Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
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Invitación a Almorzar
El domingo por la mañana, Julieta observaba a Marco preparar el equipaje con una meticulosidad que rayaba en la obsesión. Cada camisa doblada con precisión militar, cada zapato alineado como soldados en formación. Recordó entonces la primera vez que había visto su armario en el apartamento: un templo al orden que ella había transformado en un caos alegre y colorido.
Una analepsis la transportó años atrás, a su adolescencia en Barcelona. Siempre había sido así: impulsiva, desordenada, una artista que veía el mundo como un lienzo en blanco para ser intervenido sin miedo. Su madre, doña Elena, constantemente le recordaba que la vida no era un juego de improvisación, pero Julieta nunca había escuchado.
—¿Estás lista? —preguntó Marco, sacándola de sus recuerdos.
Julieta se ajustó el vestido azul marino con lunares blancos, sintiendo cómo cada pliegue de la tela revelaba su nerviosismo. El espejo devolvía el reflejo de una mujer que intentaba parecer más segura de lo que realmente estaba. Sus labios, pintados de un rojo suave que bordeaba entre lo seductor y lo inocente, dibujaban una sonrisa nerviosa que bailaba entre la ironía y la expectación.
—Tan lista como puedo estar para conocer a tus hermanas, y a sus... esposos —respondió con un sarcasmo que hizo vibrar el aire entre ellos—. Espero que no sean tan ordenados como tú.
Marco soltó una carcajada que rebotó contra las paredes del apartamento, una risa que parecía desafiar cualquier intento de seriedad.
—Peor —advirtió, levantando un dedo dramáticamente—. Son ejecutivos e ingenieros corporativos. Prepárate para una overdosis de estructura y números.
Entonces, como si estuviera desplegando un catálogo familiar, Marco comenzó a desgranar la historia de sus hermanas. Con cada nombre, Julieta sentía que sus cejas subían milímetro a milímetro, componiendo una sinfonía silenciosa de expresiones que iban desde la sorpresa hasta el sarcasmo más refinado.
—Te recuerdo que tengo tres hermanas —comenzó Marco, como quien presenta un informe corporativo—. La mayor, Sara, es viuda y tiene dos hijos que recién han ingresado a la universidad a estudiar derecho. Ella vive con mi madre.
Julieta arqueó una ceja, su mirada era un cóctel perfecto de "¿En serio?" y "Continúa, esto se pone interesante".
Marco prosiguió sin inmutarse. —Mi segunda hermana, Lucía, junto con su esposo Roberto, son altos ejecutivos de una empresa internacional de cosméticos. Tienen una nena de cinco años que ya maneja catálogos mejor que yo manejo un Excel.
Un atisbo de risa contenida escapó de los labios de Julieta, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y escepticismo.
—Y la tercera —continuó Marco, como si estuviera narrando la trama de una novela corporativa—, Paula, está casada con Alfonso. Son ingenieros, trabajando para una importante empresa. Tienen gemelas de siete años que probablemente ya saben programar antes de saber atar sus propios zapatos.
Julieta no pudo contener una carcajada. Su expresión era un lienzo perfecto donde el sarcasmo y la fascinación pintaban retratos gemelos. Cada descripción de las hermanas de Marco era como un capítulo de una serie de comedia corporativa donde la estructura y los números reinaban supremos.
—Increíble —murmuró, con un tono que navegaba entre lo impresionado y lo burlón—. Tu familia suena como un manual de gestión de recursos humanos con esteroides.
Marco la miró, sus ojos brillando con la complicidad de quien sabe que ha revelado un mundo tan perfecto que roza lo absurdo.
Y así, entre risas y descripciones que parecían sacadas de un catálogo de profesionales de élite, Julieta se preparaba para sumergirse en el universo familiar de Marco: un mundo donde cada hermana era una pieza de un organigrama viviente, y la normalidad era simplemente un concepto por definir.
El trayecto en el BMW gris de Marco era como una película de comedia romántica mal dirigida. Julieta observaba de reojo cómo sus dedos tamborilearban sobre el volante, marcando un ritmo que oscillaba entre la ansiedad y la emoción contenida.
Días atrás, Marco la había arrastrado —literalmente— a una feria automotriz en Madrid. Ella, que apenas distinguía un motor de un limpiaparabrisas, se había convertido en su improvisada asesora de compras. La escena había sido digna de una comedia: Marco consultando especificaciones técnicas con una seriedad casi académica, mientras Julieta fingía entender algo más que el color del vehículo.
—¿Realmente necesitas explicarme la diferencia entre torque y potencia? —había murmurado ella, con la ceja tan arqueada que casi tocaba su línea de cabello.
Marco había respondido con esa sonrisa suya, mitad abogado, mitad niño en una juguetería. —Absolutamente.
Y ahora, el fruto de aquella odisea automotriz Marco lo estaba manejando: un coche que parecía más salido de un anuncio publicitario que de una feria real.
El BMW atravesaba las calles de Madrid como un tiburón plateado entre cardúmenes de coches ordinarios. Julieta nunca imaginó terminar casada con alguien tan diferente a ella, mucho menos después de aquella noche de tequila en Malasaña donde todo había comenzado.