En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
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La verdad de Sora
La madrugada en Seúl era un suspiro largo. El río Hangang seguía fluyendo, ajeno a las decisiones que se tejían en silencio. En una habitación oculta bajo un café abandonado en Mapo-gu, Sora observaba el disco duro que había recuperado. Las líneas de código se desplegaban como venas digitales, y cada una parecía conectarse a algo que ella conocía demasiado bien.
Jiwoo dormía en el futón, aun recuperándose del rescate. Su respiración era profunda, pero su cuerpo seguía tenso. Sora lo miraba desde la distancia, con los brazos cruzados, como si el peso de lo que estaba por decir no pudiera sostenerse sola.
—No fue casualidad —dijo en voz baja.
Jiwoo abrió los ojos lentamente. La luz tenue del monitor iluminaba su rostro.
—¿Qué cosa?
Sora se acercó, se sentó frente a él, y sostuvo su mirada.
—Que estuviera en Bukchon. Que apareciera justo cuando tú escapabas. No fue coincidencia. Yo te estaba siguiendo.
Jiwoo se incorporó, sin hablar.
—Durante meses, rastreé tus movimientos. Sabía que eras el único que podía ayudarme a desmantelar lo que yo misma ayudé a construir.
El silencio se volvió denso. Jiwoo no apartaba la mirada, pero sus ojos se endurecieron.
—¿Desde cuándo?
—Desde que salí de Daesan. Desde que descubrí que el proyecto que me asignaron no era terapéutico, sino coercitivo. Me dieron acceso a la arquitectura emocional. Me pidieron que diseñara respuestas afectivas para pacientes con ansiedad. Pero luego vi cómo usaban esas respuestas para inducir decisiones. Para manipular recuerdos. Para controlar.
Jiwoo se levantó, caminó hacia la ventana cubierta por cortinas negras.
—¿Y por qué no lo dijiste antes?
—Porque no sabía si podía confiar en ti. Porque no sabía si podía confiar en mí.
Jiwoo giró lentamente.
—¿Y ahora?
Sora se acercó. Su voz era firme, pero temblaba en los bordes.
—Ahora sabes que no fui una víctima. Fui parte del sistema. Y ahora quiero destruirlo. No por redención. Si no porque sé cómo hacerlo.
Jiwoo la observó en silencio. Luego asintió.
—Entonces dime todo.
Sora activó una carpeta oculta en el disco duro. Aparecieron documentos internos, grabaciones, simulaciones. En una de ellas, su nombre figuraba como “Diseñadora de respuesta emocional — Nivel 4”.
—Este código —dijo ella, señalando una secuencia— lo escribí yo. Es la base del algoritmo que Daesan usa para inducir culpa. Lo aplican en campañas de consumo, en decisiones médicas, incluso en relaciones personales.
Jiwoo frunció el ceño.
—¿Relaciones?
—Sí. Simulan patrones de apego. Crean vínculos falsos entre usuarios y asistentes virtuales. Lo que tú sentiste con Hyejin… no fue del todo real.
Jiwoo se tensó. La revelación era más personal de lo que esperaba.
—¿Y tú? ¿Estás simulando algo conmigo?
Sora se acercó. Su voz bajó.
—No. Contigo no hay código. Contigo hay miedo. Y deseo. Y culpa. Todo lo que no puedo programar.
Jiwoo la miró. Sus ojos se suavizaron. Pero la herida estaba abierta.
—Entonces dime por qué me elegiste.
Sora respiró hondo.
—Porque tú no funcionabas dentro del sistema. Porque tu perfil emocional era errático, impredecible. Porque eras el único que no podía ser inducido. Y eso te convirtió en peligro. Y en esperanza.
Jiwoo se sentó de nuevo. El silencio volvió, pero esta vez no era distancia. Era contención.
—¿Y ahora? ¿Qué sigue?
Sora se acercó, se arrodilló frente a él.
—Ahora te dejo decidir si seguimos juntos. Si confías en mí. Si usas lo que sé para terminar lo que empezaste.
Jiwoo tomó su mano. La sostuvo con fuerza.
—No confío en el sistema. Pero confío en lo que vi en tus ojos cuando me salvaste.
Sora cerró los ojos. Una lágrima cayó, silenciosa.
—Entonces vamos a terminarlo. Juntos.
La verdad ya no era un secreto. Era una herramienta. Y en sus manos, podía convertirse en la única arma que Daesan no había previsto.