LA JOVEN ESPOSA DEL TÍO DEL REY

Gracias a que los espíritus querían que ella fuera su reina, estos pudieron sanar a su hija usando los manantiales bajo el sótano de su cabaña y devolviéndole así su virginidad; sin embargo, enojada porque su maestro no pudiera terminar de abusar a su hermana, la princesa Fiona había mandado a quemar con rocas infernales el rostro de su hija como venganza.

—¿De verdad, podré ser útil para mi hija?—preguntó aceptando la mano de Gladiolus.

—Más de lo que cree usted posible, princesa—respondió el hechicero.

Una vez la madre de Abril aceptó irse con el, ambos se subieron a la alfombra voladora del enemigo mortal del príncipe Máximo.

Genevieve, observando como el palacio bajo sus pies desaparecía a medida que subía en el cielo, pensó en Gladiolus. Aquel hombre que había ayudado a Abril a robar el anillo del emperador.

—¿Tú también odias al emperador, no?—le preguntó la mujer.

—Si no fuera por su hija, ya hubiera erradicado de la faz de la tierra a todos los que tuvieran sangre imperial—le respondió sinceramente—¿Usted escuchó alguna vez de la prometida fugitiva del príncipe Máximo?

—Sí, sé sobre lady Yuna—le respondió curiosa.

—Después de su fuga la hice mi esposa—respondió sin apartar la vista en el horizonte—no obstante, ella quedó embarazada del príncipe y ocho meses después de nuestro matrimonio, ella murió dando a luz.

—Lo...lo siento—respondió con el corazón roto.

—Si mato directamente al emperador, sería renegar de la sangre de mi hija—aclaró—es mi hija, aunque no lleve mi sangre; sin embargo, quiero liberarla de su atadura.

—Por eso nos estás ayudando—exclamó Genevieve.

—Solo estoy orientando al verdadero guía y protector—dijo haciéndose referencia a Elwin—pero sí, así es. Su hija, princesa Genevieve, es la única que puede dar fin a la maldición que corrompe a la sangre imperial y que mi propia hija no esté atada a un abuelo monstruoso como el emperador.

INICIO FLASHBACK DE LOS RECUERDOS DE GLADIOLUS

HACE CINCO AÑOS ATRÁS

Un hombre lloraba bajo la lluvia, en un pequeño balcón de una cabaña, mientras en el centro de la habitación se escuchaban los llantos de una bebé recién nacida.

La partera del pueblo atendía a la pequeña, mientras la mujer que le había dado a luz yacía sin vida cubierta de sangre, bajo una sábana.

—Pobrecita—dijo la anciana mientras era ayudada por su nieta—quedar huerfanita a tan corta edad.

Al escuchar aquello, el hombre entró en sí y volvió a entrar a la habitación. Empapado a más no poder, con un frío mortal que ni la chimenea daba batalla, se quedó mirando a la mujer muerta.

—¿Cómo te atreves a dejarme solo?—preguntó con dolor—¿Cómo te atreves a dejarla a ella sola? ¡Sabes que sin ti no tenemos nada!

Mientras el hombre daba golpes al marco de la cama, la anciana mujer se interpuso, mientras su nieta se encargaba de su recién nacida.

—Joven, su esposa se ha ido—respondió observándolo directamente—¿No tendrá piedad de su pobre hija sin madre?

El hombre, cojo sin una pierna, ciego de un ojo, miró con sorpresa hacia dónde provenía los llantos de la hija de su esposa. Acercándose aún más pudo notar que, la nieta de la partera, intentaba calmarla.

—Damela—ordenó.

Un poco temerosa, la chica le dio a la recién nacida y el hombre pudo notar enseguida que, no solo era la clara copia de su madre muerta, sino también del maldito príncipe Máximo que la había usurpado.

—En el escritorio hay una bolsa con diez monedas de oro—respondió mientras la cargaba—vayanse una vez cese la tormenta.

La anciana y su nieta se negaron, pero este volvió a ordenarles. Por lo que nada sin poder hacer, se marcharon acabada la lluvia.

El hombre, aprovechando que la bebé se había quedado dormida, solo metió en una pequeña lona lo indispensable tanto para él como para la bebé.

Asegurándose de tener todo, salió de la cabaña y con una fogata prendió en llamas todo el lugar, mientras observaba la ventana de la habitación donde yacia aquel cuerpo sin vida.

—¿Con qué derecho tienes de irte de nuestras vidas?—preguntó mientras cargaba a la bebé.

Sacando de su capa un cristal mágico, el cuál había sido dado a cambio de que el se casara con ella, pero que le seguía perteneciendo, tomó una decisión definitiva.

—Así sea que reencarnes en mil siglos—respondió dándole la espalda a la cabaña en llamas—volverás con nosotros...te guste o no.

Sin dar una mirada a lo que dejaba atrás, el hombre y la bebé recién nacida se adentraban en el bosque profundo.

Con cada paso que daba, la determinación y la sed de venganza se afianzaban cada vez en el corazón del hombre. No solo resurgiría de las cenizas y recuperaría todo lo que perdió, sino que se vengaría del responsable de la muerte de su esposa. Haría pagar hasta con su propia vida al padre biológico de la bebé en sus brazos.

El príncipe Máximo como su padre, y todos los involucrados con la maldad de la sangre imperial, caerían y Gladiolus ayudaría tanto a Elwin como a Abril a hacerlo.

FIN FLASHBACK DE LOS RECUERDOS DE GLADIOLUS

No obstante, tanto la madre de Abril como Gladiolus sabían que no era tan fácil como lo explicaba, puesto que, al negarse a abdicar su puesto, el emperador no sería el único problema.

Fue así que, una vez fuera del territorio imperial, el temblor en la puerta infernal se hizo más fuerte y las grietas mucho más grandes, hasta el punto en que los propios cimientos del palacio imperial temblaron.

Una fuerte explosión terminaría por destruir el sótano y la cabaña en la cual había vivido antes Abril. Allí fue donde se reunieron varios soldados, después de que el temblor se detuviera.

No obstante, de un momento a otro, una enorme nube de polvo se levantó cubriéndolos y a la distancia se podía escuchar como emergía de esta gritos y sonidos de gruñidos.

—¡Los muertos se han levantado!—varios soldados gritaban.

Fuera lo que fuera que hubiera ocurrido, algunos cuerpos de soldados habían sido poseídos y estos actuaban de manera errática, como si de animales con rabia se trataran.

—¡Maldición!—exclamó el emperador.

Dando la orden de encender fuego fatuo a los soldados poseídos y de sellar la puerta infernal, el emperador se preparó para la batalla asustado.

Sabía que los espíritus de los muertos que habían sufrido por él volverían del más allá por venganza; sin embargo, había podido mantenerlos controlados con su sello.

Pero ahora que su hija bastarda se había ido, estos habían logrado romper la puerta y lo buscaban a el. Su corazón latía con fuerza mientras un frío mortal lo agobiaba, primero su anillo, segundo sus planos, y ahora que se había negado a abdicar, los muertos lo estaban buscando.

—¡Ay, Genevieve!—respondió sacando su espada—debí haberte hecho abortar a la basura de tu hija y así ahorrarme muchos inconvenientes.

Mientras el infierno estaba desatándose en el palacio imperial, y tanto Gladiolus como Genevieve se dirigían al barco donde estaba su hija, Abril seguía escondiendose avergonzada.