MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.
La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.
Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.
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Capítulo 9
Mariá
Mientras mi padre sigue conduciendo, las iluminaciones de los postes pasan como flashes por mí. Apoyo mi cabeza en el cristal del coche y suspiro profundamente.
—Emiliano querido, revísala decisión, puedes... — empieza mi madre, pero es interrumpida antes incluso de continuar.
—¡Cállate Marta! Las mujeres son todas una plaga. Ya tomé mi decisión, no tienes nada que opinar. Ocúpate de la educación y crianza de esta niña. Tu familia tiene tendencia a tener mujeres locas, cuida de que tu hija no se convierta en una.
Trago saliva, en este momento es como si sintiera el dolor de mi madre. El dolor de ser callada, de ser humillada, de ser siempre la plaga, las locas.
—Mamá solo está dando una opinión, papá, no necesitas ofenderla. — Esas palabras simplemente salen de mi boca, antes de que pueda pensar bien.
Entonces él frena el coche bruscamente, casi me lanza hacia adelante, suerte que estoy con el cinturón de seguridad.
—Estás pidiendo que te dé otra paliza, ¿verdad, niña? — Dice él mirándome fríamente por el retrovisor.
Mi padre detiene el coche en el arcén. Y mi corazón se acelera. ¿De verdad va a pegarme aquí en medio de la calle?
—Sal del coche, Mariá. — Dice mi padre sombríamente.
Mi corazón parece un tambor en mi pecho, todo en mí parece quemar de agonía. Desabrocho el cinturón lentamente diciendo bajito:
—Papá, lo siento, por favor... yo...
Pero entonces su voz me interrumpe como un trueno:
—¡Sal de este maldito coche, Mariá! ¡AHORA!
Y así lo hago, abriendo la puerta y saliendo mientras mi madre ya desesperada le sujeta el brazo, diciendo:
—¡No, Emiliano! ¡Por el amor de Dios! ¡Aquí no, hombre!
Pero como siempre él no escucha. El frío de la noche me envuelve, la brisa agita mis cabellos, y mi padre sale del coche con su cinturón ya en las manos.
Intento prepararme mentalmente para la paliza... pero es en vano. Siempre lo es. Las lágrimas ya empiezan a correr. Mi padre entonces levanta el cinturón. Listo para pegarme aquí mismo en este arcén.
Pero es en este instante que un coche a alta velocidad surge en mi campo de visión, el faro del coche está tan alto que casi me ciega por un momento.
Se aproxima, frena bruscamente frente a nosotros, iluminándonos con el faro aún alto. Mi corazón en este momento ya parece una escuela de samba entera — con los latidos frenéticos.
Y entonces la puerta se abre.
Primero veo su borceguí negro, pero luego él se destaca. Kael. Sus ojos encuentran los míos y luego se desvían hacia mi padre y el cinturón en sus manos.
—Señor alcalde... — empieza él con la voz tan calmada que me provoca escalofríos. — Si yo fuera usted no haría eso.
Mi padre da un paso hacia adelante, los dos se encaran. La tensión del enfrentamiento es evidente en el aire.
—¿Y quién va a impedírmelo, mocoso? ¿Tú? — dice mi padre ásperamente.
Kael simplemente sonríe, de forma despreocupada, mientras responde:
—Me están picando los dedos por darte un puñetazo en la cara. Pero en respeto a su hija y esposa, no lo haré... por ahora.
Llevo rápidamente mis manos a la boca en puro shock y espanto, por tamaña osadía de él por la forma en que respondió a mi padre. Pero por una milésima de segundo puedo jurar que vi un brillo dorado atravesar sus ojos.
—No te cruces en mi camino, muchacho. De hecho no sabes con quién te estás metiendo. — Dice mi padre secamente.
Dicho esto, mi padre se gira hacia mí, me mira y dice:
—Entra en el coche, Mariá.
Pero mis ojos — estos simplemente se rehúsan a dejar los ojos de Kael.