Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
NovelToon tiene autorización de AMZ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 6
El Duque Cortés observaba a Devon con una mirada fría y una postura imponente en el estudio de la mansión principal. Devon, con la ropa alborotada y las manos manchadas de sangre, se mantenía firme, su rostro sin rastros de arrepentimiento.
—¿Eres estúpido, Devon?
Devon levantó la mirada, sus ojos desafiantes encontrando los de su padre.
—No, padre.
El Duque dio un paso adelante, su expresión severa.
—Entonces, ¿por qué actuaste de esa forma? ¿No te das cuenta de que, como futuro Duque de Cortés, debes mantener tu dignidad? ¿Por qué te rebajas al nivel de los Monterreal? Ese comportamiento vulgar es inaceptable .
Devon mantuvo su postura, sin mostrar signos de arrepentimiento.
—Ellos no tienen derecho a hablar de Elena. No me importa quiénes sean ni qué digan.
El Duque frunció el ceño, notando la firmeza en las palabras de su hijo.
— ¡Son niños estúpidos que no saben lo que dicen! ¡Darles importancia te hace tan estúpido como ellos!¿Volverías a hacer lo que hiciste?
Devon respondió con calma y frialdad, sin titubear.
—No me arrepiento de nada. Volvería a dar cada puñetazo en el mismo lugar.
El Duque apretó los labios, su molestia evidente.
—Tu actitud es inaceptable. Debes aprender a controlar tu temperamento y actuar con la templanza que se espera de alguien de tu posición. A partir de ahora, no podrás ver a esa niña hasta que te comportes adecuadamente!¡Necesitas trabajar en tu autocontrol!
Devon sintió un nudo en el estómago al escuchar el castigo. Intentó protestar, pero el Duque levantó una mano, imponiendo su autoridad.
—No se discute. Cumplirás con este castigo y aprenderás a ser más controlado. Si no lo haces, las consecuencias serán aún más severas.
Devon bajó la mirada, furioso y frustrado, pero sabía que no podía desafiar abiertamente a su padre. Sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y salió del estudio, sintiendo la mirada dura del Duque en su espalda.
Mientras Devon enfrentaba las consecuencias de sus acciones, siendo castigado con no poder ver a Elena y duplicando sus deberes, Elena continuaba con sus clases bajo la estricta vigilancia de la señora Susan.
La semana había sido un infierno de lecciones interminables y órdenes sin explicación, pero lo peor era no saber nada de Devon. La tristeza y la preocupación se reflejaban en su pequeño rostro, con los ojos grandes y azules apagados, sus pestañas largas y delicadas temblando con cada pensamiento, y su boca en una línea recta y triste.
Aquella tarde, Elena practicaba su postura, caminando con varios libros equilibrados sobre su cabeza, como la señora Susan le había ordenado. Su mente, sin embargo, estaba distraída. Se preguntaba dónde estaría Devon, qué estaría haciendo, y por qué no había venido a verla. La tristeza llenaba su corazón, y los libros cayeron al suelo con un estrépito que rompió el silencio del lugar.
Elena se sobresaltó, y rápidamente se agachó para recogerlos, pero antes de que pudiera siquiera tocar uno de los libros, sintió una mano firme que la tomaba por el brazo y la levantaba con brusquedad. La señora Susan, más molesta de lo habitual, la miraba con severidad.
—¿No le dije que debía mantener la concentración en todo momento?
Elena se estremeció, el miedo era evidente en sus ojos. La mano de la señora Susan se levantó en alto, y Elena se paralizó, el golpe parecía inevitable. Una brusca brisa golpeó sus mejillas, y sus pestañas temblaron más. Lentamente, sus ojos se abrieron, grandes y llenos de terror. La mano de la señora Susan se había detenido a solo unos centímetros de su rostro.
La expresión de frustración en la cara de la señora Susan era evidente. Recordó lo que el Duque le había dicho al contratarla: podía usar cualquier método para educar a Elena, pero la niña no debía tener ni una sola cicatriz. Su cuerpo y su rostro debían permanecer impolutos. Con un suspiro de exasperación, bajó la mano y miró a Elena, cuyos ojos azules ahora brillaban con lágrimas no derramadas.
—Si no fuera por ese rostro... Eres una niña inútil. No sirves ni para las tareas más simples.
Elena dio un paso hacia atrás, mirando a la señora Susan con ojos similares a los un de venado asustado. La mujer la tomó de la mano con fuerza y la arrastró, llevándola hacia un armario grande en una esquina de la habitación. Elena quería pedir que la soltara, quería gritar y llorar, pero la lección de la señora Susan resonaba en su mente: "Las lágrimas no consiguen nada".
La señora Susan abrió el armario y empujó a Elena dentro, cerrando la puerta detrás de ella.
—Estará aquí hasta que yo lo considere adecuado. Este es su castigo por no prestar atención.
Elena estaba aterrada. Apenas podía respirar en el espacio reducido y oscuro. Su cuerpo temblaba, pero no podía hacer nada. Se acurrucó como pudo, abrazando sus rodillas y deseando con todas sus fuerzas que la puerta del armario se abriera pronto. Los minutos se convirtieron en horas, y cada sonido exterior parecía alejarse más y más.
Elena, en su aislamiento, solo podía pensar. —¿Devon hermano... dónde estás? No vendrás a verme hoy, no vendrás a sacarme de aquí? Por favor...
Elena permaneció acurrucada en el oscuro y estrecho armario, el tiempo se dilataba en su mente infantil y cada minuto se sentía como una eternidad. Los sollozos silenciosos se mezclaban con el latido acelerado de su corazón. No había forma de medir el paso del tiempo, y eventualmente perdió la noción de cuántas horas habían pasado.
El frío del suelo de madera se filtraba a través de su delgada ropa, y su cuerpo temblaba, no solo de miedo, sino también del frío que se intensificaba a medida que la noche avanzaba. Cada crujido de la casa, cada susurro del viento en las ventanas le parecía una amenaza. Intentó mantener sus ojos cerrados, tratando de consolarse con pensamientos de Devon, recordando sus sonrisas y los momentos en el jardín.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, el agotamiento finalmente la venció, y se quedó dormida en una incómoda posición, sus pequeños brazos rodeando sus piernas, acurrucada en la oscuridad del armario.
No fue hasta la mañana siguiente que la puerta del armario se abrió abruptamente. La luz del día entró de golpe, haciendo que Elena parpadeara y se cubriera los ojos. La figura imponente de la señora Susan apareció en la entrada, su expresión dura y sin rastro de compasión.
—¿Ha aprendido la lección, princesa?
Elena, aún medio dormida y aturdida por la repentina claridad, asintió lentamente, sus ojos grandes llenos de cansancio y miedo. Trató de levantarse, pero sus piernas estaban entumecidas y le costó ponerse de pie. La señora Susan no mostró ninguna señal de empatía; su rostro permaneció severo.
—Salga y preparese. Las lecciones de hoy no esperarán por usted.
Elena salió del armario, sus piernas temblorosas, y trató de recuperar la compostura. Aunque su cuerpo estaba agotado y su espíritu quebrado, se obligó a mantenerse firme. No quería dar más razones a la señora Susan para castigarla.
La jornada continuó con las mismas exigencias estrictas, pero ahora, había una nueva dureza en la actitud de Elena. Sabía que no podía permitirse otra falla, otro momento de distracción. Elena comprendía que, en su mundo, la obediencia no era solo una expectativa, sino una necesidad para sobrevivir.