabeza, se responde con la boca y un fuerte sí —Ay, este moreno es demasiado protocolar.
—Sí —respondo.
—Más fuerte —pide.
—Sí —repito, con un gallo de voz.
—¡Más fuerte!
—¡Sí! —exploto al fin.
—¿¡Sí qué!?
—¡Estoy dispuesto a cambiar mi algoritmo!
El moreno esboza una luna media por sonrisa. Luego se levanta y me pide que me levante también. No tengo sogas que me aprieten, ¡él me las ha quitado! Es un gran chaval, y ahora sí creo que la única obstinada del grupo es Asha. Ella está arrinconada en una esquina, sentada bajo cajas de detergentes, y un aura oscura inunda sus ojos gachos. Intento verla, acercarme y abrazarla, muy a pesar de que pueda morir en el intento.
Pero sigo tieso y débil, y confundido. ¿A qué se refiere el moreno con cambiar mi algoritmo? ¿Cómo fue que llegué aquí? ¿Qué demonios hago aquí? ¿Dónde estoy? Okay, sabía que había más gente involucrada en eso del hoyo, pero nunca pensé que fueran tantos. Lo que sea, me ha liberado del mundo ácido de mi apartamento.
—Entonces tu reparación debe hacerse lo más pronto posible —el moreno asiente y los otros se dispersan a escudriñar en el lugar—. Para que el error sea corregido primero debe pasar la prueba.
Cuando volteo, Brilla tiene un radiotransmisor en su mano, Marcos unas navajas, Francisco unas pinzas, creo que Iván sacó un celular de su morral, y Carla un traje negro, el mismo que todos ellos usan; si es para mí creo que me quedará demasiado grande.
—Prepárenlo y que esté listo en veinte minutos —ordena y los otros se acercan con los objetos en sus manos.
—Esperen, mi madre, —recuerdo a la maniática—, si se da cuenta de que no estoy en mi habitación, sospechará...
—Tu madre está dormida —dice Carla.
—Cómo una dulce niña —añade Brilla.
—Yo me encargué de todo —me guiña un ojo Marcos.
—Pero yo preparé sus dulces sueños —Iván se incluyó en los créditos—. Dormirá toda la noche.
—Y para nosotros las noches nunca acaban —Francisco aparta el flequillo de sus ojos.
¡Guao! ¡Una noche que nunca acaba! ¿¡Qué tan lento debe ir pasando el tiempo!? Y lo prefiero así, y ojalá se paralice, todo con tal de no regresar nunca a mi apartamento.