María, una joven viuda de 28 años, cuya belleza física le ha traído más desgracias que alegrías. Contexto: María proviene de una familia humilde, pero siempre fue considerada la chica más hermosa de su pueblo. Cuando era adolescente, se casó con Rodrigo, un hombre adinerado mucho mayor que ella, quien la sacó de la pobreza pero a cambio la sometía a constantes abusos físicos y psicológicos. Trama: Tras la muerte de Rodrigo, María se encuentra sola, sin recursos y con un hijo pequeño llamado Zabdiel a su cargo. Se ve obligada a vivir en una precaria vivienda hecha de hojas de zinc, luchando día a día por sobrevivir en medio de la pobreza. María intenta reconstruir su vida y encontrar un futuro mejor para ella y Zabdiel, pero los fantasmas de su turbulento matrimonio la persiguen. Su belleza, en vez de ser una bendición, se ha convertido en una maldición que le ha traído más problemas que soluciones. A lo largo de la trama, María debe enfrentar el rechazo y los prejuicios de una sociedad que la juzga por su pasado. Paralelamente, lucha por sanar sus traumas y aprender a valorarse a sí misma, mientras busca la manera de brindarle a su hijo la vida que merece. Desenlace: Tras un doloroso proceso de autodescubrimiento y superación, María logra encontrar la fuerza y la determinación para salir adelante. Finalmente, consigue mejorar sus condiciones de vida y construir un futuro más estable y feliz para ella y Zabdiel, demostrando que la verdadera belleza reside en el espíritu y no en la apariencia física.
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La Fuerza De Una Madre
—¡Lárguense de aquí, malditos buitres! —gritaba la anciana, mientras los hombres intentaban esquivar sus furiosos ataques.
María, atónita, observaba la escena, sin poder creer lo que sus ojos veían. Jamás habría imaginado que la gentil doña Clementina fuera capaz de semejante arremetida.
Uno de los hombres logró agarrar el palo de la mujer, pero ella no se rindió. Con una agilidad sorprendente para su edad, le propinó un rodillazo en el estómago, haciéndolo doblarse de dolor.
—¡Váyanse de aquí antes de que llame a la policía! —vociferó la anciana, con la respiración entrecortada.
El señor Álvarez, que había observado la escena con creciente irritación, finalmente intervino.
—¡Suficiente! —exclamó, levantando las manos—. Vámonos de aquí, no vale la pena perder el tiempo con esta vieja loca.
Los hombres, maldiciendo entre dientes, se retiraron, lanzándole miradas de odio a doña Clementina. María no podía creer que hubieran conseguido ahuyentarlos.
Cuando los intrusos se alejaron, la anciana mujer corrió hacia María, ayudándola a incorporarse.
—¿Estás bien, hija? —preguntó, con evidente preocupación.
María asintió, aún conmocionada por lo ocurrido.
—Sí, sí, estoy bien... Gracias, doña Clementina. No sé qué habría hecho sin usted.
La mujer mayor la abrazó con cariño, percibiendo el temblor en el cuerpo de la joven.
—Tranquila, pequeña. Ya pasó todo —dijo, con suavidad—. Ahora, ven, vamos a entrar.
Juntas, se dirigieron al interior de la choza, donde Zabdiel salía lentamente de su escondite, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Mami! —exclamó, lanzándose a los brazos de María.
Ella lo estrechó con fuerza, acariciando su cabello y tratando de reconfortarlo.
—Ya, mi amor, ya pasó. Estamos a salvo —susurró, sintiendo cómo su corazón se estrujaba al ver el terror reflejado en el rostro de su hijo.
Zabdiel se aferró a ella, temblando.
—Tuve mucho miedo, mami. ¿Qué querían esos hombres?
María lo miró con tristeza, sin saber cómo explicarle la verdad.
—Nada, mi vida. Ellos solo querían molestar, pero ya se fueron —respondió, besando su frente.
Doña Clementina se acercó a ellos, con una expresión preocupada.
—Será mejor que se queden aquí esta noche. No me fío de que esos buitres no vuelvan —dijo, dirigiéndose a María.
Ella asintió, aliviada de tener a la anciana mujer a su lado.
—Muchas gracias, doña Clementina. No sé qué habría hecho sin usted.
La mujer mayor le dedicó una cálida sonrisa, palmeándole el brazo con cariño.
—Para eso estamos, hija. Ahora, vayan a descansar. Mañana veremos qué hacer.
Zabdiel, aún temeroso, se acurrucó junto a su madre en la improvisada cama, mientras doña Clementina se acomodaba en una silla, vigilando el sueño de los dos.
Esa noche, María no logró conciliar el sueño. Su mente era un torbellino de emociones y preocupaciones. ¿Qué pasaría ahora? ¿Acaso los hombres volverían a buscarlos? Y lo más importante, ¿cómo explicaría a Zabdiel la verdad sobre su "trabajo"?
Sabía que no podía seguir manteniendo el engaño. Su hijo merecía saber la verdad, por dura que fuera. Pero ¿cómo reaccionaría el niño al enterarse de que su madre se había vendido a esos hombres poderosos?
Suspirando con pesadumbre, acarició suavemente el rostro de Zabdiel, quien dormía profundamente, ajeno a la tormenta que se desataba en el corazón de su madre.
A la mañana siguiente, después de un descanso inquieto, María reunió a Zabdiel y a doña Clementina en la improvisada sala.
—Tengo que hablarles de algo importante —dijo, con voz grave.
Zabdiel la miró con atención, mientras que la anciana mujer le apretaba suavemente la mano, en señal de apoyo.
—¿Qué sucede, mami? ¿Acaso esos hombres volverán? —preguntó el niño, con evidente preocupación.
María negó con la cabeza y tomó una profunda respiración.
—No, mi amor, ellos no volverán. Pero... hay algo que debo contarles —comenzó, sintiéndose cada vez más nerviosa—. Verán, desde hace unos meses, he estado trabajando... de una manera diferente.
Zabdiel frunció el ceño, sin comprender a qué se refería.
—¿Qué quieres decir, mami? —preguntó, con inocencia.
María lo miró con tristeza, tomándole las manos con delicadeza.
—Hijo, yo... he estado asistiendo a eventos privados con unos hombres influyentes. Ellos me han estado pagando a cambio de mi compañía.
El niño la observó, sin entender del todo la implicación de sus palabras.
—Pero, ¿por qué? ¿Acaso ellos te hicieron algo malo? —inquirió, mostrando una expresión de confusión y preocupación.
María sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.
—No, mi amor, ellos no me han hecho nada malo. Yo... yo acepté ese trato porque quería darle a mi hijo una vida mejor —explicó, con un nudo en la garganta—. Sé que no es la manera correcta, pero era la única forma que tenía de mejorar nuestra situación.
Zabdiel la miró con ojos muy abiertos, evidentemente conmocionado por la revelación.
—¿Quieres decir que... tú te has estado vendiendo a esos hombres? —preguntó, con un hilo de voz.
María asintió, sin poder contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
—Sí, mi vida. Yo... hice un trato con ellos para que me pagaran a cambio de mi compañía en algunos eventos —confesó, con profundo pesar—. Sé que no es correcto, y te pido perdón por haberte mentido todo este tiempo.