En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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Sombras entre nosotros
La ciudad parecía envuelta en un manto de niebla mientras Nicolás caminaba apresuradamente hacia el departamento de Samuel. La relación con él era una especie de refugio, un espacio donde podía ser él mismo. Pero desde que Marina había salido de su vida, algo lo inquietaba, como si la sombra de sus decisiones lo siguiera a cada paso.
Al entrar al edificio, notó a un hombre apoyado en un poste al otro lado de la calle. Vestía un abrigo oscuro y tenía una gorra que ocultaba su rostro. Por un instante, Nicolás pensó que lo observaba, pero desechó la idea y subió al departamento. La imagen del extraño quedó grabada en su mente.
"Siempre hay alguien mirando"
—Llegas tarde, —dijo Samuel con una sonrisa, mientras servía dos copas de vino.
—Lo sé, tuve una reunión interminable, —respondió Nicolás, quitándose el abrigo. Pero en su tono había algo distante.
Samuel lo notó. —¿Algo te preocupa?
Nicolás vaciló. —Cuando venía para acá, sentí que alguien me seguía. No es la primera vez que me pasa... En el trabajo, en la calle. Siempre siento que alguien está ahí, observándome.
Samuel tomó un sorbo de vino antes de responder. —Quizás sea tu conciencia. —Su tono fue sarcástico, pero algo en sus ojos reflejaba una preocupación genuina.
—No es gracioso, Samuel. —Nicolás dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco. —No creo que sea paranoia. Estoy seguro de que alguien me está vigilando.
Samuel suspiró y caminó hacia la ventana. Corrió las cortinas, dejando entrar la luz tenue de la noche. Miró hacia la calle, como si buscara algo.
—No veo a nadie. —Se giró hacia Nicolás. —Pero, si quieres, puedo hacer que alguien investigue. Conozco a un par de personas que... bueno, tienen recursos para estas cosas.
—¿Qué tipo de recursos? —Nicolás arqueó una ceja.
—Digamos que no siempre trabajo con clientes tradicionales, —respondió Samuel, esquivo. —Pero eso no importa ahora. Si necesitas ayuda, dímelo.
Nicolás no insistió, pero el comentario de Samuel quedó flotando en el aire, sumándose a las inquietudes que comenzaban a acumularse.
El relicario y la verdad
Mientras tanto, Marina estaba sentada en la biblioteca de un museo histórico, con el relicario en sus manos. Había logrado que un historiador local la ayudara a investigar su origen. Frente a ella, un hombre mayor con gafas revisaba un libro polvoriento.
—Es un diseño poco común, —dijo el hombre, señalando una ilustración en el libro. —Era popular en el siglo XIX, especialmente entre mujeres de alta sociedad. Este símbolo, —apuntó a la espiral con líneas cruzadas, —se asociaba con las almas entrelazadas. Una especie de creencia romántica, pero también peligrosa.
—¿Peligrosa? —preguntó Marina, inclinándose hacia él.
El historiador asintió. —Se decía que las personas que usaban este símbolo estaban destinadas a encontrarse en cada vida. Pero si su amor era interrumpido de manera trágica, las almas podían quedar atrapadas entre este mundo y el siguiente, incapaces de encontrar paz.
Marina sintió un escalofrío. —¿Y de quién pudo haber sido este relicario?
El hombre cerró el libro y ajustó sus gafas. —No puedo estar seguro, pero hay un caso famoso que podría interesarle. Una mujer llamada Isadora Velarde fue encontrada muerta en su hogar en 1894. Se decía que tenía una relación secreta con un hombre que ya estaba casado. Su relicario tenía este símbolo.
—¿Cómo murió? —La voz de Marina se quebró ligeramente.
—Un disparo. —El hombre la miró con gravedad. —El caso nunca se resolvió.
Marina se apoyó en la mesa, sintiendo que el aire en la sala se volvía más pesado. El rostro de la mujer en su mente, los sueños, el relicario… todo parecía entrelazado, como si el destino la arrastrara hacia algo que no podía evitar.
El hombre del abrigo oscuro
Esa noche, mientras Nicolás salía del departamento de Samuel, sintió nuevamente esa inquietante sensación de ser observado. Decidió tomar un desvío por calles más concurridas, pensando que quizás la multitud le daría algo de calma.
Sin embargo, mientras cruzaba un parque, lo vio. El hombre del abrigo oscuro estaba de pie bajo una farola, mirándolo fijamente. Nicolás se detuvo en seco, su corazón martillando en su pecho.
—¿Quién eres? —gritó, dando un paso hacia él.
El hombre no respondió. En cambio, se giró lentamente y comenzó a caminar hacia la oscuridad del parque.
Nicolás dudó, pero finalmente decidió seguirlo. —¡Espera! —corrió tras él, pero el hombre se movía rápido, como si flotara entre las sombras. Nicolás giró en una esquina, pero el parque estaba desierto.
El sonido de un teléfono vibrando lo sacó de su trance. Sacó el móvil de su bolsillo y vio un mensaje de un número desconocido.
"El pasado siempre encuentra el camino de regreso. No puedes escapar de él."
Nicolás levantó la vista, buscando alguna señal de dónde venía el mensaje, pero la noche era un vacío insondable.
Conexiones peligrosas
De vuelta en su hotel, Marina encendió su laptop, decidida a buscar más información sobre Isadora Velarde. Mientras leía, las similitudes entre la historia de la mujer y lo que estaba viviendo la dejaban sin aliento. Pero lo más extraño era que cuanto más profundizaba, más detalles le recordaban a Nicolás.
En ese momento, una notificación en su teléfono la interrumpió. Era un correo de un remitente desconocido.
"Marina, deja el relicario antes de que sea demasiado tarde. Hay cosas que no deberías desenterrar."
Miró la pantalla, desconcertada. Antes de que pudiera responder, un golpe seco en la puerta la hizo saltar de su asiento.
—¿Quién es? —preguntó, acercándose con cautela.
No hubo respuesta. Marina abrió la puerta lentamente, pero el pasillo estaba vacío. En el suelo, había un sobre negro. Lo recogió y lo abrió con manos temblorosas. Dentro, había una foto borrosa: dos figuras que parecían estar en una discusión acalorada. Una de ellas era Nicolás.
El mensaje debajo de la foto era breve pero escalofriante:
"Los ecos del pasado siempre exigen sangre."
Marina apretó la foto contra su pecho, sintiendo que algo más grande que ella estaba en juego.
Nicolás llegó a su apartamento con la mente revuelta. Mientras se servía un vaso de agua, sintió que su teléfono vibraba nuevamente. Era otro mensaje del número desconocido.
"No confíes en Samuel."
El vaso cayó de sus manos y se hizo añicos en el suelo.
Marina sostiene la foto y Nicolás mira su teléfono, ambos atrapados en un juego de sombras que apenas comenzaba. En algún lugar, un hombre con abrigo oscuro observa desde las sombras, una sonrisa en su rostro.